Dos y media. Los tres sentados en el piso de la primera sala, transpiran. No hubo más explosiones. Gonza le envió otros dos mensajes al Pelado, pero todavía no recibió respuesta.
Imagina que estará bien, que el Pelado aguantará. Siempre fue un tipo fuerte. Lo demostró miles de veces.
Gonza se siente muy agotado, le arden los ojos y por momentos se marea. Estira el brazo hasta el oxímetro, lo inclina con la mano para leer. Victoria también observa el visor: 18.4
—Dale un cuartito de vuelta a la de arriba —dice ella en voz baja. Gonza lo hace. Unos minutos después: 20.6 Diez minutos más tarde: 21.
—Perfecto —dice Gonza.
Silvina está con los ojos cerrados, la cabeza apoyada en el panel, la boca abierta, como si estuviera dormida. O muerta. Pero no, cada tanto suspira sin abrir los ojos. Gonza tiene la vista detenida en Victoria, le mira la ropa mojada.
—Ahora podríamos… —le susurra y le guiña un ojo cuando ella lo observa.
—Mañana, mejor mañana —responde ella siguiéndole la corriente.
Gonza mira el piso un rato, no quiere pensar en lo que pasa, de manera que vuelve a hablar en voz baja.
—¿Qué te hubiera gustado?
—¿Qué?
—¿Qué te hubiera gustado a vos?
—¿Cuándo?
—¿En tu vida, qué te hubiera gustado que pasara…, tus sueños contame, algo que todavía no pudiste?
Ella mira hacia arriba antes de responder, como buscando en el techo o en el aire las cuestiones pendientes.
—Conocer a mis padres me hubiera gustado, haber hablado con ellos. Saber por qué me dejaron, enterarme de la verdad para no pensar tantas cosas.
—¿Por qué no me dijiste que ibas a ir a verla? ¿No habíamos quedado en que yo te acompañaba?
—Sí, pero el otro día se me dio por ir, agarré la moto y fui. Di unas vueltas hasta que llegué a la casa que nos dijo el cura, allá en Fernandez Oro, frente al canal grande. Había varias casitas. Entonces estacioné frente al canal y esperé casi toda la mañana. Hasta que bajaron dos mujeres de un colectivo y empezaron a caminar hacia ese lado. Y bueno, cuando la vi de cerca, enseguida supe. Hay cosas que no se pueden explicar, se sienten; y me pasó eso. Apenas la vi me quedé helada. La tenía ahí, a cinco metros y no me salió ni una palabra, nada, ni siquiera atiné a bajarme del auto.
—Me hubieras dicho, te acompañaba y le hablaba yo.
—Te iba a contar el otro día, pero no se dio.
—¿Y algo más que te gustaría? —pregunta Gonza al notar el temblor en la voz de Victoria.
—Qué sé yo, vivir tranquila, pero tranqui tranqui; salir a correr por el bosquecito a la mañana, tomar mate en el patio todos los días, tener un lindo jardín lleno de plantas…, un hombre que me quiera y me espere contento, esas cosas, las de todos los días, pero relajada, y trabajar un horario fijo todo el año, eso sí, no estos turnos rotativos que te vuelven zombi.
—¿Y un hijo?
—No, hasta ahora no se me dio por pensar en eso; será por lo que me pasó o porque todavía tengo tiempo que nunca quise, o vaya a saber…, además con el marido que tuve, ¿te imaginás?, hasta pensarlo me asusta. Hay días que me pregunto para qué tendrá hijos la gente, ¿será que no piensan?
—Es que si uno va a esperar a que todo esté bien…
—Sí, pero igual, bah, qué sé yo, capaz que si hubiera quedado estaría contenta, no sé, de lo que sí estoy segura es que lo hubiera cuidado bien, o me hubiera ocupado lo mejor posible, mejor dicho.
—¿Y algo más que te gustaría? —vuelve a pregunta Gonza.
—Ya te dije, vivir tranquila, y viajar también, pero no lejos, eh, no, me gustaría recorrer la Argentina en una camioneta que puedas llevar de todo, meterme en los pueblos…, quedarme unos días en cada lugar… ¿Y a vos, qué te gustaría?
