Daniel Veronese: “Estas obras me pusieron incómodo a mí y yo como director quise trasmitirlo”

El prestigioso director de teatro dialogó con Infobae cultura sobre “Experiencias Veronese”, un tríptico creado a partir de textos de David Foster Wallace y Marcus Lindeen: “La mujer deprimida”, “Encuentros breves con hombres repulsivos” y “Los arrepentidos”

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Daniel Veronese
Daniel Veronese

Daniel Veronese es un creador que fue clave en la emergencia de una nueva teatralidad en Argentina durante los años ’90. Se destacó entonces como parte del Periférico de Objetos, pero también es uno de los más destacados directores del teatro comercial porteño y desde hace 20 años es parte del ciclo Teatro x la Identidad. Casi nada del teatro argentino le resulta ajeno.

Antes de la pandemia por coronavirus, presentaba en Timbre4 sus Experiencias Veronese, un tríptico creado a partir de dos textos de David Foster Wallace y una dramaturgia biodramática escrita por Marcus Lindeen. Son tres obras de teatro y tres experiencias de personas reales o imaginarias que interpelan a las experiencias de los propios espectadores: La mujer deprimida, Encuentros breves con hombres repulsivos y Los arrepentidos.

Esas experiencias dialogan entre sí desde la concepción de la puesta en escena minimalista, el montaje sobre un cuadro blanco de textos instalados en espacios problemáticos: la enfermedad mental, la violencia machista y la identidad de género. Lo que las Experiencias despliegan son tensiones que están vivas entre nosotros y se hacen evidentes en las palabras. Veronese trabajó con precisión esos textos, tanto en la escritura como en el trabajo con los actores.

María Onetto en La persona deprimida vuelve a demostrar que sola en el escenario (como lo hizo en Potestad) es un imán de una potencia incalculable. Si el texto teje una lentamente una red para atrapar al espectador, ella hace que la misma lo rodee y no pueda escaparse de allí.

Los Encuentros breves con hombres repulsivos son pequeños textos tomados del libro de Wallace, que reconstruyen la brutalidad asordinada del discurso machista cotidiano. Marcelo Subiotto y Luis Ziembrowski son dos hombres comunes, incluso simpáticos y entradores, que despliegan en ese gesto condescendiente y cuasi amoroso toda la perversidad y manipulación del discurso patriarcal. La decisión de que cada uno de ellos sea alternativamente un hombre que habla y una mujer que escucha, es perfecta para poner a los hombres espectadores en la situación de manipulador / manipulado, de interpelarlo sin posibilidad de escape.

La tercera, que como contó Veronese a Infobae Cultura fue la primera en aparecer en su vida, es un diálogo real entre dos transexuales suecos, entre ellos el primer varón que se sometió a la transformación genital, que se arrepintieron y desearon volver a su condición original. Allí no solo se prefigura la discusión sobre la relación género genitalidad, sino también el régimen sexual vinculado a la salud, la transformación histórica que vivió la sociedad en 50 años y también la soledad, una apacible soledad que nos atraviesa inexorablemente en algún momento de la vida. La naturalidad con la que Mónica Raiola y Luciano Suardi dialogan desdramatiza y, como explica Veronese en esta nota complejiza la cuestión.

Dialogamos con Daniel Veronese a propósito del origen y la puesta en escena de estas Experiencias, de su relación con los textos y el público, de sus diversas experiencias en el teatro y del presente de la escena independiente, cerca de la moda y lejos de la experimentación. “La moda no es vanguardia” dijo y nos conquistó (todos merecemos poder parafrasear alguna vez al Indio Solari)

-¿Cómo surgió la idea de hacer un tríptico con relatos que no son originalmente teatrales?

-Yo no busqué materiales para hacer un tríptico, los encontré. En realidad surgió a partir de coincidencias. Me pasaron el material con la obra de Marcus Lindeen, después de ver una puesta que vi en México hace un par de años. Me parecía interesante, pero no tenía los derechos y tenía que esperar para conseguirlos. Más o menos al mismo tiempo en Madrid me había comprado un libro de David Foster Wallace, a quien había oído nombrar mucho pero de quien nunca había leído nada. Así fue que me topé con el libro Entrevistas breves con hombres repulsivos.

