Joan Margarit, Premio Cervantes 2019: “Si un libro te hace de espejo y te cuenta cómo eres o qué te pasa, es una obra de arte”

En este diálogo con Infobae Cultura, el gran poeta catalán reflexiona sobre la infancia y la vejez, y habla sobre su concepción del artista idiota y la pérdida de su hija, entre otros temas

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El poeta Joan Margarit, ganador del Premio Cervantes 2019, el máximo reconocimiento de las letras en español (EFE/ Enric Fontcuberta)
El poeta Joan Margarit, ganador del Premio Cervantes 2019, el máximo reconocimiento de las letras en español (EFE/ Enric Fontcuberta)

Tarde soleada en Barcelona. Nadie puede saber que en unos días el Covid-19 arrasará con todo. Nos encontramos en un café: Joan Margarit (Sanahuja, Lérida, 1938) poeta y arquitecto, pero sobre todo poeta. Ganó el año pasado el Premio Cervantes y acababa de publicar por editorial Visor Sin el dolor no habríamos amado, antología personal (Visor, 2020), y Todos los poemas (1975-2017) (Austral, 2020).

Arthur Rimbaud decía que “un poeta se hace vidente por medio de un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos”. Hay algo a lo que Margarit le llama el lío. Hoy, ese lío cobra sentido, ochenta días después de esta charla, como una revelación o como un testimonio anticipado de un suceso del que estábamos tan cerca y tan lejos aquella tarde: “Este café está hoy abierto, a las cuatro de la tarde de un domingo, porque todos creen en este lío, porque si empiezan a no creerse esto, aquí no habría ni dios que te sirviera un café”.

Hablamos de la vejez, de la utilidad de la poesía en una encrucijada como la muerte de su hija Joana: “si la poesía ahora no es capaz de servirme, pues bueno, ya hemos terminado. Tanta historia y resulta que ahora yo quiero forzarla un poco y me viene con delicadezas, pues se habrá acabado y con mi hija se irá también la poesía”.

Joan -que hasta los cuarenta años fue Juan: “desde pequeño, Joan lo fui solo en casa, cruzaba la puerta y yo era Juan”- nos habla de la discriminación en el lenguaje, de su abuela, de su infancia en la posguerra. Mantiene la lucidez extrema, la ternura y una crudeza que solo cae bien porque, simplemente, las frases salen de su boca envueltas en una mágica espesura, palabras que solo un poeta de su talla logran, casi desde los ojos, casi antes de ser pronunciadas, embelesarnos.

En este diálogo con Infobae Cultura, el gran poeta catalán reflexiona sobre la infancia y la vejez, y habla sobre su concepción del artista idiota y la pérdida de su hija, entre otros temas

- ¿Por qué esta vida y no otra?