—Uuu, yo tengo tantos sueños… Tener en una banda me hubiera gustado. Una que sonara bien en vivo, algo groso, bien polenta. Antes tocaba, pero por una cosa u otra, nunca pude dedicarme en serio a tocar.
—Tal vez no te gustaba tanto, si no…
—Puede ser, qué sé yo. En la facu teníamos una banda, hasta tocamos en el comedor universitario, pero no había ni un mango para equipos. Después Lucre quedó embarazada y me tuve que poner las pilas con el último año de la carrera… Algún día me voy a comprar una buena viola, tengo una, pero medio pelo nomás. Y también me gustaría recorrer el país, sí, estaría bueno, entrar a todos los pueblitos…, me gustó la idea, podríamos hacerlo juntos.
—Uno habla y habla, pero llegado el momento…
—Ya vamos a encontrar la forma, vas a ver, cuando tengo algo metido en la cabeza, no paro, tiene que ser algo que me interese de verdad, como lo de payamédico, desde que vi la película de Patch Adams me entusiasmé, y no pararmos hasta que hicimos el curso con el Pelado. Siempre me pasó lo mismo, si algo me entusiasma le meto para adelante, no paro.
Gonza siente la cabeza de Victoria sobre su hombro mientras sigue:
—También vivir en la cordillera me encantaría, en algún hospital del interior y estar con una mujer así como vos, Vicky. Hace rato te lo quería decir…—Gonza le acaricia la mano y gira la cabeza para mirarla, pero ella tiene los ojos cerrados. Entonces, en vez de despertarla para decirle que escuche, que estaba esperando el momento para decírselo, le sigue acariciando la mano y le habla en voz baja—: Dormí Vicky, dormí que ya va a pasar todo.
Gira la cabeza hacia el visor: 20.8
A los pocos segundos cierra los ojos y de nuevo se le presentan sus hijos. Los abre, pero no puede dejar de visualizarlos en el piso, empapados, bien juntos, como se dormían en el sillón mientras él y Lucrecia miraban una película. O cuando salían a pasear en el auto y se acostaban en el asiento trasero. O iban a tomar un helado. O volvían del cine.
Cierra los ojos otra vez, los ve contentos, riendo. Como cuando él se disfrazaba de Papá Noel y ellos recibían los regalos. O cantaban el Feliz cumpleaños. O comían en la cocina fideos con tuco, polenta con queso, pastel de papas. La guerra de almohadones. Las luchas en la cama grande. Las escondidas por toda la casa.
Los abre de nuevo y suspira. Dos días atrás, que la vida volviera dos días atrás, eso le gustaría, con eso sería suficiente para sentirse el hombre más feliz del mundo.
Un rato más tarde, un mensaje de Lucrecia. Cada vez peor, Joaquín muy descompuesto, llamame. Gonza se pone de pie con cuidado, tratando de no despertar a Victoria y se dirige a la sala del fondo mientras llama.
—¿Qué pasó?
—El nene vomitó otra vez, estoy muy asustada, pensé que a esta hora…
—Hay que esperar, Lucre, a la mañana empieza a mejorar, para la tarde va a estar todo bien, apenas corra un poco de viento y limpie el aire, zafamos.
—¿Para qué mentís, Gonza?
—Es que es así.
—No me engañes más, ¿te creés que soy idiota?, nos vamos a morir todos.
—No digas eso.
—¿Cuánto pueden durar estos tubos de mierda? ¿Diez horas, doce? Va a ser peor, acá en el edificio no se escucha ni un ruido, ya nadie responde los mensajes, hubiera sido preferible morirnos de una.
—Ya va a pasar, hay que resistir.
—¿Y para qué dijiste que venías si todavía estás allá?
—Vos confiá en lo que te digo.
—Sabés lo que es estar acá pensando que cuando se acaben los tubos… —dice con la voz entrecortada.
—No pensés en eso, Lucre, no pienses que es peor.
—Hace un rato estaban dormidos… —dice llorando.
—Llorá, llorá, que te va a hacer bien.
—… y se me ocurrió cerrar el oxígeno… para que no sufran.
