La clausura es una de las formas monacales que aún hoy conserva el catolicismo –y algunas otras religiones– como forma de establecer un vínculo profundo con la divinidad, por fuera de las preocupaciones mundanas y terrenales, en el marco muchas veces del silencio o del autosuplicio y la vida, por regla, en un monasterio cerrado, solamente permitido a quienes hayan elegido esa manera de entrega a Dios. Algo así como una cuarentena espiritual y permanente.
En general, los monjes y monjas de clausura viven austeramente en un cuarto en el que habitan una cama y una pequeña mesa de madera. A la vez, tienen acceso a gigantescas bibliotecas donde cultivar sus espíritus.
Como se dijo, no sólo el catolicismo, sino otras religiones surgidas a través de él, como la copta, tuvieron sus propios hombres del encierro. Macario había nacido alrededor de 300 en Egipto y para huir de los peligros del mundo, se fue a vivir al desierto, donde se dedicó a la oración, a la meditación y a la penitencia, y allí estuvo 60 años y fueron muchos los que se le fueron juntando para recibir de él la dirección espiritual y aprender los métodos para llegar a la santidad.
Sentía la necesidad de vencer sus malas inclinaciones, y notó que el mejor modo para obtener esto era la mortificación y la penitencia. Como su carne luchaba contra su espíritu, se propuso por medio del espíritu dominar las pasiones de la carne. A quienes le preguntaban por qué trataba tan duramente a su cuerpo, les respondía: “Ataco al que ataca mi alma”. Con 40 grados de temperatura y un viento espantosamente caliente y seco, no tomaba agua ni ninguna otra bebida durante el día. Murió alrededor de los 90 años. Es conocido como uno de los Padres del Yermo o del Desierto. Se le atribuyen 50 homilías griegas.
Antonio Abad no escribió, pero su vida anacoreta produjo las más diversas obras acerca de este hombre que se internó en el desierto hasta los 105 años, cuando murió. La orden que fundó se llamó “hermanos hospitalarios” y es leyenda que durante su estadía en el desierto egipcio fue tentado por el diablo en reiteradas oportunidades, logrando siempre vencer. Se rodeaba de animales, hasta leones, que lo protegían y se convertía así en una figura mítica de los primeros años del cristianismo. Fue pintado Antonio Abad como un anciano con el hábito de la orden y con un cerdo a sus pies. Hieronymus Bosch, El Bosco, hizo el Tríptico de las tentaciones de san Antonio, conservado en Lisboa. En 1947, Diego Rivera pintó una obra también titulada Las tentaciones de San Antonio, al igual que Paul Cézanne y Jan Wellens de Cock, entre otros varios artistas. El pintor español Salvador Dalí pintó un cuadro llamado La tentación de San Antonio.
Sin embargo, uno de los momentos en el que el encierro monacal fue más productivo se produjo en el medioevo, durante el auge del oscurantismo. Que, a pesar de inquisición, caza de brujas, poder omnímodo de la Iglesia, tenía una ventaja: bibliotecas. Tras los muros de los conventos o monasterios existían bibliotecas valiosísimas, con reductos de incunables y que desafiaban al Códex que había impuesto Torquemada para la lectura de los mortales.
Santa Teresa de Jesús, llamada con el nombre de Teresa de Ávila, había sido desde muy joven una monja que mostraba no sólo fascinación por la imagen de Jesús, sino que además tenía raptos de visiones con Jesús mismo al lado de ella, tanto como con el diablo. Sus inquietudes eran también intelectuales y así eligió sus mentores. En 1560 fundó el Convento de San José en Ávila y de la Orden de las Carmelitas Descalzas, cuyas normas estaban regidas por la austeridad, la pobreza y la clausura, consideradas por Teresa las verdaderas virtudes de las carmelitas. Debían dormir en jergones de paja. El ayuno consiste en hacer solamente una comida fuerte al día. Consagraban ocho meses del año a los rigores del ayuno, desde el Día de la Exaltación de la Santa Cruz, en septiembre, hasta la Pascua de Resurrección, excepto los domingos y exceptuando a las religiosas que argumentasen motivos de salud. Se abstenían por completo de comer carne.
Pero una de las características de los conventos era que se permitía a las monjas leer libros religiosos, seleccionados por Teresa quien, entre éxtasis y visiones, también escribía. Como estos versos:
Nada te turbe;
nada te espante;
Todo se pasa;
Dios no se muda;
la pacïencia
todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene,
nada le falta.
Sólo Dios basta.
Esta divina prisión
del amor con que yo vivo
ha hecho a Dios mi cautivo,
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.
Al morir en 1582 fue sepultada con el auspicio de los Duques de Alba y luego sus miembros, que estaban incorruptos, fueron cortados para que se repartieran por toda España.
San Juan de la Cruz fue contemporáneo de Teresa de Ávila y mantenían una relación de correspondencia, ya que ambos tenían un fuerte planteo místico, a la vez que escribían versos a su amado Jesús.