- Es una curiosidad que todos tenemos en un momento u otro. ¿Por qué tengo esta vida y no otra? En principio todas las vidas eran posibles, todos los poemas eran posibles. Por lo tanto es una pregunta bastante lógica, y siguiendo el hilo de esa pregunta: al único sitio que puedes ir a buscar una respuesta es a tu pasado, a tu pasado más remoto, cuando no hay trampa, o sea, en los primeros años uno tiene todas las oportunidades. Creo que excepto personas con lesiones muy claras y concretas, las personas nacemos con una capacidad similar, todas, lo que pasa es que a los siete u ocho años esto ya ha cambiado, no porque uno haya nacido con un cerebro más potente que el otro, sino porque ese cerebro se forma en esos primeros años, y esos primeros años sí que son muy distintos en unos que en otros, entonces esta idea de que yo, sin comerlo ni beberlo “me hice”, ¿qué pasó? ¿cómo me hice? ¿en qué circunstancias? Esos son los lugares donde puedes obtener una respuesta. Luego, más tarde, esta respuesta se va convirtiendo en lo que llamamos memorias. Si yo siguiese este libro, hasta los dieciocho años, veintiún años, hacia esa zona, se cierra el tema de “ese soy yo” y empieza el otro que podríamos llamar “el sujeto de memoria”, entonces empiezo a ser sujeto de memorias y no de preguntas, del por qué soy así y no de otra manera, porque ya estás, ya te has jodido. Ya está hecho. A partir de entonces empieza un poco lo que a grandes conceptos a mí me parece que la vida humana tiene tres etapas: esta primera que es la que te acabo de describir, en la que empiezas a ser tú, poco hay que decir de esta primera etapa porque no depende de ti, te la van haciendo y tú vas creciendo, luego está la última que tiene, en parte, la inocencia de esta primera, pero sin que te llueva del cielo, te llueve desde dentro, entonces sale otro tipo de inocencia, ¿por qué?, porque entre medio lo que ha habido es lo que yo llamo el ¨lío¨. El lío quiere decir que no eres dueño, o que eres mucho menos dueño de lo que parece, y que tú tienes que cumplir con una serie de movimientos, requisitos, condiciones, trabajos, lo que quieras llamarle, porque la especie te lo exige. Si no viviéramos la época del lío sin lucidez, por mucho que seas Kant o por mucho que seas Hegel eh… a Hegel lo enredan como a ti, igual. Y todo lleva un objetivo muy claro, que es que esto funcione, que la especie continúe, y no pase alguna cosa grave que acabe con la especie. Este café está hoy abierto, a las cuatro de la tarde de un domingo, porque todos creen en este lío, porque si empiezan a no creerse esto, aquí no habría ni dios que te sirviera un café, ni dios que te venda una manzana, porque la manzana ya no llega, ¿por qué va a llegar? Para que todo esto funciones se necesitan unas premisas muy bestias: en una colmena de abejas es lo mismo, pero mucho más sencillo porque son veintisiete acciones de un animal muy primitivo, que hace esas veintisiete, luego se muere y punto. Y claro, aquí no son veintisiete, son veintisiete millones de acciones mezcladas de una complejidad tremenda, pero esa complejidad que yo llamo el lío, porque la vida está organizada así, no por nosotros, de dónde venga la vida.

Esta es la manera en que funciona el mundo, el mundo de nuestra especie, y parece ser que el de todas las especies pero con mucha menos complejidad, hay especies donde los movimientos son tres, y repetitivos, lo nuestro es mucho más complejo pero no por eso se escapa a esta construcción. Entonces en este marco, la vejez, es cuando se te permite (porque ya no eres útil al lío), alejarte, lo mismo que hubieras aprendido en la infancia si hubieras podido alejarte, pero ahí no podías alejarte, ahí ibas directo al lío, pero aquí, llegando al final, es como si la naturaleza, llegado el momento (entendiendo naturaleza como la propia sociedad) te dijeran, bueno, ahora hasta el final, lárgate y no molestes. Y entonces claro, tú te largas y no molestas, pero con una capacidad de reflexión que no pueden quitarte. Hasta hoy la propia naturaleza le daba un final a esto que era la muerte: “usted ya no sirve para el lío, ¡al bote!”… y es nuestra propia especie que ha logrado que al final del lío tú sigas con vida. Que sigas a lo mejor veinte años, que van a ser los que, si te encuentras bien, vas a enterarte de las cosas, porque por primera vez vas a poder mirarlo un poco desde afuera.

El poeta catalán Joan Margarit, en la sede del Instituto Cervantes donde depositó un legado en la Caja de las Letras dentro de homenaje que le tributó esta institución (EFE/Ballesteros)
El poeta catalán Joan Margarit, en la sede del Instituto Cervantes donde depositó un legado en la Caja de las Letras dentro de homenaje que le tributó esta institución (EFE/Ballesteros)

- ¿Con la vejez ganamos o perdemos lucidez?

- La vejez es un tema muy singular, tan singular como la infancia, distinto, con una singularidad muy distinta, pero desde este punto de vista es una novedad. Cuando aparece la vejez hay unos relámpagos de lucidez que ni a Heidegger le podían venir antes. Entonces de cara a los poemas, esto se nota mucho también. El poema que te gusta a ti (De senectute), ese ya es un producto de la vejez, no por lo que diga, las personas, los artistas sobre todo, no valen por lo que les ocurre, no hay nada más idiota que este tipo de artista, este tipo de escritor que cuando le preguntan por la novela que está escribiendo responde: “Sí, ya verá el lector cuando vea lo que me pasa a mí, es que me pasan unas cosas…” Es un idiota. Le pasa lo que le pasa a todo el mundo, ¿qué le va a pasar?, ¿exagerado? Sí, con mucho dolor, con poco dolor, con más o menos. ¿A quién puede sorprender una novela? después de millones de años de que pasan cosas, ahora que te va a pasara ti una cosa excepcional, ¡vamos hombre, no me hagas reír!

