Decía el periodista Fernando Benítez (1919–2000) que en México, el arte de la entrevista periodística no se ha desarrollado porque a los artistas y a los hombres importantes, les gusta disfrazarse de esfinges. Eso no pasa al dialogar con Patxi Irurzun, en donde la entrevista se desenvuelve libremente y sin prejuicio, con sabiduría y sin egos; no se lo toma demasiado en serio, sin embargo, hay mucha humildad y razón.
El éxito de las entrevistas es el accidente, el encuentro, no los minutos o preguntas que tiramos como dardos de hule frente al otro, sino la cantidad de luz que estas personas son capaces de convidarnos en un espacio tan breve.
Patxi Irurzun (Pamplona, 1969) es un escritor, periodista, bibliotecario y filólogo, autor del diario Dios nunca reza, las novelas Diez mil heridas, Los dueños del viento, Pan duro, ¡Oh, Janis, mi dulce y sucia Janis! Memorias de una estrella del porno -amateur-, Cuestión de supervivencia, Ciudad Retrete y Odio enamorado, el libro de viajes Atrapados en el paraíso y los libros de relatos La tristeza de las tiendas de pelucas, Ajuste de cuentos, Cuentos sanfermineros, La polla más grande del mundo, Cuentos de color gris y El cangrejo valiente.
Este autor prolífico e imparable que ha hecho de su vida, textualmente, un libro abierto, dialogó con Infobae Cultura.
-En cuanto al tema de la extrema higiene por el virus COVID–19 que arrasa a la humanidad, ¿cómo crees que deba sentirseuna persona con Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC) con manías del lavado personal?, esto en referente a tu cuento Cuando todo esto acabe: “[h]asta hacía sólo unos días yo era una puta chalada maniática de la limpieza y ahora, de repente, me había convertido en una ciudadana ejemplar”.
-La idea del cuento parte de ahí, al ponerme en la piel de una persona con este trastorno obsesivo, ahora que todos somos ella, lavándonos constantemente las manos, atemorizados por el virus. En el cuento hay una evolución del personaje, Piluka, a través de un viaje, una odisea urbana por descampados, polígonos industriales, centros de acogida de sintecho, que le ayuda a enfrentar y superar su TOC y esa sensación de sentirse una extraña. En ese sentido el cuento, y el proceso de creación de este personaje —y la mayoría de los de mis relatos— también creo que intenta subrayar que para muchas personas la normalidad es sentirse extraño, diferente, excluido, distanciado socialmente —yo me incluyo entre estos últimos y por ello en cierto modo me siento relativamente cómodo en este confinamiento e incluso empiezo ya a añorarlo—.
-¿Cuáles son los recuerdos de tu infancia que más se recuperan en tus textos?
- Yo creo que en el propio hecho de escribir permanece ese deseo de seguir siendo un niño, jugando, imaginando, divirtiéndose, evadiéndose, resistiéndose a crecer y ser domesticado… Yo siempre cuento que el primer relato que escribí fue un día que, de niño, en el campo, con mis hermanos, me herí en un dedo y mi madre me dio un cuaderno en el que comencé a escribir, casi espontáneamente, un cuento en el que contaba precisamente que seguía jugando con mis hermanos, subiéndome a los árboles… En cuanto a aspectos más concretos, hay algunos temas recurrentes, por ejemplo, los locos, porque yo vivía junto a un manicomio; o la timidez, porque yo era un niño terriblemente tímido –y lo sigo siendo—, que sufría mucho por ello; o mi madre, que como ella solía decir decía era madre y padre a la vez —mi padre murió cuando yo solo tenía tres años—; o, ya más adelante, en la adolescencia, mi barrio, la Txantrea, un barrio obrero y peleón, el instituto, las chicas, los bares del casco viejo de Pamplona, el rocanrol, las broncas con la policía…
-¿Cómo se combinan la lengua y la literatura en la mente de un filólogo? ¿Cómo es que te convertiste en uno?
