“Enjambre” o cómo los adultos seguimos siendo niños

A partir de tres historias que transcurren en Neuquén, la vida de los personajes se entrecruzan con determinados episodios de la historia argentina que terminan influyendo en su conducta mucho más de lo que ellos estarían dispuestos a aceptar

"Enjambre" (Adriana Hidalgo), de Joaquín Areta

La escritura de Enjambre se desprende de lo que inicialmente fue un cuento. Yo estaba trabajando en una serie de cuentos relacionados con la infancia desde distintas perspectivas, es decir, con el concepto amplio de infancia que no sólo refiere a una edad cronológica, sino a ese enquistamiento que tenemos los adultos de una parte inextirpable de nuestra historia. De esa historia muchas veces no podemos tomar distancia; seguimos sometidos a los mismos dilemas que antes, aunque ahora salgamos a ganarnos un sueldo, tengamos hijos y carnet de conducir, porque siempre, en algún punto, seremos inmaduros. Bueno, trabajaba en una serie de cuentos relacionados con todo eso como una decantación temática de muchos otros cuentos que escribí a lo largo de varios años.

Para esa selección de cuentos, que aún no se publicó, me ayudó mucho Patricia Ratto, mi referente más cercana en literatura. Así es como la temática de la infancia empezó a marcar una suerte de constelación dentro de mi escritura, que yo veía sin ver y que ella notó claramente.

Ahí es donde aparece una proto-versión de Enjambre. Extrañamente, porque yo nunca había sentido algo de ese orden, me pareció que ese cuento podía componer una voz narrativa dentro de una hipotética novela.

Entrar en la dimensión de la novela era un desafío distinto por la trama, por la estructura. Yo escribía cuentos largos no con facilidad pero sí permanentemente. Una vez que percibí esa voz narrativa incompleta sentí que no podía ignorarla, así que tomé “El quirófano del tiempo” (así se llamaba), y empecé a pensar cómo se le podía dar espesor a ese relato.

La historia original transcurría en la ciudad de Neuquén. Una persona entraba a una peluquería y eso le traía una serie de flashbacks relacionados con otra peluquería a la que su padre lo llevaba a él y a sus hermanos, y una imposibilidad esencial de conectar con ese padre, que había decidido, mucho tiempo después, no tener más vínculo con él.

Nací y viví en Neuquén hasta los diecisiete años. Hace veintitrés años que no vivo más allí. Sin embargo, mi mundo interno está plagado de los paisajes secos del sur, del semidesierto que penetra en la ciudad aunque ahora ésta sea un monstruo cada vez más voluptuoso con esos pseudópodos que son las autopistas que llevan y traen autos y mercadería y petróleo, y se tragan a las bardas. En ese escenario, actual, transcurren las tres voces que finalmente componen Enjambre.

La preocupación por los ciclistas mayores de edad que transitan por las rutas en viejas bicicletas de caño es uno de los puntos de unión entre las historias. Naturalmente, siempre fue un tema que me resultó inquietante. ¿Por qué esa gente mayor se disfraza así? ¿Hay necesidad de llenar de cosas esos bolsillos que traen atrás las remeras de nylon que se ponen? Y, claro, para producir tensión narrativa, mi pregunta era: ¿Cómo puede vincularse esto con una trama que fuera profundizando de a poco el drama de un hijo con su padre?

Joaquín Areta

Una de las estrategias que encontré, más allá de las cuestiones de estilo (no entraré en disquisiciones aburridas sobre lo indisoluble entre forma y contenido) fue la de crear tres historias que se entrecruzan y ponerles de telón de fondo, bastante elípticamente, determinados episodios de la historia argentina, pero que terminan influyendo en la conducta de los personajes mucho más de lo que ellos estarían dispuestos a aceptar.

La primera es la de Carlos, una persona mayor que cuida de su madre anciana y algo senil, obsesionada con el tema de las hormigas. El disparador inicial de este capítulo fue un dibujo de un perro que hizo un amigo. El perro estaba compuesto por hormigas y decía “Ahora, cada vez que llamo a mi perro, miles de hormigas me empiezan a ladrar”.

La segunda historia es la de un niño de un barrio postergado que tiene la particularidad de no estar en las afueras de Neuquén sino en su entrada, junto a la policía caminera. Este niño, Bairon, tiene el hábito de pararse junto a la ruta esperando que pasen ciclistas. Para esto entrevisté a la hija de una militante de ese barrio, detenida en los años 70. El capítulo no se centra en eso, pero me dio una perspectiva de por qué ese barrio seguía estando emplazado en un sitio tan visible y oculto al mismo tiempo.

La tercera es una revisión total de aquel primer cuento. La proto-novela. La inercia de una bola viscosa que no se sabe si va a avanzar o a quedarse para siempre en el mismo sitio. La historia de Iñigo, las abejas y su padre. Un enjambre.

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