Ludwig van Beethoven, psicoanalizado por el mejor de sus biógrafos

A 250 años de su nacimiento, el genio de la música sigue dando que hablar, incluso en un mundo paralizado por la cuarentena. En esta nota, un recorrido didáctico por la biografía de referencia del compositor alemán, escrita por el norteamericano Maynard Solomon: un estudio que conjuga la musicología y el psicoanálisis aplicado

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Ian Hart como Beethoven en "Eroica" (2003), film para la BBC dirigido por Simon Cellan-Jones
Ian Hart como Beethoven en "Eroica" (2003), film para la BBC dirigido por Simon Cellan-Jones

Aunque este año festejamos el aniversario del nacimiento de Ludwig van Beethoven, no sabemos con certeza cuándo vino al mundo. El 16 de diciembre de 1770 es la fecha probable, pero no apodíctica, de su nacimiento, que tal vez haya tenido lugar el 15. No sin coquetería, el propio compositor puso en duda algunos datos de su partida de nacimiento: durante gran parte de su vida creyó –o quiso creer– que había nacido en diciembre de 1772.

El joven Ludwig nunca dejó de honrar a su abuelo homónimo, competente Kapellmeister (N. de la R. : maestro de capilla, músico prestigioso y compositor que conduce al grupo de cantores e instrumentistas responsable de la música sacra en iglesias y lmúsica profana en las fiestas cortesana) en la corte del electorado de Colonia. Pero desfiguró la relación con Johann, el tenor mediocre y borracho que le tocó por padre. Mintiéndose a sí mismo por segunda vez, Beethoven dejó difundir una leyenda acerca de su origen noble. Así, durante mucho tiempo pareció dar fe a la fábula que lo hacía hijo ilegítimo del rey de Prusia: según el caso, osciló entre referirse a Federico el Grande y a Federico Guillermo II. (Como toda teoría que se origina en una fantasía, tenía un inconveniente: el “van” de su apellido, de origen flamenco, no es signo cierto de nobleza en los Países Bajos, como sí ocurre con el “von” alemán.)

Profundizando una idea de Otto Ranke, Sigmund Freud llamó “novela familiar del neurótico” a la tentación de enaltecer nuestro origen inventándonos un linaje aristocrático. Fue mediante esa clave que Maynard Solomon (Nueva York, 1930) comenzó a escribir la biografía más atractiva y polémica que, hasta la fecha, tenemos de Beethoven. Con discutible bagaje freudiano reconsideró la vida de ese genio que alguna vez fue un niño retraído y que pronto se volvió un adulto extravagante e irascible. Su libro puede leerse como una novela familiar psicoanalítica en la que no falta la neurosis pero tampoco el melodrama, y que no es incompatible con formas sutiles del análisis musical.

El "Beethoven" de Maynard Solomon, en su segunda edición revisada de 1998
El "Beethoven" de Maynard Solomon, en su segunda edición revisada de 1998

En 1977, el estudioso norteamericano publicó la primera versión de su estudio, que poco después estuvo disponible en traducción española. Preparó una nueva edición revisada en 1998, luego de encender la mecha de la polémica sobre la probable homosexualidad de Franz Schubert y de escribir otra influyente biografía de Mozart. Entretanto, había trabajado en estrecha colaboración con los eruditos que clasificaron y editaron el acervo documental de Beethoven.

En busca del “estilo heroico”

La primera parte del libro de Solomon reconstruye la infancia del compositor en un entorno hogareño arruinado por un padre alcohólico. Luego prosigue con la adolescencia de Beethoven en Bonn, describiendo sus primeros avances musicales bajo la guía del compositor, organista y director Christian Gottlob Neefe. De esa etapa inicial, en la que intimó con los círculos iluministas de su ciudad natal, el biógrafo destaca la importancia de una obra extraordinaria, aunque poco conocida: la Cantata fúnebre por la muerte del emperador Joseph II (1790).