Entonces es una persona llega a la vejez, por ejemplo, porque no todo el mundo llega igual, y dice: bueno, ahora se van a enterar, ahora les voy a contar… ¿no ves que el problema no es lo que cuentas, (porque eso es siempre lo mismo), qué más da una novela de Pérez Galdós, que una de Julio Verne, ahora, la manera que tú tienes de contar lo que te pasa, eso que te pasa que no vale gran cosa porque es como le pasa a todo el mundo, pero la manera que tienes tú, primero, de contártelo a ti mismo, y la manera que tienes tú de contárselo a los demás, ahí está, ahí está el quid, ese es el quid, ese es el que puede no valer nada o ser una maravilla. Eso es, contar lo que te pasa, que no es lo mismo que te lo cuente Galdós a que te lo cuente el viejo idiota que está gritando en el gimnasio y que luego al salir te cuenta cómo se folló a cinco mujeres a la vez. Es cómo cuentas eso que, si lo cuentas de una manera especial, ayudarás a alguien que lo lea, y no porque diga “¡joder, lo que le pasa!”, sino por cómo lo cuenta, porque es la manera de contar la que te dice: pero si esto no es un libro, esto es un espejo, me estoy viendo a mí. Y en un libro buscamos siempre dos cosas como máximo: en el mal sentido que es el que a mí me interesa menos: distracción. Y luego está la otra lectura que es para consolarme, para consolarme de todo que me pasa, llámale consuelo, llámale compañía, pero cuestiones ya muy serias, para eso se lee un libro. Entonces, ese que te lo explica bien, el artista ¿qué hace?, pues en vez de darte un libro te da un espejo. ¿Por qué? Porque misteriosamente (digo misteriosamente porque esto nadie sabe contestar por qué), si un libro te hace de espejo y te cuenta cómo eres, o qué te pasa, o alguna cosa que tú no habías pensado de ti, si un libro hace esto, esto es una obra de arte y te consuela. ¿Por qué te consuela un poema determinado? ¿Por qué estás bien con aquel poema, estás mejor que sin haberlo visto? ¿Por qué? Nadie sabe por qué, pero lo que sí sabemos es que todos queremos ser consolados. Este es el mecanismo del arte, no que te pasen unas cosas extraordinarias que al bobo del lector le van a sorprender, no buscas sorpresa, buscas consuelo, y misteriosamente lo que consuela es verte reflejada ahí, ¿por qué? Ni puñetera idea.

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- ¿Qué buscó usted cuando escribió Joana, dedicado a su hija? ¿Buscó de alguna manera ese espejo, pero esta vez como una forma de autoconsuelo?

- Sí, pero esto fue algo un poco más rocambolesco, de tal manera que yo no encontré ningún libro de poemas suficientemente poderoso para aquellos días. Este libro (Joana) fue escrito en seis meses. En aquel momento, al verme perdido me dije: vamos a ver, voy a trasgredir una norma, con la cual estoy de acuerdo y está muy bien puesta, que es la de no escribir nada en caliente. Nunca. Y si son poemas de amor, ufff, es terrorífico.

Es una norma correcta, en general pero las normas correctas están para de vez en cuando saltárselas. Pero para saltárselas tienes que haber creído en ellas mucho tiempo, si todavía no las has utilizado nunca, entonces no te las saltes. Me planteé trasgredir una norma en la que creía muy seriamente, me dije: ahora no tengo más remedio, no tengo otra cosa y por lo tanto, si la poesía ahora no es capaz de servirme, pues bueno, ya hemos terminado. Tanta historia irresuelta que ahora yo quiero forzarla un poco y me viene con delicadezas, pues se habrá acabado y con mi hija se irá también la poesía.

Y efectivamente me puse a trasgredir esta norma, y a intentar no narrar, porque repito: no es el problema narrar, sino el ver cómo me explicaba a mí mismo todo lo que estaba pasando allí. Que se te muera una hija, si muere de repente es una cosa, pero si muere empezando un septiembre y acabando un junio, es otra.