- Bueno, supongo que se combinan de manera natural. Yo estudié filología porque me gustaba la literatura y pensaba que me podía ayudar a escribir, me imagino que algo me ayudó, pero en realidad me formé como lector y escritor fuera de la universidad, leyendo otros libros y viviendo otras experiencias. La carrera me decepcionó un poco, parecía consistir todo en hacerles autopsias frías y desapasionadas a los libros, en lugar de intentar comprender qué era lo que los mantenía vivos, por qué te emocionaban o te conmocionaban. Por lo demás, en realidad nunca he ejercido como filólogo, cuando acabé de estudiar comencé a trabajar en fábricas, almacenes, fui barrendero, también escribía en periódicos, y sigo haciéndolo (y de hecho, ahora, me considero más periodista que filólogo).
- Háblame de ¡Oh, Janis, mi dulce y sucia Janis!, de su exégesis creativa y su referencia, ¿cómo surge Dick Grande?
- Surge casi de un modo casual, aunque podría señalar dos detonantes. Una es, precisamente, mi experiencia como barrendero (el personaje también lo es). La otra, que empecé a escribirlo porque yo había publicado un libro titulado La polla más grande del mundo, una recopilación de colaboraciones de prensa: el título era una broma, un chiste, hacía referencia a una gallina gigante. La cuestión es que abrí un blog para promocionarlo y resultó que empecé a recibir un montón de visitas, miles cada día, supongo que no eran aficionados a la literatura sino pajilleros, pero de todos modos eso me hizo pensar en que podría aprovechar el tirón y así fue como me inventé a Dick Grande, un barrendero esmirriado que de repente, accidentalmente, se convierte en estrella del porno. Me sentía muy cómodo, muy libre, escribiendo aquello, seguramente es mi libro más gamberro. Ahora mismo no sé qué pensar, no sé si estoy muy orgulloso de él, pero a la vez me parece que fue el libro en el que más cerca estuve de encontrar eso que los escritores llamamos una voz, un estilo propio y original.
- La historia de Stephanie Draheim me parece muy novelable, ¿sabes algo de ella?
- No, acabo de buscar ahora en Google, veo que también tiene que ver con el porno, en ese sentido me viene a la cabeza otro actor de ese mundillo que en cierto modo hace realidad la ficción que yo inventé (el esmirriado que se convierte en una estrella del porno): me refiero al Niño Polla. El mundo del porno es muy literario, sí, conviven en él el éxito, la tristeza, el placer, la sordidez…
- Si es que hay un hilo conductor entre todas tus novelas, ¿cuál sería?
- Creo que ese interés por los personajes extraños o excluidos, como Piluka, en los que me reconozco a mí mismo. La literatura es para mí, entre otras cosas, un mecanismo de compensación para mi timidez y mi extrañeza. Otro hilo conductor es el humor. Cierto costumbrismo, también, aunque con esa mirada hacia los márgenes. Y el inconformismo. La idea de que quizás la literatura no sirve para cambiar el mundo pero hay que escribir como si pudiera hacerlo, que es algo que decía creo que Camus.
- ¿Es Pamplona la verdadera ‘Ciudad retrete’?
- Sí, claro, cuando escribí ese libro imaginé una ciudad, Jamerdana, un territorio mágico en el que pudiera reconocer mi ciudad pero que a la vez también pudiera identificarla alguien que viviera en cualquier otra ciudad, Bilbao, Madrid, México D.F. Ahora vuelvo a recuperarla en un libro que debería haber salido ya, creo que se publicará en julio. Es una novela sobre el Rock Radikal Vasco, que yo viví con mucha intensidad, y curiosamente tiene que ver con lo que me has preguntado antes, porque en él confluyen muchos de los hilos conductores de mis novelas y cuentos anteriores, y que quizás habían quedado sueltos. Se titulará Tratado de hortografía.
- ¿Por qué escribir las biografías para niños de personajes como Beethoven, Franklin y Mozart?
- Fue un encargo, con el que, por cierto, tuve muchos problemas para cobrar los derechos. He escrito a veces cosas así, por encargo, aunque siempre acabo llevándolas a mi terreno, dándoles mi estilo y disfrutando con lo que hago. Creo que a los chavales, de hecho, les pueden gustar mucho estos libros
- ¿Qué tan difícil es un lector infantil?
- Es complicado sí, ellos no tienen piedad con el autor, si no les gustas te abandonan sin miramientos. Con las personas mayores me ha sucedido lo mismo, ya no están para perder el tiempo, ni para tonterías, y si tienen que decirte algo no se cortan un pelo.
- ¿Todos los lectores somos niños de diez años?
