Polémica por derechos de autor: “Hay cuestiones del mercado editorial que conspiran en contra de los autores”

En estos días, a propósito de una página de Facebook en la que difundían versiones electrónicas de libros recientemente publicados, estalló un debate por los derechos de autor que dejó además lugar a otros debates. Aquí, la opinión del autor de “Los Lubavitch en la Argentina”

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¿Cómo repercute la devaluación del peso argentino en la industria del libro?

En el año 2010 publiqué mi primer libro, Los Lubavitch en la Argentina. Salió publicado por una de las dos más grandes editoriales del mundo hispano y fue uno de los momentos más felices de mi vida. Sentí que por fin estaba haciendo lo que siempre había querido hacer: escribir y publicar y que me pagaran por hacerlo. El primer mes de salido el libro estuve atento a todas las comunicaciones de la editorial: que se vendía bien, que había una presentación, alguna entrevista radial y contacto casi diario con mis editoras. Pasado ese primer mes, la editorial siguió con su plan de trabajo normal, publicó otros cuarenta títulos y yo quedé en segundo plano para ellos. Al principio me sentí ofendido. Después entendí cómo funciona el sistema de publicación para un autor que no alcanza el estatus de éxito de ventas pero tampoco se convierte en objeto de culto de la crítica literaria.

Pasados unos años, durante los que publiqué otros dos libros en editoriales pequeñas, le llegó el turno a mi primera novela, Rituales de sangre, un policial ambientado en una comunidad judía ortodoxa que publiqué en un sello comercial de la editorial que publicó mi primer libro.

El proceso fue bastante similar al anterior aunque un poco más extendido: unos meses de atención, notas en prensa (incluso una videoentrevista aquí mismo, en Infobae), asistencia a ferias de libro del interior del país, y unas ventas relativamente aceptables que hicieron que me pidieran una continuación de la novela, la que publiqué al año siguiente.

A ese segundo libro ya no le fue tan bien y además yo me embarqué en otros proyectos personales que me alejaron de seguir insistiendo. Los e-mails con liquidaciones de mis derechos de autor siguieron llegando cada seis meses. Después de los dos primeros, ya ni siquiera los abrí porque sabía que no iba a tener saldo a favor para cobrar.

El mes pasado se pusieron de moda varias series de tv sobre judaísmo ortodoxo. No sólo se hicieron exitosas, sino que además mucha gente comenzó a interesarse más acerca del fenómeno del judaísmo ortodoxo. Pensé que era el momento ideal para que mi editorial reflotara mis tres libros sobre el tema. Le escribí a mi editora comentándole esto y con suma amabilidad y afecto me comentó que mis libros estaban agotados, discontinuados, que les quedaban menos de diez ejemplares en depósito y algunos desperdigados en librerías. Le pregunté por qué no los promocionaban en digital y me dijo que lo iba a proponer en la siguiente reunión de márketing, pero que igual tuviese en cuenta que el mercado del libro digital en Argentina es insignificante.

Entonces decidí pedirle recuperar mis derechos de autor. Porque eso es algo que no se dice, pero cuando un escritor le “vende” a una editorial su novela, esta a cambio de publicarlo, hacerlo circular en canales de venta y hacer lo que considere pertinente dentro de su plan editorial para promocionarlo, se queda con el derecho de hacer con el libro lo que quiera. Por ejemplo, no aprovechar el tema del momento para promocionar libros de su fondo editorial. No me quejo, es la realidad que acepté cuando firmé los contratos y no soy quién para decirle a una empresa cómo debe llevar su negocio.

La editorial aceptó de buena gana devolverme mis derechos y a los dos días tenía un nuevo contrato firmado donde se daba por terminada nuestra relación. Un divorcio no traumático, aunque sí un poco triste. Al menos volví a poder hacer con mis libros lo que quisiera. Pensé que en este momento lo que me interesa es que mis libros circulen, que los que están interesados en leerme y conocer más sobre el judaísmo ortodoxo lo pudieran hacer.

