8 de junio de 2020
Una violencia física evidente, hacer este diario.
Para mí, una prueba de fuerza y resistencia.
A veces, un cansancio tremendo.
Pero una necesidad sin obligación externa.
Y una tensión por documentar, por señalar en tiempo real lo que sucede y lo que se siente.
Lo que aún quiero de estos tiempos es una calma sin mareos en la cabeza, y con la herida en la pata de la intempestiva Roma curada.
Firme pata izquierda con su herida.
En esta parte final del diario, quiero entender un poco más.
Los días de oscuro-oscuro han pasado a claro-oscuro, y el diario sigue el transcurso de ese animal que no se ve, y del sol.
Un diario con el ritmo oriente-poniente de los días.
Los tres volúmenes de las Esferas, de Peter Sloterdijk.
Los leí hace mucho tiempo.
El más fuerte proyecto de la filosofía en los últimos 50 años.
Sloterdijk hablaba de burbujas de inmunidad.
Inmunidad respiratoria. Las burbujas en que cada quien está.
El inicio justo ahí, en la barriga. Respirar un aire protegido.
Burbujas formadas también por el aire acondicionado: un aire dominado que presenta su propio verano e invierno e inventa técnicamente una primavera infinita.
Las esferas como sistemas de protección respiratoria están de vuelta en 2020.
Cada casa, una nueva esfera, comunidad de común oxígeno, como escribí en el diario de ayer.
Estamos todos así en 2020, torciendo el aire y domesticándolo, como un animal de circo.
Sintra. Hoy, en la calle, un brillo triste en las cosas.
El sol cae sobre las personas, los animales y las plantas y no se refleja.
O, al menos, no de un hombre hacia los demás hombres.
Cae sobre los humanos, el sol, y resbala.
Una hija con cubrebocas lleva a pasear, a paso lento, a su anciano padre sin cubrebocas.
Fingen que todo normal, que todo bien.
Caminan unos metros y después dan marcha atrás.
Los restaurantes, vacíos. Y las tiendas parecen vender a su vendedor, que está allí, apostado en la puerta.
En la calle, un nuevo instinto de zigzag.
Darles vuelta a los obstáculos que respiran y avanzan hacia nosotros.
Escucho y mis amigos me cuentan. En el cementerio más grande de América Latina,
São Paulo.
Filas de familias en espera de ceremonias fúnebres.
Muchas se llevan a cabo después de las 21:00.
Nunca se había oído tanto llanto por aquí en la noche, dice alguien.
En la noche, en el cementerio, había silencio total.
Hasta el espacio más reservado ha cambiado de murmullos.
Los nuevos vivos no dejan dormir a los anteriores muertos.
De sol, lo suficiente, y de viento, cuanto baste.
Camino como quien quiere llegar al punto más lejano de alguna tierra plana.
Estudiar el caminar. Quiero hacer un libro sobre la marcha.
Siento que se avecinan unos años de andares exteriores. En grupo y a solas.
Los dadaístas decían que sentarse por un solo momento en una silla "significa poner la vida en riesgo".
La verdadera vida se pone en riesgo por la silla.
Ahí viene la reacción.
En cada casa, cierta ira que quiere ponerse a caminar para aligerar y volver menos densa una mala energía.
En 1920, la comunidad de Friedrich Muck-Lamberty, en Alemania. Sólo un ejemplo (Safranski).
Hace cien años, precisamente.
Un nuevo Mesías, Lamberty. Un círculo (una comunidad) que caminaba.
Avanzaban en grupo hacia pequeñas ciudades, con música y constante alegría. Querían una vida nueva.
Después se disolvió, ese movimiento, que tenía una bandera azul con una cruz blanca en el centro.
Hegel decía que la verdad era un "delirio báquico en el que no hay miembro que no esté ebrio"
Esos miembros pueden ser personas que pertenecen a un grupo o miembros del cuerpo humano.
Los dos brazos ebrios, las dos piernas ebrias, la cabeza borracha allá arriba. He ahí una posible verdad. Una embriaguez de aire exterior.
Se avecina esa embriaguez verdadera en los próximos años. Es evidente.
“Fiel y leal, aspiro a un tiempo más bello”, escribió Hölderlin.
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