En 1792, Beethoven partió para Viena; su padre moriría siete semanas más tarde. La capital del Imperio fue hospitalaria con este pianista virtuoso –y gran improvisador– que allí encontraría maestros ilustres como Joseph Haydn y Antonio Salieri. Pronto lo rodeó una serie de protectores de la nobleza como el príncipe Lobkowitz, el conde Razumovsky, el barón van Swieten y el príncipe Lichnowsky. (Una década más tarde, se sumó a esta cofradía uno de sus alumnos de piano: el archiduque Rodolfo de Austria.)

Este primer período vienés llega hasta 1802: en esa época, Beethoven saldó la deuda con los espectros de Mozart y Haydn. No sin aventurarse bastante más allá, como lo atestiguan sus Tríos, op. 1, los Cuartetos, op. 18, los tres primeros conciertos para piano y sus dos primeras sinfonías. O también sonatas para piano como la “Patética” y la denominada “Claro de luna”.

Gary Oldman en "Amada inmortal" (1994), fantasía biográfica dirigida por Bernard Rose
Gary Oldman en "Amada inmortal" (1994), fantasía biográfica dirigida por Bernard Rose

El hallazgo del “estilo heroico”

La segunda etapa vienesa es más conocida como el “período heroico”. En esta fase coincidieron una crisis dramática y la irrupción de un estilo nuevo. Testimonio de esa crisis es el célebre Testamento de Heiligenstadt, fechado el 6 y el 10 de octubre de 1802 y dirigido a los dos hermanos de Beethoven que habían sobrevivido. Allí un compositor abatido declaró que sólo el arte lo había salvado del suicidio y expresó su dolor por la sordera que había comenzado a entristecer su vida.

(Los problemas auditivos de Beethoven databan quizás de 1796, pero los primeros síntomas molestos aparecieron recién en 1798 o 1799. Esta dolencia, que se volvería muy grave durante la última década de su vida, se revela con acento desgarrador –pero también algo retórico– en el Testamento que comentamos.)

Facsímil del "Testamento de Heiligenstadt" de 1802
Facsímil del "Testamento de Heiligenstadt" de 1802

“El comienzo de su sordera fue la dolorosa crisálida en la que su estilo heroico maduró”, resume Solomon. Obra clave que señala el umbral de esta fase, la Tercera Sinfonía, “Eroica” marca la orientación del compositor hacia obras de una ambición inédita: desde la ópera Leonore (luego rebautizada Fidelio*) hasta las siguientes cinco sinfonías, cada una se repliega como un mundo con leyes propias, creado al parecer de la nada.

Algo similar ocurre con los Cuartetos “Razumosvksy”, la Sonata a Kreutzer para violín y piano, los otros dos conciertos para piano, el concierto para violín y, entre muchas otras obras, las sonatas “Walstein” y “Appassionata”. Sin embargo, esta inflexión no se explica como mera expansión del estilo clásico vienés ni como el progreso autónomo de un idioma personal. Por el contrario, evidencia la inteligentísima asimilación de la música francesa de la época revolucionaria (me refiero a autores como Cherubini, Méhul, Gossec o Grétry, a quienes el propio Beethoven ensombreció y casi relegó al olvido).

No faltó la nota política. En un gesto de orgullo personal y decepción republicana, el compositor destruyó la inscripción del nombre “Bonaparte” en la carátula de su Tercera Sinfonía. Este episodio famoso ocurrió en mayo de 1804, ni bien se enteró de que su homenajeado se había autoproclamado emperador. (En lo sucesivo, Beethoven se volvería más bien francófobo. En 1815, por ejemplo, escribiría una cantata –El momento glorioso, op. 136– para celebrar el Congreso de Viena y el fin de las guerras napoléonicas.)

Un documento enigmático: la “Carta a la amada inmortal”

Casi tan importante como el Testamento de Heiligenstadt es la vehemente Carta a la amada inmortal, redactada el 6 y 7 de julio de un año no precisado. Para desesperación de los historiadores, el documento tampoco registra el lugar donde fue escrito ni el nombre de la destinataria. Así como desconocemos la causa exacta de la muerte de Mozart, parece que debemos resignarnos a ignorar la identidad de esta “amada inmortal”.