—Nooo, escuchame, Lucre, tenés qué resistir, vos vas a poder.
—No aguanto más, Gonza, yo también estoy descompuesta, cada vez peor acá.
—Vas a poder, tenés que aguantar, si es lo que pienso mañana termina.
—¿Cuándo supiste algo vos? No sé para qué te pedí que me llamaras.
—Bueno, pero me llamaste, por algo habrá sido.
—Tenés que venir a buscarlos, Gonza, a ellos aunque sea tenés que llevártelos. Fijate, no sé, en algún vehículo cerrado, en algo se debe poder andar…
—Estuve pensando pero…
—Por favor te pido…
—Bueno, voy a ver cómo hago.
—Por los chicos decía yo, tal vez allá se puedan salvar…
—Okey, dejame pensar y te llamo.
—No hay mucho que pensar, tenés que buscar algo para venir y punto, ¿qué tenés que pensar tanto?, son tus hijos los que están acá.
—Es que no se puede salir así nomás.
—¿Y si pones tubos en un vehículo y venís por las vías?, capaz que por ahí… Llega a cortarse la luz o algo así, va a ser peor.
—Bueno Lucre, dame un rato y te aviso.
—Es que yo sé lo que va a pasar, nos vas a dejar acá esperando, como siempre.
—Es que está lleno de autos por todos lados, no es que no quiera ir.
—Por los chicos te pido, si no venís rápido no van a aguantar.
—Ahora veo cómo se puede y te llamo.
—Pero no tardes.
Vuelve al office mirando el piso y camina otra vez hasta el fondo, regresa a la sala de la derecha y termina sentándose junto a las mujeres. Silvina despierta, se queja por el calor y pregunta la hora. A Gonza le parece insólita la pregunta, pero le responde que son las tres y media, que se quede tranquila y descanse.
—Ya va a pasar, ya va a pasar, hay que esperar que amanezca, duerman, duerman —repite Gonza en voz baja, sin ganas de hablar.
Y si alguien le preguntara qué va a pasar, él sabría responder. Tiene el presentimiento, eso lo mantiene tan confiado. Necesita descubrir la raíz del presentimiento, nada más.
Nunca se equivoca con los presentimientos. Apenas le llegan sabe si son de los que se cumplen o no. Antes los confundía con miedos, pero últimamente está seguro, si lo hubiera aprendido antes…
Como le sucedió al casarse. Tuvo un flash: Lucrecia se va a cansar de mí, no soy el indicado para ella, pensó esa vez. Dicho y hecho. Después de que la nena cumplió tres años comenzaron a llevarse mal, a pelear y, en una de las reconciliaciones, otro presentimiento. ¿A ver si queda embarazada?, se dijo. Al mes y medio, igual. Antes de que se lo dijera, Gonza ya lo sabía. De seis semanas estaba. Inmediatamente, otro. Ya tenía la decisión tomada, confesó ella. Gonza se opuso, discutieron, hablaron hasta que la fue convenciendo y cedió. Y a pesar de todo, mientras la estaba convenciendo, otro. Terrible esa noche, porque ahí mismo, mientras la convencía para que no abortara y prometía ayudarla en todo, imaginó que se lo reprocharía cada vez que pudiera. Y tal cual, desde que nació el nene fue así. Entonces otra vez volvió al primer presentimiento. Exactamente como lo imaginó varios años antes se lo confesó ella: “Me cansé Gonza, no sos el hombre que yo necesito”
Y así como eso, le ha pasado infinidad de veces con otras cosas, aunque nadie le crea, él sabe lo que va a pasar.
Con esto también. Apenas salió de la casa para el hospital y vio el amontonamiento de autos, supo que algo groso iba a pasar.
Y el más importante fue cuando se dio cuenta de que el problema era el aire. Instantáneamente le vino la idea, piensa Gonza y detiene la imaginación. Se acaba de acordar del pedido de Lucrecia. Abre los ojos, levanta la vista hacia la ventana y otra vez la sensación en el pecho.
Piensa en las posibles maneras de ir, analiza variantes, considera y descarta ideas. En eso está cuando oye otra explosión. Silvina se sobresalta, abre los ojos y pregunta qué pasó. Victoria despierta, pregunta qué fue eso. Gonza se pone de pie y sube a la silla.