Cuando lo leí me encontré con una serie de textos muy extraños, con muchos disparadores. Es una mezcla de escritos, una compilación media rara. De pronto dice “Massachusetts, 1998”, después una “X” (como número romano) y luego una cifra que parece indicar alguna referencia en un fichero. No entendés bien si refiere a un hospital, una cárcel o un registro civil. Hay una conversación empezada y unos puntos suspensivos por los que se supone que alguien contesta algo que no está registrado. Como si hubieran desgrabado una conversación, pero solo se escucha lo que dice una de las personas.

Al leerlo me gustaron algunas de esas conversaciones y fui tomando notas. Seleccioné los que están en la obra porque me parecieron los que tenían más capacidad de ser teatrales. Hay algo de un lugar de incomodidad que producen estos hombres, que son repulsivos pero hasta hace muy poco socialmente aceptados. Son conductas infames, pero casi perdonadas en los hombres. Me parecía bueno exponerlas en un escenario. Fue muy bueno el trabajo que hicimos con Ziembrowski y Subiotto, porque cuando se puede ver de cerca algo así se ven los hilos que conducen a ciertos tipos de actitudes, conductas que hasta muy poco estaban normalizadas.

En ese mismo libro leí La persona deprimida, que me fascinó. Entrás en una especie de espiral del cual no podés salir. Tuve que resumir, darle una instancia dramática al monólogo para que pueda ser seguido. Porque lo que se ve es el devenir de una persona que a gritos está pidiendo ayuda, que la quieran. Ella habla en tercera persona de su propia situación.

Primero pensé que siendo como eran dos Wallace, se podrían juntar en una sola obra. Pero luego me di cuenta que eran dos obras diferentes. Entonces me acordé del texto de Marcus Lindeen y surgió la obra de teatro. Los arrepentidos son dos personas que existen. Mi trabajo es mínimo sobre el texto, por eso dejé su edad real, el año en que se hicieron las operaciones y donde se las hicieron. Me parece que sostener eso histórico es muy interesante, porque hoy hablaríamos de otra forma de este tema.

Esas personas no tuvieron asistencia psicológica. ¿Te querés operar? Bueno, cuchillo. Hoy las cosas son muy distintas, por lo tanto no son dos personas comunes que se hacen un cambio de sexo. Son dos personas especiales que por circunstancias muy distintas, pensaron que sus vidas iban a ser más felices si fueran mujeres, pero después se dan cuenta que no fue así y quieren volver atrás.

Tienen mucha humanidad las tres obras. Hablan de romper con lo binario: enfermedad-salud o genitalidad-género ¿sos más hombre porque tenés pito o no lo tenés?

María Onetto en "La persona deprimida"
María Onetto en "La persona deprimida"

-Esas situaciones que se viven, que se instalan en esas fronteras, ponen incómodo al espectador ¿esa interpelación al público fue buscada?

-Si, son trabajos peligrosos, estas obras me pusieron incómodo a mí y yo como director quise trasmitirlo. Yo como director soy un espectador por excelencia y desde mi lugar puedo pensar cuáles son las características principales y poner la energía que hay que poner para que el público pueda entrar. Una vez adentro, va a ser incómodo, porque para nosotros también lo es.

En Encuentros… sentía que tenían que ser actores muy “blancos”. Gente querible, que te los llevarías a comer a tu casa. Buena gente con la que además te divertís. Para que puedan ser vehículos para llevar adelante esta composición tan infame. Con Luis y Marcelo trabajamos para llevarlos a un lugar de naturalidad. Porque el que va a asesinar no viene con un parche en el ojo y un cuchillo, sino que te lleva a ciertos lugares perversos. Aquí están expuestos esos mecanismos con los que muchos hombres logran ejercer el poder de maneras diversas sobre la mujer.

En Chile me preguntaron porque no había un hombre y una mujer en escena, o porque la mujer no tomaba las riendas y respondía. La obra se llama Encuentro con hombres repulsivos, porque me parecía lo interesante era hablar del hombre en este contexto. Empezar a poner la lupa en nuestro funcionamiento. También allá me pasó que un espectador me dijo: “pero está bien lo que dijo tal personaje”. Y si alguien cree que no está tan mal lo que pasa, ahí está el germen. Fue muy impresionante que alguien encontrara que uno de esos hombres no fuera tan repulsivo.

Y la mujer no sale a luchar porque está frente a seres que manipulan la situación con mucha habilidad. La violencia opaca que se ve todo el tiempo. En un momento pensé en hacerla solo para hombres. Pero después si podía justificar esa decisión y no encontré respuesta. Pero creo que al hombre le pega mucho.

