Marcelo Toledo es uno de los artistas argentinos más reconocidos en el mundo. Solo para dar algunos ejemplos, sus obras, que poseen la sutileza de un orfebre, se exhiben en las principales ciudades del mundo y viene de participar del Armory Show de Nueva York, una de las exposiciones artísticas más viejas y prestigiosas del globo.
Llegó al país al 9 de marzo desde EE.UU. Unos días después, le comunicaron que tenía coronavirus. “Sentís que de un día para el otro no sabés que va a pasar con tu vida”, le dijo a Infobae Cultura vía whatssap, solo unas horas después de haber recibido el alta.
El periplo de Toledo es un ejemplo de cómo el COVID-19 se reproduce de manera silenciosa y cómo la información puede hacer una gran diferencia.
“Ayer me dieron el alta. Estuve internado en la Clínica del Sol, volví de Nueva York de participar de una feria muy grande, Armony Show, que se hace cada marzo”, explica desde su casa en el barrio de Palermo.
Toledo explicó que durante su estancia en EE.UU. el coronavirus no era uno de los temas más importante en la agenda. Hasta ese entonces, por ejemplo, el presidente Donald Trump había minimizado sus efectos y hablaba de “virus chino”, como si todo se tratase de una cuestión racial. Y no lo era. Y no lo es.
“Volví el lunes 9. Cuando estuve en Nueva York casi que no se hablaba del tema, no había casos. En los últimos dos días aparecieron 8 casos, pero en una ciudad con 10 millones de habitantes, la más cosmopolita del mundo, era raro que no tuviese casos. Entonces, no suponía que EE.UU. iba a estar en esa lista, pero tuve como un sexto sentido y decidí volver a mi casa”.
Toledo regresó el mismo día en que se recomendaba a los que arribados de países del exterior en zona de riesgo se quedaran en sus hogares. En ese momento, la lista incluía solamente a China, Corea del Sur, Japón, Irán, Italia, España, Francia y Alemania.
“Ese día estaba normal, al mediodía me fui a trabajar, tenía una agenda recontra cargada. No iba a viajar a NY, pero tenía muchas reuniones y terminé 10 días allá trabajando en dos muestras en museo que voy a realizar”.
Y prosiguió: “Trabajé normalmente, el martes también. En esos días vino el carpintero, trabajé con mi mamá y mis tres asistentes. El miércoles tenía dos personas con una cita especial que estaba agendada desde hacía un año. El martes a la noche me empecé a sentir un poco raro y pensé que era por el cambio de temperatura, allá hacía 3 grados y acá como 35”.
“Después de la reunión del miércoles en una galería de arte en San Telmo con dos directoras de afuera miro el celular. Me explotaba de mensajes de amigos que me avisaban de que estaban diciendo que iba a haber cuarentena para las personas que regresaban de zonas de riesgo”.
Toledo comenzó entonces a comprender que quizá su molestia podía ser algo más. Si bien EE.UU. no era aún zona de peligro, no quiso tomar más riesgos: “Ese miércoles pasé por el médico, tenía 37,4 de temperatura y me encerré y no salí más. El me dijo ‘no te preocupes, no es una temperatura alta’, pero me recomendó quedarme en casa y lo hice. Mis amigos me empezaron a traer compras de supermercado, y me empecé a sentir mal”.
Toledo explica que sus primeros síntomas era como “una especie de gripe”, pero que además le “dolía el roce de la tela por el cuerpo, la remera, el sillón” y empezó a tomarse la temperatura cada vez más seguido. En esos días habló con el 107 dos veces: “Una vez llegué a 38 y me bajó, a la otra noche llegó a 38,2 y llamé al SAME. Me dijeron que ‘no me preocupara, que esté atento, que tome un baño pronunciado de agua tibia tirando a natural’ y enseguida me bajó”.
Al siguiente día cambió de estrategia y llamó a su obra social: “A través de una consulta vía webcam, me dijeron que iban a activar el protocolo, porque habiendo venido de afuera y sentirme así lo mejor era no correr riesgos”.
