130 años de Victoria Ocampo: postales de una domadora cultural

Escritora, editora y gestora cultural. Según Borges, “la mujer más eminente de este país”. ¿Quién fue, qué hizo, cómo logró transformar el ecosistema literario argentino? En esta nota, un acercamiento a la Villa Ocampo, la revista Sur, las “traducciones románticas” y también reflexiones de Ana María Shua y Gabriela Saidon

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Victoria Ocampo
Victoria Ocampo

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Como el fantasma que recorre su casa embrujada, Victoria Ocampo camina por los pasillos de la literatura argentina. Lleva anteojos de sol de marco blanco, un pañuelo en el cuello, pendientes de perla, reloj pulsera y una sonrisa que nunca llega. Es protagonista, por su peso y su fuerza, de la tradición literaria argentina, aunque más como editora o gestora cultural que como escritora. Cuando murió, en 1979, Jorge Luis Borges escribió un obituario donde la calificaba como “la mujer más eminente de este país”.

Ese mismo año, Borges, con la muerte de su amiga y mentora aún palpitándole, se paró frente a un gran auditorio lleno de escritores y editores en la sede central de la Unesco y dijo: “Yo no era nadie, yo era un muchacho desconocido en Buenos Aires, Victoria Ocampo fundó la revista Sur y me llamó, para mi gran sorpresa, a ser uno de los socios fundadores. En aquel tiempo yo no existía, pero ella me vio a mí y me distinguió cuando casi no era nadie, cuando yo empezaba a ser el que soy, si es que soy alguien todavía”.

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Si algún dios decidiera hacer crecer una exótica planta que represente cabalmente el árbol genealógico de Victoria Ocampo, debería ponerle flores imposibles. El linaje ecléctico que tiñó de aristocrática su identidad va desde el colonizador español Domingo Martínez de Irala hasta un financista de la Revolución de Mayo, desde Prilidiano Pueyrredón y José Hernández hasta un paje de Isabel la Católica, desde el femicida de Felicitas Guerrero hasta generales guaraníes. Herencia y descendencia. Todo su pasado está presente en su figura, en su proyecto cultural. Aunque se sabe: la riqueza y el aburrimiento no producen necesariamente arte de calidad.

Eran las cuatro de la tarde del 7 de abril de 1890 —hace exactamente 130 años— cuando la partera la extrajo del vientre de su madre. La bautizaron Ramona Victoria Epifanía Rufina Ocampo. Estaban todos en una lujosa casa de la calle Viamonte, casi esquina San Martín, de la Ciudad de Buenos Aires, frente a la Iglesia de Santa Catalina de Siena.​ Las calles San Martín y Viamonte se llamaron hacia 1810 Victoria —por el triunfo de Argentina en las Invasiones Inglesas— y Ocampo —por sus antepasados— hasta que fueron renombradas. Podría decirse que nació donde tenía que nacer. Fue la primera de seis hijas, todas mujeres, que tuvieron sus padres.

Manuel Silvio Cecilio Ocampo y Ramona Máxima Aguirre se conocieron en 1888, durante el funeral de Sarmiento​. Victoria se crió en ese núcleo duro de proyección hacia arriba, sostenida por institutrices y sirvientes, y una familia mucho más cariñosa de lo normal, pero también exigente. Aprendió primero el francés, luego el inglés y en tercer lugar el español. En esa infancia está la huella de clase, pero también una chispa de asombro, de curiosidad, de irreverencia.

Victoria Ocampo, pintada en 1922
Victoria Ocampo, pintada en 1922 por Anselmo Miguel Nieto

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Victoria Ocampo es un personaje complejo”, le dice Ana María Shua a Infobae Cultura, del otro lado del teléfono. “Lo que sentimos los escritores, y en particular las escritoras, es contradictorio y ambivalente. Por una parte, yo la veo como una especie de dama anticuada. Es una mujer que en el siglo XX siguió sosteniendo un salón como los salones del siglo XIX. Eso es lo que ella fue: no era una artista, era una especie de domadora de artistas que formaban parte de esta especie de circo que ella llevaba adelante”, agrega la escritora argentina.

“Por otro lado la literatura no hubiera sido la misma, no sé si para peor o para mejor, pero no hubiera sido la misma sin su presencia y sin su influencia. Hay que pensar en la importancia que tuvo la revista Sur y la importancia que tuvo ella misma: su persona, su autoridad, su idea de la literatura. Fue una mujer maravillosamente fuerte, con mucha energía, con un poder de decisión muy importante que, entre otras cosas le daba su dinero. Por todas esas razones fue un personaje complejo y por eso es compleja la opinión que uno tiene acerca de ella”, completa.

