Ella cerró su cuenta de Facebook.
No es fácil convertirse inesperadamente en blanco de agresiones, insultos, ironías y manifestaciones de desprecio por reclamar por tus derechos: hay que tener espalda para resistir la lapidación pública o claras intenciones de provocar o levantar tu perfil para ir en busca de un linchamiento en las redes. De lo contrario, la catarata de mugre llega y te encuentra inerme, desolado y preguntándote qué es lo que hiciste mal. Y a veces no hiciste nada malo sino que la ley de juego hoy pasa por el choque. Por lo que sea.
Días atrás, la escritora Gabriela Cabezón Cámara escribió un mensaje en el muro de la página Biblioteca Virtual de FB, una página que tiene 16 mil seguidores -una cifra importante por donde se la mire- que, desde diferentes espacios, forman parte del universo de los libros.
Son lectores, autores, divulgadores, promotores de la lectura que se pasan datos, dan conferencias en vivo en cuarentena, ceden las versiones de sus libros para que circulen o dan a conocer sus obras (muchos son autores desconocidos o poco conocidos, por lo cual el sitio se convierte en un terreno fundamental para hallar lectores). El tema es que, en el marco de la socialización literaria, difunden pdfs de libros agotados y de difícil acceso pero también libros de reciente publicación, una actividad que sin demasiado esfuerzo intelectual puede encuadrarse en la categoría de piratería.
Ella escribió.
“Hola querides. Me parecen muy lindas sus buenas intenciones pero les pido que no circulen mis libros. Les voy a dar un ejemplo de para qué sirven las regalías que tenemos por los libros. El año pasado me enfermé cuatro meses y no pude dar los talleres. Por ende, no tuve ingresos. Si no hubiera sido por las regalías de Las aventuras de la China Iron, que me llevó tres años de muchísimo trabajo, habría tenido que pedir limosnas. Ustedes pueden pensar que yo tengo que pedir limosna si me enfermo. Yo no”.
Solo eso. Otros colegas como Selva Almada, Julián López, Dolores Reyes o Camila Sosa Villada, entre otros, ya habían pedido lo mismo y habían cuestionado la práctica -con más o menos énfasis, con más o menos buenas formas- en diversos espacios públicos, incluida la misma Biblioteca Virtual.
A partir de ahí, y de la publicación de la polémica en diversos medios, a Cabezón Cámara la bardearon por el uso del lenguaje inclusivo, por decir que si no cobra sus regalías debería pedir limosna. La bardearon por el precio de sus libros, porque publica en un grupo editorial poderoso. La bardearon por acusarla de soberbia y por hacerle el juego a las multinacionales. Lo sorprendente es que la bardearon los miserables de siempre pero también colegas o aspirantes a colegas que deberían, si no defender su reclamo, al menos comprenderlo.
Gabriela Cabezón no insultó, no nombró/escrachó a nadie, no profirió amenazas ni buscó resolver el tema por vía legal. Su post de pocas líneas en el mismo terreno en el que se pasaban su libro buscaba claramente explicarle a gente de buena fe que si los libros recientes -que se consiguen en librerías o en plataformas de venta de libros electrónicos- circulan de manera clandestina no será posible seguir produciéndolos.
Quien conoce a Gabriela Cabezón sabe que no había cinismo ni ironía en su post. Que cuando dice “buenas intenciones” es porque efectivamente confía en esas buenas intenciones y da por sentado que quienes participan de la página y creen que es posible pasarse libros de esa manera lo hacen por candidez, entusiasmo desmedido o por ignorancia.
La autora de La virgen cabeza y Las aventuras de la China Iron suele decir que la suya es la primera generación de escritores argentinos en las que el 50% de los escritores no son burgueses sino que provienen de familias de clase trabajadora. Suele decir también que hay una mirada romántica sobre el trabajo del escritor y que los autores hoy ya no son Victoria y Silvina Ocampo sino que, al igual que diversos sectores de la producción, sobreviven en una “precariedad generalizada”, la realidad siglo XXI de la Argentina.