-Hay un registro actoral que es común en las tres experiencias. Todas parecen transcurrir en el orden de lo cotidiano, con lo que el espectador así entra en el juego fácilmente. ¿Por qué han trabajado de esta manera?

-Ese trabajo es para que entres en la posibilidad de escucha y luego tengas que bancártelo. Si hago algo completamente explícito o panfletario, que lo podría hacer, mi privo del hecho que el espectador entre en contradicciones. Yo quiero que entre en contradicciones. Yo como pensador quería trabajar en esos aspectos que los hombres todavía tenemos como normalizadas.

En el tema del cambio de sexo, que es también incómodo, tenía que dejar claro que no es alguien que cambia de sexo ahora. Porque ahora tenemos una cantidad de avances maravillosos como la identidad de género. Yo con esto empecé a pensar en aquello binario que te decía antes, la genitalidad y el género. La identidad no me tiene que decir nada a propósito de lo que tenés entre las piernas. Eso me parece revolucionario.

La obra habla de alguien que no sabe cómo se siente, y parten del tema traumático de la operación, para la que no contaron con apoyo psicológico. Una de ellas dice, yo no estaba segura e igual me metí. Cuando me desperté ya estaba hecho. El otro quiere volver a ser hombre y el estado sueco no le paga las intervenciones. Una serie de cosas que tienen que ver con una época y un país. La necesidad de elegir y el derecho a decir quien soy y que me respeten. Eso me parece muy importante.

Me parece que el tema, re pensando las Experiencias, es que pensar la vida desde lo binario te hace conservador, alguien se opone a cambios del otro. El tema es este ¿por qué oponerse a los cambios o las decisiones del otro?

Luis Ziembrowski y Marcelo Subiotto en "Encuentros con hombres repulsivos" (Germán Romani)
Luis Ziembrowski y Marcelo Subiotto en "Encuentros con hombres repulsivos" (Germán Romani)

-¿Cómo fue el proceso de escritura y puesta en escena a partir de esos textos que habías encontrado?

-Son obras literarias con lo cual al convertirlas en teatro, ya pensaba en la puesta. En el caso de Encuentros con hombres repulsivos, quería que los hombres estén desnudos. Hubiera sido una manera de exponerlos totalmente. El título lo dice, estos tipos no son ejemplos, son repulsivos, entonces ponerlos desnudos hubiera sido dejarlos en una situación de indefensión aún mayor. Pero son esas ideas que quedan en el camino.

En el caso de Los arrepentidos, que es una conversación real grabada, tenía que trabajar para darle fuerza dramática, en sostenerlo para que no se cayera, ordenarlo –como hice con los bloques separadores- y para eso tuve varias versiones.

En La persona deprimida saqué mucho, pero además tuve que trabajar para que la gente pudiera seguir ese texto con atención. No es lo mismo leer y releer una novela que seguir un monólogo como este. Trabajamos mucho con María, porque es un texto largo y difícil y muchas veces parecía que no salía. Íbamos y veníamos e incluso pensamos en no hacerlo. Menos mal que su amor propio hizo que siguiéramos. Pero tengo la impresión que recién al mes después de haberlo estrenado María pudo hacer con el texto lo que quiere.

-En las tres obras, en algún momento, tuve una sensación de querer huir, no en el sentido de irme de la sala, pero el cuadro blanco, los textos y las maneras de decirlos me tenían atrapado. ¿Qué le pasa al público en general?

-Yo creo que las tres son obras que piden un espectador que quiera involucrarse, porque si vas a ver un divertimento, no funciona. Últimamente la gente consume todo en su casa, comida, televisión. Ahora mismo que estamos todos encerrados y no vamos a tener necesidad de salir (risas). Que la persona salga, vaya al teatro, gaste algo de plata, mucha o poca, requiere que ese pasaje por el teatro no sea gratuito, que salgas distinto como llegaste. No busco que alguien se vaya de un espectáculo, pero quiero que la gente sienta las cosas que yo sentí cuando arme este trabajo. Son cosas sobre las que a mí me conviene pensar y quiero hacerlo. Yo hice mucho teatro comercial y llegó el momento en que empecé a abandonarlo y vuelvo a este tipo de materiales.

 Luciano Suardi  y Mónica Raiola en "Los arrepentidos"
Luciano Suardi y Mónica Raiola en "Los arrepentidos"

-¿Cómo surgió el minimalismo formal de estas tres puestas?

