El reloj marcaba las seis de la tarde cuando, aquel el 21 de abril de 1910, Mark Twain murió de un ataque al corazón en Redding, Connecticut, a los 74 años. Fue un día antes del retorno a la Tierra del cometa Halley.
En 1909, un año antes de su muerte, escribió: ″Vine al mundo con el cometa Halley en 1835. Vuelve de nuevo el próximo año, y espero marcharme con él. Será la mayor desilusión de mi vida si no me voy con el cometa Halley. El Todopoderoso ha dicho, sin duda: ‘Ahora están aquí estos dos fenómenos inexplicables; vinieron juntos, juntos deben partir’. ¡Ah! Lo espero con impaciencia". No se equivocaba.
Al enterarse de su muerte, el presidente William Howard Taft dijo: “Mark Twain nos deleitó a millones de personas, y sus obras seguirán deleitando a millones más, aún por llegar. Nunca escribió una línea que un padre no pudiera leer a una hija. Creó una parte imperecedera de la literatura norteamericana”. Tampoco se equivocaba. William Faulkner calificó a Twain como “el padre de la literatura norteamericana”.
Este es el único video de Mark Twain en vida, realizado en 1909 por Thomas Edison, en la casa que el escritor tenía en Redding.
Samuel Langhorne Clemens. Así se llamaba Mark Twain cuando nació en Florida, Misuri, el 30 de noviembre de 1835. Llevó ese nombre durante mucho tiempo, 28 años, hasta que un día, en uno de sus viajes, consiguió trabajo en un pequeño diario de Virginia, el Territorial Enterprise. La primera historieta que le publicaron —además de escritor, era un humorista— fue el 3 de febrero de 1863 y decidió firmarla como Mark Twain, adoptando la expresión “mark twain”, típica de los cantos de trabajo de los afroamericanos en el río Misisipi, que significa “marca dos”, en referencia a la marca de profundidad necesaria para una navegación segura.
Hay dos versiones de cómo se quedó con el apodo. En una “heredó” el sobrenombre de un capitán de un barco en su época en el Misisipi, en otra, se lo pusieron porque esa era la cantidad de alcohol que bebía en los bares. También hay una tercera y tiene que ver, por supuesto, con la literatura que más le gustaba a Twain.
Mientras trabajaba para su libro The Mark Twain journals, el erudito bibliófilo Kevin Mac Donnell reveló que habría sido tomada del diario de humor Vanity Fair (que nada tiene que ver con la actual revista). Twain, asiduo lector de esta publicación, pudo haberlo copiado de un burlesque titulado The North Star, que trata sobre una reunión de marineros de Charleston en la que adoptan la resolución de “abolir el uso de la aguja magnética, debido a su constancia en el norte”. Uno de los personajes se llamaba Mark Twain.
Su primera obra se titula La célebre rana saltarina del condado de Calaveras y otros relatos y fue publicada por primera vez en 1967. Para 1972 publicó un relato autobiográfico en que narra un viaje de Misuri a Nevada en plena fiebre del oro; se tituló Pasando fatigas. Las aventuras de Tom Sawyer, tal vez su gran obra, es una novela de 1876. Otros libros destacados: Un vagabundo en el extranjero (1880), El príncipe y el mendigo (1881), Vida en el Misisipi (1883).
En 1884 llegó otra de sus grandes obras, Las aventuras de Huckleberry Finn, considerada la primera novela moderna de la literatura estadounidense. Para ese entonces ya gozaba de un reconocimiento amplio. Y siguió escribiendo. Nada lo detuvo. Solo la muerte; aunque no tanto, porque llegaron sus libros póstumos. Como El forastero misterioso, entonces inédito, que pasó con más pena que gloria en lo que crítica y ventas se refiere. Hay un motivo oscuro.
Lo publicó su hija Clara, única heredera. Medio siglo después de que ella muriera, la verdad se reveló. Clara, que se había vuelto una fanática de la Iglesia de la Ciencia Cristiana, había cercenado junto al albacea de Twain, Albert Bigelow Paine, y un editor religioso llamado Frederick Duneka el libro, a tal punto que suprimieron el 25 por ciento del texto.
Entre otras cosas, inventaron un personaje que era astrólogo y le adjudicaron torpemente todas las acciones que en el libro realizaba un maligno cura de la Inquisición y eliminaron todas las “profanidades” y “malas palabras”. Básicamente, hicieron otro libro. Una editorial universitaria de California descubrió el engaño y publicó la verdadera versión, 44, ahora sí, con la verdadera pluma de Twain.
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