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Gabriela Saidón también habló con Infobae Cultura. “Pasajera en tránsito perpetuo. Sin duda Charly García no pensó en Victoria Ocampo cuando escribió su tema ‘Pasajera en trance’. Pero la frase pinta. Traductora, cronista, promotora de talentos, intelectual pionera, Victoria fue viajera y puente, conductora y vehículo cultural. Su mayor gesto en esa doble dirección fue ‘dilapidar’ la fortuna familiar en bienes simbólicos. Transformar un patrimonio rentístico en cultura (la revista Sur, la ayuda a intelectuales extranjeros, la gestión cultural en las casonas familiares). Pudo hacerlo por su origen de clase. Pero podría no haberlo hecho”, asegura la autora.

“Libre en sus elecciones amorosas dentro de lo que la época se lo permitió. Cheta, sí, y a mucha honra. Las contradicciones fueron notorias en su vida y en su escritura. Feminista de la primera ola, como otras de su clase no apoyó el sufragio femenino. Usaba el vos o el che y al mismo tiempo se acercaba de ese modo a la argentinidad más popular sin darse cuenta. Fue vanguardista, antigua y moderna, todo junto. No escribió ficción (de eso se ocupó su hermana Silvina) pero dejó una obra mucho más rica de lo que se suele conceder y puesta en valor por quienes se dedicaron a estudiarla y difundirla, como Beatriz Sarlo, Ivonne Bordeois o Sylvia Molloy”.

“No pudo ser actriz (su padre amenazó con suicidarse si elegía esa profesión) pero supo compensar esa frustración con una gran (en muchos sentidos) obra”, concluye.

Victoria Ocampo según Gisele Freund
Victoria Ocampo según Gisele Freund

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Detrás del portón doble sobre un callejón sin salida en Beccar hay un pedazo de mundo que bien podría servir para hacer esa fiesta postapocalíptica que todos soñamos cuando termine esta cuarentena mundial. La gigantesca residencia de Villa Ocampo es un lugar silencioso, envuelto por un jardín que parece existir sólo en los sueños de una princesa de Disney. Allí, Victoria Ocampo, que vivió hasta sus últimas días, convirtió esa mansión en un oasis cultural.

Recibió a Rabindranath Tagore, Graham Greene, Albert Camus, Aldous Huxley, Le Corbusier, Octavio Paz, Gabriela Mistral, Waldo Frank, Indira Gandhi, Antoine de Saint-Exupéry, Pablo Neruda, Igor Stravinsky. Su deseo fue, al morir, donar la villa a la UNESCO para que haga de ese lugar, no un museo frío y acartonado, sino una cápsula que “sirva en un espíritu vivo y creador”. Entrar hoy y recorrer las enormes habitaciones y caminar por el parque es como olfatear los vestigios de un siglo XX que parece nunca haberse ido.

A los cinco años, viajó con su familia a Europa. Una estadía de un año. Recorrieron varios países. Allí, podría decirse, empezó a beber ese jugo intelectual que primaba en el viejo continente. Al volver, Villa Ocampo la esperaba. Era la casa de verano que su padre, el ingeniero Manuel Ocampo, construyó para la familia en 1891. Ella la heredó finalmente en 1930 y la usó de forma esporádica hasta que en 1942 se instaló definitivamente.

¿Cómo hacer de una mansión un lugar de vanguardia? La transformó, le quitó las telas de las paredes, la llenó de cuadras modernos, de artefactos, de colores, de libros. Sabía que esa aburrida casa de alta alcurnia podría convertirse en un hito novedoso. “Me pareció que había encontrado una manera de pagarles a los escritores y artistas las alegrías que les debía”, escribió en sus memorias. Los invitaba a su mansión, los alojaba durante largas estadías y hacía de ese encuentro un fructífero intercambio de ideas.

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“Hay una paz provisoria en esta casa”, escribe Albert Camus en un cuaderno mientras el sol se filtra por la ventana. Está en una cama matrimonial con un cigarrillo en la boca, los pies cruzados, la espalda y la cabeza sobre una almohada, la mano presionando un lápiz sobre el papel. Es la mansión de Victoria Ocampo en Beccar, San Isidro, año 1949, 13 de agosto, primera mañana del huésped en Argentina.

“Debería quedarme aquí hasta el día de mi regreso”, escribió en sus diarios de viaje. Estaba maravillado con la Villa Ocampo (“una casa grande y agradable, en el estilo de Lo que el viento se llevó. Gran lujo antiguo. Tengo ganas de acostarme y de dormir hasta el fin del mundo”), pasó dos noches allí y el 14 de agosto partió a Santiago de Chile.

