El pintor estadounidense John Singleton Copley fue uno de esos genios sin escuela, sin formación, que a fuerza de una notable técnica y dedicación logró convertirse en una figura de la pintura mundial.
Hijo de inmigrantes -padre, irlandés y madre, inglesa- nació (1738) y vivió en Boston en los tiempos que EE.UU. era aún una colonia del Reino Unido y gracias a su talento terminó siendo una figura de la pintura en las islas. O sea, Singleton Copley hizo la Europa y este cuadro, Niño con una ardilla voladora tuvo mucho que ver con eso, sino todo.
Singleton Copley vivía en una Boston que nada tenía que ver con la actual, era una zona más bien rural, donde lógicamente no había academias de pintura ni muchos menos museos. Lo que sabía de pintura, lo poco que había visto, había sido a través de libros prestados por aquí o por allá, pero tampoco este tipo de materiales abundaban.
Pero él, desde joven, pintaba y como no tenía forma de saber qué tan bueno o malo era, le pidió al capitán de un barco de la marina mercante que llevase una de sus obras a la exposición de primavera de la Sociedad de Pintores Británico, el único lugar donde aceptaban obras de neófitos.
Eligió un cuadro de su hermanastro Henry Pelham, hijo del grabador Peter Pelham, con el que la madre de Copley se había casado al enviudar de su primer marido y que luego también se convertiría en artista. No es en sí técnicamente un retrato clásico, ya que el protagonista está de perfil. En su mano derecha sujeta una cadenita con la que tiene atada a una pequeña ardilla voladora, que está comiendo un fruto seco. A su lado, hay un vaso con agua para la ardilla.
El cuadro posee una gran cantidad de texturas, lo que le permitió lucirse, desde agua y vidrio a metal, de pelaje del animal a la piel del niño. Es en sí como un currículum artístico, una carta de presentación de aptitudes fabulosa. Singleton Copley sabía que aquella era quizá su única oportunidad y debía demostrar todo lo que podría hacer en una obra sintética.
Benjamin West, el primero pintor nacido en el territorio de la futura EE.UU. en alcanzar fama internacional, recibió la obra. Al verla, Sir Joshua Reynolds, uno de los más importantes e influyentes pintores ingleses del siglo XVIII, quedó sorprendido y mandó a llamar al marino: cómo era posible que un artista sin formación de un lugar tan salvaje pudiese elaborar una obra de tal factura.
Así, Reynolds escribió a Singleton Copley asegurándole que era “una obra notable” y que junto a West le recomendaban estudiar en Europa: “Si usted es capaz de pintar telas como esa sin más guía que su talento, aquí, gracia al ejemplo y la instrucción, podrá llegar a ser uno de los mejores pintores del mundo, con lo que el arte habrá hecho una valiosa adquisición”.
El cuadro fue un éxito en el salón londinenes, el público tampoco podría creer que de una región tan primitiva pudiera salir un artista tan refinado.
La nueva fama de Singleton Copley cruzó el Atlántico y llegó hasta Boston, donde se dedicó a realizar retratos que ahora podría cobrar a un valor más elevado. Así, tardó ocho años en juntar el dinero para ir a Europa y, a su vez, mantener a su familia en el nuevo mundo.
En aquellos tiempos, la revolución norteamericana comenzaba. Por lo que la familia de Singleton Copley llegó a tomar el último barco de bandera inglesa con dirección a las islas.
Singleton Copley fue un pintor muy exitoso y de grandes ventas, y si bien siempre deseó volver a su tierra, nunca lo hizo. Terminada la revolución, le llegaron noticias de su viejo hogar. En los terrenos donde alguna vez había levantado su casa, que había rematado a un precio vil, se levantaba el capitolio de una floreciente Boston, donde en su museo de Fine Arts puede disfrutarse.
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