¿Contesto a tu pregunta?

- Contesta perfecto.

- Escucha, es mentira, se dicen muchas más mentiras desde el romanticismo, el romanticismo inventó muchas cosas fantásticas, inventó un yo que no existía y esas cosas, pero también nos dejó cada regalito… como el mentir sobre uno mismo, creo que en la Grecia clásica, en la Edad Media, la mentira solo se decía para huir de la muerte o para poder comer, pero no sistemáticamente, ni para lavarse uno mismo, pero con el romanticismo sí, es la primera vez que nos miramos como personas al espejo y… ¡bueno! vemos cosas maravillosas.

Hay una especie de madurez de las sociedades y de las personas, y la vejez es un laboratorio de todo esto, la vejez que no existía antes, antes la gente acababa la madurez y empezaba a no servir para el trabajo, se moría. Yo dejé mi trabajo de arquitecto cuando se murió mi hija, trabajaba mucho pensando que tenía que dejar todo arreglado por ella, pero cuando murió pensé: ¿qué hago aquí pendiente de un constructor que va a hacer un edificio? Yo estaba a las puertas de la vejez, tenía años por delante, pero enseguida estaba la vejez ahí. Yo no sé qué va a salir de esta etapa fuera del lío. A esta etapa se puede llegar muy mal también, es decir, existe el viejo idiota, existe, y hay muchísimos, o sea también, sigue siendo válida con todo lo que he dicho, la inteligencia, pero la inteligencia solo funciona si la cultivas, o sea: a la vejez haz de llegar leído eh, como no llegues leído, ya es inútil empezar a leer en la vejez, esa es la otra historia, yo no tengo ninguna compasión de los viejos, muchas veces me vienen señoras de estas que hacen de gestoras de la tercera edad, de la tensión cultural a la tercera edad, pero la tercera edad no necesita ninguna tensión cultural si has leído, ahora claro, si eres un asno, que no ha leído nada, sí que necesitas tensión cultural, pero es inútil, porque a tu edad ya es inútil. ¡A un viejo que no ha leído es inútil leerle libros! No tiene sentido, ya no hay tiempo. La vida es muy dura, y cada uno es responsable de la suya, no de todo, pero de una gran parte. Y vienen: “Señor Margarit, no tenemos mucho dinero, pero queremos hacer un recital para…” No, hombre, no, y no es por falta de dinero, ¿ir a recitar poesía a ancianos que se aburren? Aunque me pague todo el oro del mundo no voy. Es el mismo personaje que te llega después de un recital y te dice: “Señor Margarit, muchas gracias, me ha traído una amiga, yo nunca había leído poesía, porque usted comprenderá que yo en mi vida no he tenido tiempo de leer poesía” Y yo respondo: ¿Ah, no ha tenido tiempo? Vale, vale. Una pregunta, usted alguna vez, o varias veces, habrá quedado con una amiga para ir a follar, y la ha llamado por teléfono y le ha dicho: perdona pero es que ¿no tengo tiempo? Entonces aparece la misma cara siempre, una cara babosa, que sonríe con su baba en la cara y dice siempre la misma frase: ¡hombre, esto! Y puntos suspensivos. Y entonces le digo, acaba usted de terminar con su tiempo, para mí en su vida, o sea, no me interesa usted a partir de ahora ni cinco minutos, déjeme tranquilo. Es el viejo idiota. Si vas a un vestuario de hombres te da unas muestras maravillosas. El otro día en uno, había un tipo vistiéndose o desvistiéndose y de repente, hablando con otro, lanza un grito: ¡bueno, al fin y al cabo lo mejor del mundo es un buen polvo! (Margarit alza la voz imitándolo y luego susurra): Tenía unos setenta y cinco años. Un tío que en un vestuario de un gimnasio pega este grito a los setenta y cinco años, ¿tú crees que hay que tenerle la más mínima atención? ¡Que le den, hombre, que le den!

Quiero decir, hay que llegar leído, si no eres un bruto mecánico, y la vejez va a ser un drama feo y lúgubre, porque cada vez, eso único que tienes como recurso, cada vez se te va a estropear más, y no vas a saber ni por qué se te estropea, ni qué puedes hacer para cambiarlo, o sea, un desastre.

