En el tramo final del siglo XX, la tarde del primero de noviembre de 1999, Marcelo Larraquy y Roberto Caballero conocieron a Rodolfo Galimberti. La cita fue en la casa de un colega. Venían investigando su historia desde hacía más de un año. Galimberti fue dirigente de Montoneros —uno de los jefes de la Columna Norte— pero por aquel entonces, con el fin de la lucha armada, devino en directivo de la empresa Hard Communication, encargada de organizar los sorteos de Hola Susana y que la Justicia investigaba por defraudación. Una parábola fascinante.
Era una tarde lluviosa. Portaba una nueve milímetros, porque siempre iba armado a todos lados. Les preguntó quién les pagaba, a quién respondían. Desconfiaba. No entendía las motivaciones de estos jóvenes periodistas. Una hora y media de reunión y la conversación no iba a ningún lado. Entonces dijo: “Está bien, el libro háganlo. Pero tengan en cuenta que se metieron con alguien muy pesado. Yo soy mucho mejor de lo que ustedes piensan pero mucho peor de lo que imaginan. Soy el Drácula argentino”. Se levantó y se fue.
Esto está escrito en el prólogo de Galimberti, una biografía de más de seiscientas páginas que busca, además de contar la vida de este personaje tan periférico como emblemático de la historia reciente argentina, narrar la Argentina de los sesenta y setenta, la masacre de la dictadura, el turbulento regreso a la democracia y la fábula capitalista de los noventa. Es un libro hecho con más de trescientas entrevistas que no juega al ritmo enciclopédico del collage de voces sino que cabalga en una narrativa sigzagueante entre la épica y el barro.
—¿Cómo surgió la idea del libro? ¿Cómo empezó a diseñarse el armado con la innumerable cantidad de entrevistas, incluso todo esto antes del primer encuentro con Galimberti?
—Marcelo Larraquy: La idea del libro surgió a partir de una serie de notas que me tocó hacer en la revista Noticias. Gustavo González, que era jefe de Información General, me dijo: “fíjate este tema”. Y digo me tocó porque le podía haber tocado a cualquiera. Era un 2 de enero de 1998 y fui el primero que aparecí en la redacción. Hice 4 o 5 sobre Galimberti, el divorcio de Susana Giménez, la empresa Hard Communication y el padre Juli César Grassi. Tenían bastante repercusión porque se sabía poco de Galimberti en los setenta, después de muchos años de clandestinidad, y que se convirtiera en socio de su ex secuestrado Jorge Born y del programa de Susana, a través de Telefé, le agregaba un interés especial. A mediados de marzo supuse que podría escribir un libro con este tema. Tenía ganas de escribir uno, lo cual no era muy original. En esa época todos los periodistas querían escribir un libro. Pero éste era un libro infinito, porque unía el submundo de la Argentina, el peronismo, la guerrilla, la ruta del dinero de los Born, la OLP, el alfonsinismo, el acuerdo con Menem, su pelea con Vertbisky, Firmenich, su sociedad con gerentes de la CIA…. Todos temas con mucha densidad, ríspidos, que exigía un abordaje con múltiples entrevistas, investigación, y no abandonar al personaje como eje narrativo. Había mucha información para cubrir. No era una novela que se podía cubrir los vacíos con imaginación. Hechos reales, como se decía antes. Para mí solo todo eso era inabarcable. Cuando lo entendí, después de un año de trabajo, le propuse a Roberto hacerlo juntos, él aceptó y la tarea nos llevó casi dos años más de trabajo. Las entrevistas con Galimberti, que fueron siete en total, se hicieron a lo largo de un año. Todas muy espaciadas. Las peripecias de nuestros encuentros con él están relatadas en el prólogo, y también en el nuevo epílogo que escribimos para esta nueva edición.
