Fabián Casas: “Hay que leer de todo, no soy irrespetuoso con ningún autor”

El autor de “Ensayos Bonsai” y “Últimos poemas en Prozac” habló del origen de su literatura, de su vida como docente en talleres, de su pasado como periodista y también de la depresión, ese animal salvaje y silencioso capaz de arrugar el alma de las personas

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Ya no es solo una metáfora de la vida urbana hablar de vértigo: es no poder parar un momento para pensar; es no poder dar cuenta de todo lo que hay para leer, para ver, para conocer o recordar. Para recordar, por ejemplo, esta entrevista hermosa que tuvo lugar tiempo atrás con Fabián Casas, uno de los grandes autores y lectores argentinos.

Nos encontramos hace unos meses, cuando Casas (autor de libros de poemas, ficciones y ensayo, entre otros títulos: Los Lemmings, Ensayos Bonsai, Horla City, Ocio, Titanes del coco, Últimos poemas en Prozac) estuvo en Radio Nacional, para grabar uno de los programas del ciclo Vidas Prestadas y entonces hablamos de todo: del origen de su literatura, de su vida como docente en infinidad de talleres, de su pasado como periodista y también hablamos de la depresión, ese animal salvaje y silencioso capaz de arrugar el alma de las personas.

— En el último Filba abriste el festival con una ponencia muy particular, dirigida a los más chicos, en un texto que era claramente de promoción de la lectura y de la poesía. Quería preguntarte por qué elegiste hacer eso. ¿Está relacionado con tu práctica de los últimos años de dictar talleres y trabajar mucho con chicos jóvenes?

— En realidad, lo elegí porque cuando me ofrecieron abrir el festival primero decliné, porque justo estaban por operar a mi hijo de la garganta. Además tenía que abrir el Congreso Gombrowicz, ya me había comprometido con anterioridad, estaba trabajando en eso. La verdad, no sabía si iba a tener la cabeza como para escribir, aparte FILBA tiene la particularidad que te piden que leas bastante.

Casas en la última inauguración
Casas en la última inauguración del FILBA (Franco Fafasuli)

— El texto es largo.

— Es largo, claro. Había visto y escuchado años atrás el de Martín Kohan, que era muy bueno pero duraba como una hora y pico. Era una película de Llinás (risas). Después pasó el tiempo, se adelantó la operación de Juli. Entonces la llamé a Cata Labarca, una de las organizadoras y le dije que lo podía hacer y empecé a pensar, bueno, a quién le hablo. Porque eso es central para escribir, a quién le voy a hablar. Hace tres o cuatro años que doy talleres, cuando dejé de hacer periodismo. Para mí es como un nuevo género, es medio peripatético porque lo doy caminando por lo general, me gusta caminar mientras hablo. Empecé a descubrir un montón de cosas. Viene mucha gente de muy diferentes edades. Solamente le tuve que decir a tres personas que se fueran.

— Perdón, pero ¿por qué?

— Porque me parecía que eran personas a las que el taller no les iba a servir. Yo les decía “mirá, al taller de elogios no es necesario que vengas, no es presencial, vos nos pagás, te llamamos por teléfono y te elogiamos", eso es básicamente lo que le dije a uno. Entonces me parece que las personas que son muy egocéntricas o no se permiten esperar, que quieren mostrar lo de ellos y no les interesa lo de los demás, no funcionan en estos talleres.

— Claro.

— Yo empecé sin saber cómo se hacía y, de alguna manera, la gente que empezó a venir hace cuatro años, muchos que ellos, empezaron a darle la forma junto conmigo. Me parece que cuando hay gente disruptiva, en el peor sentido, hay que decirle que se vaya. Que no es el lugar para ellos. No todos leen en el mismo momento en el taller, no es que vos llegás y leemos todos, sino que por ahí pasamos tres o cuatro clases con un solo autor. Entonces los otros también aprenden a esperar. Para mí es muy bueno en literatura aprender a esperar, saber que cuando estás corrigiendo el material de un compañero estás por ahí aprendiendo más que cuando trabajamos sobre tu material porque ahí se genera un desapego. Viste que por ahí con tu texto no pasa.

"Últimos poemas en Prozac" (emecé),
"Últimos poemas en Prozac" (emecé), de Fabián Casas

Los talleres

— ¿La gente aprende a leer y a escribir en esos talleres?

— Yo creo que la gente viene leyendo y no sé si aprende a escribir, pero, por ejemplo, hay gente que ha salido y ha abandonado lo que hacía, como una compañera nuestra que se llama Agustina, que dijo “a mí el taller me sirvió para abandonar mi profesión y me fui a España”, y abandonó todo. Otros compañeros publicaron libros, o terminaron por ahí poniendo una librería en Barcelona, que se llama Lata peinada, porque nosotros habíamos trabajado bastante a Ricardo Zelarayán. Han salido múltiples cosas de los talleres, no solamente gente que escribe. De hecho viene gente que por ahí no escribe y son solamente lectores. Yo soy más lector que escritor, me gusta más leer que escribir. Y acá se cruzaban las dos cosas.

