Muchos lectores se vuelcan a ordenar sus libros durante esta cuarentena. Pero ¿cuáles son los mejores criterios para clasificar la biblioteca personal, ese universo íntimo siempre amenazado por el desorden? ¿Por género y temática, alfabético por autor, por idioma? En esta nota, destacados escritores y expertos revelan sus métodos y dan claves para organizar la biblioteca. Infobae Cultura dialogó con el Premio Cervantes nicaragüense Sergio Ramírez, el mexicano Juan Villoro, el argentino-canadiense Alberto Manguel, la cordobesa María Teresa Andruetto, así como con la licenciada en bibliotecología María Silvia Lacorazza, quienes también se definen sobre algunas disyuntivas para los bibliófilos: ¿Prestar o no sus libros? ¿Deshacerse de volúmenes que ya no se leerán o conservarlos?
Desde Nueva York, Manguel afirma que es sencillo elegir el método apropiado de clasificación para una biblioteca. “El que le sea más fácil. Si usted reconoce los libros por tamaño y color, póngalos así. Si usted reconoce por género, póngalos así, si necesita un orden alfabético, haga ese. Uno tiene que sentirse cómodo y eso es lo más importante, pero al mismo tiempo saber que va a reflejar su identidad”.
El ex director de la Biblioteca Nacional argentina y estudioso de la lectura cree que no es casual que muchos se dediquen a acomodar libros en estos días de pandemia. “En momentos de confusión buscamos el orden de cualquier manera que sea. Poniendo en orden nuestra despensa, lavando la ropa que no lavábamos desde hace semanas, arreglando la casa, arreglando la biblioteca. Da la ilusión de que el espacio en el que vivimos tiene algún sentido que seguimos manejando”.
Lacorazza, presidenta de la Asociación de Bibliotecarios Graduados de la República Argentina (ABGRA), sostiene que el criterio de clasificación de los libros dependerá de la necesidad del lector. “Se puede pensar en una biblioteca con una colección general que abarca todos los saberes y entonces es necesario ordenarla por temas. Una colección que sólo tiene novelas, poesías, teatro, cine, entonces la ordenaríamos por género y autor bajo ordenamiento alfabético. Muchas veces también se hace un ordenamiento de obras de literatura por el país de origen del autor. ¿Por color y tamaño? Se lo dejo, tal vez, a un escenógrafo o decorador”.
Tanto Ramírez como Andruetto consideraron en algún momento ayuda para ordenar sus bibliotecas. El nicaragüense lo concretó hace unos cuantos años, mientras que la primera escritora en lengua española en ganar el Premio Hans Christian Andersen desistió por la pandemia.
El autor de Adiós muchachos contrató a una profesional y a su regreso de un largo viaje encontró todo listo. "No había todavía un sistema de clasificación digital, sino que era a mano. La señora había hecho un lindo trabajo, tenía unos ficheros de madera muy bonitos. Pero cuando volví a ver alrededor no sabía dónde estaban los libros. Se habían perdido. Para encontrar un libro tenía que ir al fichero, como que estuviera en una biblioteca pública, eso me escamó”.
La biblioteca fue volviendo al orden visual en que Ramírez la tenía. “Los libros funcionan para mí conforme a mi propia memoria”, apunta el novelista y cuentista. Y se enorgullece de que, si alguien le pide un volumen, “inmediatamente me pongo de pie, sé en cuál esquina, en qué estante, está ese libro y te lo traigo en un minuto, como el bibliotecario más ducho del mundo. Pero solo yo lo sé”.
Desde su casa en el pueblo de Cabana, cerca de Unquillo, María Teresa Andruetto cuenta que, aunque el desorden es parte de su forma de leer, “ya era mucho”, y había hablado con una persona para que le ayudara a reordenar su biblioteca. “Pero justo vino la cuarentena y no podíamos llevarlo adelante. Fueron pasando los días y empecé a ver que tenía el tiempo para hacerlo. Un tiempo que es un tiempo real, por una parte, y es también como un tiempo de introspección".
Esa tarea de varias horas diarias durante unas tres semanas implicó "una revisión de lecturas y una revisión de mi vida también. Tengo 66 años, estoy justo en un momento en que uno empieza la vejez. Entonces me encuentro acomodando una biblioteca que tiene libros de cuando era chica, algunos de mis padres. Después, durante mucho tiempo, no pude comprar libros, todos los años de la dictadura y demás, y entonces es la biblioteca de la democracia para acá”, indica la autora de libros para niños y adultos.
