La charla fue en vivo, hace algunas semanas. Tuvo esa dinámica, la de una charla pública, aunque al público no se lo veía y ni siquiera los autores o quien los entrevistaba estaban en un mismo sitio. Novedades de pandemia: todos estamos solos y al mismo tiempo todos podemos verlo todo. Tamara Tenenbaum (Reconocimiento de terreno, El fin del amor) y Pedro Mairal (La uruguaya, Salvatierra, El año del desierto, entre otros), dos de los más exitosos y celebrados autores argentinos de este tiempo, tenían pensado presentar juntos sus últimos libros, en ambos casos volúmenes de cuentos publicados por Planeta.
Breves amores eternos (Mairal) y Nadie vive tan cerca de nadie (Tenenbaum) no tuvieron finalmente una presentación festiva y tradicional sino que por razones de fuerza mayor el evento tomó otra forma y se convirtió en una suerte de gira textual, una presentación deslizada a lo largo del tiempo que se puede leer en el intercambio público de mails que ambos iniciaron en los primeros días de la cuarentena.
Lo que sigue es entonces la reproducción de ese encuentro virtual que se dio en el marco del ciclo “Los libros permanecen abiertos”, en el cual la literatura y sus procedimientos estuvieron en primer plano, aunque también hubo lugar para la risa, las emociones, las discusiones sobre temas de género y también para reflexionar sobre la libertad y el “todo vale” a la hora de la creación.
— ¿Cómo estás pasando la cuarentena, Pedro? ¿Estás solo? ¿Estás en pareja? ¿Estás con los chicos?
PM — Estoy en pareja con la madre de mi hija Lucía, con Inés. Acá estamos los tres. Y con un hijo de 19 que está en la casa de la madre y lo veo todas las noches por Skype. Así que ahí estamos, tres y uno que aparece en pantalla. (N. de la R.: en el último mail de intercambio con Tamara, Mairal cuenta que su hijo también está ahora con él)
— ¿Vos, Tamara?
TT — Yo vivo con mi novio, así que estamos él, yo y mi gato que para mí no debe entender por qué estamos usurpando su casa ¿no?
— Tami, ¿pertenecés al grupo de los escritores que están pudiendo escribir más o de los que están pudiendo escribir menos?
TT — Más o menos. Yo tengo muchos problemas pero escribir escribo siempre. Ese es un problema que no tengo, en general escribo. Entonces no estoy en mi mejor momento, pero escribo.
— ¿Pedro?
PM — Estoy escribiendo, gracias a este intercambio público de mails que estamos haciendo con Tamara estoy escribiendo. Siempre me sirve encontrar canales de escritura nuevos, raros, distintos. No puedo escribir ficción, porque lo que está pasando es una especie de novela distópica a toda velocidad, y me parece muy difícil inventar algo en esta situación donde lo que va pasando es en sí mismo una especie de gran ficción que uno parece que no se termina de creer.
— En alguno de esos correos, Tamara, decís que la ficción para vos es el espacio de la libertad. ¿Estar adentro de tu casa es no tener libertad para escribir ficción?
TT — No, no, para nada. Para nada. Pero a mí lo que me parece es que cuando digo eso lo que pienso es que es el espacio de la libertad porque, por lo menos a mí, cuando escribo no ficción, hay algo de la solidez... uno no puede decir que algo es verdad sin sostenerlo de alguna manera, ¿no? Si no, ya pasás a otro registro que es como falsa crónica. Imaginate que yo en una crónica mande fruta. Entonces, por eso, hay algo de la ficción en la que, bueno, lo único que hay es la fruta. En ese sentido a mí me parece liberador.
— Pedro, recién decías que necesitabas cosas nuevas y en general uno ve que necesitas géneros nuevos y que a lo largo de tantos años venís teniendo una obra literaria y ahora, a la par, tenésya una obra musical.También dentro de la literatura trabajas distintos géneros como la novela, como los cuentos, hacés poesía, y estuviste trabajando mucho en las viñetas, los perfiles cotidianos. ¿Por qué necesitas moverte por distintos géneros? ¿Qué es lo que te lleva a eso?