La Orden del Carmen, en la que se alistó, tenía severas reglas de encierro:
1.- Uno de los hermanos será elegido prior y los demás le prometerán obediencia.
2.- Cada hermano tendrá una celda separada, elegida por el prior.
3.- Nadie podrá cambiar de celda sin permiso.
4.- La celda del prior estará en la entrada, para recibir a los que vengan.
5.- Todos permanecerán día y noche en su celda, orando y meditando, si no tienen otra cosa legítima que hacer.
6.- Los que sepan leer y recitar, rezarán las preceptivas Horas Canónicas.
7.- Ningún hermano tendrá nada de su propiedad. Todo será común y el prior lo distribuirá según las necesidades.
8.- El oratorio estará en el medio de las celdas.
9.- Se reunirán ciertos días para tratar la observancia y corregir las negligencias.
10.- Ayunarán desde la Exaltación de la Cruz hasta Pascua, excepto por enfermedad u otra causa justificada.
11.- No comerán carne, excepto por enfermedad.
12.- Cultivarán la fe, la justicia y la castidad.
13.- Trabajarán en silencio.
14.- Se respetará el silencio desde completas hasta prima, y lo que se hable fuera de ahí, no será ocioso.
15.- El prior meditará las palabras: El que quiera ser mayor, hágase siervo.
16.- Los hermanos honrarán al prior con humildad.
En estas condiciones, entonces, desarrollaba Juan de la Cruz, que luego conoció personalmente a Teresa de Ávila, que lo reconoció como un par y le encargó ser el director de una de sus casas espirituales en Ávila. Después de su encuentro con la monja, viajó por toda España para esparcir su obra, y también para evitar la persecución. En 1591, luego de una larga enfermedad, falleció. Sin embargo, en su memoria quedarían las visiones de Jesús que tendría y cómo frente a la oración incluso llegaría a la levitación, según Teresa de Ávila, que lo acompañaba. Tal vez todo no era cierto, y quizás una inclinación sadomasoquista homosexual -como plantean algunos estudios contemporáneos- sean la causa de sus poemas. Más allá de todo, ellos quedarán.
Vivo sin vivir en mí
y de tal manera espero,
que muero porque no muero.
En mí yo no vivo ya,
y sin Dios vivir no puedo;
pues sin él y sin mí quedo,
este vivir ¿qué será?
Mil muertes se me hará,
pues mi misma vida espero,
muriendo porque no muero.
O este otro:
¡Oh llama de amor viva
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva
acaba ya si quieres,
¡rompe la tela de este dulce encuentro!
¡Oh cauterio suave!
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado
que a vida eterna sabe
y toda deuda paga!
Matando, muerte en vida has trocado.
Sor Juana Inés de la Cruz, nacida en 1651, fue una mujer mexicana de familia noble, quiso ingresar a la clausura, pero fue demasiado para ella. Es que Juana era una intelectual. Quiso entrar disfrazada de varón, que era el único género permitido, a la Universidad, pero fue descubierta y puesta de patitas en la calle, es decir, su palacio. Allí pergeñó ingresar a la Iglesia, que poseía el monopolio de los libros, y se hizo carmelita descalza, pero qué incordio e incomodidad significaba tal paso. Enfermó. Se postuló entonces a la Orden de San Jerónimo, en la que fue aceptada, y tenía una celda de dos pisos con sirvientas. Tenía una relación amorosa con la Virreina Leonor de Carreto, y en esas celdas desarrolló su poesía. En 1695 murió en medio de una epidemia que traspasó los muros del convento.
Tal vez su poema más conocido comience así:
Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis:
si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si la incitáis al mal?
Pero no sólo en épocas antiguas el enclaustramiento sirvió para desarrollar el pensamiento, la palabra y la poesía. Ahora que hace pocas semanas murió el nicaragüense Ernesto Cardenal, es un buen momento para recordar a su maestro espiritual Thomas Merton, quien nacido como miembro de una familia acomodada en París, estudió luego en Inglaterra, pasó por Cuba, isla donde se convirtió -en la era prerrevolucionaria- al catolicismo. Y no cualquier catolicismo, sino que se ordenó en monasterio cisterciense de Getsemaní en Louisville, en el estado de Kentucky, más específicamente en la Orden Cisterciense de Estricta Observacia. Una orden de clausura pero que le permitió tomar contacto con personalidades mundiales de aquella época con su mensaje pacifista. Formó parte del Movimiento de Derechos Humanos con Marthin Luther King Jr. e intentó un acercamiento entre budismo y catolicismo, que plasmó en su traducción de Lao Tsé. Así, escribía:
Aguarda.
Escucha las piedras del muro.
Permanece en silencio, ellas tratan
de decir tu nombre.
Escucha
a las paredes vivientes.
¿Quién eres?
¿Quién
eres tú? ¿El silencio
de quién eres?
El enclaustramiento puede ser productivo, así lo muestran siglos de historia y literatura. Se trata, quizás, de no desesperar, leer y, en el momento adecuado, tomar una pluma.
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