Juan Villoro da su punto de vista desde Ciudad de México: “Borges dijo que ordenar una biblioteca es ejercer una forma de la crítica, porque evidentemente vas estableciendo jerarquías y vas de alguna manera pensando los libros que ya tienes al ordenarlos”. Y aclara: “Esto suena muy sugerente y ciertamente lo es, pero yo pertenezco a ese grado de bibliómanos bastante desordenados que nunca acaban de poner realmente sus libros en la clasificación adecuada”.
¿Cómo ordenan los escritores sus bibliotecas?
Villoro, Ramírez, Andruetto y Manguel explican a través de Zoom los criterios para acomodar sus libros, mientras van mostrando a Infobae Cultura algunos sectores de sus bibliotecas.
El escritor y cronista mexicano especifica: “Tengo más o menos control sobre una sección no muy grande, porque tampoco soy un acaparador de libros, de obras en lengua castellana, que están ordenadas alfabéticamente. Todas estas obras son del siglo XIX a la fecha. Y luego tengo otra de literaturas de otros idiomas, también del siglo XIX a la fecha, bastante bien ordenada alfabéticamente. Una sección de libros clásicos, es decir libros anteriores al siglo XIX, ahí en cierto desorden. Tampoco tengo tantísimos, entonces pueden convivir en desorden sin que eso sea muy problemático”.
“Y luego una sección de consulta, de ensayos literarios, dividida en dos partes: una de teoría, filosofía, etcétera, y la otra, ensayos puntuales de literatura, casi toda ella latinoamericana. Luego tengo una parte de libros de rock y cultura popular, cine, antropología y una sección, esa sí totalmente caótica, de crónica y periodismo”, dice el ganador del Premio Herralde con El testigo.
“Quizás la parte más valiosa desde el punto de vista de su especificidad son los libros de fútbol”, que por cuestiones de azar “es más amplia que la que tendría la mayor parte de las personas y más difícil de reunir, porque pues ha sido productos de viajes, regalos”, analiza Villoro. Su biblioteca personal, asimismo con una sección de poesía dividida entre libros en español y en otras lenguas, reúne entre 3.000 y 4.000 volúmenes.
Con trinar de pájaros de fondo, Ramírez revela desde Managua su orden personal. “Los libros de literatura los tengo clasificados por países y además por antigüedad. Pero en eso no cuento los clásicos, que para mí son los latinos, los griegos. Esos están en un estante aparte. Luego tengo los libros que son muy singulares, que no están clasificados en otra parte. Por ejemplo tengo la colección de Borges que editó Siruela, que para mí es un tesoro porque eso ya no existe más, en tapas de cartón. Son unos 30, 35 títulos, que es lo que a Borges le gustaba leer”.
“Claro, tengo una biblioteca de literatura argentina aparte, que empieza con las obras completas de Borges que compré en Buenos Aires en uno de mis viajes y me ocupó toda la valija (se ríe). Tengo ahí a Bioy Casares, Cortázar, etcétera. Y tengo también la colección Ayacucho, que es toda la literatura latinoamericana desde los orígenes de la independencia, de la colonia, que es formidable también”, apunta el escritor nicaragüense.
Asimismo el ex vicepresidente de Nicaragua entre 1985 y 1990 dedica bibliotecas aparte a la historia de Nicaragua y Centroamérica y a Rubén Darío. Su biblioteca personal cuenta con unos 12.000 volúmenes y “siempre sigue creciendo, porque el vicio de comprar libros no se termina nunca”. A la par, en su pueblo natal Masatepe, Ramírez abrió una biblioteca pública en la fundación que lleva el nombre de su madre, Luisa Mercado. “Tiene unos 6.000 títulos y está formada sobre todo por literatura hispanoamericana. La mayoría de los libros de literatura latinoamericana y española están ahí. Esos libros sí están clasificados profesionalmente, porque son de uso de colegios de la zona”.
Andruetto también explica cómo ordena sus alrededor de 8.000 volúmenes, distribuidos por género y orden alfabético por autor con el entorno de las sierras cordobesas: “La casa está hecha como a lo largo. Entonces el pasillo todo es biblioteca, este lugar donde trabajo es biblioteca, y una ampliación que hice también es biblioteca”.