PM — Es una buena pregunta, esa. Nunca lo entiendo del todo. Me parece que hay algo de escape, de estar escapándome primero del aburrimiento, de cosas que siento que ya hice, entonces me voy para lugares nuevos. Cada vez que aparece la idea de escritura como una especie de obligación le escapo y me pongo a escribir algo lateral, como diciendo “esto no lo voy a publicar, esto no es literatura, esto no está bajo el gran ojo de la híper exigencia y de la autocrítica feroz”. Y eso me libera. Entonces me pasa esto de irme a la poesía, irme a los seudónimos, irme a la música. Siempre fui corriéndome de lugar porque necesito que algo se mantenga vivo en el uso del lenguaje. Eso es lo que podría decirte.
— Tamara, vos también escribís poesía, ensayo, escribís ficción, y ¡haces música en Instagram!
TT — Pero no tan bien como Pedro. (risas)
— Por ahora. Sos más joven, todavía podemos esperar. ¿Hay aburrimiento? ¿Hay necesidad de experimentar cosas nuevas? ¿Qué es?
TT — Sí, a todo eso. Yo recién pensaba por ejemplo en los mails que nos estamos mandando con Pedro, con los que volví a sentir que podía escribir cuando dije “ay bueno, me siento y hago esto que no entiendo para qué es, y no importa”. Como que hay algo de eso que por un lado te permite no pensar en decir algo importante, que para mí es clave, es como bajarte del banquito. Y después también, sí, eso de los formatos. O sea, hay algo del desafío que tiene que estar. De hecho por ejemplo para el próximo mail que le debo a Pedro estoy escribiendo mi primer pornosoneto.
— Epa.
TT — Que es algo que nunca hice.
— Con una diferencia, que lo estás haciendo ya con tu nombre, cosa que Mairal no hizo de movida con sus pornosonetos (risas).
PM — Es verdad. Se está animando a poner la cara de una. Muy bien.
TT — Eso lo hago siempre yo, eso nunca… Me sale bien, me sale mal, pero eso es siempre así.
— ¿Y cómo era lo de escribir los pornosonetos con seudónimo Pedro?
PM — Una gran libertad. (N. de la R.: la primera versión de los pornosonetos de Mairal salieron con la firma de Ramón Paz). Imaginate que uno estás siempre un poco atrapado en lo que yo llamo la información de solapa, que es tu fotito, tu cara, nació en tal lugar, tus libros, y con lo que vas construyendo un nombre de escritor digamos ¿no? Una especie de currículum al que pareciera que tenés que responder con cada libro. Y liberarme de eso, y liberarme de la idea falsa de que la poesía siempre es más autobiográfica que la ficción. También, inventar un personaje. Me dio una gran libertad eso, me permitió ir mucho más lejos con más cosas, con aspectos de la poesía en los que yo necesitaba ser más clásico que lo que suelo ser, más bestia de lo que soy, o sea, me permitió ir mucho más lejos en algunos aspectos, creo. Eso fue el seudónimo.
— Y construir personajes femeninos, como los de algunos de tus cuentos. ¿Eso también te permite una exploración de otro tipo? ¿Qué pasa cuando construís un personaje femenino y completamente alejado de pronto de lo que podés llegar a ser vos en tanto hombre?
PM — Quizás no sea tan alejado, ese es el tema, ¿no? Me parece que cuando escribo un personaje femenino no pienso tanto en “cómo pensaría una mujer esto”, sino que pienso “cómo piensa esta chica”, esta mujer, específicamente. Me parece que voy a lo individual primero y las circunstancias individuales de alguien, lo que le está pasando en esa historia y, después, si es hombre o mujer. Te doy un ejemplo, en El año del desierto, donde la historia va para atrás, me convenía que fuera una mujer el personaje porque los derechos de las mujeres cambiaron muchísimo más en el siglo XX. Entonces me convenía que fuera una mujer el personaje. Si era un tipo, no había mucha diferencia entre un tipo del 1800 y uno del siglo XX. Entonces por eso a veces aprovecho algunas cosas de los géneros. Pero no son tan definitorios del personaje.
— En el intercambio de mails con Tamara en un momento mencionas un cuento de su libro, que se llama “Otro instrumento”, en ella construye un personaje masculino. Ahora le quiero preguntar a Tamara cómo fue eso de construir un personaje masculino en ficción.
