Cuando Gustavo José Pena Casanova era todavía un niño, o casi un adolescente, supo una mañana que su madre había fallecido. Saltó de la cama, corrió hasta su habitación, la miró y, antes de ponerse a llorar, se fue apurado a buscar la guitarra que aprendía a tocar de a poco y con potencia autodidacta, e improvisó una canción para ella por primera vez en su vida.
Él −que de niño, y contra el deseo de sus padres de que fuera médico, se abrazaba con fuerza a una radio que había en su casa de Montevideo y tocaba temas completos con unos pocos acordes que había aprendido de su hermana− tenía entonces la primera demostración de congruencia de toda su vida. Una de tantas. El tema que le compuso y dedicó a su madre en el lecho de muerte sería el puntapié inicial de una carrera musical prolífica e inagotable.
La música se manifestaba para él desde la infancia no ya como un hobbie, ni un trabajo, ni siquiera como una vocación, sino más bien como una misión. Una labor nítida, única, intensa e ineludible.
“Siempre que dejé la música se me vacía todo o me va mal. Con la música puede ser que me vaya mal, pero me siento re bien y la gente también entonces me parece que es la forma más útil que tengo de servir”, decía él mismo frente a una cámara con una sonrisa y una chomba verde a rayas para Ángel de la Ciudad, un corto documental del año 2003 sobre él; una tesis para la carrera de comunicación de Diego Robino y David Silva Trías que puede verse en YouTube.
Esas imágenes forman parte hoy de Espíritu Inquieto, el documental sobre la vida del músico uruguayo escrito y dirigido por Eli-u Pena, su hija mayor y archivista, y Matías Guerrero.
La película se proyectó por primera vez en la fecha en que él hubiera cumplido 63 años, el 2 de diciembre pasado, en Montevideo. Fue en un preestreno abierto en la Sala Zitarrosa, el mismo recinto donde El Príncipe −su apodo desde joven por el parecido físico con el personaje de Antoine de Saint-Exupéry− brindó un espectáculo ya mítico junto a El Club de Tobi, editado en formato disco (El Recital, 2003), del que también pueden verse fragmentos en internet y otros inéditos en este documental. Ese y Amigotez (junto a Nicolás Davis, en 2002) son los únicos dos trabajos que editó en vida.
El Príncipe nació a fines de 1955 y murió a principios del 2004 y no fue hasta entonces que su notoriedad -para ese momento casi únicamente circunscrita al mundillo de artistas y músicos que lo rodeaba- se esparció para conmover a nuevos públicos. El mismo flagelo que aqueja a otro buen número de músicos uruguayos (la comparación con Eduardo Mateo ya está hecha): primero desconocidos, después “de culto”.
En Argentina, incluso, muchos de sus temas empezaron a sonar en el último tiempo pero a través de otros artistas. La cantante y compositora Loli Molina grabó dos covers de Mandolín −uno en versión acústica y otra de estudio en su disco Sí o No−, uno de los temas de El Príncipe más famosos y ciertamente el más reversionado. La banda de cumbia La Liga hizo lo propio con una versión cadenciosa y ligeramente bailable de Cómo que no, el mismo tema que reinterpretó la agrupación Onda Vaga, con algunos cambios en la letra, y también el franco-español Manu Chao.
Gustavo Pena era diabético, insulino-dependiente, y se cuidaba pero no demasiado, porque toda su atención y compromiso revoloteaban más bien por otros lares. Tan sencillo era para él crear y componer -"cómo poner un huevo", dirá Nicolás Davis en el documental- que le era algo sencillamente necesario e impostergable. Y en el lapso de una, dos, tres comidas ignoradas podían surgir uno, dos, tres temas nuevos.
Incluso cuando su cuerpo empezó a deteriorarse, después de varias descompensaciones y tras una caída en la que se había roto un brazo, el Príncipe seguía creando con la misma intensidad de siempre; tal vez con más urgencia y apurado por esa sombra que lo perseguía, desde un programa instalado en una computadora junto a su cama que le permitía componer, grabar y guardar todas sus canciones. También lo hacía desde el hospital. Primero porque no podía dejar de hacerlo y segundo porque muy probablemente percibía que al cuerpo que lo contenía le quedaba cada vez menos tiempo y simplemente no quería quedarse con nada.
Sus canciones hablan del amor, de la naturaleza, de los pibes del barrio, de los amigos. De lo fundamental que puede ser una buena compañía para ver las estrellas y de la belleza que habita en todo lo que se nos supone simple, como la sensación que se tiene al comer una polenta con salsa y mucho queso cuando hace frío y hay tormenta. El Príncipe no juzga ni alecciona, pero acompaña y encamina. Digan lo que digan, todos sus temas tienen la virtud de hablar siempre de lo que a uno le pasa.