Sin darle muchas vueltas puse en Twitter que le iba a reglar a quien me lo pidiera las versiones digitales de mis libros. Tuve una respuesta que me desbordó. Durante todo un fin de semana recibí pedidos de más de 700 personas (mucho más de los que las liquidaciones de los últimos cinco años me dijeron que se vendió) de todas partes del mundo, incluso lugares donde mis libros nunca llegaron. Le envié mis libros a cada una de estas personas sin pedir nada a cambio. Muchos se ofrecieron a darme algo, pagármelos. Rechacé cortésmente porque me resulta más complicado en este momento pensar en un modo de pedir dinero por mis libros que regalarlos. No vivo de mis libros ni nunca lo hice. Aunque mis libros me permitieron ganarme la vida de otros modos: fueron fundamentales para tener un curriculum que hiciera que me aceptaran en un programa de Maestría y luego en uno de Doctorado en la University of Toronto, donde actualmente estoy y que sí me paga. También me dieron la posibilidad de dar conferencias, de viajar (en diciembre del año pasado di una conferencia sobre Policial argentino y latinoamericano en la Universidad Autónoma de Zacatecas, México, invitado por ellos) y de trabajar ayudando a otras personas a escribir sus memorias.

Cada experiencia es personal y no considero que mi aproximación a mis derechos intelectuales sea más correcta que la de otros (después de todo mi abuela vivió durante años gracias a los derechos de autor que cobró por parte de Telefe porque su padre había creado la serie original Mi cuñado en los años 50s) ni tampoco menos correcta. Cada uno sabe qué valora más, si que lo lean o la posibilidad de que poquito a poquito la suma de sus derechos de autor se haga estables y le permitan un pasar digno.

Sin embargo, sí creo que hay cuestiones del mercado editorial en general y del mercado editorial argentino en particular que conspiran en contra de los autores. Por empezar, el porcentaje que recibe el autor, 10% en el mejor de los casos, es escaso. La única forma de que se convierta en significativo es vendiendo miles de ejemplares. Pocos son los que lo consiguen, partiendo de la base de las tiradas suelen ser de unos 2 mil a 3 mil ejemplares, con suerte y cuando no son apenas 1 mil ejemplares. Con 1598 librerías registradas en toda la Argentina, según La Fundación El Libro, en muchos casos no alcanza para que haya ni un solo ejemplar en cada una. En segundo término, el control de que las liquidaciones de libros vendidos hayan sido correctas, para escritores que no cuentan con agente literario como es el caso mayoritario en la Argentina, es una cuestión de fe en las buenas intenciones de la editorial. Para continuar, a menos que uno se convierta en un bestseller de la noche a la mañana o en el nuevo mimado de la crítica literaria, otras actividades que ayudan a los escritores a hacer de su profesión algo más rentable como las giras de presentación por varios países o ciudades, las conferencias pagas organizadas por la editorial o los eventos de firma de ejemplares son prácticamente inexistentes.

Por otra parte, el problema de la piratería es un tema mundial. En los países más desarrollados donde el acceso a contenidos legales es más sencillo y directo y donde las autoridades persiguen con fuerza a los que descargan contenidos protegidos, esta ha disminuido bastante. Cuando el mercado hace más fácil comprar un contenido por un medio legal que sumergirse en las profundidades de páginas de internet poco claras y arriesgarse además a descargar contenidos con malware o virus, la gente prefiere los medios legales. Los escritores hacen giras de presentación ya sean poetas con públicos reducidos o bestsellers internacionales y eso ayuda a que su voz se difunda y sus libros se vendan. Las bibliotecas públicas funcionan acercando a través de sus cientos de sucursales, o incluso en formato de ebook, los libros que muchos lectores pueden llegar a tener un interés en conocer pero no los recursos o la predisposición a arriesgarse comprándolos.

Estas cosas que parecen ser tan básicas están relacionadas con políticas activas de preservación de la cultura y fomento de la lectura. Esto a su vez fomenta el mercado editorial: un lector que conoció un libro porque lo leyó gratis en la biblioteca de su barrio puede luego querer ir y comprar el ejemplar para él o para regalárselo a alguien. Se sabe que el libro físico es irremplazable en cuanto a la experiencia de lectura.

Entiendo el enojo de colegas que ven deshacerse sus liquidaciones de ventas porque hay gente compartiendo sus libros. También creo que quienes se descargan esos libros probablemente no lo hubieran comprado en primera instancia y que así, sí lo hagan en el futuro o compren el próximo libro que ese autor publique, asistan a la próxima conferencia paga que ese autor brinde, aporten a los que hagan públicas formas de patronazgo para colaborar con ellos o los vuelvan plumas populares al punto que les pidan más notas remuneradas para medios de comunicación. También, soy de la firme creencia que al difundirse lo que esos autores hacen, terminará siendo más probable que terminen accediendo a las otras formas en las que los escritores nos ganamos la vida por estos días.

*Alejandro Soifer (Buenos Aires, 1983) es autor de seis libros. Actualmente vive en Toronto, Canadá donde es estudiante de Doctorado en Literatura Latinoamericana e Historia de los libros y la cultura impresa por la University of Toronto.

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