Alguna vez escribí que junio era un mes luctuoso para los argentinos. Martín Kohan lo titula bien en una novela: Dos veces junio.
El 24 de junio Carlos Gardel murió, como dice un amigo, en ese suburbio de Buenos Aires llamado Medellín. Hace 20 acá, entre nosotros, también en junio, solo que el 18, se murió otro cantor, Luis Cardei. Sí, dos veces junio, todo suena muy parecido entre los que nos gusta el tango.
Luis Cardei conoció la fama de grande. Los últimos años de su vida de cantor de tangos. En la película de Pino Solanas, Sur, se lo puede ver cantando: Como dos extraños.
Lo conocí en la cantina de Arturito en Parque Patricios. La primera vez que lo escuche cantar fue desde afuera, desde la vereda, cantando Cucusita. Cualquiera que sabe de tango no desconoce el valor sentimental y lo fácil que es conmover con un diminutivo, se ha usado tanto. Pero, como se dice, su voz me hizo entrar.
La letra de Cucusita cuenta de una nena que no podía caminar. Una biografía paralela a la de Luis que había sufrido la polio y que la llevó en su cuerpo hasta la muerte. También por su hemofilia. Como Rilke, el mito dice que el poeta se murió por pincharse con la espina de una rosa. Tal vez, porque le quiero imaginar una muerte dulce como su voz que era un pétalo arrabalero. Era un cantor de pieza.
De Arturito fue a la librería Gandhi donde lo llevaron Elvio Vitali y Hugo Levin, el dueño de la editorial Galerna. Cardei ya estaba en la calle Corrientes. De ahí, al complejo La Plaza y de ahí, el Tigre Vázquez y Cristina Banegas lo contrataron en El club del vino, donde lo acompañó el bandoneón de Néstor Marconi. Donde tocaban a dúo Salgán y De Lio. Todo eso, los últimos años de su vida. Se murió muy joven, a los 55.
María Maratea escribió su biografía, se habían enamorado. Parece la letra de un tango.
Pero Luis no venía solo. Venía con Antonio Pisano, el bandoneonista, los dos eran un solo cuerpo que al ritmo de la música y de la letra se contorsionaban al mismo tiempo.
Luis Cardei me hace acordar a aquellos cantores de patio. Lo que comenzaba con un susurro se volvía cada vez más potente, no por el caudal de la voz sino por la delicadeza y la dulzura de la interpretación, que irradiaba una emoción que se propagaba como un reguero por el barrio.
Siempre lo escucho con la misma emoción de la primera vez en esa esquina de barrio, donde le gustaba entre tango y tango contar alguna anécdota. Siempre citaba a Macedonio Fernández. El principal tema de su humor irónico era su propio cuerpo. Lo hacía con la misma sutileza con la que cantaba.
Tenía eso que tienen los grandes cantores, cuando uno los escucha, su voz no se confunde con otra.
Le toco la más difícil, hizo suyos tangos que eran de otros. Alma de loca del Polaco Goyeneche, Dos extraños de Moran, Cobardía de Charlo.
Lo logró. Cuando uno escucha algunos de esos temas dice: Los cosos de al lao, es de Cardei.
El tango nos hizo y nos sigue haciendo amigos. Entonces, los extraño dos veces.
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