TT — Sí, yo pienso un poco eso que dice Pedro de lo que te sirve. No lo había pensado, pero es verdad le contaba a Pedro que ese personaje la verdad que salió de una canción que se llama “Dulzura distante” que es de Fernando Cabrera, un cantautor uruguayo que a mí me gusta mucho, y que tiene una canción que en una entrevista que no pude volver a encontrar cuenta que es la canción de amor a su profesora de coro.
PM — Para mí te lo inventaste eso (risas).
TT — Pero esperá, ¿no cierra re bien con la letra?
PM — Sí, sí. Pero quiero pruebas.
TT — La idea de “lograr la nota” solo sale de ahí. En ningún otro lado te dan nota si no es en un coro. Bueno, eso es lo que yo inventé evidentemente, pero me gustaba también esa idea del nene enamorado, porque a mí me daba más aire, más libertad en el sentido de que quizás es una tara mía, pero había algo en hacer a una chica enamorada del profesor que me parecía que ya estaba hecho.
— Claro.
TT — Me sonaba un poco estereotipado. Seguro que se puede hacer bien, o sea, no digo que no se puede hacer bien, solo que para mí era todo el tiempo estar atenta a un estereotipo, o atenta a hacer algo que ya se hizo. Y aparte me encantaba esta idea porque además yo hablo con varones, tengo muchos amigos varones, y les pasaba: estaban todos enamorados de sus profesoras, y más algo así como de la profesora de coro, no es algo muy bizarro, es obvio. No sé si habla como varón, no lo pienso. O sea, sí me interesa explorar esa sensibilidad pero en ningún momento pensé en parodiar el habla de un varón o viste, como esa cosa medio parodiar a un chabón, como “el chabón”. No me parece que eso represente necesariamente el modo en que habla un varón, ni el monólogo interior de un varón atormentado. A mí me gusta mucho que en esos cuentos lo que sea vea no es tanto cómo habla esa persona en público sino cómo se habla a sí misma, que es re distinto para mí.
— En ambos libros uno lo que puede encontrar son las cuestiones del amor, si bien no siempre son lo central, pero aparecen las formas del amor. Y al mismo tiempo, en el intercambio que hacen ustedes, en esos mails que son maravillosos y que ya forman parte de la obra de ustedes, hablan también de lo que tiene que ver con esto. Hay un momento en el que Pedro, hablando creo que de la idea de la masturbación, menciona algo así como que hoy se descubrió la masturbación femenina y es una liberación eso, y habla del hombre deseante que hoy es visto como un “pajero”. ¿Cómo es eso Pedro?
PM — Que temita. Me parece eso; me parece que por todo lo que se empezó a volver visible y que no lo era, una cantidad de situaciones de abuso que sufren las mujeres, me impresionaban mucho esos intercambios donde alguien dice bueno, empiecen a contar cosas que les pasaron en la calle, en el colectivo, y todas las mujeres tienen una historia o dos o más de exhibicionistas, cosas horribles. Entonces de pronto se vuelve visible todo esto y creo que -y creo que está bien-, y eso de algún modo contamina también el deseo masculino en general. De golpe todos los hombres quedamos como unos pajeros, ¿no? Y manifestar el deseo masculino de golpe queda contaminado con eso, queda contaminado con situaciones de abuso. Entonces me parece que el péndulo se fue para este lado de una manera necesaria pero en algún momento debería entenderse el deseo masculino como un deseo que no está mal. Y hay otro deseo que es abuso y que es otra cosa. digamos. ¿Se entiende eso? Estoy caminando sobre hielo fino porque…
— Estás cuidadoso…
PM — Lo que pasa es que, está bien, estamos aprendiendo todos ¿no? Yo tengo muchas cosas para aprender y estoy escuchando. Entonces por eso digo, sí, estoy súper cuidadoso. Y me parece que también hay que entender eso, que estamos todos aprendiendo el nuevo paradigma.
— El tema del deseo masculino está muy fuerte por supuesto en La uruguaya, pero uno de los cuentos de tu nuevo libro, Un verano feliz, pone el acento en esa insatisfacción de que el deseo masculino no sea visto como lo que es, en el caso de un matrimonio. Esto es algo que también aparece bastante en tu obra y que tiene que ver con el hastío, o el hastío de la familia tradicional. Tamara, ¿cómo ves lo que estaba diciendo recién Pedro?