Toledo relata entonces que desde el 107 le enviaron una ambulancia. “Suponía que me iban a hacer un hisopado en casa, pero me tocan el timbre y me avisan que tenían que ir con ellos. Me agarré un cepillo de dientes, un dentífrico, un bolso de viaje y me fui con ellos”.
Allí es cuando, confiesa, comenzó a entender la gravedad del asunto: “Me empecé a asustar porque la realidad es que no esperaba que me llevaran, ya cuando vi la ambulancia y vi dos personas que parecían intergalácticos con un mameluco con antiparras, cofia, guantes, todo, era una cosa que me pregunté qué me está pasando. Me llevaron al clínica, ya me sentía como un paciente incapacitado, y me aislaron el cuarto. Me sacaron sangre y me hicieron una placa”.
Las siguientes horas fueron de mucha angustia. “Desde ese día empezó un corredero que uno sabe cómo empieza pero no cómo termina. Me venían a controlar enfermeras dos veces por día, una doctora. Yo no quería asustar a mis padres, no dije nada, me hicieron el hisopado. Me preguntaron si pase por Brasil, porque tenía bajas las plaquetas, y me comentaron que podía tener dengue. Les conté que en mi casa tenía terraza con plantas, que había mosquitos, pero lo descartaron”.
Al otro día las plaquetas seguían bajando. “‘Es un llamado de atención muy fuerte, estamos analizando tu radiografía y se ven mancha en los pulmones’” -me dijo la doctora-. Tragué saliva, hace poco la mamá de una amigo murió de cáncer de pulmón y se me cruzaron todo tipo de cosas. Y me mandaron a hacer una tomografía”.
“En mis 44 años nunca había estado internado en mi vida, siempre tuve una salud sin riesgos, sí alguna gripe o angina, pero nada infeccioso o complejo. Una vez por año me hago los análisis correspondiente de acuerdo a mi edad y sentís que de un día para el otro no sabés que va a pasar con tu vida. Me dieron antibióticos vía sonda y una medicación para la influenza, porque creían que podía tener gripe A. Al otro día el hisopado de la influenza dio negativo, y al del domingo llegó el resultado del Malbrán por coronavirus y me quería morir”.
“Yo me sentía bien ya, pero pensar en mi madre, en que la había contagiado fue terrible. Ella se sentía mal entonces, me decía que era una infección urinaria pero después le dio negativo, y seguía con dolor de cabeza, con catarro. No me preocupaba por mi, me dio mucho miedo por mis padres, por mi mamá, que estaba en cuarentena, y podía contagiar a mi papá, que de hecho están contagiados. Están los dos, a mi mamá se le pasaron los síntomas, mi papá tuvo dos líneas de fiebre. A su vez, contagié a una empleada, y ella a su vez a su hermana que vive con ella. Esto es una gran cadena que uno no sabe dónde empieza y dónde puede terminar”.
Toledo se encuentra profundamente agradecido con el personal de la Clínica del Sol porque en su vida jamás lo “cuidaron como ahí”. “El trato fue excelente por parte de todos, desde la señora que limpiaba, a los enfermos, médicos, los del laboratorio, todos absolutamente, todos”.
“Tuve miedo por mi, luego me preocupé mucho por mis seres queridos, desde un asistente que gracias a ellos puedo desarrollar mi actividad, y sobre todo por mis padres, que si bien son personas sanas... La preocupación es saber que uno pudo haber sido un instrumento de contagio. No es que tenés culpa, porque no es algo que uno haga a propósito. Pero si algo hubiera salido mal… no quiero pensar”.
Hoy ya regresó a sus proyectos, se encuentra en su casa trabajando, en el diseño de sus próximas muestras: “El arte te cura, te sana, te ayuda a transmitir todo lo que uno tiene adentro y nuestra misión como artista es tocar esa fibra sensible que todos tenemos, despertar los sentidos y sensibilizar el alma”.
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