Esa descomunal capacidad creativa dejó de este lado de la vida un formidable archivo en cajas de cassettes, canciones, dibujos, partituras, letras, poesías y videos, entre otras cosas. Su hija Eli-u (así, sin tildes y con guión es su verdadero nombre, surgido a partir de un sonido que oyó su padre antes de su nacimiento) también sintió entonces que le correspondía una misión: la de rescatarlo, ponerlo en valor y difundirlo.
“Sabía que existía y que era impresionante”, dice Eli-u a Infobae Cultura desde el otro lado del teléfono y del Río de la Plata. “También sabía que no era algo que estuviera abierto a la mano de cualquiera ni que mi padre prestara los casettes o dijera ‘tomá, llevate esto’. A mí me prestaba para que escuchara, a veces, pero era algo que él cuidaba mucho, con mucho recelo. Era el trabajo de toda su vida”.
“Yo sabía exactamente cómo manejarme con eso porque él de alguna forma me había instruido al respecto y yo no me lo encontré de casualidad. Buscarlo fue lo primero que hice cuando él partió”, cuenta sobre el momento en que decidió dedicarse de lleno a él. “Al principio muchas personas pensaban que yo estaba loca pero yo decía ‘esto es lo que yo tengo que hacer, este es mi trabajo’. Más allá de los trabajos que uno tiene que tener para vivir, el trabajo que yo no podía eludir era ese. Lo supe inmediatamente”.
Así fue que durante esos primeros años del milenio, Eli-u se propuso digitalizarlo todo. Había aprendido a hacerlo para él porque las cintas de los casettes eventualmente se desmagnetizan y pierden calidad y ya por ese tiempo el soporte digital era una excelente solución.
Lo primero que hizo fue terminar lo que El Príncipe ya había decidido hacer antes de morir, que era editar La Fuente de la Juventud (2005). Después fue el turno de Amor en el Zaguán (2006), otro trabajo con Nicolás Davis. Y en 2008 Eli-u sacó un disco propio, Creo en los elefantes, en el que ella canta una serie de temas inéditos de su padre.
“Todo ese encuentro con el archivo fue para mí casi sobrenatural, de portal. Fue revivir todo y actualizar la vivencia y de algún modo me sirvió para procesar el duelo. Fue como estar juntos, trabajar en algo con él y para él y en relación a su obra, al trabajo de toda su vida”, dice sobre ese proceso que llevó años. “Siempre fui fan de mi padre y esto fue maravilloso. Un disfrute, un encuentro con canciones que de repente hacía mucho que no escuchaba o temas incluso que no conocía y que él jamás tocó en vivo”.
“Pero nunca transgredí las reglas que estaban implícitas en el manejo del archivo. Hubo gente que me dijo ‘dámelo’ y yo decía ‘¡No! El archivo no te lo doy ni loca porque si te lo doy me parte un rayo’”, se ríe. Pero igualmente surgía una duda: “A mí me parecía una música increíble, sanadora, necesaria. Y yo decía ¿cómo voy a hacer para que esto llegue a la gente?”.
A Eli-u se le ocurrió entonces que en lugar de editar a través de sellos discográficos, que además de un gasto conllevan también una limitación geográfica, era mejor subirse a la ya poderosa ola de Internet y editar todo el material online en una página web (imaginandobuenas.com.uy) para que pudiera dispersarse y llegar a manos de cualquiera. La planeó con tiempo, con pocos recursos, y finalmente logró consolidarla en 2011.
Ese objetivo de difusión de alguna manera llegó a su fin cuando ya no fue necesario que ella misma mediara entre el público y la obra de su padre; cuando de repente alguien que ella no conocía llegaba a la página y podía acceder a todo el archivo de El Príncipe y descargarlo libre y gratuitamente.
Para Eli-u ese es un valor agregado. “Esto es una reflexión a posteriori que hago, pero me parece que, al llegar de ese modo, la música tiene otro impacto. Que no significa que le quite valor a otra música, no hago un juicio respecto de eso. Pero una cosa es que a vos te llegue algo por bombardeo, porque está en todas las radios, porque te hablan todo el tiempo, porque te persigue. Y otra cosa es eso que vos agarrás y decís ‘pará y ¿esto qué es?’. Se da como una cuestión de descubrimiento autodidacta de él. Y me parece que eso hace que la música te llegue en el momento justo y toque unos lugares muchísimo más profundos", reflexiona a casi 16 años de la muerte de su padre.
“Es como un descubrimiento que se abre en intimidad con él. No quiere decir que no estaría buenísimo que al Príncipe lo pasaran más en la radio, pero por lo que a mí me llega, la música de él siempre conecta de esta manera”, sigue. “Y le pasa a mucha gente. Tiene esa proximidad increíble en la que vos encontrás una cosa que te es familiar, una luz, una ayuda. Creo que esa cualidad es bárbara, porque realmente la popularidad que él tiene hoy por hoy es contundente, es intensa y es íntima”.