—Se prendió fuego otro edificio.
Mas explosiones, dos, tres, cuatro. Gonza mira y explica que fue en el mismo sector que hoy, pero del otro lado de la ruta.
—¿No serán bombas? —pregunta Silvina—. Capaz que nos están atacando. Mirá si es una guerra y nosotros acá pensando que…
—¡Una guerra!, las guerras no son así —dice Gonza.
—¿Y cómo son?
—Qué sé yo, pero así no son. Además, ¿quién nos van a bombardear?, si estamos en el culo del mundo.
—Por eso mismo, esta zona es de las más buscadas, tenemos más agua que en todos lados? —dice Silvina, pero Gonza no le presta atención.
Victoria se levanta ayudándose con una cuna, recorre despacio mirando a los bebés. Gonza no se baja de la silla. Silvina continúa protestando desde el piso.
La luz parpadea varios segundos y termina cortándose. Un momento de oscuridad, hasta que vuelve la luz, pero sólo un sector de cada sala permanece bien iluminado. En el office se encendió la lámpara de emergencia, los aparatos emiten otra vez sus sonidos.
—Sonamos —exclama Silvina.
—Por suerte el generador arrancó —dice Victoria, y le pregunta a Gonza si afuera se cortó también.
—Sí, sí, se oscureció todo de golpe.
—¡Sonamos, ahora sí que sonamos! —exclama otra vez Silvina—. Y yo qué… —dice en un ataque de llanto.
Victoria se acerca, le apoya la mano en el hombro. Silvina sigue llorando.
Gonza saca el celular del bolsillo. Vuelve a mirar por la ventana. La ciudad a oscuras, algunos resplandores en la zona de las explosiones, como si hubiera fuego en varios lugares. Baja de la silla y marca un número.
—Hola mi amor, soy yo, papá.
—¡Papi!
—¿Y mamá?
—Está dormida.
—¿Y Joaquín?
—También.
—¿Vos cómo estás?
—Me duele la cabeza.
—¿Mucho?
—Sí, un montón.
—¿Se cortó la luz ahí?
—Sí, pero está la luz chiquita al lado de la heladera.
—Despertala a mamá.
Gonza escucha a su hija intentando despertar a Lucrecia.
—Está dormida —dice unos segundos después.
—¿Se mueve?
—Está re dormida.
—¿Y tu hermano?, despertalo a tu hermano —dice Gonza elevando la voz.
—Está dormido también.
—Sacudilo fuerte, que se despierte enseguida y a mamá también.
Gonza se lleva la mano a la frente y cierra los ojos.
—Es papá, quiere que lo despierte a Joaquín.
—¡Lucre!
—Hola.
—Uy, pensé que…
—¿Qué?, que me había muerto, no, todavía no.
—¿El nene como está?
—Transpirado, está hecho sopa. ¿Vos estás viniendo?
—¿No escucharon las explosiones?
—No, ¿qué explosiones?
—¿Ahí se cortó la luz?
—Sí, está prendida la de emergencia, así que se habrá cortado.
—No se asusten si hay más explosiones que son del otro lado de la ruta.
Gonza escucha el bip del teléfono.
—Se está por acabar… —dice Lucrecia y se interrumpe la comunicación.
Gonza queda mirando el piso. Vuelve al teléfono. Llama, pero no logra comunicarse, entonces le escribe un mensaje diciéndole que trate de aguantar despierta, que abra un poco más la válvula del tubo y que los quiere mucho. Lo lee, lo envía y cierra los ojos. Imagina a Lucrecia y a los chicos acostados en el piso de la cocina. No sabe por qué, pero no los puede visualizar en otra posición.
Trata de encontrar la razón y le vuelve a ocurrir. Otro presentimiento.
Gonza suspira y mira a las mujeres. Se mantiene observándolas, hasta que se da cuenta de que está a punto de llorar, ya se le nubló la vista. Y como no quiere que se den cuenta ni quiere hablar, los cierra y permanece quieto, recostado contra el panel, tratando de parecer dormido.
Y otra vez, como un fogonazo, el presentimiento.
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