Este texto fue publicado en la página de Facebook de su autor en el día de ayer. Infobae la reproduce con la debida autorización.
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Se me ocurrieron algunas cosas, las enumero por ritmo, por comodidad de escritura, no por jerarquía.
1. La justicia no es la ley. Invocar la ley y los derechos no va a transformar una situación injusta en una situación justa. La literatura tiene mucho que ver con la justicia y casi nada con la ley (Kafka, etc.). Sebald decía que la literatura era el único lugar donde era posible la restitución de la justicia.
2. Hay que establecer un vocabulario compartido de referencia para discutir: trabajo, trabajo artístico, arte, valor, capital, ganancia, gratuidad, actividad, dinero, privilegio.
3. Los escritores que se identifiquen como trabajadores deberán no identificarse como poetas o artistas. Porque ni el poeta ni el artista aspiran a que los ampare ninguna ley laboral o de propiedad. Porque ni el poeta ni el artista aspiran a identificarse como trabajadores.
4. Ser artista o poeta (hubo un tiempo en que el escritor de “narrativa” también aspiraba a que en sus páginas hubiera arte o poesía) es una operación, no es una esencia ni un bien. La identidad del artista o poeta (o escritor, o cantante) como artista es un disfraz que el sujeto se pone durante el tiempo que dura esa gracia, ese juego, ese hallazgo. Aunque ese tiempo incluya un “trabajo artístico”. Ese tiempo tiene las limitaciones del artista o el poeta mismo, y del mundo, por supuesto.
5. Un trabajo es un intercambio con el mundo. Una fuerza de trabajo es reconocida, valorada y remunerada. Si no hay remuneración ni reconocimiento del mundo como tal, esa será una actividad, no un trabajo. Los cartoneros fueron (y son, en muchos casos) una actividad laboral clandestina. Después, una actividad laboral precaria. Nadie veía ni ve en eso un trabajo sino un conflicto social. Pero cuando los cartoneros mismos lo consideran un trabajo, intentan que hayan regulaciones propias de cualquier marco laboral e incluso profesional.
6. Los escritores de ficción argentinos en su inmensa mayoría no “viven” de sus derechos de autor. Ni siquiera “viven” de los oficios de la escritura: notas, columnas, traducciones, clases, conferencias, talleres de escritura, etc. Viven de otra cosa. Es otro el trabajo que les permite cubrir sus necesidades, por otra parte, como las de todo el mundo.
7. El grupo de escritores argentinos de ficción que pueda vivir de sus derechos de autor, si existe (lo pongo en duda, eso deberían informarlo, si quisieran, ellos mismos) es un grupo reducidísimo. Exiguo. Hasta podría aplicarse, sin que nadie se ofenda, y en términos numéricos, la palabra élite. ¿Y por qué usar esa palabra, con toda una connotación? Porque esa palabra incluye una injusticia, una inequidad, un problema.
8. El grupo de escritores argentinos de ficción que puede vivir de “todos-los-trabajos-en-torno-a-la-literatura” también es reducido y por lo general en ese caso se da un notable esfuerzo por un pago muy malo. Una nota, una reseña de un libro en un medio masivo por ejemplo, hoy se puede pagar 2.000, 3.000, 4.000 pesos. ¿Qué necesidades se pueden cubrir con ese dinero? ¿Y cuánto tiempo a veces lleva escribir esa nota? (doy cifras reales y más o menos promedio de la experiencia, alguien podrá decir que cobró tal vez más o tal vez menos).
9. Hay que hablar de escritores profesionales y de profesionalización de la escritura en la mayoría de los casos de los escritores que “logran” vivir de su escritura.
10. Los escritores profesionales (y a esta altura, ya no son “sólo” los escritores de, como los llamábamos hace veinticinco o treinta años, bestsellers) son sobre todo aquellos que se han hecho un lugar en la política de campo de la industria editorial. Aportan el contenido, la materia prima de esa industria. Por eso, usando el lenguaje del marketing que es, junto con el pseudocientífico, el discurso del amo, el discurso de poder de la época, hoy se los puede equiparar en muchos casos a los “generadores de contenidos”.
11. Hay una inmensa cantidad de escritores de ficción que no ocupan esos lugares, pero que aspiran a ocupar esos lugares y que se entrenan para eso.
12. Hay una inmensa –¿pero menor, tal vez?– cantidad de escritores de ficción que no aspiran a ocupar esos lugares.
13. La piratería, el contrabando, el robo, el hurto, el préstamo y la estafa existieron siempre. Siempre fueron ilegalidades, no siempre, según las circunstancias, fueron hechos injustos.
14. Es lógico que los escritores de ficción que se identifican como trabajadores de la industria en las condiciones legales en que la industria hoy funciona deploren, se quejen y denuncien un robo de sus manufacturas, de su capital de trabajo, y un lucro cesante por las regalías perdidas.
15. Es lógico que los que entienden que hay contradicciones y sobre todo injusticias en la industria literaria respecto de la valoración del arte, disientan con esos escritores profesionalizados, con esos trabajadores profesionalizados.
16. Es lógico que los que entiendan que la literatura (el arte) no es un bien como los otros bienes disientan con cualquier legalidad regulatoria que la considere de ese modo.
17. No está mal que la literatura, por suerte, no sea un trabajo.
18. Feliz día a todos los trabajadores.
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