En este punto, casi no hay historiador que no se rebaje a detective sentimental. Pero Solomon propone una respuesta categórica sobre la identidad de la mujer en cuestión y sobre el año en que fue escrita la carta: parece razonable concluir que estuvo dirigida a Antonie Brentano, de soltera Antonie von Birkenstock (1780-1869), y que puede fecharse a principios de julio de 1812. ¿Por qué sería importante confirmarlo? Porque se trata, tal vez, de la única pasión correspondida en una serie alarmante de rechazos amorosos. Sobre este tópico, sin embargo, el consenso sigue siendo frágil.

Amelie Brentano, según el retrato de Joseph Karl Stieler de 1808 (detalle)
Amelie Brentano, según el retrato de Joseph Karl Stieler de 1808 (detalle)

La fase final

A lo largo de su carrera, Beethoven logró independizarse en parte del patronazgo cortesano y aristocrático. Se perfilaban nuevas formas contractuales, ligadas a la novedad de los conciertos públicos, el ascenso de las editoriales y la participación de los miembros de la nobleza financiera o los grupos de conocedores en el ámbito musical. Cotejando ofertas y negociando honorarios, el compositor asumió a menudo el poco grato papel de empresario. Entretanto, asistimos a la disolución del período heroico, que Solomon sincroniza con la muerte de su hermano Caspar Carl en 1815.

Paul Rhys como el compositor alemán en la miniserie "Beethoven" (BBC, 2005)
Paul Rhys como el compositor alemán en la miniserie "Beethoven" (BBC, 2005)

Al morir, Caspar Carl dejó a una viuda, Johanna y a un hijo de 9 años, Karl. De inmediato, Beethoven pretendió asumir la tutoría exclusiva de su sobrino, dando inicio a un conflicto con su madre que se prolongó más de una década. (En 1826, Karl intentaría suicidarse sin éxito.) Dado que pasó por los tribunales del Landrecht, esta historia tortuosa quedó profusamente documentada. Al reconsiderar esta cuestión, Solomon discute y matiza un ensayo anterior: Beethoven y su sobrino. Un estudio psicoanalítico de su relación (1954), de Richard y Edita Sterba.

El “estilo tardío”, que inaugura en 1817 la SonataHammerklavier, abarca obras prodigiosas como los últimos cuartetos y sonatas para piano, las 33 Variaciones sobre un vals de Diabelli y la vasta Missa Solemnis. Esta fase de la música de Beethoven coincidió en los hechos con su lucha con Johanna por la custodia de Karl: lucha que, tras una fachada hostil, quizás escondía alguna forma oscura del amor (tal es, al menos, la interpretación que habilita el concepto freudiano de “ambivalencia”).

"Beethoven compone la Pastoral" (grabado al aguatinta a partir de un dibujo de Franz Hegi, circa 1839)
"Beethoven compone la Pastoral" (grabado al aguatinta a partir de un dibujo de Franz Hegi, circa 1839)

El compositor dirigió la mirada hacia los antiguos modos eclesiásticos y acentuó su interés –su obsesión, se diría– por el contrapunto y la polifonía, en particular por la forma de la fuga. Pero la composición más célebre de esta época, la Novena Sinfonía, esconde una paradoja: según Solomon debe considerarse la obra culminante del estilo heroico, sólo que escrita a contratiempo, a la manera de un anacronismo genial.

La muerte de Beethoven el 26 de marzo de 1827 pone fin a esta biografía: el autor no se asoma a explorar la recepción póstuma de una obra que cambió para siempre las reglas del juego musical del siglo XIX. Con todo, cuesta despedirse de este libro que, con sus aciertos y osadías, logró transformarse en un clásico: tal vez porque el diálogo de Solomon con las fuentes documentales exhibe las dosis justas de compromiso y reserva escéptica, y así se vuelve más ejemplar que el valor intrínseco de sus interpretaciones.

*Hoy domingo 19 de abril se transmitirá online la única ópera de Beethoven, “Fidelio”, en una puesta con prisioneros de la cárcel de Tegel en Berlín. Acá podrá verse: https://www.facebook.com/rbbKultur/videos/539562086743623/

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