“Quise exponer mi propia precariedad en un post humano y educado y me devolvieron violencia cruda y desmesurada”, le escucharon decir por estas horas.
Ella, como muchos otros escritores, viajan hasta lugares recónditos del conurbano o de otras provincias para encontrarse con docentes y lectores de manera gratuita y también miran para otro lado deliberadamente todas las veces que en el ámbito educativo más desfavorecido circulan sus libros en copias porque saben que no hay manera de que esos chicos accedan a sus novelas de otro modo.
Pero un grupo de 16 mil personas no es equivalente a pequeños nodos de docentes y alumnos, así como no es lo mismo justificar la práctica de circulación clandestina en las primeras semanas de la pandemia, con todo cerrado, que ahora, cuando hay delivery de librerías, al menos en las grandes ciudades.
La palabra de la organizadora de la Biblioteca Virtual
Infobae se comunicó con Selva Dipasquale, coordinadora del sitio de Facebook que desató la polémica por los derechos de autor. Las preguntas fueron dos:
1) En el momento que empezaron a circular libros más recientes, ¿no pensaron en la cuestión legal o en el tema derechos de autor?
2) ¿Qué opina sobre las agresiones a Gabriela Cabezón Cámara, luego de que les escribió -sin amenazas legales de por medio- para que no circularan los pdfs de sus libros?
Estas fueron las respuestas de Dipasquale, quien contestó con amabilidad de inmediato.
1) Establecí las reglas en la descripción del grupo: solo difundiríamos libros liberados o que las editoriales o autores permitieran su circulación. Hubo solo tres casos de narradores argentinos detectados que no tenían autorización y se bajaron de inmediato las obras. También tres editoriales se contactaron conmigo y me pidieron que se bajara tal o cual obra, solo eso, y se hizo de inmediato. La mayoría de los libros compartidos ya están en otros sitios de internet. Incluso las obras de Gabriela están otras páginas, por lo que es inentendible esta discusión.
2) No estuve de acuerdo como administradora del grupo con ninguna agresión, sea cual sea el pensamiento. Y por eso eliminé muchos comentarios agresivos. Incluso eliminé la entrada en la que Gabriela pidió que no circularan sus obras. Ella era miembro de la biblioteca y cuando ella lo pidió yo ya había sacado sus obras del sitio. No avalo ninguna agresión. Todos hablan de las agresiones hacia ella. Pero ¿usted sabe las agresiones que recibí yo? No se lo cuento para abrir grietas ni heridas. Yo no soy más que una poeta pero hay escritores que calificaron de ladrones a colegas escritores que hay en nuestro sitio y que son maestros de la poesía, escritores de larga trayectoria y fundamentalmente lectores que aman y amamos los libros y los compramos. Esta Biblioteca es pública, es un lugar en el que muchos han encontrado compañía en esta cuarentena. Hay una alegría desbordante por comentar y compartir libros y además en un contexto de pandemia mundial y encierro.
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La polémica no se apaga: lo que deben apagarse son los insultos y los escraches porque avergüenzan y paralizan. La discusión acerca del lugar del escritor, de la figura del escritor como trabajador o como parte de la cadena de la industria editorial o, incluso, la idea de que publicar un libro convierte a alguien en escritor sigue siendo tema de debate. Los lectores siempre van a buscar la manera de llegar a los libros y los autores siempre van a reclamar por sus derechos.
Un autor tiene derecho a reclamar por sus regalías. Un autor tiene también derecho a dejar circular sus textos libremente, si no tiene compromisos editoriales.
Cada uno sabe qué busca en su literatura y por qué llegó hasta allí. Si es refugio, si es catarsis, si es veleidad, si es mandato. Si es inevitable. Si es arte.
Cada uno sabe por qué, para qué y para quién escribe.
“Comenzar a escribir tiene que ver con el deseo. Continuar escribiendo, no”, dice Eugenia Almeida en Inundación, un libro que por estos días debería convertirse en bibliografía obligatoria.
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