Miguel Ángel estaba ahí esa tarde, de casualidad, como casi todo lo que pasa. Salía de visitar a un compañero y vio a una mujer y a su hijo pequeño desguarnecidos en la parada de colectivos con la lluvia y el viento de octubre que venía del mar. Miguel Ángel tenía 24 años por ese entonces y hacía pocos meses que su vida se había dado vuelta como un trompo. Ahí nomás se ofreció a alcanzarlos, ¿cómo no, si él también iba para el centro? La señora aceptó la generosa invitación y en el breve viaje conversaron sobre temas más o menos pasajeros. Al llegar a Luro e Independencia, donde ella se bajaba, en vez de agradecerle le propuso como recompensa leerle la mano. Miguel Ángel un poco se rió, otro poco no le importó y con eso le extendió la mano sin convicción. La señora, mirando cada pliegue, le empezó a hablar de la vida suya, la de Miguel. Muchos años después él recordaría esas palabras como una “verdadera radiografía de su pasado”. Pero antes de bajarse del auto, la mujer lo miró fijo y también le habló preciso del futuro: “Te vas a casar con alguien que conociste por carta”.
Miguel Ángel había sido un muchacho jovial, hablador y aventurero. Integraba la brigada 601 de Mar del Plata por aquel 1982 y había respondido con arrojo cuando lo reclutaron para ir a Malvinas. Pero la guerra es la guerra, y un 3 de junio, cansado y con el frío inimaginable de las 6 de la mañana, se enteró de que un misil inglés había dado en un Director de Tiro y el impacto alcanzado a cuatro soldados argentinos. Su posición era bastante lejos de ahí, pero igual quiso llegarse, porque temía lo que al final había pasado. No le decían nada, o le decían que había algunos heridos, pero no, los cuatro -hoy todavía los recuerda, sobre todo a dos de ellos, Oscar y Pascual, como amigos íntimos, marplatenses como él, hermanos de la vida- habían muerto. La pena lo ahogó ese día todo y ya nada, nada fue lo mismo. La desdicha del sobreviviente es cargar con la cruz de los afectos que ya no están, pero también con la sombra de lo que hubiese pasado si un minuto antes o un minuto después, si un centímetro acá u otro más allá, si tal o cual decisión hubiese sido distinta a la de cada momento, si él mismo podría haber hecho algo. Ese mismo día aciago, cuando anochecía en la isla, Martín, un compinche de Balcarce que oficiaba de correo, se le acercó con cariño y piedad. Se le sentó a los pies de la cama, le preguntó cómo se sentía y sin esperar la respuesta abrió su morral de cuero, revolvió su mano dentro de unos cuantos papeles, sacó un sobre de tantos por azar y se lo entregó a Miguel Ángel.
-Es para vos -le dijo. Después golpeó sus piernas en señal de desconsuelo, se levantó y Miguel otra vez se quedó solo, con lo que quedaba de él y con la carta de una desconocida.
29 de Abril de 1982
Santa Teresita
Querido Soldado:
Me resulta difícil comenzar esta carta, quizá porque no sé a quién irá dirigida, o porque, simplemente, no sé qué decir.
Así empezaba la carta, y así continuaba intentando precisar los fundamentos, la razón de ser.
A partir del momento en que escuché por radio que podría escribir a cualquier soldado que no reciba correspondencia de nadie, no dudé en tomar esta lapicera y esta hoja, ya que no tengo ningún allegado allí y siento deseos de comunicarme con alguno que esté viviendo la difícil situación de defender Nuestras Malvinas.
Puedo imaginar cómo te sientes, y la soledad que te rodea, a pesar de estar en ese ambiente con todos compañeros en tu misma situación.
Por eso, para que no te encuentres solo, y lejos de lo que amás, yo te escribo, queriendo comenzar de este modo, una comunicación.
Quiero que tú contestes esta carta, que me cuentes lo que sientes allí, quiero que me brindes tu amistad como yo te la estoy dando ahora.
La carta viajaba desde Santa Teresita, en la provincia de Buenos Aires, y así dice de ella la desconocida.
Querido soldado… yo tengo una familia aquí, padre, madre, una hermana de 19 años y el novio de ésta. Pero, a pesar de eso, me siento sola. Tengo una sola amiga. Santa Teresita es un pueblo, no muy poco conocido, pero sí poco importante. Tal vez lo conozcas, aquí viene mucha gente en las temporadas de verano. Es Mar del Plata en miniatura.
Todas las cartas pretenden, de una u otra manera, su respuesta. ¿Cómo se logra de alguien a quien no se conoce, que está en el confín del mundo, que quién sabe siquiera si regrese?
No se si llegarás a conocerme algún día, o si yo podré verte a ti.
Bueno, no quiero llevarla mucho a la larga. Solo deseo que me escribas.
