La escritora Valeria Luiselli pasa su cuarentena en Nueva York. A veces las preguntas son retóricas, porque es clave que los migrantes, sobre todo en estas circunstancias, siempre serán su obsesión.
Acaba de ganar el Premio Rathbones Folio por Desierto Sonoro y es la primera mujer en ganar el certamen. Le pregunto si eso le despierta algo y dice: Bueno, al menos soy la primera. Dice también que es feminista “a chingadazos”, porque es la realidad lo que le informa de los feminicidios y de la violencia exasperante contra la mujer.
La lengua, ese inglés y ese español que no conforman el spanglish, ese libro de dónde copia esto: “La mujer que escribe es alguien que el hombre no soporta”. Es Escribir, de Marguerite Duras, la identifica. Ha debido mandar a su madre a México, pues en Estados Unidos no cuenta con seguro médico. Ha sido una lamentable decisión, pero ha podido hacerla. Sus libros son “duraderos” ha dicho un miembro de jurado de Rathbones y le digo que es así. Todavía cada tanto recuerdo algunas líneas sobre La historia de mis dientes, ese libro que es derivado de los que leen y tal vez, como Duras, ella diga “quizás parir sea la única experiencia más intensa que todo”.
Desde Los ingrávidos hasta Desierto sonoro, Valeria Luiselli ya tiene una amplia carrera en las letras y sus letras tienen influencia sobre las otras artes. A veces entrevistarla es como hacerlo con otro autor mexicano, Gabriel Orozco, pasan por ellos las claves para entender el mundo a futuro, este loco universo en el que nos movemos en muchas oportunidades a ciegas.
–El jurado del importante premio dice “ferozmente imaginativa”. Obviamente no puedo estar en contra de esa aseveración, pero al mismo tiempo tu obra tiene una gran dosis de realidad, ¿verdad?
–No en el sentido de la autoficción, un género que me interesa poquísimo. Todos mis libros están hechos con lo que tengo al alcance y sin embargo eso que tengo al alcance, que a veces es mi léxico familiar, a veces es la comunidad con la que trabajo, a veces es la realidad política de mierda de este país, se va trenzando de modo ficcional. Aunque la materia prima esté afincada en la realidad.
–Precisamente, cuando presentaste Desierto sonoro en México te referiste a ello: ¿Qué es simplemente reproducir un testimonio y llamarlo ficción?
–Sí, efectivamente. No me gustaría para nada ser prescriptiva ni conmigo misma ni con los demás sobre el alcance de los distintos géneros literarios, pero yo experimenté en este proceso de trabajo tanto en Desierto sonoro como en Los niños perdidos, un momento de claridad en donde a la mitad de la escritura de la novela, integrando entrevistas en la Corte de migración, me di cuenta de que lo estaba haciendo todo mal. Para empezar no era ético reproducir algo escuchado en un contexto y llamarlo ficción, aun si esa ficción no afectaba a la persona. No tenía sentido ético, no ayudaba de ninguna manera a la circunstancia, pero tampoco estaba generando ningún libro que estéticamente fuera interesante. Tuve que parar la escritura de la novela y echar mano del ensayo político, escribir Los niños perdidos, para poder denunciar sin artificio lo que estaba atestiguando, como observadora en una circunstancia en la corte migratoria.
–Para escribir Desierto Sonoro tuviste que primero escribir Los niños perdidos, ¿los migrantes siguen siendo tu obsesión?
–Es imposible vivir en los Estados Unidos, siendo hispana y no estar constantemente encabronada y preocupada por la realidad política, económica, de los migrantes en este país. Ahora, con el tema del coronavirus, se vuelve a demostrar una vez más, que son los hispanos los que mantienen a la nación en marcha y son al mismo tiempo las personas más relegadas de la sociedad. En Nueva York, por ejemplo, donde hay un tabulador de los afectados por el coronavirus, la muerte de la comunidad hispana es la mayor. Más de un 30 % de los que han muerto son hispanos. Son las personas que por un lado tienen que seguir trabajando, a pesar de las circunstancias, son también las personas que trabajan en lo que se considera trabajos esenciales, pero también son las personas a las que se les niega la salud, el derecho a una mejor educación, por supuesto que es mi obsesión y seguirá siendo.
–Estás en Nueva York, ¿cómo vives el tema de la pandemia?
-Vivo con mi hija, mi sobrina y mi madre. Pero ella lleva casi dos años viviendo con nosotras, pero dado que es mi madre y no depende legalmente de mi, como dicen acá, no le puedo dar un seguro médico. Cuando empezó la crisis a mediados de marzo, tomamos la muy difícil decisión de que mi madre se regresara a México. Ahora nosotros tenemos mucha suerte en poder tomar una decisión así y que mi madre se subiera a un avión y llegara a México. Hay personas que no tienen documentos aquí y no pueden tomar esa decisión.
–A propósito de la lengua, pensaba en J. R. Wilcock, que cuando fue a Italia dejó absolutamente el castellano, ¿cómo te sientes? A este libro lo escribiste en inglés, luego lo hiciste traducir, aunque finalmente también viste la traducción…
–Me siento como parte de una enorme comunidad que vive en una tercera lengua. Podría llamarse spanglish, pero no me convence esa palabra. Hablamos una lengua intermedia, pensamos en una lengua intermedia, comenzamos una frase en un idioma y la terminamos en otra, nuestras frases están salpicadas de palabras prestadas de uno u otro idioma. Sólo en los Estados Unidos somos 60 millones de cabrones que hablan en esa lengua. Aquí nadie dice la palabra trapeador, decimos “mopa”. Esa maravillosa contaminación mutua de las lenguas es también evolución y cambio de todos los lenguajes.
