Bob Dylan y un nuevo disco, profundo y atrapante como una buena novela

Recién lanzado, "Rough and Rowdy Ways", su debut musical ya como Premio Nobel de Literatura, es posiblemente su mejor disco en este siglo: una pieza plena de referencias a la cultura pop occidental de todos los tiempos, confesiones solapadas, bellas metáforas sobre el amor y el dolor y, una vez más, no escapa a las grandes cuestiones de la humanidad

Bob Dylan durante una presentación en el Wiltern Theatre en Los Ángeles, EEUU, Mayo 5, 2004. (REUTERS/Rob Galbraith)

El primer disco de Bob Dylan como Premio Nobel de Literatura y además el primero con nuevas canciones desde la edición de Tempest (2012), lo muestre en excelente forma artística. A los 79 años recién cumplidos, el hombre que fue ungido (tal vez a su pesar) como “la voz de una generación” en los turbulentos años 60 y que desde ese momento, atravesó décadas de sinuosos movimientos artísticos, conversiones religiosas de ida y vuelta y un permanente velo de misterio sobre su vida, permanece en pie. A su manera -es decir, hablando por sus canciones- dice presente en un tiempo de sucesos cuasi apocalípticos.

Rough and Rowdy Ways, editado el pasado viernes y que había tenido como anticipos tres canciones sobresalientes publicadas entre marzo y mayo de este año, es posiblemente su mejor disco en este siglo y si no -queda a criterio de sus obsesivos fans- califica bien alto en un hipotético ranking de preferencias.

El ulular de la crítica especializada del Primer Mundo, con una catarata de reseñas que comparten casi todas el número “10” o el calificativo “excelente” (aplica “clásico” también), ubica a este disco en un plano de obra esencial en una extensa carrera de más de medio siglo. Por cierto, lo es. A lo largo de 9 canciones que suman en total 70 minutos, emerge el gigante de las letras con una verdadera catarata de referencias a la cultura pop occidental de todos los tiempos, confesiones solapadas, bellas metáforas sobre el amor y el dolor y, otra vez, las grandes cuestiones de la humanidad presentes. No hay otro autor vivo capaz de hacerlo. Cada una de las canciones -la mitad de ellas son extensas para el cánon pop-rock, con más de 6 minutos de duración- tratan del ser, su existencia, sus circunstancias.

Bob Dylan en Nueva York, 1963. (William C. Eckenberg/The New York Times)

Palabras más, palabras menos

A pesar de eso cualquier halo de “trascendencia” que transmite su obra y que así es percibida como devolución de su público y crítica, baja a tierra con unos simples pensamientos del mismísimo protagonista. En la única, extensa y profunda entrevista que concedió para un medio durante el tiempo previo al lanzamiento (no puede hablar de tarea promocional tratándose de quien se trata), en el diario The New York Times, Dylan le dijo al reputado escritor e historiador Douglas Brinkley que escribió estas nuevas canciones como “en estado de trance”. “La mayoría de mis canciones recientes son así. La letra es lo verdadero, lo tangible; no son metáforas. Las canciones parecen conocerse, y saben que puedo cantarlas, vocalmente y rítmicamente. Casi se escriben solas y cuentan conmigo para cantarlas”.

Casi al final del intercambio de preguntas y respuestas que -aclara su autor- es un resumen de fragmentos de dos conversaciones telefónicas ocurridas entre marzo y mayo de este año, Brinkley le menciona la posibilidad de tomar la pandemia como una “plaga bíblica” y Dylan responde: “Creo que es el precedente de algo que ocurrirá más tarde. Es una invasión, desde luego, y es generalizada, ¿pero bíblica? ¿Quizá te refieres a algún tipo de alerta para que la gente se arrepienta de sus pecados? Eso implicaría que el destino del mundo es algún tipo de castigo divino. La arrogancia extrema puede tener consecuencias desastrosas. Quizá estamos en el principio de la destrucción. Hay muchísimas maneras en que podemos procesar el virus. Creo que solo debemos dejar que siga su curso”.

El ex presidente Barack Obama otorga a Bob Dylan la Medalla Presidencial de la Libertad en la Casa Blanca en Washington el 29 de mayo de 2012. (Luke Sharrett/The New York Times)

Un poco de historia

En 1997 cuando editó el notable Time out of mind luego de un episodio de salud que puso en riesgo su vida (“realmente pensé que vería a Elvis muy pronto”, dijo socarrón luego de eso), Dylan retomó el centro de la escena luego de varios años de confusión y soltó una seguidilla de grandes discos, compendios de la mejor historia de la música popular de su país, con variedad de estilo (vals, foxtrot, blues, ritmo y blues, obviamente folk) y una mirada reflexiva sobre los grandes temas del ser humano: tiempo, destino, amor, miedo, traición. Ahí están Love and Theft (2001), Modern times (2006), Together Through Life (2009) y Tempest (2012) como muestra.

Entre estos dos últimos, publicó Christmas in the heart, un ejercicio de estilo con canciones navideñas que encajan en el imaginario colectivo de los Estados Unidos. Después, llegó la hora del intérprete: el doblete sinatriano de Shadows in the night (2015) y Fallen angels (2016) fue otra clase de ejercicio de estilo, esta vez orientado a un repertorio de canciones del gran libro americano que “La Voz” había interpretado y ungido en el altar de los clásicos. El extenso Tripiclate -triple como su título lo indica- de 2017, fue más allá en esa misma dirección: un viejo trovador dedicado a curar y, por ende, resignificar la Historia (con mayúscula) de la música de su tierra.