En Argentina mantuvo el perfil bajo: su obra El malenten­dido había sido prohibida. No tuvo grandes actividades durante aquellos tres días. La más importante, una reunión con unos cuarenta intelectuales argentinos que le organizó Victoria en su casa. Todo esto lo cuenta Eduardo Paz Leston en el prólogo de la correspondencia entre Camus y Ocampo publicado por Sudamericana.

La última noche cenaron juntos —ya se conocían: habían pasado varios veladas en París—, hablaron de política, afirmaron su férrea convicción de oponerse a los totalitarismos —para ambos, el peronismo lo era—, escucharon una ópera de Britten, también algunos poemas de CharlesBaudelaire grabados por Vic­toria y bebieron y fumaron y rieron. De lo demás, no hay registros.

Los anteojos de Victoria Ocampo,
Los anteojos de Victoria Ocampo, en su casa, hoy gestionada por UNESCO

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Hubo un tiempo que fue hermoso, al menos para la literatura argentina. En el verano de 1930-1931 surgió una de las revistas más importantes de nuestra historia. Se dice que fue el filósofo español Ortega y Gasset quien, en una conversación telefónica, le dijo a Victoria Ocampo que ese proyecto literario que tenía en mente y estaba a punto de ver la luz debía llamarse Sur. Su directora, además, le puso en todas las tapas una flecha hacia abajo para acentuar el significado del nombre. Dos años más tarde surgió, además, la editorial Sur.

Pero, ¿cuál fue la verdadera magnitud de este movimiento que, no sólo reunió a algunos de los mejores escritores de nuestra literatura sino que también tuvo como colaboradores a narradores extranjeros como Waldo Frank, Octavio Paz, Gabriel García Márquez y Gabriela Mistral, por citar algunos? La editorial publicó obras de Aldous Huxley, Carl Gustav Jung, Virginia Woolf, Vladimir Nabokov, Jean-Paul Sartre, Jack Kerouac y Albert Camus.

En el libro La Constelación del Sur, Patricia Willson indaga sobre tres formas muy disímiles de traducir, todas de Sur: Victoria Ocampo, “la traductora romántica”; José Bianco, “el traductor clásico”; y Jorge Luis Borges, “el traductor vanguardista”. Y si bien la crítica de la época era que al traducir literatura extranjera caían en una práctica extranjerizante, Wilson aclara en el libro el valor de la traducción, “intensamente democratizante” porque “vuelve legible en la literatura receptora un texto antes inescrutable en su extranjeridad”.

Victoria Ocampo es el motor de un proyecto que no sólo se proponía agrupar y potenciar a lo mejor de la vanguardia literaria argentina sino también funcionar como canal para traer a este país lo mejor de las letras que sucedía afuera. Y eso significó un montón.

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Hay una entrevista en televisión de enero de 1966. Es una de los pocos registros, al menos conocidos, donde Victoria Ocampo aparece hablando en cámara. Se la nota tímida. Mientras habla mira hacia abajo. El motivo del reportaje, realizado en Londres, son los 35 años de vida de Sur. Sobre la revista da esta definición: “Una invención terrible que ha reventado al inventor”. Luego ríe, suelta una carcajada completamente genuina, se recompone y sigue hablando.

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Victoria Ocampo era progresista. Tal vez no en la forma que hoy usamos el término. Ella miraba hacia adelante. Su inteligencia estaba en tejer una telaraña de relaciones que promuevan la aparición de nuevos productos culturales y, por consiguiente, nuevas ideas. En un texto titulado “La trastienda de la historia” de 1971 escribió: “en cuanto al control de la natalidad y el aborto (…) afirmo que algo que concierne vitalmente a la mujer, su cuerpo, ha de depender principalmente de ella, la protagonista”.

¿Quién se animaba a hablar de temas que hoy aún causan resquemor en las clases dirigentes como lo hacía ella, y con tanta claridad conceptual? Desde luego, haber conocido y dialogado con exponentes culturales del siglo XX —Charles Chaplin, Jacques Lacan, Sergéi Eisenstein, Lawrence de Arabia, sólo por nombrar algunos— tenía sus ventajas. Ya escuchaba atenta, los entrevistaba, lo acorralaba a preguntas, los hacía pensar en voz alta, frente a ella, la verdadera protagonista.

Victoria Ocampo fue también la primera mujer en obtener un registro de conducir en Argentina. Uno puede imaginarla con los anteojos de sol de marco blanco, el pañuelo en el cuello, los pendientes de perla, las manos al volante, la sonrisa a medio dibujar, pisando el acelerador por las calles porteñas, sintiéndose, tal vez, eso que decía Borges: “la mujer más eminente de este país”.

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