Su biblioteca cuenta con una zona de narrativa extranjera “de distintas procedencias, mezcladas, pero tengo más literatura europea y norteamericana. Después tengo una parte que es narrativa argentina, una de las más importantes. Tengo otra de narrativa hispanoamericana y una sección de ensayos, que ahora reestructuré. Y tengo una zona grande de y sobre literatura infantil, lectura, construcción de lectores, porque ese es un campo de trabajo para mí, y muchos libros para chicos y jóvenes, algunos muy bellos. Y poetas de distintas lenguas, tengo una zona de poetas hispanoamericanos y un mueble grande de poesía argentina y una parte más arriba de poesía argentina”.
“Solo algunos libros los he sacado de ese orden, ya sea por la belleza de la edición o por alguna cuestión especial”, señala la narradora y poeta, autora de Stefano. Aclara que su biblioteca es sobre todo “de lectura, no es la biblioteca de un coleccionista”. Mientras reacomodaba sus estanterías, “he releído cosas, me he sorprendido de cosas, también, claro, en el medio ha transcurrido la vida”.
María Silvia Lacorazza coincide en que, al ordenar la biblioteca, “vamos haciendo un racconto de nuestra vida a través de nuestras lecturas, descubrimos y recordamos los libros que nos gustaban en la infancia, en nuestra juventud, esos que prometimos releer, esos que adquirimos con tanto entusiasmo y nunca leímos. Es nuestra vida por los libros y los libros para nuestra vida”. Nuestras elecciones en cuestión de lectura “hablarán de nuestra personalidad o por lo menos de nuestros gustos, de nuestro recorrido de vida a través de las lecturas. Por eso lo importante de tener una biblioteca nutrida para todas las etapas de la vida y para cada uno de los lectores que haya en casa”, agrega.
Y la presidenta de ABGRA da un consejo para preservar el orden: “Una vez que establecimos nuestro propio sistema de ordenamiento, debemos mantenerlo siempre. Es preferible ir haciendo una pila de libros aparte, hasta encontrar el momento para ordenarlos, que colocarlos en cualquier parte del estante apresuradamente. Cómo gestionar la biblioteca personal dependerá de la cantidad de libros que la constituyan, ya que puede ser que necesitemos un simple inventario, una plantilla de Excel o un software integral de biblioteca. No es lo mismo recuperar una obra entre 200 libros que entre 10.000”.
Manguel cuenta que, cuando tenía su biblioteca entera de 40.000 volúmenes montada en Francia, “había un orden que estaba dictado en parte por el uso que yo les daba a los libros y en parte por el espacio mismo. La había ordenado sobre todo dividiéndola en la lengua en la cual el libro había sido originariamente escrito. Entonces había una gran sección inglés, una gran sección castellano, una gran sección francés, secciones menores italiano, portugués, alemán, ruso, chino, aún de lenguas que yo no puedo leer, los libros estaban en traducción”.
“Allí estaban mezclados todos los géneros, biografía, ensayo, ficción, poesía, teatro. Dentro de esa regla, como en cualquier regla, había muchas excepciones, porque hay secciones que yo uso mucho y quería tenerlas todas juntas", comenta. Había autores con sus propias secciones, como Borges, Dante, Kipling, Cervantes y Goethe, y otras secciones temáticas, por ejemplo una sobre teología. “Teníamos toda una habitación de literatura policial, se llamaba la habitación del crimen”, evoca el escritor, que aclara que “no tolera el desorden de ninguna manera”.
En Nueva York reorganizó una “pequeña biblioteca móvil" de unos 1.000 libros, que van y vienen del depósito en Montreal. "Aquí la división es otra, es puramente temática. Entonces tengo por ejemplo toda una pared sobre Maimónides, porque estoy escribiendo una biografía de Maimónides”, indica el autor de Una historia de la lectura, cuya biblioteca también cuenta entre otros con secciones de Dante y Cervantes. “Tengo toda la colección de Harvard de literatura del renacimiento. Hay una gran sección de libros sobre mitología griega y romana, los clásicos griegos y romanos, porque los usamos mucho”.
