En La Haya, Países Bajos, sede del gobierno neerlandés, está el el Museo Mauritshuis. Allí se conservan y exhiben obras de una excelencia estética enorme: La lección de anatomía de Rembrandt, El jardín del Edén con el pecado original de Jan Brueghel el Viejo o Chico riendo de Frans Hals; incluso está también el Retrato de la reina Beatriz de Holanda de Andy Warhol.
Pero hay una que, de alguna manera, sobresale, a tal punto que en la fachada del edificio, una gigantografía expone un detalle de esta obra. Conocida también como “Muchacha con turbante” o “La Mona Lisa holandesa", se titula La joven de la perla y es de Johannes Vermeer.
Vermeer es uno de los pintores más importantes del arte barroco. Es una eminencia en el uso de claroscuros y de colores intensos. Vivió la llamada Edad de Oro neerlandesa, momento en que las Provincias Unidas de los Países Bajos experimentaron un extraordinario florecimiento político, económico y cultural. Nació en la ciudad de Delft en 1632 y murió allí mismo a los 43 años.
Hoy la gran mayoría de sus obras están perdidas, posiblemente porque pintaba por encargo a pedido de mecenas. Durante su vida tuvo un éxito moderado y, tras su muerte, pasó al olvido —los dos siglos posteriores se habló poco y nada de él—, pero a mediados del siglo XIX el crítico Théophile Thoré lo rescató y dio el puntapié inicial para que Vermeer se ubicara en la historia del arte allí donde debía estar.
Actualmente es considerado uno de los más grandes pintores del arte flamenco sino también de la historia. Entre sus grandes obras se pueden mencionar a Diana y sus compañeras, El geógrafo, La alcahueta —donde se retrata él mismo como uno de los personajes de la escena—, La lechera, Cristo en casa de Marta y María y El astrónomo. Pero hay una que ya es un clásico, un emblema, un ícono pop, un meme viral, La joven de la perla, pintada entre 1665 y 1667.
En el mundo del arte se llegó a la conclusión de que esta obra es un tronie, nombre que se daba en Holanda en el siglo XVII a retratos pequeños donde aparecen gestos muy expresivos o muy bellos que no tenían intención de ser identificables con personas puntuales. Allí los pintores demostraban su pericia.
La joven de la perla fue restaurado varias veces. En 1881, cuando lo compró un tal A. A. des Tombe, estaba muy deteriorado. Lo pagó apenas dos florines y treinta céntimos, poco más de un euro. Antes de morir, en 1902, al no tener herederos, decidió donarlo al Museo Mauritshuis, donde hoy permanece.
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