TT — No, yo creo que, bueno, por suerte soy mujer entonces puedo ser menos cauta. Creo que no solamente tenemos derecho a equivocarnos sino que realmente todos todavía no tenemos en claro qué es equivocarse. Nadie tiene todavía la Biblia de “esto es equivocarse y esto no”. Hay algunos límites que estamos discutiendo y hay un montón de cosas que están en discusión. Y por eso para mí es muy problemático eso, que tengamos miedo de hablar, que tengamos miedo de equivocarnos, de preguntar, de pensar. Me interesa mucho generar como por un lado una esfera pública donde eso no sea una razón para no participar. Y, por otro lado, en la ficción directamente yo soy defensora del todo vale. Y, de hecho, a mí los retratos de los pajeros de Mairal me parecen una cosa profundamente feminista por donde se la mire. Me impresiona mucho que alguien no los vea de esa manera porque a mí es lo que más me gusta, porque lo que él encuentra siempre para mí es la vulnerabilidad que aparece en la discusión masculina, que es muy interesante. Porque en general, y no se me ocurre ninguna excepción, por lo menos en los textos de Mairal que yo leí, que son muchos porque soy muy fan, no se me ocurre ninguno en donde el deseo masculino no aparezca siempre como con su agujero, ¿no? O donde aparezca desde un lugar de la entereza, como del macho canchero. Siempre que hay un macho canchero a la página siguiente se ve medio en ridículo. Porque todos somos eso, no porque seas varón es eso. Pero me parece que en este sentido yo siempre pienso que la perspectiva de Mairal, antes y ahora, es feminista, lo sepa, lo diga o no.
— Pedro, vos arrancaste en la literatura con Una noche con Sabrina Love digamos, ese retrato de una prostituta, ¿sentís que con todo lo que pasó eso influye en el modo en que hoy te enfrentás a la ficción? Digamos, ¿escribís distinto ficción luego de lo que está pasando y de todo lo que es esta especie de revolución de las mujeres?
— Yo creo que sí. Si bien coincido con Tamara que en la ficción no hay que ponerse, digamos, barreras, me parece que hay algo que tiene que quedar bien separado: lo que es uno como ciudadano que opina, por ejemplo yo ahora en este momento opinando, y otra cosa son mis personajes. Y yo no coincido moralmente con mis personajes y la literatura no tiene por qué dar un mensaje educativo ni estar mostrando lo que se debe hacer ni nada así. Ponés el ejemplo de Una noche con Sabrina Love, y ese libro, por ejemplo, para mí muestra el machismo tremendo al que son sometidos los chicos de 16, 17 años, por los hombres adultos diciéndoles “bueno, ahora cuando la veas a esta mina tenés que hacerle esto, hacerle esta otra cosa”. Hay una cosa muy invasiva, muy horrible con respecto a ese trato. Que en general no se habla porque por supuesto que lo que les pasa a las mujeres a esa edad es mucho más fuerte y claramente abusivo. Pero la manera en que los tipos se meten con los adolescentes varones enseñándoles pesimamente la educación sexual, es horrible, yo lo quería mostrar en esa novela. La gente que Daniel se va cruzando, los tipos que lo van levantando haciendo dedo, le van diciendo cosas monstruosas.
— Tamara, en tu caso siempre apareciste como reconociéndote dentro de lo que es el feminismo pero al mismo tiempo sos de las feministas que dicen “vengan muchachos”, súmense. ¿Cómo es eso? ¿siempre fue así?
TT — ¿Por qué yo lo vivo así? Quizás es una cuestión sobre lo que yo pienso en general de la política y de cómo se construye comunidad, creo que es con todes, me parece que es así. No se me ocurriría cómo construir por afuera de eso. Y por otra parte porque también me parece que el feminismo es una forma de pensar nuestra relación con la cultura, con el sexo. Es algo que excede por mucho a las mujeres, digo, de hecho hablamos de disidencias. Y también el feminismo habla de un montón de cosas que tienen que ver con el trabajo impago, habla también de los cuidados. Ahora que estamos hablando por ejemplo todo el tema de la vejez, que es algo que ha tomado el discurso finalmente con esto de la pandemia, ¿no?
