En La parte enferma (Obloshka), mi segundo libro de cuentos, me interesaba construir personajes que tuvieran algo que les insistía, una determinación obsesiva que los impulsa a perseguirla de manera desesperada o un problema que no son capaces de resolver, que vuelve una y otra vez. Los personajes actúan, hacen cosas, trabajan, viajan -no dejan de hacer y estar en movimiento-, pero hay un trasfondo de sinsentido, de tristeza, de dolor. Y quería que la narración lo expusiera, situara a los personajes en cierto vacío.
Creo que estamos en un mundo que nos obliga a ser potentes, gozosos, emprendedores, celebratorios, realizados, activos y quería trabajar con personajes que tuvieran limitaciones, problemas o dificultades que reaparecen, y, en última instancia, un resto de dolor, aunque no dejaran de funcionar en el mundo, de buscar obsesivamente algo en algunos casos, o de vivir su vida. Quise trabajar con una lógica narrativa circular, aquello que insiste y que vuelve, lo acallado que horada; y con cierto mecanismo de huida hacia adelante o de no detenerse a reflexionar, que hace que los personajes vivan, actúen y estén en movimiento, pero no cambien en esos aspectos problemáticos. Buscaba inscribir en la narración, en esa lógica lineal de avance hacia adelante, la otra lógica, la de la repetición. Me interesa mucho la dinámica de la peripecia, de lo abierto que va sucediendo sin saber qué vendrá -sin que los mismos personajes lo sepan-, pero quería dar cuenta también de la persistencia, de lo que hay de circular en las vidas.
Este libro está narrado con una mirada muy pegada a las pequeñas cosas, a la cadena de eventos cotidianos que dejan entrever un trasfondo de extrañeza, de resistencia, de conflicto no expresado. Y buscaba que los detalles, las pequeñas situaciones de una vida, los diálogos aparentemente insignificantes abrieran a otra cosa, mostraran una fisura, algo quizás no comprendido por los mismos personajes, que viven de manera confusa, sin mucha capacidad de reflexión.
A la vez, quería detenerme en las situaciones, que el relato avanzara con lentitud, y que se fuera desplegando poco a poco. Me interesaba trabajar con una temporalidad pausada, detenida en situaciones y detalles y en el lento transcurrir. Quería incluso que la narración se demorara en algunas escenas, o se expendiera, y que esos momentos tuvieran cierta unidad más allá de la continuación del relato.
Yo pienso los cuentos como algo abierto, una especie de recorte de un momento o de un período. En muchos de los cuentos de este libro quise poner en evidencia las zonas conflictivas que tienen los personajes en aspectos centrales de sus vidas, pero sin llegar a una resolución. Quise explorar en varios de ellos la manera en la que ciertos vínculos de mucho tiempo se sostienen, todo lo que hace que se establezca una cotidianidad compartida, pero también lo que no funciona y se enquista. Me interesaba explorar las dinámicas cotidianas que sostienen el vínculo (incluso en su costado un poco ridículo), esa especie de ensamblaje o engranaje que se establece en una relación a lo largo del tiempo, pero también aquello que no se soluciona, no se habla, no fluye: ese doble filo presente en las relaciones. Incluso en las relaciones de una madre con una hija, quería trabajar las dificultades de un vínculo familiar con una madre bastante brutal pero también el sostenimiento de ese vínculo por parte de las dos. Me parecía que se podía mostrar, en todo ese vínculo conflictivo y brutal -aunque también lleno de vida-, una forma de amor y de ternura. La manera de amor y de ternura posible.
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