Manguel analiza que la mayor parte de los lectores individuales siempre han elegido categorías “que pueden parecernos caprichosas” en sus bibliotecas y menciona sus dos preferidas: “Una es la disposición de libros que hizo el gran estudioso de la iconografía renacentista Aby Warburg a principios del siglo XX en Hamburgo, donde dispuso su biblioteca de forma oval, para que no haya ángulos que delimitaran artificialmente secciones. Allí los libros estaban puestos por asociación”.
“La otra biblioteca que me encanta era la del moralista Joseph Joubert. Sabemos cómo era porque Chateaubriand la describe y dice que era la única biblioteca en la que no había nada más que los libros que le gustaban a su lector, a Joubert. Y, para que eso fuera cierto, Joubert arrancaba de los libros las páginas que no le gustaban. Entonces los libros estaban muy destartalados, por supuesto, pero él podía decir: 'aquí no hay ningún texto que a mí no me guste’".
Primer dilema: ¿conservar todos los libros o deshacerse de algunos?
Sin llegar tan lejos como Joubert… ¿conviene hacer lugar en los estantes desalojando libros que no nos interesan?
“De pronto es bueno hacer una pequeña purga, porque ya no caben los libros”, sostiene Villoro. “Todos los que nos convertimos en bibliómanos acabamos de alguna manera abrumando a las personas que conviven con nosotros. Porque hay libros sobre una mesa, en una silla, en un pasillo. Los libros van desbordando su zona de contención y no pueden entrar al lugar que les corresponde”.
“De vez en cuando, al revisar los estantes, me doy cuenta de que absurdamente tengo libros a veces duplicados y en ocasiones que he conservado por una casualidad innecesaria, porque son libros que no quiero tener. Entonces ahí sí pues los expurgo”, afirma el narrador mexicano, quien los dona a una biblioteca de barrio en Coyoacán y a una biblioteca pública en el estado de Jalisco.
Hay libros de los que cuesta desprenderse, admite Ramírez. “A veces me pongo a hacer repasos de libros y voy metiéndolos en cajones. Después voy a revisar los cajones y empiezo a sacar de nuevo y digo 'no, de este no me quiero deshacer todavía'. Yo sé que en Masatepe es como que los tuviera aquí, porque puedo ver en línea el catálogo y mandar a pedirlo”.
Andruetto, por su parte, comenta: “De algunos me he quitado, pero son libros que llegaron a mí no sé cómo, de divulgación o de autoayuda. Si no los conservo, aún por ejemplo una novela que no me guste. No es que guarde solo los libros que me han gustado mucho. Sé cuáles me han gustado realmente y también dan cuenta de eso las marcas de lectura”.
"Nunca me he deshecho de libros como la gente hace la limpieza de la biblioteca. Sé que, si en algún momento tiro un libro, al día siguiente voy a necesitar ese libro precisamente. Todo libro que llega a mi biblioteca es como esos huérfanos que depositaban en la puerta de la iglesia: los recibo”, dice Manguel. Y aclara: “Hay un solo libro en toda mi vida que he tirado a la basura, que es American Psycho de Bret Easton Ellis. Me parece un libro infecto en el sentido concreto de la palabra”.
Segundo dilema: ¿prestar?
El préstamo de los libros es otro de los temas que se vuelve notorio al acomodar la biblioteca, sobre todo si se descubre que varios ejemplares ya no habitan en sus estantes.
Andruetto es partidaria de prestar: “He vivido prestando, prestando y perdiendo, como todos. ¡También lamentando! Es como una doble cosa, porque cuando acomodaba la biblioteca también veía cuántos libros no había recuperado de préstamo. De hecho, les puse unas líneas a algunos amigos. Por un lado, enseñé, durante mucho tiempo tuve talleres, y entonces un poco por la necesidad del otro y un poco por el entusiasmo de uno para que el otro no se pierda ese libro que a uno le parece que no debe perderse, lo ofrece o cede al pedido. Es una circulación, así es la lectura”.
Villoro también se muestra a favor de los préstamos. “Y en parte por eso he perdido libros. Pero creo que tiene que ver con el grado de posesión que tienes tú ante los libros. No he tenido nunca esta sensación del coleccionista de que tiene que tener una biblioteca completa, al menos por regiones. Porque evidentemente toda colección está incompleta. Es el gran dilema, el gran frenesí del coleccionista, que en realidad él acaba siendo coleccionado por su propia colección, porque no la puede tener nunca totalmente acabada. En el caso mío, como no tengo este ánimo, pues perder libros sí me duele, me molesta, me irrita, me parece un descuido por momentos imperdonable, pero convivo con eso”.