—Roberto Caballero: Con Marcelo, hace 20 años, trabajábamos en la revista Noticias. En la redacción había televisores y los noticieros pero también los programas de chimentos estaban cautivados por el escándalo del 0600 (juegos de azar telefónicos) que involucraba a Susana Giménez, su novio más joven, Jorge “Corcho” Rodriguez, y sus otros dos socios, Jorge Born y Rodolfo Galimberti, que tenían una particularidad: el segundo, cuando era montonero, había secuestrado al primero, uno de los hombres más acaudalados de la Argentina. Un día Marcelo dijo: “Acá hay un libro”. Creo que fue el día en que Galimberti salía de la indagatoria en tribunales, rodeado de cámaras. “¿Te animás?”, me preguntó. Un día después estábamos embarcados en una aventura que duró tres años. La lista de entrevistados, la original, surgió de un barrido de archivo y era tan frondosa como lo era nuestro conocimiento y nuestra imaginación. A esa lista, luego, le agregamos la que sugirió Galimberti. Unas 100 fuentes más. En total hicimos unas 300 entrevistas.
—¿Cómo definieron el estilo, el género, la forma de abordar la historia?
—Marcelo Larraquy: No recuerdo que hubiéramos conversado sobre cómo hacer el libro. Cada uno escribió como lo hacía en la revista. No teníamos mucha experiencia ni sabíamos cómo se hacía. Simplemente lo fuimos haciendo.
—Roberto Caballero: El personaje no daba para un ensayo sino para el relato non fiction. Galimberti era un tipo de acción, no un ideólogo. Digamos que cada personaje, por sus características, elige imaginariamente el género que lo va a retratar. Desde el comienzo, además, con Marcelo nos pusimos de acuerdo en que la historia de Galimberti estaba cruzada por dos épocas, una trágica, la de los ’70; y otra de comedia, que eran los ’90. Le dimos un tratamiento distinto a cada etapa, porque el personaje era el mismo, pero los tiempos eran bien distintos: el romanticismo armado previo al Golpe y el cinismo posibilista que inaugura Menem abrazándose con Isaac Rojas. Del guevarismo militante y su desprendimiento material al operador político enamorado de los negocios.
—En el prólogo de la edición de 2010 (y también en el de esta) cuentan que, sobre el final de la escritura del libro, tenían miedo de que les pase algo. ¿Cómo fue esa última etapa en el armado del libro?
—Marcelo Larraquy: La última etapa fue difícil porque se había generado un clima raro. Recuerdo una tarde en que estaba pautado un encuentro con Galimberti en una esquina y no estaba. No fue. Ahí percibí algo. Fue una cita rara, había movimientos raros. Era obvio que estábamos siendo grabados, con grabaciones “en vivo”, y también llegó el dato que podía haber un ataque en contra nuestro pero para acusarlo a Galimberti. Además estaban sus amenazas, el “quién les paga”, su ira porque le habíamos “cagado muchos negocios”, el tema de sacar la Glock en la mesa… pero eso lo fuimos superando, asumiendo, porque era parte de su personalidad. Algo previsible. Pero más allá de sus amenazas, él siempre fue muy respetuoso con nosotros y respetó nuestro trabajo. Hasta diría que fue generoso por permitirnos reunirnos con él y aceptar preguntas. La idea era hacer un libro. No había otra cosa rara fuera de eso. No estábamos subordinados a nadie, ni era parte de una operación contra él. Esta era su percepción inicial. Le llevó mucho tiempo entenderlo que éramos dos periodistas –ni siquiera conocidos- que se habían juntado para hacer un libro.
—Roberto Caballero: Es que el libro, primero que nada, desafió el relato tradicional de los setenta, rompió con la idea de que una biografía debía ser financiada por el biografiado y hablar bien de él y contó los negocios descarnados del neoliberalismo de aquellos noventa. No cosechamos muchos amigos, es la verdad. Sí, lectores. Pero amigos, no. Nos amenazaron de muerte, nos dijeron que no íbamos a poder seguir trabajando de esto, nos quisieron comprar. Y Galimberti, cuando el libro salió a la calle, nos amenazó primero y después se llamó a silencio. En ese momento, recién, nos bajó la adrenalina de los tres años de trabajo. Y creo que nos miramos con Marcelo y nos dijimos: “¡Qué locura hicimos!”. Nos habíamos sumergido en una historia y la habíamos contado a nuestro modo. Eso siempre genera riesgos. Los asumimos, no nos quedó otra.