— Sí.
TT — Y el feminismo tiene hace mucho muchas reflexiones sobre qué pasa con esta hegemonía de la juventud, y esto de la gerontofobia. Los primeros lugares donde yo leí este tipo de planteos, antes de que existiera incluso el concepto de gerontofobia, fue en el feminismo. Porque a las mujeres se las descarta con muchísima facilidad cuando son viejas, comillas con dos dedos porque vieja a veces tenés mi edad. Me pasa que, bueno, por eso, siento que el feminismo es una tradición que no tiene nada que ver con la guerra de los sexos, que para mí eso siempre fue un invento del mercado incluso. Para mí el discurso ese de la guerra de los sexos siempre perteneció a ese lugar. Cuando decimos que todos estamos aprendiendo nos referimos también a las feministas Y nosotras estamos aprendiendo también cómo comunicar, cómo contestar.
— Pedro, recién Tami mencionaba la palabra “chabón” y yo pensaba que hay una importante literatura “chabón” en la literatura argentina, que tu literatura no tiene nada que ver con eso. Contame un poco qué pensás en relación con la lengua cuando trabajás las ficciones, cómo trabajás esa lengua.
PM — Mira, es una constante batalla entre la tradición literaria y el habla cotidiana. Y esa batalla se resuelve frase a frase. Es como un tironeo, lo que es para mí escribir bien, de una manera literaria, cultural, y después cómo se lo explicaría a un amigo digamos, a una amiga. Cómo le explicaría algo. El estilo de cada uno es la resultante entre esas dos fuerzas. A mí me interesa mucho vincular la escritura a la fuerza de la lengua hablada. Porque la lengua hablada tiene esa cualidad de estar todo el tiempo sacándose filo porque necesita funcionar. Tenés que convencer, tenés que hacer reír con la lengua hablada. Tenés que enamorar, mentir. O sea, cumple una cantidad de funciones el lenguaje cotidiano que hace que esté vivo, que se mantenga vivo. Entonces, por lo menos yo intento vincular la escritura a esa fuerza. Que no quiere decir vulgarizar el lenguaje sino tratar de acercarlo a ese lugar donde suena natural.
— Claro, no es tampoco, digamos, la técnica de grabador.
PM — No, es que vos lo sabés bien, vos grabás a alguien y lo desgrabás exactamente y no funciona eso.
— No, claro.
PM — El tono que tiene Holden Caulfield en El cazador oculto, que parece que te está hablando, eso a Salinger le dio muchísimo trabajo. Y se parece un poco a lo que dice Tamara, que me gusta mucho, no tanto pensar cómo habla un personaje sino cómo se habla a sí mismo. Eso me encanta. Me parece una gran formulación.
— Tami, ¿y vos, que también tenés una lengua muy directa a la hora de escribir, qué te proponés con la ficción?
TT — A mí también me gusta mucho el tema del habla. Y soy muy de copiar conversaciones que escucho. O sea, en casi todos los cuentos hay alguna frase que no es mía sino que la escuché en un colectivo, o algo así, y a veces es una de las mejores frases. A veces es la frase que para mí inventó todo el resto del lenguaje del cuento. Creo que porque también me pasa que me gusta mucho tomar cosas ajenas, entonces a veces puede ser una influencia de un autor, algo así, pero otras es solamente una forma de hablar cuando conozco a alguien. Me pasa mucho con los taxistas, por ejemplo. Soy muy fan de hablar, yme doy cuenta a veces cuando subo con mi novio a un taxi que él mira para otro lado, especialmente cuando es un taxista de derecha al que no le interesa conversar, viste. Y a mí me interesa siempre. Me acuerdo una vez que tomé a uno que hacía algo que era genial, que usaba muchas frases hechas pero a todas les cambiaba algo sin darse cuenta. Entonces, por ejemplo, te decía, creo que me estaba hablando, si no era de lo de Nisman era de algún tema así, como un asesinato medio mediático, una muerte medio mediática, y decía: “No, no, porque lo hicieron sin dejar rasgos”. E insistía, todas las veces decía “Sin dejar rasgos”.
