¿Cuál es el sentido de escribir ciencia ficción en esta época de narrativas tecnológicas incorporadas a la rutina diaria, de fantasías que ya parecen consumadas -casi todas alrededor del teléfono celular y la “nube”- y de ansiedades interminables ahora incluso potenciadas por una pandemia?
Probablemente el mismo de siempre: el futuro, lleno de oportunidades y esperanzas, también nos inunda con angustia cuando entendemos que nunca vamos a saber qué va a pasar y ni hacia dónde nos van a llevar los adelantos y las amenazas de hoy, pero imposible no intentar imaginarlo.
Quizás, también, porque todavía nos cuesta mucho más comprender el presente que el pasado, y es más fácil hacerlo si lo miramos desde un futuro distante e imaginado. Nos comportamos como si entender la vida en el imperio franco de Carlomagno fuera más fácil que a los adolescentes usando Tik Tok. Pero siempre fue así, nada nuevo bajo los dos soles de Kepler-16b.
Escribí Britannica, publicada en Barcelona por Magma Editorial y distribuida en Argentina por Waldhuter, en ese molde; mirando al futuro y como un homenaje al pasado, que es lo que siempre me interesó casi más que cualquier otra cosa.
Por eso pensé este libro en la tradición de las fix-up, las novelas de ficción especulativa tan populares en la década de 1950 en Estados Unidos que estaban compuestas en base a diferentes historias, cuentos, viñetas, estampas, integradas a un mundo nuevo distinto pero familiar. También, la escribí dentro de la tradición de la llamada ciencia ficción “soft”, más interesada en las metáforas y la ficción que en realidades y ciencia, propias de un género “hard” que hoy parece ser el sueño de multimillonarios.
Desmembrado y desarticulado, mi libro incorpora tres tramas que convergen hacia el final: el avance de una multinacional dedicada a la información, Infopeek, que ofrece la transmigración a la red y el abandono del cuerpo a través de un proceso llamado enhancement; la resistencia de un grupo esotérico y nostálgico que se dedica a no dormir; y el desarrollo de una terapia alternativa para lidiar con la ansiedad, el estrés y los estímulos basada en el aislamiento temporario.
El nombre Britannica, una referencia a la famosa enciclopedia que ya era completamente obsoleta cuando yo cursaba la primaria en la década de 1990 (y la Encarta reinaba) y hoy parece un artefacto prehistórico, introduce un poco los temas centrales en esta novela: la información como mente colectiva, las proyecciones de la inteligencia artificial, el internet en nuestra vida diaria y los límites de la empatía.
Estoy bastante seguro de que muchos de los personajes de esta novela no están en condiciones de pasar el test Voigt-Kampff, la famosa prueba de empatía imaginada por Philip Dick en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (llevada al cine como Blade Runner).
Diseñado para detectar androides avanzados que se hacen pasar por humanos, el test mide la respuesta física (respiración, movimiento de los ojos, la piel que se sonroja) a una serie de situaciones hipotéticas siempre vinculadas a la crueldad y nuestras reacciones.
¿Cuántos personajes en estas historias lo pasarían, y cuántas cuentas personas en sus alter egos de Twitter, Facebook, Instagram y Weibo lo harían?
En mi anterior libro, Retrato de Marte, escribí sobre la vida interna de un soldado argentino forzado a pelear en la Guerra del Paraguay y su pérdida progresiva de la empatía ya no hacia el horror que lo rodea sino al mismo entorno de su rutina y al detalle más mínimo de su vida. Quise ver al pasado para entender el presente, que no está muy lejos del ejercicio de imaginación de espiar un futuro con esa misma intención.
Britannica trata sobre muchos temas, pero sobre todo se concentra también en la erradicación de la empatía como paso previo para la transmigración, afectiva o total, tan total como la imaginación lo permita.
En otras palabras, una deshumanización electiva y masiva, como crítica definitiva hacia el mundo digital. Pero, claro, esta crítica parece excesiva, considerando que el mundo análogo, y anterior, tuvo a su Auschwitz.
La clave, parecen decirnos Dick y también Bradbury, Vonnegut, los guionistas de Black Mirror y hasta Ken Cosgrove, está en la respuesta al horror, no en la capacidad de infligirlo.
Después de todo, alguien podría decir, en la actualidad muere menos gente en guerras, y en forma violenta en general, que nunca antes en la historia de la humanidad. Y sin embargo el gas cloro y el sarín siguen cayendo sobre las ciudades sirias, y los drones militares merodean el cielo buscando presas como en un videojuego y los ejércitos siguen abriendo fuego contra las masas de civiles que protestan ya no por la falta de libertad ni la opresión sino porque no hay trabajo ni agua potable, pero la conexión de wifi es buena.
La escala es distinta, sin lugar a dudas, pero lo que interesa es la respuesta.
Y en Britannica la respuesta es la transmigración de la mente a una red global de información, una internet eterna y total, dejando atrás el cuerpo físico cuyos sufrimientos parecen ser el último reducto de esa empatía.
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