Hola, ahí.
En estos días me enamoré de un libro que no se parece a nada. Se llama Una guía sobre el arte de perderse, su autora es la ensayista y crítica estadounidense Rebecca Solnit y su libro encierra mucho de lo que me interesa. Un tema diferente, un abordaje original, una prosa riquísima y, en el medio, historias y más historias de vida.
Me gusta mucho cuando se arman cadenas literarias y de sentido, es como sentir que hay magia detrás de algunos libros. En este caso, me lo recomendó fervorosamente Flavia Pittella. Bueno, más que eso, me envió como regalo el ebook porque se dio cuenta de que era un libro para mí, dijo, y luego recibí el ejemplar de papel de Fiordo, la editorial que lo publicó. Ya había leído otro libro de Solnit, el famoso Los hombres me explican cosas, aquel que tiene el artículo por el cual en principio se supone que fue acuñado el concepto de mansplaining.
En este caso, el libro trata sobre la idea de perderse en la vida o perderse en el camino y en el modo en que lo escribe surge también un cierto perderse en la literatura. Hay algo con el dejarse ir, tentarse con la deriva y deambular incluso en la forma de narrar. Desparecer. Desaparecer y adoptar nueva identidad. Abandonar rutas seguras y correr el riesgo. Una guía sobre el arte de perderse -con traducción original de Clara Ministral- reúne nueve ensayos hermosos con historias diversas que confluyen en una misma idea: nada es seguro y siempre podemos perder oportunidades por el solo miedo a perdernos que tenemos todos.
En tiempos de encierro, este libro cobra otra dimensión y se aparece como una belleza cautivante y al tiempo que te maravilla te dan ganas de subrayarlo todo. El yo y la autobiografía que lo recorren no son centro sino compañía de grandes reflexiones sobre los lugares hacia los que no vamos por miedo o inseguridad y grandes historias vinculadas a la pérdida y a salirse de una ruta definida.
La prosa misma de Solnit es una deriva extraordinaria que actúa a la manera de un guía que te va mostrando historias como quien te muestra casas o monumentos, al tiempo que narra sus propios recuerdos asociados a aquello que está narrando y lo hace con total naturalidad. Las historias vinculadas a su familia del Este europeo que llegó a Estados Unidos tienen una fuerza apabullante. En esas páginas habla de la foto de Lewis Hine que ilustra este newsletter y dice que durante mucho tiempo imaginó que esa joven judía de Ellis Island de la foto era su bisabuela perdida (que no estaba perdida, o sí, pero para terminar de saberlo deberán leer el libro).
Me encanta una frase que dice sobre el idish, me parece de una sutileza y un refinamiento absoluto: “El idish es capaz de describir los defectos del carácter con la precisión con la que el inuit describe el hielo o el japonés la lluvia”, dice. Qué maravilla.
Y acá viene la magia de la que te hablaba: el concepto “azul de la distancia”, que es eje del libro y título de 4 de los 9 ensayos, lo conocí estos días a propósito del fresco “La expulsión de Adán y Eva del Paraíso” de Masaccio, una obra que me alucina y sobre la que leí y escribí para una de nuestras bellezas del día. Ese concepto de “azul de la distancia” explica la idea de fondo, de aquello que está más allá y se usa para hablar de perspectiva, profundidad y volumen. Es el azul de cielos, mares, montañas, tierras lejanas. “El color de esa distancia es el color de una emoción, el color de la soledad y del deseo, el color del allí visto desde el aquí, el color de donde no estás. Y el color de donde nunca estarás”, escribe Solnit.
Se me ocurre que así como es impactante descubrir textos y autores, en momentos tan especiales como el que estamos viviendo los clásicos tienen todavía mucho para decirnos. Se cumplieron 150 años de la muerte de Charles Dickens y todavía el adjetivo dickensiano o la idea de que algo de la realidad parece sacado de una novela del autor británico sigue vigente. Eso es un clásico. Decime si estos días de fin del mundo no están buenos para volver a algunos de sus textos, esos en los que te cuenta la miseria y la marginalidad de la sociedad del tiempo de la revolución industrial como posiblemente no lo haría ningún libro de historia…
Hablamos de libros y en Argentina asistimos a un momento clave para la cadena del libro. Por primera vez, en medio de la gran caída de ventas producto de la crisis económica y la crisis por el coronavirus, un gran grupo editorial comenzó a vender directamente a través de Mercado Libre y, naturalmente, las librerías pusieron el grito en el cielo. Acá te contamos los hechos y te explicamos sus efectos.
Recién te mencionaba a Masaccio y a nuestra sección La belleza del día, que empezamos a producir al comienzo de la pandemia y con la que aprendemos día a día. Es tal vez nuestra manera de reemplazar la imposibilidad de ver arte con nuestros ojos, ese placer inigualable que te permite pensar en quién estuvo detrás de una obra, las condiciones en que fue realizada, los deseos detrás de esas imágenes y también el tiempo histórico en que se desarrolló. Por ejemplo, este Schiele increíble. Todavía nos falta mucho para eso, pero en algunos países ese encuentro de primera mano con el arte ya comenzó y los ejércitos de personas con barbijos llenaron los museos.
Nunca imaginamos un mundo de humanos puro ojos, con narices y bocas reservadas para la intimidad. Nunca imaginamos convivir así con el miedo, tampoco. Pero nos adaptamos: ésa es finalmente la historia de la humanidad.
Hoy un amigo querido, compañero de trabajo muy joven y muy talentoso, de la edad de mis hijos, me mandó un cariñoso saludo de cumpleaños por whatsapp. Es fotógrafo y pertenece al grupo de los periodistas que cada día salen a la calle aún en medio de esta distopía viviente. “Qué raro todo, ¿no?”, le escribo yo en un momento.
“Ay, siii, lo raro también es que ya un poco me acostumbré”, me dijo con toda naturalidad.
Y terminó su mensaje con un jajajajaja sonoro y brillante que me hizo pensar una vez más en lo hermosas que son las risas jóvenes e ilusionadas.
Eso me gustaría para mí, pero como todo no se puede, ojalá al menos recupere pronto la ilusión.
¡Hasta la próxima!
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