Galimbeti salió a las calles en el año 2000. Nadie esperaba un relato así. Ni siquiera el propio biografiado. Está dividido en dos partes: Tragedia —nacimiento, adolescencia, las primeras armas, el peronismo, la clandestinidad, la lucha armada, el ascenso, los secuestros, el exilio, las batallas ajenas— y Comedia —el retorno al país, la SIDE, la CIA, lo negocios, el éxito empresarial, los tribunales, la farándula—. El libro, cuyo título se completa con De Perón a Susana, de Montoneros a la CIA, cumple veinte años y tiene una vigencia impecable, no sólo en términos teóricos e historiográficos, también en su abordaje narrativo, lo que lo vuelve una obra atrapante.
Y fue un éxito. Nadie esperaba un relato así. O tal vez sí. Era justamente lo que se necesitaba: un libro que pueda romper con la mirada tradicional que se abordaban los años setenta. Fuentes, rigurosidad, honestidad, periodismo, literatura. Luego sus autores siguieron sus caminos. Marcelo Larraquy escribió Argentina. Un siglo de violencia política, Código Francisco, López Rega. El peronismo y la Triple A y Los días salvajes, por nombrar algunos. Por su parte, Roberto Caballero escribió Lo mejor del amor. Por qué funciona el kirchnerismo y Macri. El año perdido, entre otros. Ahora, en plena pandemia, dialogan con Infobae Cultura vía mail.
—Ni bien salió fue un éxito y la particularidad es que, para ambos, Galimberti es su primer libro. ¿Cómo vivieron ese boom? ¿Se lo imaginaban? ¿Qué críticas y lecturas recuerden de aquella época?
—Roberto Caballero: Nos imaginábamos que el resultado podía ser un buen libro, porque le metimos mucho trabajo, pero que se convertiría en un long seller no estaba en los planes de nadie. Ni de la editorial, ni en los nuestros, ni en los del personaje central. Pasó. Ocurrió. Hubo allí una combinación: el personaje era atractivo, la investigación era minuciosa y a conciencia y la parábola del ex guerrillero reciclado en empresario y contratista de la CIA era, de alguna manera, la historia que resumía el gran cambio de época que habíamos vivido como sociedad. El boom lo vivimos con satisfacción, era el corolario de mucho esfuerzo. Marcelo y yo somos, básicamente, gente de trabajo. Hubo de todo, críticas buenas, críticas malas. Hubo una grieta con los que ya venían trabajando las historias de los setenta. Eramos unos recién arribados a la temática que, para peor no habíamos protagonizado los hechos que relatábamos. Herejes totales. Pero eso fue lo que le dio frescura al libro. Cada mala crítica o comentario negativo de esos autores o grupos se traducía en una mayor atracción por el libro de lectores y lectoras que se lo apropiaron. Hubo una brecha incluso generacional ahí.
—Marcelo Larraquy: Fue fuerte porque nosotros éramos nuevitos en el periodismo. Me acuerdo un día en Rosario, habíamos viajado para presentar el libro, había como 300 personas y cuando íbamos caminando vimos un cartel con nuestras fotos y la tapa del libro. Yo nunca me había visto en una foto en la calle. “Parecemos los Rolling Stone”, dijimos. Y nos reímos. No, no esperábamos nada del libro. Sólo queríamos terminarlo para correr menos riesgos. Eso pensábamos. Al lector le gustó, a la prensa también. Muchos jóvenes que no conocían de los setenta les entusiasmó saber de esa época. Algunos setentistas se molestaron un poco porque pusimos a Galimberti en primer plano y “el Loco no era justamente el mejor representante de esa etapa”, como decían. Tampoco el resto meaba agua bendita. Acá el punto era nadar sobre los grises. Y Galimberti encarnaba bien la ilusión y el drama de la época.
—¿Cómo creen que se lee hoy el libro y la militancia armada de los setenta? ¿Esta nueva época habilita nuevas lecturas que no se encasillen en la reivindicación acrítica ni en la condena furibunda?