- A mí escribir para ellos me ha ayudado a intentar mantener siempre la tensión, o a saber cómo llevar al lector por las páginas como si los montaras en una montaña rusa, mis libros de cuentos en ese sentido son yo diría que tragicómicos, con subidas y bajadas. Por otra parte, en mi caso al menos y en el de la gente de mi generación, creo que permanece ese sustrato de los libros que leíamos a esa edad, los libros de aventuras, La isla del tesoro, Colmillo blanco, El corsario negro, y a los que yo he intentado rendir homenaje en algunas de mis novelas de aventuras, como Los dueños del viento o Diez mil heridas.
- ¿Qué representa para ti la obra fotográfica de Clemente Bernad?
- He tenido la suerte de trabajar con él, por ejemplo en Kaperu, la versión de Caperucita Roja que escribí (en la que Caperucita es rapera, hace grafitis, y que viene acompañada de fotos de Clemente sobre la búsqueda de Marta Sánchez, una chica asesinada y desaparecida en Sevilla, en ese bosque que son las grandes ciudades; el cuento pertenece a una serie de versiones de cuentos clásicos en la que han participado algunos de los escritores españoles más destacados, Manuel Rivas, José Ovejero, Marta Sanz, Belén Gopegui…), como decía, he tenido la suerte de trabajar con Clemente en ese y otros proyectos, y la oportunidad también de conocerlo bien, compartir muchos momentos y conversaciones… De la obra de Clemente yo destacaría esa mirada, esa militancia política –en el buen sentido— y social que hay tras cada fotografía, esa intención de hacer que los demás pongamos también la mirada en ciertas cosas, de un modo inteligente, de modo que veamos más allá de la imagen y lleguemos a las causas que generan los conflictos o las injusticias. Me gustan mucho, por ejemplo, las fotos que hace de objetos abandonados en la calle (ahora, por ejemplo, unos guantes de látex), y me parece que tienen que ver también con algo de lo que hemos hablado, esa manera de mirar en los márgenes.
- ¿Qué simboliza para Patxi Irurzun ser padre?
- Supongo que como para cualquier otro padre es algo que no se puede comparar con ninguna otra cosa. No quiero idealizarlo, porque también es un camino lleno de baches y obstáculos, aunque también es cierto que los conflictos con tus hijos te ayudan a mirarte a ti mismo y a veces a partes que desconocías o que no te gustan o que ya has dejado de ser. No te gusta, por ejemplo, saber que a veces has acabado convertido en aquello que odiabas, una especie de policía antidisturbios. Pero bueno, la paternidad compensa todo. A mí además me ha dado mucho literariamente (en la última novela, Tratado de hortografía, también hablo de eso, de los conflictos con hijos adolescentes)
-La literatura es una noticia que permanece noticia, solía decir Ezra Pound. ¿Qué es la literatura para ti?
- Es un poco todo esto de lo que hemos hablado, mi manera de socializarme, vencer mi timidez, o de seguir subido a los árboles, también de contribuir en algo a intentar que este mundo sea un poco mejor, al menos para quienes me leen y pueden pasar un rato divertido o emocionarse conmigo.
- ¿Qué es lo mejor que nos dejará la cuarentena cuando todo esto pase?
- No lo sé, me gustaría decir que, en medio de todo esto dolor y devastación, hemos aprendido algo, a parar de vez en cuando y darnos cuenta de qué es lo importante y prioritario, a qué debemos dedicar más tiempo: las personas con las que vivimos, o socialmente a las personas esenciales (los trabajadores sanitarios, las cajeras, los profesores…, y también, por qué no, a los que nos dedicamos a la cultura; la gente que realmente mantiene en marcha el motor del mundo, como decía Dalton Trumbo al final de Jhonny cogió su fusil) … Pero no soy muy optimista y creo que cuando todo esto cabe no tardaremos mucho en volver el mundo anterior, iremos a comprar a los centros comerciales en lugar de en las tiendas del barrio, nos estresaremos con el trabajo, volverá a haber recortes en sanidad o educación mientras se aumentan los gastos militares y el control social (con el antecedente, no quiero pensar que intencionado, de esta cuarentena). Me parece, en fin, que Piluka volverá a lavarse las manos una y otra vez, cuando ya nadie lo haga, y que todos la volverán a considerar una puta chalada maniática.
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