En simultáneo a la digitalización de sus canciones aparecieron en ese gran archivo varias filmaciones, VHS de conciertos y otras grabaciones caseras de El Príncipe que ella aprendió a digitalizar, editar y también subir a un canal de YouTube. Otras las guardaba porque sabía que tal vez más tarde podría llegar el momento de hacer algo con ellas. Un día, finalmente, Matías Guerreros se apareció con la idea de homenajear a su padre en un documental.
Ocho años más tarde -otra vez, de mucho trabajo y pocos recursos- el resultado está a la vista: el documental es una película amorosa que cronologiza la vida de Gustavo Pena pero pone el foco en su esencia, su universo artístico y su historia contada a través de él mismo y de los músicos y amigos que tuvieron la fortuna de ser testigos de su existencia por igual conmovedora y profundamente humana.
Está la infancia, la familia, la vida en la selva, los amigos, la experiencia con las drogas, los conciertos en Cabo Polonio, su último tiempo. Pero fundamentalmente su eterna quimera musical. La enorme lista de bandas que formó, todos los estilos que transitó, su enorme capacidad de ser su mejor espectador y las grabaciones que prueban que El Príncipe era un artista que tocaba con la misma entrega en su casa, en un estudio de grabación o en el patio de un jardín de infantes de Montevideo.
El documental, que ya recorrió distintos puntos de Uruguay, llegaría a la Argentina en un preestreno con entrada libre a fines de abril en la Biblioteca Nacional y probablemente se replicaría luego a otras ciudades. La intempestiva pandemia global de coronavirus, sin embargo, dejó esa cita en suspenso.
Afortundamente, el documental estará disponible online y de manera gratuita en la plataforma Vimeo durante toda la Semana Santa (o “Semana de Turismo”, en Uruguay). Pero también podría haber más novedades: Eli-u planea lanzar próximamente un disco doble con 18 temas que están en la película, de los cuales 16 son inéditos.
“Esto es de mi padre. Por eso en lugar de, por ejemplo, poner a alguien hablando de cómo mi padre vivió la dictadura nos pareció mejor ponerlo a él diciendo lo que parece”, explica Eli-u.
Para ella ese objetivo se cumplió con creces y quedó comprobado más que nada en el preestreno del film, donde estuvieron todos los entrevistados, sus amigos, familia, músicos y admiradores. “Es intransferible lo que se vivió. La sala estaba llena y, ni bien arrancó la gente empezó a reír en complicidad con el documental. Era participativo. Terminaba un tema y la gente de repente gritaba y aplaudía como en un concierto en vivo. Y cuando llegó la parte de El Recital fue como pasar por un portal galáctico. La gente que fue esa vez, como yo y otros que estábamos ahí, comentábamos eso. No sabías si estaba pasando ahora, si era algo que ya había pasado. Fue una vibración impresionante”, cuenta con una emoción que atraviesa el teléfono.
“El Príncipe no es una cosa aislada de la realidad”, decía El Príncipe mismo en aquel documental breve grabado sobre el final de su vida. “Creo que estoy tan metido en la realidad que podría animarme a decir que yo soy Pueblo. Yo paso hambre de verdad, no es una historieta ni una imagen, es verdad. Yo me despierto y no tengo leche, no tengo pan, no tengo nada. Me hago un café y salgo a la calle”.
“Muchas personas tenían una idea más de divague de mi padre, ¿viste?”, se lamenta Eli-u. “Pero él tenía tremenda cosmovisión. Entendía al arte como una forma de resistencia, de estar en el mundo. No era solo un divagante que tocaba la guitarra. Era autodidacta pero tenía tremendo nivel, se había formado y tocaba muchos instrumentos. No era de la nada que salía todo eso”.
“Él era inspirador. Era un tipo que realmente te hacía creer en vos mismo. Y no porque él te hablara de eso. Sino por la energía, por el compromiso que él tenía con el arte. Que la película lograra de algún modo transmitir eso y que el contacto del público fuera directo con él para mí fue como: ¡Qué swing! Lo logramos. Nada se interpone entre vos y él. Vos conectás o no conectás”, resume ella.
Espíritu Inquieto es el retrato de un músico afable y cercano que dedicó su vida entera a confeccionar una lente través de la cual ver la vida y el mundo de la misma manera en que se le había revelado a él.
Es también la historia de un artista oculto y sensible que siguió sus propias reglas y que de alguna forma logró dejar eso claro en toda su obra. “Si de algo me voy a morir tranquilo es que me la dieron por todos lados pero mi vida me la elegí yo. Las decisiones las tomé yo”, dijo alguna vez Gustavo. Y tuvo razón.
*El documental Espíritu Inquieto está disponible online y de forma gratuita en Vimeo desde el domingo al 5 hasta el domingo 12 de abril (más información: @espirituinquietopelicula)
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