—Marcelo Larraquy: Es un libro que sigue navegando en los mundos enfrentados de los setenta. Y Galimberti incomoda porque incursionó los dos en distintas épocas. Muchos le decían “traidor”, pero desde el rencor personal. Creo que él excedía el calificativo. Era un sobreviviente, alguien que quería sobrevivir a los setenta de cualquier manera. Lo había protagonizado, lo había padecido, había experimentado sus límites con su pulsión personal; la clandestinidad, la desesperación, la muerte. Lo había visto y vivido. Y creo que el libro trabaja mucho la cuestión humana, con su debido contexto histórico. No sé cómo se leen los años setenta hoy, cada uno tiene su propia subjetividad. O qué interés existe en la sociedad por conocer nuestra historia reciente, nuestro pasado violento, más allá de San Martín o Belgrano, que es la historia más sencilla de recrear porque ya existe un consenso establecido. Ahora, aquellos que apenas había nacido cuando Galimberti se publicó por primera vez, tienen la posibilidad de leerlo, y ellos harán su propia lectura. El libro es un aporte. Nada más que eso. No baja ninguna línea, no hay buenos y malos. Y deja muchas línea abiertas para que el lector pueda pensar por sí mismo. No es una tortilla rellena para acontentar al lector. Creo que por eso perduró. Debe haber pocos libros de investigación periodística que se puedan leer veinte años después y sigan interesando. De mi parte, a mí siempre me interesaron los setenta y los sigo recorriendo en sus distintos universos, porque nos explica como país. Las peleas siguen siendo las mismas, aunque sin violencia. Creo que es el consenso más notable que logró la política y la sociedad en estos últimos años. Fuera de este punto, Argentina es un país que, en referencia a cuarenta o cincuenta años atrás, fue empeorando en su calidad de vida, en sus ingresos, en la brecha entre ricos y pobres.
—Roberto Caballero: La historia de los setenta no tiene síntesis, es un relato coral. Galimberti fue nuestro aporte, así como los libros de Bonasso, de María Seoane o Anguita y Caparrós son de lectura obligatoria. Creo que las reivindicaciones acríticas no existen, salvo en la imaginación de la derecha procesista. Y las condenas furibundas provienen del mismo sector. Hubo una generación que quiso transformar la sociedad de modo violento y lo pagó con su vida en el marco del terrorismo de Estado. Nadie fue igual después del genocidio en la Argentina. Podría decirse que hoy las utopías son más módicas. Aquella juventud peleaba por la patria socialista, hoy la revolución pasa porque la gente coma las cuatro comidas diarias.
La primera edición de Galimberti duró un par de días; se agotó enseguida. A las dos semanas, el llamado que esperaban: “El libro está bien escrito pero tiene cinco o seis infamias graves. Los voy a llevar a Tribunales”. Nunca ocurrió tal cosa. Pocos meses después les reconoció que no iniciaría juicios, no sólo porque “le rompían las pelotas los trámites judiciales”, sino también porque “el libro le había deparado muchas alegrías”, como “recuperar un montón de compañeros, a los que había reencontrado después de veinticinco o treinta años”.
“Era un tipo al que nadie le había regalado nada —sostiene Larraquy, ahora, en este diálogo vía mail con Infobae Cultura—. No tenía nombre propio, no era hijo de, ni era un burguesito devenido a la revolución. Se había hecho de abajo con las claves de la época (la violencia, la ambición, la falta de libertades), y había recibido la bendición de Perón muy joven, a los 23 años. Políticamente muy inteligente y audaz y también muy destructivo. Capaz de matar y de dar lo mejor de su humanidad”.
“Galimberti fue todo eso junto”, completa Caballero. “Y ahora, además, va a ser una serie de Pablo Trapero. Hubo varios directores que soñaron con convertir el libro en película. Ahora, en principio, Trapero quiere hacer una serie”, concluye sin revelar secretos.
En febrero de 2002, Rodolfo Galimberti se interó en el sanatorio San Lucas de San Isidro. Usó otro nombre. La operación durante ocho horas. Los médicos le diagnosticaron una perforación de la aorta abdominal, a causa del estrés, el sobrepeso y el colesterol. Murió por complicaciones cardíacas el 12 de febrero de 2002. Tenía 54 años pero una vida enorme, larguísima, intensa, contradictoria, atrapante, llena de etapas, períodos, capítulos, digna de una serie o, mejor, de un libro, pero uno bueno. Uno como el de Larraquy y Caballero.
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