Su nombre era Tommaso di Ser Giovanni di Mone Cassai pero se lo conocía sencillamente como Masaccio (1401-1428), y es una de las figuras más relevantes del primer Renacimiento, pese a su corta vida. Se sabe poco de él aunque todo indica que ya vivía en Florencia en torno a 1417 y que formaba parte del gremio de pintores de la ciudad, donde se relacionó con artistas de la talla de los escultores Brunelleschi y Donatello. Fue entonces cuando recibió sus encargos más importantes como nuestra belleza de hoy, un fresco realizado entre 1425 y 1428.
La obra forma parte de un ciclo de frescos sobre la vida de San Pedro que decoran las paredes de una de las capillas de la iglesia de Santa María del Carmine, en Florencia y el proyecto fue encargado por Felipe Brancacci, un rico comerciante de sedas, con el fin de decorar la capilla que había mandado construir su padre, el también comerciante Piero Brancacci. El pedido recayó sobre un joven Masaccio y un pintor mucho más experimentado, Masolino da Panicale. Durante mucho tiempo se pensó que Masolino pudo haber sido el maestro de Masaccio, sin embargo estudios más contemporáneos demostraron que no era así.
En 1427, Masolino se fue a trabajar a Hungría y dejó a Masaccio a cargo de finalizar los frescos de la capilla, pero el chico murió al poco tiempo, con apenas 26 años, y terminó de completarlos Filippino Lippi. La Capilla Brancacci está pintada entonces por tres artistas diferentes, aunque la mayoría de la pintura es de Masaccio, heredero de Giotto y quien impresionó mucho a sus contemporáneos por su forma de trabajar. Los críticos resaltan su interés por la figura humana y aseguran que es a él a quien se le debe, entre otras cosas, la recuperación de la perspectiva lineal en la pintura, un uso de la luz más realista y la búsqueda de un mayor naturalismo.
Este fresco representa la famosa escena de la Biblia de la expulsión del Paraíso que se narra en Génesis, 3, aunque con algunas diferencias en relación con el relato canónico. En él el artista buscó resaltar las expresiones de angustia y vergüenza de los personajes que fueron expulsados del Paraíso celestial, cuyas puertas se ven detrás de ellos. Tradicionalmente se ha considerado que se pretende representar el pecado original y el alejamiento del hombre respecto a Dios.
Masaccio se atrevió a pintar por vez primera los cuerpos desnudos, una representación que no se veía desde el arte clásico. El artista muestra al hombre completamente desnudo mientras que Eva reproduce la postura características de las conocidas como Venus “púdicas”.
Tres siglos después de la realización de las pinturas, en 1670, Cosme III de Médici llegó al poder como Gran Duque de Toscana y ordenó cubrir la desnudez de los personajes. Así fue que se pintaron hojas de higuera para cubrir las zonas más íntimas de las figuras. Una restauración hecha en la década del 90 quitó la pintura añadida, así como el polvo y la suciedad, devolviendo el color original y eliminando las hojas que se pusieron para tapar a Adán y Eva.
La escena -que decora una de las pilastras de la capilla- está cargada de dramatismo y se destacan los rostros de la pareja y el gesto de Adán de llevarse las manos a la cara, así como la dureza y aridez del paisaje por donde se encaminan los personajes. Sus cuerpos desnudos están inspirados en las estatuas clásicas y en las obras de Donatello, con detalle de luces y sombras sobre los cuerpos. El fondo azulado inicia con esta obra la búsqueda de la perspectiva típica del Quattrocento.
Adán llora de manera desconsolada llevándose sus manos a la cara mientras Eva tapa púdicamente sus pechos y su sexo mientras levanta el rostro abriendo la boca en un grito de desesperación. Un ángel amenazante vestido de rojo les indica con el dedo que se marchen.
Es el realismo emocional de ese llanto, esa vergüenza y ese grito lo que aún conmueve a la humanidad.
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