Cuando la cabeza de Turner estaba un poco apesadumbrada, salía a caminar. Era un paisajista, le encantaba mirar el cielo y perderse en sus colores. Sentía que se conectaba con algo más grande que él mismo, el universo tal vez. En su libreta anotaba ideas y dibujaba bocetos. Luego, en su casa, ya tranquilo, se paraba frente al lienzo y se fundía en él.
Un día vio algo que brotaba del paisaje, un pedazo de la historia irrumpiendo frente a sus ojos. Se trataba del HMS Temeraire o, en español, El Temerario, un barco de 98 cañones perteneciente a la Marina Real Británica que sirvió durante las guerras revolucionarias francesas y las Guerras Napoleónicas, principalmente en labores de bloqueo o de escolta para convoyes. Su gran episodio fue en la Batalla de Trafalgar.
Joseph Mallord William Turner (ese era su nombre completo) lo vio en el tramo final de su vida útil. En 1838 El Temerario fue remolcado desde la base de la flota en la desembocadura del Támesis, hasta su destino final: el desguace. Volvió a su casa y lo plasmó en el lienzo. Lo tituló El “Temerario” remolcado a su último atraque para el desguace.
Son los días de gloria pasados. La caída de uno de los mayores símbolos del poder de la Marina Real Británica. De fondo, el ocaso del sol coincide con el ocaso del navío. Hay una nostalgia profunda llena de simbolismos. Son, además, tiempos de grandes cambios: Inglaterra atraviesa la Modernidad, la temprana industrialización del mundo, la máquina a vapor, la conformación de las ciudades, el pasaje a una nueva era.
Este cuadro era uno de los preferidos de Turner. Muchos historiadores del arte aseguran que es, también, una reflexión del pintor sobre su propia vejez. El trato del calor, además, tan característico en él, lo que hizo que se lo apode “El pintor de la luz”, se puede observar con claridad en esta genial obra. Actualmente se conserva en la National Gallery de Londres.
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