En su nueva novela, Baño de damas, Natalia Rozenblum (Buenos Aires, 1984) aborda la recuperación de los sueños postergados de una mujer de más de 70 años que busca una segunda oportunidad luego de la muerte de su marido, al descubrir que muchos de sus deseos continúan intactos. La novela tiene como protagonista a Ana Inés, una mujer jubilada que comparte su vida con un grupo de amigas y con su hija de 50 años, y un día decide disputar la presidencia del club donde diariamente practica aquagym, y animarse a profundizar el vínculo con Antonio, un hombre al que conoce desde hace mucho tiempo.
La historia rescata el cuerpo femenino como lugar de sensibilidad y deseo pese al paso del tiempo, y contrapone el discurso dominante acerca de que a una determinada edad las personas carecen de motivaciones y se vuelven dependientes. “El problema no es la gente que envejece sino una sociedad que tiene como valor supremo ser joven o parecer joven y en consecuencia la palabra de ese otro pierde interés”, advierte la escritora. En esta entrevista, la autora de Los enfermos y de los libros objeto Cuaderno de escritura y Cuaderno de creatividad contó cuáles fueron las motivaciones qué la llevaron a escribir esta novela, editada por Tusquets.
—¿A partir de qué situación o hecho surgió esta novela?
—La situación disparadora ocurrió en una ducha de un club del barrio donde yo hacía natación. Eso fue hace unos diez años. Una señora mayor se quedó desnuda frente a mí y algo de eso me impactó: vi a esa mujer y empecé a pensar que a cualquier edad el deseo puede seguir vigente. Quise explorarlo y romper con el discurso de que los mayores ya no hacen nada o no tienen motivaciones, porque yo misma conocía y fui conociendo en esos años muchas personas que eran más vitales que los jóvenes. No digo que sea la regla, pero creo que la generalización achata y que tenemos que salir de la lógica del mercado que solo nos valora si somos productivos.
—El vínculo madre-hija está presente en la novela. ¿Qué te interesó que se jugara en esa relación?
—Me gustaba la idea de mostrar que no todas las personas mayores por su edad tienen ganas de que se ocupen de ellas. El otro día en un comentario que hicieron de la novela en Vorterix, sumaron una información del Barómetro de la deuda social con datos de la UCA que dice que el 70% de los adultos mayores son autoválidos y el 80% dice que son felices. En el caso de Ana Inés y su hija pasa algo de eso: ella se maneja muy bien sola y la aparición cada vez más frecuente y sin aviso de la hija en su casa, la molesta. Después, como todas las personas, ellas también tienen sus propios temas en relación a ese vínculo.
—La segunda oportunidad para la protagonista es el tema principal de esta historia. ¿Pensás que los deseos no cumplidos durante la juventud es algo propio de esa generación, o es más característico de las mujeres?
—No sé qué viene primero, si la gente que se comporta de cierta forma y construye un modelo o a la inversa, pero sí estoy segura de que hubo generaciones donde el deseo no era lo primero sino por el contrario regía la idea de obligación. No creo tampoco que esto esté erradicado y lo pienso en el siguiente sentido: hay obligaciones, sí, pero poder investigar nuestros deseos también debería ser una prioridad. Y no me refiero a convertirnos en hedonistas, porque a veces pueden confundirse ambas cosas. Hay algo muy hermoso que dice Jim Carrey en el documental Jim and Andy. Él habla de su padre como un tipo muy muy divertido, pero en un momento por un trabajo que podría darles un mejor pasar, se mudan de país. El padre empieza a aplacarse, trabaja unos treinta años ahí y un día, cuando ya es bastante grande, lo echan. Jim Carrey decodifica eso de la siguiente manera: si haciendo algo que no te gusta te puede ir mal, no hay nada para elegir. Hay que hacer lo que te gusta. El problema, creo yo, es que muchas veces la gente no sabe lo que le gusta.
—La enfermedad y el paso del tiempo flotan en la trama como lo que puede impedir lograr un deseo postergado. En ese sentido ¿cuál es el lugar que la sociedad les da a los adultos mayores?
—La sociedad los cataloga como enfermos o como niños. Por supuesto que con la edad aparecen achaques, pero eso no es lo único, y me parece que muchas veces se sienten excluidos. Siempre tuve mucho trato con gente mayor, desde que soy chica que me gusta relacionarme con ellos. El problema no es la gente que envejece sino una sociedad que tiene como valor supremo ser joven o parecer joven y en consecuencia la palabra de ese otro pierde interés.
—Los personajes de la novela son de clase media, de un barrio porteño pero podría extenderse a otra región del país, argentino medio podría decirse. ¿Por qué te interesó retratar esa clase social y ubicada en un ambiente citadino?
—La novela transcurre en un club de barrio, ese es el espacio real más allá de que los personajes puedan circular por otros lugares. En cuanto a la clase social, no quería que el tema de la plata se convirtiera en el eje de la historia. Ana Inés tiene algunas cuestiones al respecto, pero trabajó toda la vida, algo que no es tan frecuente en las mujeres de esa generación.
—La amistad es otro de los temas que está presente en la novela al igual que la vida en el club, como una segunda familia. ¿Pensás que eso es lo que caracteriza a la mayoría de los adultos mayores hoy o más bien prevalece el tema de la soledad?
—Me gustaría que prevalecieran los lugares de encuentro, pero me parece que no es lo que ocurre. Creo que la mayoría está sola, lo cual no sería un problema si fuera una elección, pero muchas veces incluso están solos teniendo familia porque se pone el foco en atender necesidades urgentes o cotidianas y no en una escucha profunda de ese otro. A veces parece que llamarlos o visitarlos es hacerles un favor. Deberíamos aprender a corrernos un poco del adultocentrismo en el que vivimos y disfrutar de esos encuentros.
Fuente: Télam.
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