-La primera fue Los arrepentidos, porque originalmente el autor plantea eso: la mesa con un grabador, como si fuera un estudio de grabación, un proyector de diapositivas donde ellos proyectan las fotos, que yo no incluí en esta puesta. Para los repulsivos había pensado una especie de ring con una cámara gesell alrededor, con ellos desnudos, una mesa y dos sillas, donde el público los vería y ellos no verían al público. Eso requería una producción que no tenía. Para La mujer deprimida no había pensado nada en un inicio. Entonces a partir de esas dos ideas originales surgió el minimalismo. Fue casual, pero necesario. Tenía que centrarme en lo que estaba pasando con los actores. No necesitaba más, y en teatro todo lo que no se necesita, sobra.

-¿Cómo pensás hoy ese recorrido tan intenso que va del Periférico de objetos, con espectáculos que fueron hitos como Ubu rey o Máquina Hamlet, pasa por Teatro x la Identidad, abreva en el teatro comercial de la calle Corrientes y hoy encuentra este tríptico casi minimalista?

-Yo plantearía dos grandes zonas. Un teatro comercial que busca lo espectacular, del que viví y vivo y para nada reniego. Este es un teatro que hay que hacer bien y que tiene que atraer al público. Allí no puede haber elementos que no incluyan al espectador. Es difícil proponer rispideces o que haya algo de lo que la gente no quiere hablar. Porque si la gente no va, se cae el espectáculo. Rige el consenso con quien paga la entrada.

En la otra vereda tenemos un teatro que llamamos independiente, a veces de experimentación, menos espectacular, pero más eficaz con respecto a lo que está planteando. El primero tiende al éxito y este tiende a la eficacia. También puede buscar el éxito el teatro independiente, por supuesto, pero es el lugar donde puedo buscar ser eficaz en determinados temas.

En general yo aprendo de los temas cuando los monto. Trato de exponer en un sentido teatral aquello que lo que en los ensayos me abrió la cabeza. Este teatro puede tender al disenso con el espectador. Puede tender a que el espectador sienta que se quiere ir, pero no que efectivamente se vaya. A mí mis obras me modifican, entonces ¿si a mí me pasa, porque no le puede pasar al público?

-Pertenecés a una generación de creadores teatrales que irrumpió con mucha fuerza en los noventa, con la caída del alfonsinismo y la emergencia del menemismo…

-Durante el menemismo fue muy productivo el teatro.

-Incluso a pesar del neoliberalismo y el abandono de los espacios oficiales, tuvieron una posibilidad de construir, experimentar y aprovechar los espacios para peleándose con lo que existía para construir una estética nueva ¿qué pasa hoy con las nuevas generaciones y cómo se trabaja desde los espacios oficiales para generar las condiciones para que eso surja?

-Es una pregunta muy difícil, no tengo la respuesta. Pero siento que si hablamos los teatros oficiales, cada uno tiene alguien a la cabeza y quien está allí puede elegir un tipo teatro; luego aparece otra cabeza que puede elegir otro. Por ejemplo, ahora me gusta el San Martín porque es ecléctico. Me gusta porque sentís que hay de todo. No quiere decir que a mí me guste todo lo que se presenta, pero tampoco me tiene que gustar a mí. Me parece que eso es interesante, que haya quien vaya probando distintas cosas.

Con respecto a la producción, en arte es muy difícil crear formas puras. Hay momentos en los que hay formas puras dando vueltas. Pero es habitual que cuando hay formas puras, los artistas empiezan a repertirlas y dejan de ser puras. Y se convierten en modas y a la gente le gusta, y se consume. Como canta el Indio Solari, la moda no es vanguardia.

Yo soy una persona muy crítica sobre mi obra y sobre la de los demás. Yo quiero ir al teatro a sorprenderme, y eso no me pasa. Eso es lógico. Hay oleajes, la ola queda y ves cosas que se tiñen, se retroalimentan entre sí. A mí me cuesta ir al teatro y sorprenderme. Pero siempre voy con la esperanza de encontrarme con alguien que me meta en una ilusión nueva. No se necesitan tantas pantallas para que algo sea revolucionario. Puede ser algo muy chiquito, pueda estar a la vuelta de la esquina. La entrada de la parafernalia en el teatro, tan común ahora, me produce la sensación de estar en un parque de diversiones. Son muy pocos los que pueda crear un nuevo tiempo en un escenario, algo que no se vio hasta ahora. Tampoco digo que yo lo pueda hacer. Lo intento y llego hasta donde llego.

Fotos: Thomas Khazki

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