PM — (Risas)
TT — A mí me parece buenísimo. Ese tipo de cosas me las guardo porque me parece que te traen siempre algo nuevo, porque lo que combato no es solamente el aburrimiento sino el yo. O sea, mi pesadilla es que todos mis personajes hablen como yo, porque para eso escribo sobre mí. Me parece que si hay un personaje, quiero que hable diferente. Y en ese sentido la conversación me sirve mucho. Después tambiénme gusta también jugar con algo que no sea una frase necesariamente esperada. A mí la cosa que me gusta mucho de la literatura de Pedro, pero en general creo que de la prosa que escribe toda la gente que viene de la poesía, es el trabajo a nivel de la oración. No es solamente que una novela avanza hacia adelante, o un cuento avanza hacia adelante y hacia su universo, sino que cada oración en sí misma tiene algo. Y eso me importa mucho.
— Estás diciendo que las ficciones que van hacia adelante, y en tu caso, Pedro, hay ficciones que en realidad van hacia adelante y hacia atrás en en varios de los relatos y en algunas de las novelas. ¿Hay una fascinación con el tiempo y una manera de querer llevar esta idea del tiempo a la letra? ¿Cómo es eso?
PM — Y, es raro lo que puede hacer el lenguaje. El lenguaje tiene un aspecto medio de varita mágica con el tiempo, y de pronto podés crear la ilusión de toda la vida de golpe en un personaje. O tiene una premonición, ve algo hacia el futuro. Se puede hacer lo que quieras con las palabras, ¿no? Hay una manipulación del tiempo que siempre me interesa mucho, cómo aparece el tiempo en la escritura y cómo hacer para que se sienta que hay vida vivida digamos. Hay un fragmento de un cuento de Luciano Lamberti donde describe el primer día en la carnicería de su papá, él trabaja por primera vez en la carnicería de su papá, y el padre le muestra que uno de los empleados perdió un dedo con la picadora de carne y Lamberti hace un flash forward de la vida de ese tipo en un parrafito y muestra cómo al tipo ése después le va bien, tiene una hija, y en la fiesta de 15 de la hija, en la foto está bailando el vals con un dedo menos. Y después de hacer eso vuelve al primer día de trabajo en la carnicería. Fue un pase de magia perfecto, hecho con palabras, y eso lo permite de una manera muy poderosa el lenguaje.
— Eso en relación con el tiempo. Y qué pasa con la propia experiencia, por ejemplo, más traumática si se quiere. Aquello que deja mucha marca. Vos mencionás también en el intercambio con Tamara que El año del desierto lo pensaste de una manera y hubo un momento en donde te diste cuenta de que en realidad habías escrito sobre tu mamá. Tenía que ver con la muerte de tu mamá. ¿Cómo media la literatura con esos hechos?
PM — De manera involuntaria. No se controla eso. Son como unos ríos subterráneos que aparecen en lo que estás escribiendo. Pensás que estás escribiendo sobre un tema y después resulta que estabas escribiendo sobre otra cosa sin darte cuenta. Eso no se controla y funciona a pesar de uno, me parece. Hay que entregarse a esas cosas, a la parte que uno no controla de la escritura. Creo. Pero no lo tengo muy claro, Hinde, porque como no lo controlo justamente no sé bien qué es lo que sucede. Tengo la impresión de que uno escribe en un estado un poco sonámbulo y que después, cuando la gente lee y te hace una devolución, es como que te despiertan y te dicen lo que hiciste. Y vos decís: ¿pero yo hice eso? Que raro. No pensé que estaba haciendo eso.
— Tamara, vos escribiste poesía, no sé el orden en que lo hiciste, en realidad se publicó primero tu poesía, después el ensayo, ahora las ficciones. Y ya en los poemas aparece aquello bien traumático de cuando eras tan chiquita que tiene que ver con la muerte de tu papá. Muerte que ni siquiera recordás en qué momento te lo comunicaron, como contás en el intercambio de mails. Cuando empezaste a escribir, ¿dijiste “yo en algún momento voy a escribir sobre esto”?
