No hay belleza en la guerra, es cierto; pero en el arte sí. Cándido López, “el manco de Curupaytí”, fue un hombre con una profunda sensibilidad que supo como nadie transformar el horror de la guerra en belleza. En los retratos del campo de batalla que pintó durante la Guerra de la Triple Alianza se percibe su capacidad técnica pero también simbólica.
Allí estuvo, vivió todo eso. Y luego lo píntó. “La pintura fue su herramienta de reclamo, equiparable a la acción pública de los veteranos, al pedido de los sueldos y pensiones”, escribió el historiador del arte Roberto Amigo.
Hay una de toda esa serie que sobresale o, al menos, tiene sus propias singularidades. Se trata de Después de la Batalla de Curupaytí que pintó en 1893 y hoy se conserva en el museo de Bellas Artes. En este cuadro, la batalla ya terminó. Los hombrecitos que parecían jugar, en medio de los verdes prados paraguayos, a los tiros, al enfrentamiento, a la muerte, ahora arrastran cadáveres y compatriotas heridos. Hay fuego, humo, naturaleza irregular y un cielo demoledor.
La historia de estas obras empieza antes. En 1864 Cándido López se enroló en el Batallón de Guardias Nacionales de San Nicolás y fue a combatir en esa cruenta guerra. Como sabía leer y escribir lo pusieron como Teniente 1° y le asignaron un pelotón, pero como aún no sabía manejar un arma prefirió el cargo de Teniente 2°. Estando en combate, en sus tiempos libres, se dedicaba a pintar paisajes de campamentos militares. Elegía un lugar alto y hacía bocetos.
Al volver de la guerra, lo hizo en condiciones lamentables: una granada había estallado a su lado y con la explosión perdió el brazo derecho —aunque hay historiadores que dicen que fueron las esquirlas de una metralla y, tras estar vendado en vano, debieron amputarlo—. ¿Cómo pintar si la mano hábil ya no está? Tuvo que entrenar la izquierda. Y lo hizo. La sensibilidad seguía estando en él. Entre 1888 y 1901 hizo los principales cuadros.
En 1902, en un campo que había alquilado en la ciudad bonaerense de Baradero, murió. Su obra no fue reconocida de inmediato. Llevó un tiempo comprenderla, así como también su duro contexto. Hoy está en el Bellas Artes, para que cualquiera pueda admirarla y maravillarse.
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