Y reflexiona: “Una de las cosas más angustiantes es que buena parte de los libros que he leído no están conmigo. No sé en qué momento los presté o alguien se los robó o se perdieron en una mudanza”. El escritor mexicano menciona que por ejemplo recientemente buscó La broma de Milan Kundera y no pudo encontrarlo entre sus libros.
Lacorazza señala sobre la disyuntiva de los préstamos: “Para un bibliotecario… sí o sí, es la esencia de ser una biblioteca al servicio de los lectores. En una biblioteca personal es diferente, siempre tenemos los preferidos, o los más valiosos por su costo, por lo que significan, si están dedicados por el autor, si es un único ejemplar o de difícil ubicación, etcétera. Seguramente estos no se prestan; pero aún con el riesgo de que no vuelva, cuando a un amigo o conocido le prestamos un libro que nos pareció bueno, no dudemos y confiemos. Si no vuelve, es como un hijo, hay que dejarlo ir”.
“Yo sé que los libros prestados tienen un derecho natural de no devolución”, sopesa en tanto Ramírez. “Es por eso que soy muy celoso de mis libros, además para eso está la biblioteca pública que tenemos en Masatepe. Aquí a esta biblioteca realmente entra muy poca gente que me venga a decir que se va a llevar un libro prestado”.
Y Manguel afirma sin vueltas: “Tengo un cartel en mi biblioteca, que es una cita de Hamlet, el consejo que le da Polonio a su hijo: ‘nunca pidas prestado ni prestes’. Pienso que quien presta un libro alienta al robo. Entonces yo no presto ningún libro. Si quiero que usted lea un libro que yo tengo, se lo compro o se lo regalo. Pero nunca lo presto”.
Tercer dilema: la biblioteca... ¿dónde?
Respecto de qué sitio elegiría para montar una biblioteca, Lacorazza aconseja: “por lo general se buscan ambientes donde los libros estén con las condiciones ambientales de preservación y conservación adecuados. Pero tampoco debe resultar un lugar poco accesible e inalcanzable. Se puede armar una biblioteca en los diferentes ambientes".
Sugiere por lo tanto colocar en la cocina libros de recetas y alimentación, en el lugar de trabajo, la biblioteca de estudio, y "en los dormitorios de los niños y niñas, los libros de cuentos infantiles para que ellos mismos hagan su propia elección”. "Son pequeñas colecciones que entre todas conforman la gran colección. Para los libros de consulta, como diccionarios, enciclopedias, colecciones especiales, antiguos, u otros más valiosos, estos tal vez estarán más resguardados en muebles o bibliotecas cerradas”.
Manguel considera que el lugar ideal es “¡toda la casa!”. Y resume: “La definición de biblioteca es el espacio que siempre queda chico para los libros que uno puede poner en él”.
La biblioteca, el espejo de una vida leída
Ya sea que estén recién clasificadas o en pleno desorden ¿en qué medida nos reflejan nuestras bibliotecas? “¡Muchísimo! Ese fue el tránsito, la experiencia que sentí en esas tres semanas que estuve enfrascada en esa vida leída, esa vida de lectores. Me veía a mí, muy fuertemente, en esos libros, en ese recorrido de lectura”, opina Andruetto.
“Por ejemplo muchos libros son ediciones muy baratas, lo que habla de una lectora que no siempre tuvo dinero para comprar libros en ediciones más costosas. Veía muchos libros emparchados o con anotaciones de juventud. El cambio de mi letra, desde que tenía 12, 13 años, y hoy que tengo 66, con el uso de los teclados de por medio. Muchos libros dedicados, entonces también ese cariño de los otros”, enfatiza la escritora cordobesa.
Ramírez complementa que “es el espejo de cada quien. Si no me resultara tan cursi, diría que es un espejo del alma, porque uno está reflejado en lo que lee”. Y Villoro concluye que “una biblioteca dibuja lo que fue una persona, sus curiosidades, sus obsesiones, sus carencias. Porque también uno advierte que faltan libros esenciales en toda biblioteca. Creo que en este sentido es una radiografía interior, un espejo para vernos por dentro”.
SEGUIR LEYENDO: