Lo primero que me gustó de Paola Soto fue no conocerla. Si no me engaña la memoria fue en Buenos Aires y al acabar una lectura o conferencia, en ese momento en que la gente te lleva un libro tuyo o suyo, para que se lo dediques o para que lo tengas. Cuando terminé de firmar mis obras, hubo una cena y allí fueron conmigo las que me habían dado mis colegas: haría lo de siempre, echarles un vistazo al volver al hotel o, si ya era tarde, durante el desayuno. Entre esos tomos había uno que me gustó y mucho: se llamaba Mal abrigada, lo editaba una marca llamada Peces de Ciudad, como la canción de Sabina, y tenía un prólogo de mi adorada Elvira Sastre. Empecé con la habitual mirada de tanteo, “en la otra mesa hay dos personas que se encuentran por primera vez / como tú y yo, / se abrazan sin precedentes, estoy segura, / porque las primeras veces se notan.” Pues a lo mejor ser un buen poeta consiste justo en eso, me dije, en ver eso que no está a la vista aunque lo hagan quienes tienes delante. Seguí para confirmar que el resto era igual de bueno y al terminar, cuando la diferencia horaria permitió que lo hiciese, llamé al editor de Valparaíso en España, que sabía que buscaba autoras y autores jóvenes de calidad con los que alimentar su sello: “Acabo de leer a una mujer que me ha encantado, se llama Paola Soto, si yo fuera tú, la publicaría.” Mi amigo se echó a reír: “Ya la tengo, está fichada, pronto formará parte de nuestro catálogo.”
Me gustó no conocerla entonces porque me pareció de una discreción exquisita el que me hubiera ido a dar su libro, que ni estaba dedicado, y no me dijera una palabra. También me pareció que podía ser lo mismo un indicio de timidez que de seguridad en sí misma: aquellos versos no necesitaban a la autora, se presentaban y defendían solos. Pronto hablé de ella, ya en España, con otras jóvenes realidades como la propia Elvira Sastre, Loreto Sesma o Sara Búho, y a todas les gustaba. No tardamos mucho en conocernos en persona, no recuerdo dónde, pero sí que fue algo breve, poco más que un saludo y unos segundos de cortesía. Pero sus poemas y yo éramos ya buenos amigos.
A Toda esta distancia se le notan los años, es un libro que no ha perdido nada de lo que había en Mal abrigada pero sí tiene un grado mayor de profundidad y de acabado –me niego a hablar de madurez en una autora que no ha cumplido los treinta–, que ya la delatan como una poeta consolidada: Paola Soto sabe lo que hace y cómo conseguirlo. Sus versos tienen una suerte de perfección de aires leves, que está ahí pero no en primera línea sino de un modo sutil. En resumen, que están bien estructurados, no dejan nada al azar sino que obedecen a una meditación –“vuelo sobre mí / para verme desde arriba”, dice– y si parecen al mismo tiempo frágiles y sólidos es porque tienen un plano, como todas las construcciones que no se hunden, en este caso bajo el peso de la mirada de quien lee. Algunos trucos los llenan de magia, por ejemplo, su dominio de la enumeración, que asoma desde el texto con el que se abre el libro y es el centro de otros como “Un balcón”, y su destreza para el cierre sentencioso, contundente, que suena bien porque en la poesía los portazos tienen su música, cuando se sabe darlos.
Paola Soto habla de la pérdida y la distancia que “se volvió una sombra” y que sueña que “sirva para volver”; se autorretrata con la melancolía de alguien cuyo cuerpo “cuando está triste duele / cuando sonríe duele igual” y que sabe que esté donde esté una persona abandonada, ese sitio va a ser un espacio en blanco, donde lo que ocurrió allí ha sido tachado: “Es agotador volver, / no alcanzo a llenar este lugar yo sola.” Como dice otro de los poemas de Toda esta distancia, para quien se ha quedado sola el problema no es que todo se detenga, sino que siga girando “en este mundo pequeño / que dejaste solo / y no se detuvo.”
Aquí se habla de la tristeza y del tanto por ciento de rabia que conlleva: “no puedo llorar sin arder”; se nos recuerda que pocas cosas son tan peligrosas como las que te destruyen sin tocarte y también que quien no se rinde y lucha, no puede volver de ese más allá interior que es la nostalgia, esa tierra de nadie, ni del pasado ni del presente, hecha de arenas movedizas. Hay fronteras emocionales que nada más puede cruzar quien vaya “descalza y furiosa.”
Paola Soto tiene cosas que decir y sabe contarlas, ser su intérprete sobre el pequeño escenario de cada poema, desde el cual actúa con la capacidad de persuasión necesaria para que los espectadores sientan que les hablan también de ellos, que se los representa en algún momento de sus vidas o las de los suyos.
Un buen libro es precisamente eso, un espejo al que otros se acercan a mirarse, a ver cómo son, fueron o no querrían ser, dependiendo de los casos. En Toda esta distancia se pueden mirar las y los lectores de paladar más exigente: les va a decir la verdad.
Benjamín Prado, Madrid, marzo de 2020
Dos poemas de la obra:
En tu silencio
Yo quepo en tu silencio
en la resaca del mar cuando me miras
en la torre de palabras que armas para decir
en el derrumbe que no pronuncias
en la parte del fuego que se cree indefensa
en el cansancio de un día que se alarga
en la lluvia tardía de tu otro yo
en el ahogo consciente y mudo
en el trino de los labios que te exige traducción
en el miedo de no poder explicarlo
en el desespero de saber que el silencio tampoco basta
en la angustia del diccionario vacío
de tus libros cerrados
de todo el blanco del universo:
ahí quepo yo.
Llévame.
Un viaje en auto a Mar del Plata
La vía que tomé para estar sola era una recta casi infinita,
como si el infinito tuviera espacio para pensar en ti
sin que no me falte nada.
Ese camino también me llevó hacia a mí,
todo comienzo es un pecho cóncavo,
y desde ese hueco saqué mis cosas para entenderte.
Yo me acuerdo de ti desde hace años,
pero lo que toca el tiempo lo rompe a ver qué pasa.
Por eso,
en esta recta casi infinita,
lo que salió de allí fue otro nombre,
un espejo con tus ojos,
el coraje puro de haberte llamado sol
sin entender que el sol también se cae
a la misma hora
todos los días.
Desde la flexibilidad del fin
me salió el corazón tan obvio
latiendo con bondad sin escucharse tanto
sólo haciendo
sólo vivir.
Mientras eso me pasaba,
la vía que tomé para estar sola
siguió siendo una recta casi infinita.
Vi un horizonte inmóvil y paralelo
unos animales simulando vida
unos cables llevando amor
y una hilera negra de carbón
con la forma intacta de las flores,
esperando al viento para morir en paz.
Un campo de girasoles quemados
sin girar
sin sol
sin caerse.
Y me sentí triste, mi amor.
Por fin
*Paola Soto realizará una presentación online de “Toda esa distancia” el viernes 12 de junio, a las 18.30, en su cuenta de Instagram @pawsoto
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