Madre francesa y padre sirio: una novela gráfica cuenta cómo fue crecer entre el mundo árabe y Occidente en los años 80

En “El árabe del futuro”, que ya lleva vendidos 2 millones de ejemplares, Riad Sattouf reconstruye su niñez en viñetas para contar cómo fueron su infancia y adolescencia entre Libia, Siria y Francia con una madre bretona y un padre musulmán que empieza a radicalizarse. La cuarta entrega se consigue en español desde este mes

En “El árabe del futuro”, Riad Sattouf desmembra su niñez en viñetas para contar cómo fue criarse entre Libia, Siria y Francia

Cuando la familia de Riad Sattouf se instaló en la Libia de Muammar Khadafi, el mundo era bipolar, ya se había producido la Revolución Islámica en Irán, Estados Unidos aplicaba la doctrina Carter para defender sus intereses en el Golfo Pérsico y el conflicto árabe-israelí estaba a flor de piel. Era 1980. Riad Sattouf tenía dos años, pelo rubio y un aspecto muy poco árabe. Comenzaba así su historia dividida entre Occidente y Oriente, entre una madre francesa y un padre sirio. Entre la falta de pertenencia a uno y otro bando. La guerra fría de su infancia. Treinta años después, decidió escribirlo. O más bien, dibujarlo.

Así surge El árabe del futuro, la autobiografía ilustrada de un niño criado entre dos mundos que parecen opuestos y con un estilo que lo acerca al Persépolis de Marjane Satrapi o al Maus de Art Spiegelman. Publicada en Francia en 2014, esta novela gráfica lleva vendidos más de dos millones de ejemplares y fue traducida en 22 idiomas. El cuarto tomo acaba de llegar a la Argentina y a la región de la mano de la editorial Salamandra, en este marzo de pandemia y confinamiento.

El árabe del futuro transcurre en tres escenarios: Francia, Libia y Siria. Para ubicar a los lectores que no necesariamente conocen el contexto internacional de entonces, Sattouf identifica en las viñetas a cada país con tres colores -azul, amarillo y rojo, respectivamente- y también ofrece detalles de la coyuntura histórica.

El primer volumen comprende el período 1978-1984, desde que los padres de Riad se conocen en la Sorbona hasta el posterior traslado de la familia a Libia y, más adelante, a Siria, en donde gobernaba Hafez Al Assad. Riad es un infante adorable que atrae la simpatía tanto de franceses como de musulmanes.

En la segunda entrega (1984-1985), ya es un estudiante de primaria en Ter Maaleh, cerca de Homs, el pueblo de su papá. Cuenta los tormentos que sufre en la escuela, donde los docentes castigan a latigazos a los alumnos, pero también en el interior de su misma familia, tras convertirse en el blanco de sus primos, que lo persiguen y lo golpean por ser diferente.

El padre da clases en la Universidad de Damasco y promete que pronto tendrá más dinero para vivir mejor en Siria. La mamá, en cambio, queda sumida en el ámbito doméstico, en el que no se siente conforme. Las diferencias entre los padres se van haciendo cada vez más notables y esa tensión alcanza un momento álgido cuando una de las mujeres de la familia Sattouf es asesinada impunemente por su marido. La única voz que se alza es la de Clementine, la mamá de Riad.

El padre, la abuela y el tío de Riad en Libia. En el medio, él a los tres años

La mirada de Riad empieza también a ser menos inocente a medida que crece y pasa de idealizar a un padre a quien veía como un superhéroe a registrar sus contradicciones. Abdel-Razak Sattouf es un doctor en Historia y profesor de tendencia panarabista que está convencido de que la educación emancipará a su pueblo del colonialismo y la religión y que aspira a que su hijo sea “el árabe del futuro”, es decir, que sintetice una formación moderna con los valores islámicos. Pero sus discursos son machistas, autoritarios, racistas y antisemitas y apoya abiertamente a dictadores como Saddam Hussein o a figuras de extrema derecha como Jean-Marie Le Pen.

El alejamiento entre padre e hijo se hace evidente en el tercer tomo (1985-1987) y se profundiza en el cuarto, que va desde 1987 hasta 1992, cuando Riad tiene 12 años y experimenta los sinsabores de la adolescencia. La familia -ya compuesta por tres hijos varones- vuelve a Francia, más precisamente a la Bretaña, de donde es oriunda la madre, aunque el padre se queda por trabajo en Arabia Saudita.

Si en Siria lo discriminaban por ser rubio, en Francia se burlarán de Riad por su nombre árabe, su voz aflautada y sus rasgos todavía aniñados. Al mismo tiempo, un peregrinaje a La Meca terminará de hundir a su padre en el fanatismo. A partir de allí surgirá la fisura o crisis que motivará a Riad a contar su historia. En sus palabras, un golpe de Estado dentro de su propia familia.

Para saber cómo continúa, habrá que esperar al quinto tomo, que saldrá en Francia en la segunda mitad de este año. Serán seis entregas en total y la última llegará hasta la actualidad. Probablemente, uno de los capítulos esté dedicado a la guerra civil en Siria, que comenzó en marzo de 2011 y que al día de hoy lleva un saldo de más de 380 mil muertos. En ese momento, el dibujante consiguió que las autoridades francesas le dieran un salvoconducto a su familia en Ter Maaleh.

El árabe del futuro es su trabajo más político, y también el más íntimo. De hecho, esperó a que su padre muriera para que saliera a la luz. En él, consigue contar su infancia traumática en equilibrio con la coyuntura histórica, pero también en clave de humor: “Algo dramático contado con humor será dos veces más dramático, por eso me gusta mucho mostrar las cosas de forma un poco divertida, aunque sea tragicómica”, decía en diciembre a la agencia de noticias EFE.

Sattouf ganó en 2015 el premio Fauve d’Or, lo que lo catapultó como un referente de la novela gráfica. Previamente, había publicado Pascal Brutal (2009), Manual de pajillero (2010) y Los cuadernos de Esther (2014). También había dirigido dos películas, Les beaux gosses, con la que ganó el Premio César a la mejor ópera prima en 2009, y Jacky au royaume des filles. Además, fue colaborador durante diez años del Charlie Hebdo, el semanario satírico que sufrió un atentado terrorista en enero de 2015, y de Télérama y Le Nouvel Observateur.

Pese a haber construido su trayectoria profesional en Francia, cuando le preguntan si se identifica con ese país, responde que no. Que no se siente ni sirio, ni francés. Y mucho menos, el árabe del futuro.

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