Pieter Brueghel “el Viejo” fue el principal pintor flamenco del siglo XVI, un genio que abrió el arte en una nueva dirección: el de eternizar la vida cotidiana, con sus alegrías, juegos, amores y oficios.
Con el tiempo, fue denominado como el maestro del paisaje, aunque su obra nada tiene que ver con replicar a la naturaleza, sino con capturar el corazón de una época en su escenario. Y en La boda campesina, una pieza de 1568, esto queda de manifiesto.
La pintura, un óleo sobre madera (114 x 164 centímetros), refleja -como marca su nombre- la unión en matrimonio de unos campesinos en el siglo XVI y puede apreciarse en el Museo de Historia del Arte de Viena, Austria.
Antes de ser El viejo fue El campesino. Esto no tenía que ver con pertenecer a esta clase social, sino porque a lo largo de su vida se infiltró de múltiples celebraciones para capturar la esencia de la vida de los trabajadores, en una época en que los artistas aún miraban hacia lo fantástico, lo mitológico y lo religioso, y en que las personas que eran retratadas conformaban a realeza o poseían vastas cantidades de dinero como para realizar encargos.
El pintor, poeta e historiador del arte flamenco-neerlandés Karel van Mander, así lo explica: “En compañía de Franckert, a Brueghel le gustaba visitar a los campesinos, en las bodas o ferias. Los dos hombres se vestían como los campesinos, e incluso como los demás invitados llevaban regalos, y se comportaban como si pertenecieran a la familia o pertenecían al círculo de uno u otro de los esposos. Le encantaba observar las costumbres de los campesinos, sus modales en la mesa, bailes, juegos, formas de cortejo, y todas las bufonadas que podían ofrecer, y que el pintor supo reproducir, con gran sensibilidad y humor, con el color, tanto a la acuarela como al óleo, siendo muy versado en las dos técnicas”.
En ese sentido, Brueghel “el Viejo” fue un gran documentalista de sus tiempos. Y sus obras no eran reproducciones de relatos de terceros, sino que el mismo presenciaba los eventos que luego llevaba a la madera.
La escena transcurre en un granero durante la primavera, en una de las dos paredes se aprecian dos espigas de cereal con un rastrillo, un indicio de que fue durante la época de la cosecha. Los invitados comen pan, gachas y sopa, incluso un niño lame un plato con fruición, mientras dos gaiteros tocan el pijpzak, un instrumento que se extinguió pero que fue recuperado a finales del siglo XX.
La novia se encuentra debajo de un dosel, la cubierta ornamental de tela verde que se colocaba como decoración. La posición del novio es un misterio: para algunos especialistas es el hombre de negro que jarra en mano parece mirar hacia el techo, otros afirman que -de acuerdo a la tradición de entonces- debería ser el que está sirviendo cerveza. Para el famoso coleccionista de arte y diplomático belga Joseph van der Helst (1613-1670) el novio siquiera aparece en la fiesta, ya que era una representación de un viejo proverbio flamenco: “Es un hombre pobre que no puede estar en su propia boda”.
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