Después de eso, silencio. O más bien, un recital tras otro en todas partes del mundo como parte de una mítica “Gira sin fin” (su famoso Never Ending Tour) que solo, ahora, logró detener el Coronavirus. Entonces ocurrió la sorpresa: a fines de marzo, cuando todo esto que pasa recién comenzaba, apareció de la nada una kilométrica canción de casi 17 minutos, Murder Most Foul (El asesinato más asqueroso, en una aproximada traducción). Una foto del presidente de los Estados Unidos JF Kennedy y un escueto mensaje del autor (nada que no se pueda esperar de él) a modo de presentación, abrieron la particular caja de Pandora que es esa canción en particular, y este disco en general. “Gracias a mis seguidores por el apoyo y la lealtad durante todos estos años. Esta es una canción inédita que grabamos hace un tiempo y que les puede resultar interesante. Manténganse a salvo y atentos. Que Dios esté con ustedes”.

Después llegaron I contain multitudes, reposada canción con título y cita al memorable poema de Walt Whitman Canto a mi mismo; y False Prophet con sus aires de blues pesado (en donde brilla el guitarrista Charlie Sexton, la gran figura de su banda desde hace muchos años). Las tres canciones de anticipo, como muestra, bastaban para mostrar la profundidad y generosa poesía del disco que estaba por venir. Ahora que está a disposición mundial para su escucha, vale repasar su contenido y remarcar algunos puntos en particular para entender por qué este es un disco con aires testamentarios de un gran artista, en el otoño de su vida.

Áspero, ruidoso y trascendente

Rough and rowdy ways (Modos ásperos y ruidosos, en una aproximada traducción) tiene 10 canciones circulares, elaboradas, a menudo inquietantes, a veces suaves y que generalmente navegan alrededor de la idea de elegía. Se acumulan en sus letras, como nunca antes en la obra de Dylan, menciones especiales a nombres propios: Martin Luther King, Elvis Presley, John Kennedy, Charlie Parker, Liberace, William Blake, Thelonious Monk, Jack Kerouac, George Patton, los Rolling Stones. Incluso Ana Frank e Indiana Jones. La lista es extensa y ya es un tópico de tendencia entre sus millones de obsesivos fans alrededor del mundo que mantienen, día tras día haya o no haya noticias sobre “Bob”, extensos intercambios en blogs y sitios webs únicamente dedicados a descifrar el sentido de sus letras.

El sonido del disco en general, es profundo y rico en la variedad de ritmos interpretados, que van del vals al blues y de ahí a simples canciones de amor y discretas baladas existenciales. Por encima, una voz quebrada por el paso del tiempo que sin embargo, suena alto y claro. “La canción es como una pintura, no puedes verla completa si estás demasiado cerca. Las piezas individuales son solo parte de un todo”, dice en otro momento de la entrevista publicada por el diario neoyorquino. Es un buen resumen de lo que este disco representa: imposible entender las partes, sin comprender el todo.

Bob Dylan - Crossing the Rubicon

Dos perlas del álbum -tal vez no casualmente en seguidilla- resumen el impacto que produce su escucha. Crossing the Rubicon alude al episodio histórico de la decisión de Julio César por supuesto, pero supera su sentido en busca de una variante pendenciera, acorde a la tormenta eléctrica que se desata luego de unos pasajes calmos. Es blues rockero de bar, tocado magistralmente. “Siento el espíritu santo dentro mío / Veo la luz que da la libertad / Creo que está al alcance de cada hombre que vive”, canta antes de que la banda se zambulla en un mar de guitarras eléctricas a todo volumen.

Le sigue Key West (Philosopher Pirate), una bella canción que plantea un desafío existencial sobre la vida y la muerte mientras el cronista circula hacia el sur de la Florida, por una ruta angosta y doble mano, rodeada de agua. El camino se hace cada vez más fino mientras se arriba a la meta. Ahí parece estar Bob Dylan hoy. “Nací en el lado equivocado de la vía del tren. Como Ginsberg, Corso y Kerouac” entona en un momento. El sentido de la canción remite a una búsqueda, también. “Key West es el lugar para estar si buscar la inmortalidad. Mantente en el camino, seguí la señal de la autopista. Key West está bien. Si perdés la cabeza, la encontrarás allí. Key West está en la línea del horizonte”.

Key West (Philosopher Pirate)

Así es el nuevo disco de Bob Dylan, profundo y atrapante como una buena novela. Para leer y remarcar párrafos, frases favoritas. Como complemento y efusivamente recomendado para ser administrado previo a su escucha, conviene recordar el speech de locutor que lo presenta cada vez que el hombre sube a un escenario. “Damas y caballeros, por favor reciban al laureado poeta del rock ‘n’ roll. La voz prometedora de la contracultura de los años 60. El tipo que obligó al folk a meterse en la cama con el rock. Quien se maquilló en los años 70 y desapareció en una nube de abuso de sustancias. Quien emergió para encontrar a Jesús. Quien fue descartado como sucedió a fines de los años 80 y quien de repente cambió de marcha, lanzando parte de su música más poderosa sobre finales de los 90. Con ustedes, Bob Dylan”.

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