TT — No, de hecho casi me planteaba no hacerlo. O sea, yo creo que de lo que no se puede hablar se puede hacer poesía. La prosa me demanda como: bueno, hay que darle un sentido a esto, ¿no? Hay que encontrar el modo de que esto empiece y termine. Y la poesía te permite puentear eso. Y a mí eso me sirvió para pensar en cosas sobre las que no sé bien qué pienso. Y bueno, lo de mi papá, que falleció en la AMIA, tiene el tema de que yo no lo recuerdo. Eso es lo más fuerte para mí de todo eso, que no lo recuerdo. Que no sé cosas sobre eso. Ni siquiera me acuerdo cuándo me lo contaron; toda la información que tengo sobre el tema siempre me llega por fragmentos. A veces me entero de cosas, hoy todavía me entero de cosas. Se me acerca gente que conoció a mi papá y yo no sé quiénes son ni sé nada de ellos. Y lo mismo me pasa en general con todo lo que es mi infancia. Yo hoy lo digo con cierta facilidad eso de que no tuve una infancia que estuviera buena. O sea, no me tocó en suerte, qué sé yo. Por suerte tengo una vida muy buena ahora. Entonces es toda una época, por muchas razones, o sea, por eso de mi papá, por la viudez de mi mamá, que también era muy joven, tenía la edad que tengo yo ahora viste, y también por todo: dificultades económicas, materiales, sociales, digo, un montón de cosas, que me cuesta muchísimo pensar en eso. También porque, y eso tiene también mucho que ver con mi percepción en el feminismo, que es un tema que es ridículo, pero es que a mí me cuesta mucho la posición de la víctima. Es una posición que no me gusta para mí misma. Entonces no me manejo muy bien con eso. Y en la poesía, sin embargo, me doy cuenta de que hay algo que se filtra de eso, de la nena desamparada, que es un lugar que yo no me permito, y que sin embargo después, es un poco como lo que dice Pedro. Como yo te lo digo, en teoría me parece un lugar de mierda, pero después digo: quizás esto funciona. No sé si un poco a mi pesar, pero funciona. Y en ese sentido sí, me parece que para mí no es fácil procesar ese tipo de cosas en la literatura, no me parece que sea fácil. Hay gente que te habla de esa literatura como si escribir eso fuera fácil. Para mí es todo lo contrario. Porque es hablar sobre cosas sobre las que no sé qué pienso. Pero bueno, por eso también la poesía es probar y probar también un disfraz que no uso en la vida diaria.
— Para cerrar, me gustaría que me den un par de nombres cada uno de cuentistas que les gustan. Cuentistas de acá, cuentistas de afuera, que les gustan y que recomiendan mucho. Empecemos por Tamara.
TT — Ok. Bueno, yo soy muy fan de Miranda July. De quién más, bueno, soy muy fan también de Félix Bruzzone, acá en Argentina. Ahora estuve volviendo a leer los cuentos de Felisberto Hernández, que lo conoce todo el mundo pero para mí es como, no sé, fascinante. No lo leía desde la facultad porque cuando yo estaba en la facultad se había puesto de moda leer a Felisberto Hernández, lo leí con Panessi, lo leí con todo el mundo y lo volví a leer y qué lindo. Y me gusta también mucho Amy Hempel , me gusta muchísimo María Fernanda Ampuero, que es una autora ecuatoriana, que escribió Pelea de gallos. Y después también de acá de América Latina me gusta mucho Guadalupe Nettel. Me gustó mucho el libro ése, no sé si lo leyeron, El matrimonio de los peces rojos. Es como un libro donde en todos los cuentos ella como que cuenta una historia de seres humanos y una historia de animales que se juntan. Es rarísimo, pero a mí me gustó.
— ¿Pedro?
PM —Acá en Argentina me gusta mucho lo que está haciendo Mariana Enríquez. Me gustan mucho los cuentos de Samanta Schweblin. Qué más, después, afuera me gustan los Nueve cuentos de Salinger. No sé, recomendaría los cuentos de Cortázar, que no fallan nunca, los cuentos de Borges tampoco. Me gustan cuentos de Miguel Briante también. Me gusta encontrar esos libros medio laterales de algunos autores. Viste que hay algunos autores que son conocidos como novelistas y de pronto ir a esos libros de cuentos me gusta. Siempre hay como esquirlas de las novelas o incluso ideas de novelas sin arruinar porque están hechas en un cuento (risas). Eso me encanta. Me gusta mucho la cualidad del cuento como una especie de novela comprimida ahí, en siete páginas, y que en todo caso crece en tu cabeza.
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