Soy sincera, suelo ser más simpática a veces, si es eso lo que notaste en esta carta, pero por ser la primera, no me animé a mostrarme como realmente soy, y también por timidez, defecto muy común en mi.
Bien, todo está en vos.
Te deseo toda la suerte del mundo, como así también a los que te acompañan.
Te imagino valiente y bien preparado.
Si no deseas contestarme, quiero que sepas que no estás solo y que aquí, en este pueblo, hay una chica que quiso darte una amistad.
Hasta Siempre.
Laura Leticia.
Todavía hoy recuerda Miguel Ángel que leyó la carta una vez, la guardó, que después la volvió a sacar y a leer más despacio. Y dice también que se sintió extraño. Que todo eso que le pasaba no entraba en una persona. Era él.
Empezó la respuesta ese mismo día, como grito. ¿Escribir o no una carta a una desconocida desde esa desesperación? Al final decidió esperar que el tiempo pase y, al día siguiente, con la mesura que da el amanecer, se puso a contestar su carta a la desconocida con nombre propio: Laura Leticia. Luego, el correo, hizo su parte.
La historia que aparece en los manuales y en los informativos sobre el final de la guerra de Malvinas es conocida. No tuvieron que pasar muchos días más para que el 14 de junio terminara de una vez. Miguel Ángel conservó la carta como reliquia adentro de una marmita a pesar del tiempo transcurrido antes de poder volver a su Mar del Plata. Recién para julio o agosto decidió escribirle ahora desde tierra firme. Para ese entonces, ya había recibido una segunda carta. Esta vez con su nombre y apellido.
En las célebres cartas de Kafka a Milena le dice que hablarse de esa manera era como conversar con fantasmas, porque el otro está ausente, sin cuerpo. El espectro se exagera cuando encima se avanza a tientas en el diálogo, hablándole a una persona sin rasgos, más que los trazos en una hoja de papel que iban desde Mar del Plata hasta Santa Teresita y volvían, como esta, desde Santa Teresita a Mar del Plata.
Querido amigo:
Acompañando esta carta, van mis más cálidos y sinceros deseos de que te encuentres bien, habiendo ya superado ese problema de salud que mencionabas.
Es curioso pero ya comparto plenamente tus sentimientos. El recibir tus cartas y; esas tarjetas tan tiernas me hace muy bien; la dulzura de tus palabras, siempre románticas y ese suave perfume, van alimentando mi imaginación, poniéndole un rostro a este amigo tan misterioso.
Hay muchas preguntas que quisiera hacerte, como tal vez tu también me harías a mi. Siempre hay un toque de tristeza y mencionas penas y dolores en tu palabras y no sé porque. Quizás sea por tu pasado en la guerra o tal vez por algo más reciente… No sé.
Inevitablemente, lo que aparece por primera vez en esta historia distante de Laura a Miguel es el tema del encuentro.
Me gustaría contarte algo de mi, de mi vida. Ya que sé que nunca nos vamos a conocer, y no es que sea pesimista, sino que así lo siente mi corazón y mi alma. Quizá me equivoque, de todas maneras, sería lindo conocernos primero por dentro, saber que nos rodea, quienes no rodean y cómo son nuestras vidas.
Y, en eso, la incógnita sobre el otro y su circunstancia.
No me gustaría inquietar a alguien que pueda estar a tu lado; aunque te digo que sería lindo que ese alguien comparta nuestra amistad, ya que es todo y lo único que nos une.
El primer encuentro de cuerpos presentes fue programado para el 28 de diciembre de 1985: tres años y seis meses después de aquella primera carta. Miguel Ángel viajó hasta Santa Teresita pero ella no llegó a tiempo (ella le confesaría después que no le había creído porque pensaba que era una broma por el día de los santos inocentes). No había nadie en la casa, y Miguel Ángel, como un soldado, se quedó esperando lo que había que esperar. Y así pasaron las horas. Todavía recuerda cuando vio venir caminando, junto a una señora, a una rubia hermosa, con pantalón blanco y blusa gris. Estaba seguro de que era su Laura Leticia.
Las cartas, a partir de aquel encuentro, se intercalaron con los viajes, y después vino el compromiso (en julio de 1987) y el casamiento (en ese mismo diciembre), cumpliendo al pie de la letra la predicción de la señora del auto. Miguel y Laura tuvieron dos hijos. La vida siguió para ellos dos como una historia feliz. Hasta que Laura enfermó y desde el 27 de julio de 2016 reposa en el espacio reservado para los héroes de Malvinas, en el cementerio de Mar del Plata. En su despedida, Miguel Ángel le escribió la última carta.
Y toda mi vida está llena del más puro sentimiento que da la pasión en todo su esplendor. Te quiero en el espacio infinito, en el tiempo sin límite y en la eternidad del más puro amor.
* La transcripción completa de las cartas de Miguel Ángel y Laura con sus imágenes están publicadas en el archivo digital del Centro de Documentación Epistolar.
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