Fue, en palabras de Beatriz Sarlo, “el gran escritor de la segunda mitad del siglo XX argentino”. Juan José Saer murió en París el 11 de junio de 2005. Este año, cuando su novela Nadie nada nunca cumple 40 años, se cumplen también 15 años de su muerte. Ricardo Piglia no dudó en señalarlo como uno de los tres exponentes de la vanguardia postborgiana, junto con Manuel Puig y Rodolfo Walsh: era un novelista, decía, que buscaba “una forma mayor, un registro de la lengua que llamamos narración”.
Con un ritmo que pedía una lentitud para saborear las palabras y una puntuación original —un buen ejercicio es leerlo en voz alta—, Saer escribía desde la poesía. Baste como muestra la famosa cita de La mayor que recuerda a Proust: “Y decía que otros, ellos, antes, podían. Mojaban, despacio, en el atardecer, en la cocina, en invierno, la galletita, y subían, después, la mano, desde la taza de té, a la boca, dejaban la pasta azucarada, durante un momento, en la punta de la lengua, y en seguida, ¿y desde dónde?, subía, como un vapor, el recuerdo”.
Saer es una presencia constante en la literatura argentina. Sus influencias se pueden rastrear en autores tan parecidos y diferentes como Sergio Chejfec, Martín Kohan, Carlos Gamerro, Hernán Ronsino. Saer contagia una manera de leer y escribir que desborda lo poético y entra en lo político. “Tiene una gran capacidad para cifrar lo histórico y lo político”, decía Piglia, “y en eso es muy argentino. Porque en este país sabemos muy bien de qué modo lo político incide sobre lo privado, uno aprende muy rápido la manera en que los acontecimientos históricos tocan zonas privadísimas del sujeto. Y este es el tema de los novelistas: la relación entre lo privado y la esfera política”.
Estos son cinco libros indispensables para conocer la obra de Juan José Saer.
El limonero real (1974)
Dicen que Saer tardó nueve años en escribirla. La trama, joyceana, transcurre alrededor de un único día, el último día del año. Desde que “Amanece y ya está con los ojos abiertos” hasta que llega la noche y el protagonista, Wenceslao, se va a dormir. En medio de las fiestas y las celebraciones, Wenceslao sigue acosado por la muerte de hijo, seis años atrás, y el luto de su mujer, que vive en un estado de ausencia. Es una novela profundamente filosófica que encuentra en la literatura una función, si no redentora, por lo menos definitiva.
Nadie nada nunca (1980)
Dice Beatriz Sarlo en Zona Saer: “Cuando la descripción se impone, cuando incluso la narración parece una descripción, como sucede en algunos pasajes de Nadie nada nunca o de El limonero real, el tiempo (ese fantasma que la narración persigue como su verdadera materia porque lo narrado sucede en el tiempo) queda suspendido o su paso es casi inaprensible”. La inmaterialidad del tiempo no sólo es una destreza literaria, es también una declaración política. Nadie nada nunca, una de las grandes novelas escritas durante la última dictadura, tiene un tono pesadillesco en donde parece que el presente continuo es un límite de la experiencia. Una novela que se enreda en el género policial y que tiene en la matanza de caballos un misterio que mantiene en vilo a los personajes.
El entenado (1983)
Recordando aquel verso de Borges en el que decía que “ayunó Juan Díaz y los indios comieron”, la trama de El entenado sucede a principios del siglo XVI, cuando un grumete español se enrola en una expedición por el Paraná, que es capturada por los indios colastinés. Los indios son pacíficos, pero antropófagos: ¿por qué se comen a todos los marinos menos a él? Esa es la pregunta que se hará cada día que conviva con la tribu.
Glosa (1986)
Saer fue capaz de reunir a Faulkner y Joyce. La ciudad de Santa Fe, que es escenario de muchas de sus novelas, evoca en un punto a Yoknapatawpha —ese terreno ficticio donde transcurren novelas como El ruido y la furia y ¡Absalón, Absalón!—, pero también tiene una serie de coordenadas realmente existentes, como sucede con la Dublín de Ulises. Lo original en Saer es su facultad para escribir sobre una región sin apelar al regionalismo. Si en cada novela, muestra una destreza narrativa única, en Glosa la lleva casi al paroxismo. Las novelas de Saer se montan en dispositivos cada vez más pequeños: en esta ya no atestiguamos un día en la vida de una persona, sino apenas el trayecto de 27 cuadras. Dos personajes, Leto y el Matemático, que a cada paso tratan de reconstruir la fiesta de cumpleaños de un poeta a la que ninguno de ellos asistió. Glosa es una de las novelas más grandes novelas de la literatura argentina.
El río sin orillas (1991)
“No hay, al principio, nada. Nada. El río liso, dorado, sin una sola arruga, y detrás, baja, polvorienta, en pleno sol, su barranca cayendo suave, medio comida por el agua, la isla”. La oración inicial de Nadie nada nunca bien puede servir de marco para este ensayo híbrido —que abreva en el reportaje, el tratado, la autobiografía— donde Juan José Saer plantea su búsqueda literaria. Con el río como gran protagonista, Saer interpela a la realidad, la historia, la memoria, el lenguaje.
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