La belleza del día: “Retrato de Madame X”, de John Singer Sargent

En tiempos de incertidumbre y angustia, nada mejor que poder disfrutar de imágenes hermosas

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"Retrato de Madame X", (1883–1885), de John Singer Sargent. Óleo sobre tela (234,95 cm × 109,86 cm), en el Museo Metropolitano de Arte, Nueva York
"Retrato de Madame X", (1883–1885), de John Singer Sargent. Óleo sobre tela (234,95 cm × 109,86 cm), en el Museo Metropolitano de Arte, Nueva York

Ella luce un ceñido vestido negro de raso con piedras preciosas incrustadas en los tirantes. La vestimenta y el pálido de su piel no dejan dudas de que la modelo pertenece a la alta sociedad. Y es cierto, pero también hay otros detalles, invisibles quizá a los ojos de nuestra época (como otros invisibilizados), que revelan que quien habita el Retrato de Madame X era algo más que una mujer de alta alcurnia.

Cuando esta obra de John Singer Sargent, estadounidense de cuna, británico por adopción, se presentó en sociedad en el Salón de París de 1884, el escándalo fue tan insoportable para el artista abandonó la capital francesa para afincarse en Londres.

¿Quién fue la modelo?: Virginie Amélie Avegno Gautreau, una estadounidense que desde su infancia se mudó a Francia junto a su madre viuda, quien la formó para ingresar en los círculos más selectos de la Ciudad del la Luz. Y lo logró: a los 18 años fue casada con Pierre Gautreau, un banquero francés y magnate naviero, y se convirtió en una célebre socialité parisina, sobre todo por su belleza.

Reconocida por su elegancia, extravagante estilo y esa cintura de reloj de arena, la modelo de la obra era, además, la comidilla de los círculos en que participaba por sus asuntos extramatrimoniales, que ocuparon páginas en periódicos sensacionalistas y panfletos.

Madame Gautreau
Madame Gautreau

Cuando comenzó a realizar la obra, en 1883, Singer Sargent era tanto un expatriado como un artista en desarrollo, deseoso de hacerse un nombre y su insistencia por retratar a la joven era un gran incentivo para comenzar a sobresalir. A través de un contacto con Samuel-Jean Pozzi, cirujano francés y uno de los principales ginecólogos de finales del siglo XIX, a quien ya había retratado, el pintor logró su oportunidad. En total, realizó 30 bocetos a lápiz, acuarela y óleo.

La retrató con un vestido escotado, sin mangas, para contrastar con su “palidez aristocrática”, aunque el tono carnoso de la oreja recuerda su artificiosidad. Madame X fue una de las primeras mujeres en teñirse el pelo y usar maquillaje, algo que entonces era más propio de las prostitutas que de la alta sociedad. La hizo parada para resaltar sus curvas y también, en la versión original del Salón de París, la presentó con el tirante derecho caído, lo que fue considerado como escandalosamente sugerente. Se le criticó esa falta de rigidez del corsé como otra muestra de comportamiento impropio.

La obra se llamó Retrato de Madame ***, tratando de mantener el anonimato de la modelo, situación que no resultó. La madre de Gautreau le rogó al pintor que lo retirara y Sargent se negó, pero lo repintó colocando el tirante en su sitio y renombrándolo Retrato de Madame X, para generar una ilusión de arquetipo en vez de una mujer concreta.

La crítica destrozó a la obra, el publicó también. Y en cuanto a la modelo, se sintió humillada, por lo que el pintor tuvo que abandonar sus sueños parisinos para siempre y comenzar una carrera en el Reino Unido.

La versión inconclusa del Tate y las obras de Gustave Courtois (1891) y Antonio de la Gándara (1898)
La versión inconclusa del Tate y las obras de Gustave Courtois (1891) y Antonio de la Gándara (1898)

Singer Sargent exhibió la obra en varias exposiciones internacionales, pero después de la muerte de Gautreau, en 1916, lo vendió al Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, donde aún puede apreciarse. Una segunda versión, sin terminar, con el tirante en su forma original, se conserva en la Tate Gallery, en Londres.

Madame X fue retratada dos veces más en su vida, por parte de Gustave Courtois (1891) y Antonio de la Gándara (1898), siendo el segundo su preferido, aunque ninguno perduró en el tiempo como el atrevido retrato de Singer Sargent.

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