Joan Margarit, en la sede del Instituto Cervantes. EFE/Ballesteros
Joan Margarit, en la sede del Instituto Cervantes. EFE/Ballesteros

- ¿Cómo fue su infancia en la posguerra?

- Magnífica. Magnífica porque yo no me enteré que estábamos en la posguerra. O sea, sabía que mi padre había vuelto de la guerra, pero era un niño, y la única tragedia que tiene un niño es que le peguen o no le den de comer. Si a un niño no le pegas y le das de comer, y bueno, no lo atosigas con espectáculos como azotar a su madre… Claro, fue una niñez totalmente solitaria, ahora puedo pronunciar eso de solitaria, a mi edad, pero entonces ¡qué coño sabía si mi niñez era solitaria o no! Me espabilé para vivir lo mejor posible. Mi padre primero estuvo en el penal, después en el servicio militar obligatorio y luego empezó a trabajar en Gerona, nosotros estábamos en Barcelona y apenas podía venir los fines de semana. Mi madre trabajaba de maestra, por lo tanto yo estaba todo el día con la abuela, la baranda a la que me agarraba era la abuela, la del coraje. Mi abuela que era de origen rural, muy pobre, apenas sabía leer, y que a los catorce años ya vino a hacer de criada a Barcelona, y esa mujer, pues, me salvó la vida, en un momento que si no te la salvan, por mucho que estés vivo, te caes. Me dio una infancia que de triste nada. Después sí, tuve que espabilarme yo, y no me fue mal.

- ¿Cómo ve el movimiento feminista actual y empoderamiento de la mujer?

- Una de las cosas que te sorprende en esta etapa de la reflexión pura que es la vejez, es lo difícil de las cosas aparentemente sencillas de concepto. Supongo que el misterio, es lo que hemos dicho antes, desde que naces tienes ocho o diez años para montarte, pero una vez que estás montado, no hay quien te mueva. Eso es terrible. Cuesta muchísimo torcer a nadie a partir de ese momento, por eso pasan las cosas que pasan, por eso te preguntas cómo alguien ha podido hacer eso, cómo ha podido decir eso: la libertad individual es un camelo. Es un camelo porque a partir de los diez años tú libre no eres. Entonces te preguntas cómo se han podido montar unas sociedades como por ejemplo la griega, en la que los hombres se dedicaban a tocarles el culo a los niños como una cosa natural, ¿cómo pudo suceder esto? Entonces vas pasando revista a todo lo que para ti, ahora, es absurdo y es aberrante, y podrás estar contento o si eres de ultraderecha, más triste, por cómo van cambiando las cosas pero lo que no podrás contestarte es por qué cuesta tanto aceptar algo, por ejemplo, que le tengas miedo a alguien porque simplemente tiene un color que no es el tuyo, o habla una lengua que no es la tuya. Yo como lengua minoritaria, desde pequeño, Joan lo fui solo en casa, cruzaba la puerta de la casa y yo era Juan. Y fui Juan hasta los cuarenta años, cuidado, ¡cuidado! ¿Cómo pudo suceder eso? ¿De dónde vienen estas aberraciones? Tú me has preguntado por la última y monumental aberración, pero si yo estoy vivo, y cuando digo vivo no es de aquí para abajo (señala su cabeza) sino de aquí para arriba, gracias a una mujer que no sabía leer. ¿Cómo voy a despreciar a esa mujer, cómo podría decir que esa mujer era inferior a este idiota bruto del gimnasio? Lo único que les puede hacer sonreír en esas cosas es el odio. El hecho es que no entiendes por qué cosas tan sencillas cuestan tanto, lo cual quiere decir y cada vez me hace sumergir más en que del uno a los diez años se acaba tu libertad, porque una vez que has llegado allí, y tu capacidad de movimiento, el movimiento más lento, más pequeño, más pequeñísimo en una dirección cuesta titánicos esfuerzos, y aun no se duerme uno y ya vuelve a ser el idiota que era antes. Es esfuerzo te hace dudar mucho de una palabra que nos llena la boca y llevamos todo el tiempo diciéndola y es la palabra libertad.

*Andrea Stefanoni es la autora de La abuela civil española (Seix Barral)

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