Un beso apasionado. Dos cuerpos que se unen, se amontonan para sentirse, aún no pudiendo hacerlo. Extraños o conocidos, no importa, la pareja que conforma Los amantes, de René Magritte, regresan con un nuevo simbolismo -esos que el pintor belga tanto odiaba- en tiempos de coronavirus, pandemia y distanciamiento social.
¿Quién no se sintió un poco como ellos? Aquellos que están lejos de sus parejas añoran aquellos besos, hoy vedados; lo que sí pueden hacerlo, no puede evitar el temor del contagio, más si alguno por trabajo o alimentos debió salir al exterior.
Besos con barbijos. Podría ser una canción de Sabina. De esas que hablan del desamor que se siente cuando hay amor, de extrañar lo pueril, del desencanto del encierro cotidiano con el otro, al que se desea y se teme.
Pero la realidad es que Los amantes, una pintura surrealista realizada en París en 1928 no se hizo pensando en pandemias, siquiera se conoce bien qué inspiró al artista a llevarla a cabo, aunque existen varias teorías.
La principal es la del el suicidio de su madre, cuando él era un adolescente. Es lo que se dice, esas leyendas que se instalan con cierta lógica pero sin comprobación factual. Porque él -que no se negaba a las entrevistas- jamás habló sobre el tema en público.
Entonces, dicen. Dicen que presenció cómo sacaban el cadáver de su madre del río Sambre en Chatelet con la camisa enrollada en la cabeza, ocultándole el rostro. Y que aquella experiencia no solo lo llevó a realizar esta obra, sino otras como La astucia simétrica, La invención de la vida, Homenaje a Mack Sennett o La filosofía en el dormitorio.
En muchas obras de Magritte, como ésta, hay un juego constante de ausencia y presencia, que ponen el foco en desafiar el lenguaje pictórico: la relación entre los objetos, sus significados y sus significantes, son ilusiones de lo que creemos cierto, engaños de la vida, de nuestra propia certidumbre plena de incertezas.
“Para mí la idea de un cuadro es la concepción de una o varias cosas que pueden hacerse visibles mediante mi pintura… La idea no es visible en el cuadro: una idea no puede verse con los ojos”.
Otros críticos teorizan que el germen de esta obra -como de las otras 3 que conforman la misma serie realizadas en aquel 1928- son una metáfora sobre el amor imposible, sobre el deseo que nunca se realiza o sobre un pasado que nos deja grabado lo esencial, pero nos quita los detalles.
¿Qué decía el artista al respecto? Bueno, no estaba muy feliz con esas interpretaciones. En el catálogo de la muestra Le sense propre (París, 1964) escribió: “Es preciso ignorar lo que pinto para asociarlo a un simbolismo pueril o sabio. Por otra parte, lo que yo pinto no implica una supremacía de lo invisible sobre lo visible. Me parece deseable evitar en lo posible la confusión en este sentido: se trata de objetos y no de símbolos”.
Nació en Lessines en 1898, murió en Bruselas 69 años después. Vivió en París, formó parte del colectivo surrealista junto a Éluard, Breton, Arp, Miró y Dalí, pero a diferencia de ellos no utilizó el psicoanálisis para explicar sus obras. Huyó de las representaciones caóticas, del dramatismo, del efectismo.
Heredero de Giorgio de Chirico en eso de desplazar objetos, de proponer fondos infinitos, horizontes que no se quiebran, Magritte jugó con la hibridación, seres y objetos a medio camino del ser, como estos amantes que son puro deseo, amor y encuentro, pero a la vez no.
Los amantes (Les amants) se encuentra en el MoMA de Nueva York, en la colección de Richard S. Zeisler.
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