–Ahora tú no escribes en spanglish, cuando pienso en spanglish pienso en Junot Díaz…
–Yo creo que Junot tampoco, escribe libros en inglés salpicados con unas pocas palabras en spanglish. Pienso más bien en Gloria Anzaldúa, quien unas décadas atrás escribía en una mezcla más osada de esas dos lenguas. No encuentro una manera de escribir en spanglish bien. En lo que estoy escribiendo ahora encuentro una manera de hacerlo más eficaz, pero también creo que hay una larga tradición de autores chicanos que lo hacen mejor, yo todavía no sé cómo quiero hacerlo.
–Eres una escritora muy ligada a la academia, en ese sentido te pareces a muchos escritores argentinos. ¿La academia te dio un refugio, además de una mirada para ver el mundo?
–No te diría que soy parte de la academia. Jamás en mi vida he publicado un artículo académico, a pesar de que escribí una tesis doctoral que tengo bien escondida. Doy clases de escritura creativa y de literatura sin tanto andamiaje de estructura crítica, aunque también. Sí estoy muy agradecida acerca de la educación que recibí en la UNAM, en Filosofía, como en el Doctorado de Literatura Comparada. Agradezco a los profesores que tuve y al espacio de las bibliotecas. Eso fue lo que marcó un cambio profundo en mi vida, tener acceso a tantos libros en forma gratuita. Cuando era estudiante en Columbia, llegabas a la biblioteca, con tu mochila y sacabas 30 libros, te los quedabas seis meses si los necesitabas.
–Eres la primera mujer en ganar el Premio Rathbones Folio, desde su creación en 2013, ¿Alguna opinión sobre ello?
–Qué mal que haya sido la primera. Tenían que empezar por alguien. Me tuve que volver feminista a chingadazos, todavía crecí sin pensar que había tantos problemas ahí. Poco a poco la vida me fue enseñando que yo estaba completamente equivocada. Por supuesto que estamos sujetas a un montón de macro y de microviolencias en nuestros espacios cotidianos, en la relación con nuestras parejas, con las personas en nuestros trabajos, en nuestras carreras, en lo que se espera de nosotras como madres, hay mucho camino por andar. No estamos ni cerca de dónde tenemos que estar y pienso en ello todo el tiempo.
–Con el tema del coronavirus han aumentado muchísimo los casos de femicidio. En mi caso soy sola, no tengo hijos, no le doy respuestas a nadie, pero en otro caso pienso, ¿por qué estoy sola y por qué no tengo hijos?
–Totalmente, ahora estoy releyendo a muchos libros que he leído antes, buscando algún tipo de solaz y estaba releyendo Escribir, de Marguerite Duras. Copié esta frase con lo que acabas de decir: Una mujer que escribe, los hombres no lo soportan. Es cruel para un hombre.
–Recorrer la carretera es un tema profundo de la literatura estadounidense (pienso en McCarthy, obviamente), en tu literatura recorres la carretera desde el lado donde se ve México, pienso en el cine de los hermanos Coen y en esa soledad tan terrible de no ser de un lado ni del otro…
–Mi libro es una road novel, pero es en reversa. Es como desandar el camino que se ha vuelto icónico del road trip americano. Recorrerlo es deshacer el mito de la liberación, el descubrimiento, de la reinvención. Ese mito también está fundado en una idea muy falsa de la historia y es que este país fue inventado en libertad con un espíritu creativo. Eso fue a costa de tantas personas. Esta novela dialoga con ese mito y piensa en ese grupo de personas que siempre son marginados, relegados, encarcelados, para que el blanco sueño americano sea posible. En una mentira o en una voluntaria ignorancia al fundar ese mito.
–Coincido con Paul Stockton que “este libro será poderoso y duradero” y lamento el poco tiempo que has tenido para difundirlo en México. A veces me parece que todo el país debería leer esta novela. ¿Coincides?
–No sé qué decirte, gracias por pensar en eso. Ojalá épocas como esta nos acerquen más a los libros, pero ahora está pasando en el mercado de los libros que no se venden.
–Me encanta pensar en tu literatura como duradera, cada vez que escribes un libro pones la voluntad del tiempo.
–Me exprimo toda entera y luego viene un período tan difícil, tan yermo, de sentir la ausencia de eso que se produjo. Yo llevo casi dos años de duelo y de un periodo yermo. Hay que ser paciente, resistirse a la tentación de escribir por escribir, pues va a regresar el pulso creativo.
–Eres una escritora mexicana, ciento por ciento, tus temas son mexicanos y construyes, como Roberto Bolaño, un México real a través de la ficción. ¿Ya estás escribiendo una novela o un ensayo?
–Por fin empecé otra vez hace poco a escribir, que me sienta a diario de estar con ese proyecto. No sé qué haría sin eso. Todos los días son días de la marmota y sin escritura, al menos tengo eso para volver al trabajo. No es una novela, no es un ensayo, es una pieza sonora, está siendo escrita. Estoy trabajando con un músico y un productor mexicanos, haciendo viajes a la frontera, acumulando un archivo sonoro de la frontera, escribiendo una historia de la violencia hacia la tierra y hacia el cuerpo femenino.
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