Queridos amigos de Chile, les escribo desde Nueva York que en cuanto a infectados y muertos de COVID-19, es el futuro, su futuro. Mucho de lo que van a vivir ya lo vivimos acá y, aunque estemos muy lejos de la salida, algo de la experiencia aquí sufrida quizás les sirva para vivir mejor este reto que de una manera única nos toca vivir.
Nueva York es como Santiago, una ciudad altamente segregada con un sistema de salud privado engorrosamente caro que complica lo que debería ser simple (en EEUU complican todo las respuestas federales a un problema que es global). La única diferencia es que los pobres no viven a kilómetros, y no los separan jardines de los ricos (como en Chile), lo que explica la velocidad con el virus se propagó y cobró vidas en ambas ciudades (algo que cualquiera más o menos informado hubiese podido calcular). Pero en Nueva York, como en Santiago, la distancia social no es un problema de elección sino que tiene que ver con las condiciones de vida.
Hay muchos que no pueden “teletrabajar” y menos parar, y estos viven cerca entre ellos y no pueden más que contagiarse. Al final, una ciudad es un todo integral: ni Nueva York ni Santiago pueden combatir un virus que viaja tan rápidamente de manera segregada sin entender que los sanos de hoy son los enfermos de mañana, y viceversa.
Nueva York nunca se encerró en cuarentena vigilada pero si cerró todo lo esencial y esperó lo peor y lo peor ocurrió. Por semanas las noticias fueron espantosas. El gobernador Andrew Cuomo tuvo la fuerza de comunicarla fríamente, sin dar ninguna falsa esperanza. Nueva York sanamente dejo de oír a Trump y enojarse con sus delirios criminales. Se concentró en salvar a los que podía salvar y despedir sin sentimentalismo extremo a los que no pudo salvar.
Esperó y sigue esperando con cierta rudeza, con cierto coraje sin los que vivir esto es imposible. Se blindó contra las noticias falsas y las esperanzas ilusorias. Cavó fosas comunes y fue mirando las cifras día a día, sin hacer de las naturales vacilaciones de un día u otro un motivo de esperanza o desesperanza. Millones de empleos se perdieron, la ciudad no sabe cómo ni cuándo resucitará, pero espera apretando los dientes, porque es lo único que puede hacer.
Adiós a las guerras twitteras, adiós al placer exiguo de tener o no la razón. Ahora hay que sobrevivir, saber que viene lo peor, pero que tener COVID-19 no es ni muchos menos, si cuidamos las camas de los hospitales, una obligada sentencia de muerte. Son más, mucho más, los que no van a morir, por eso debemos dejarles todo el lugar a los que podrían morir y saber a ciencia cierta cuántos son y donde están. Todos los países que han aplicado sentimientos a la lucha contra la infección (Italia) han fracasado, todos los que han aplicado inteligencia, lo han logrado (Corea del Sur).
Tenemos que saber también que la muerte es parte de la vida y que la dignidad que le damos a esta depende de nosotros. Seamos dignos, seamos valientes, seamos fríos, fijémonos en los datos y no en los deseos. No pongamos todos nuestros miedos en la cuenta de la COVID-19.
Cuidémonos también de no volvernos locos. Este es un virus peligroso pero no es ni de lejos el más peligroso que nuestra civilización ha enfrentado (viven algunas personas que nacieron en plena gripe española de 1918). Seamos sabios, no esperemos ni milagros, ni Armageddon. Esto no es un castigo por nuestros pecados, ni contagiarse o no tiene nada que ver con tu valentía, bondad o fuerza interior. El virus no es moral, tampoco el hambre. Luchemos desde lo que somos, no desde el deber ser.
Nueva York esperó con paciencia y sigue esperando. Este virus no tiene remedio pero hemos aprendido a manejarlo y predecirlo. No lo estamos eliminando pero estamos domesticándolo. Confiemos en esa infinita capacidad humana de domesticar. No estamos destinados ni a morir ni a salvarnos sino a tratar de entender. La comprensión nos dará respuestas.
Tenemos ciencia, historia, arte, filosofía para poner nuestro dolor en su justa medida. Eso y solo eso nos va a salvar. Desde el futuro les digo que funciona.
*Hace algunas semanas Rafael Gumucio tuvo un accidente con su bicicleta y se quebró ambas muñecas, por lo que debió pasar algunos días internado en plena pandemia. Este texto fue publicado en su cuenta de Facebook y se reproduce con su autorización.
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