— Mencionas a Zelarayán, el autor de La piel de caballo. Y leía en alguna nota que te hicieron algo sobre esta idea de los autores que van creando su propio género, ¿no?, como María Moreno, por ejemplo. ¿Con vos pasa algo así?

— Ricardo Zelarayán fue para mí, y para todos los que estaban ahí, los que hacíamos la revista 18 whiskys, fue alguien muy inspirador porque era una persona cuyo trabajo de alguna manera era erosionar los géneros. Entonces hacía implosionar los géneros y La piel del caballo es una novela, pero puede ser un largo poema escrito en prosa. Lata peinada, la novela final, también en su disruptura, discontinuidad. Entonces nosotros, en los 90, siempre crecimos con la idea de que no había género fijo, viste. Eso para mí fue muy liberador.

— ¿Zelarayán fue para ustedes como lo que fue Gombrowicz para la generación de Piglia?

— Y, sí, para nosotros sí. Era una especie de Gombrowicz sin esta capacidad que tenía Gombrowicz de juntar gente alrededor porque Zelarayán lo que hacía era que se fuera la gente. Los expulsaba a todos. Pero a nosotros nos tenía mucho cariño, él venía a mi casa, charlábamos, lo acompañaba a nadar. En un momento, yo tuve a los 30 años una gran depresión de verdad, y Ricardo, que era un depresivo, un fan de la depresión, me dio tips para salir de la depresión viste, pero sobre todo me había pasado un libro que había traducido él que se llama El Horla, que es una traducción genial que hizo él de Guy de Maupassant…

— ¿De ahí viene tu Horla City?

— Sí. Y él me dijo: vos tenés el horla. Yo dije ¿qué es? Leé el libro, me dijo, era su traducción. Y después me dijo que fuera a nadar, me dio cosas como para salir. Bueno, empecé a nadar con Fogwill, que vivía a dos cuadras de casa, íbamos al Club Almagro. A Fogwill también le gustaba mucho lo que hacía Zelarayán. Así que bueno, sí, era un poco una persona con la cual no nos podíamos aglutinar porque aglutinarte al lado de un puercoespín, te pinchaba todo. Pero nosotros nos queríamos mucho. De hecho, en los últimos tramos de su vida lo ayudamos con la mudanza, lo llevamos a hacer las resonancias magnéticas, esas cosas en las que tenés que acompañar a la gente…

— Mencionabas una gran depresión a los 30. Tu último libro, en el que volvés a la poesía, se llama Últimos poemas en Prozac, que me suena un poco a los Pequeños poemas en prosa de Baudelaire.

— Sí. Mira, ahí la primera depresión fue una depresión existencial, me parece a mí. Y la segunda fue - siempre tiene un tamiz existencial o un fondo existencial-, pero estuvo relacionada con una separación importante, teniendo niños viste. Que para mí fue muy... nunca me había pasado algo así.

— Una separación familiar.

— Claro, con una familia, después de 16 años, mucho tiempo para mí. Y después, adecuarme a cómo iba a ser como papá separado con nenes chicos es algo bastante complejo. Entonces ahí tuve una depresión, terminé con un psiquiatra que me recetó el Prozac y eso te quita la desesperación, no la tristeza, pero sí la desesperación, entonces podés hacer un montón de cosas. Y de a poco me fui sintiendo bien. Y cuando me empecé a sentir bien me lo saqué, le pedí al psiquiatra si lo podíamos sacar.

Inauguración del FILBA 2019 (Franco
Inauguración del FILBA 2019 (Franco Fafasuli)

— ¿Cuándo escribiste? ¿Con Prozac o sin Prozac?

— No, empecé con Prozac, en tres días escribí como veintiocho poemas. O sea, en realidad, ahí me di cuenta de que podía volver a escribir poesía. Yo no había escrito nunca más en verso digamos, y lo que me pasó fue que eran como maquetas de poemas, pero eran como veintiocho. ¿Viste como cuando armás una maqueta?, que no es un poema terminado pero dije: mirá, tengo un montón. Era un cuaderno lleno de poemas. Yo creo que fue cuando me pegó el Prozac. Porque empezás a tomar y a los veinte días lo empezás a tener en sangre. Y llegó un día que salí y compré plantas, no sé, estaba contento. Cantaba canciones de Favio. Entonces agarré, empecé a escribir, y ahí hablé con mis editores y les dije: me parece que tengo un libro, que voy a tener un libro si tengo un año, dos para trabajar, tengo como veinte poemas ya. Y bueno, empecé con eso a trabajar, y fue central el Prozac, y mis amigos y amigas viste. Para mí lo central en la vida, lo esencial, es tener amigos.

— Que es como el ancla.

— Sí, sí, es como todo. Convierte el dolor en aventura y metaboliza, digamos, el mundo es, pero la sociedad es medio un infierno. Son los que me ayudaron en esos momentos… Me ayudaron también mostrándome, diciéndome “mirá, en esto te equivocas, en esto no”. Viste que cuando te separás de una pareja quedás resentido. Entonces está bueno tener amigos que te digan la verdad, no que te hagan el diario de Yrigoyen. Y tuve ese tipo de amigos. De todo tipo, desde que me llevaran a vivir a su casa, otro que me llevó de vacaciones a Europa en un momento que yo estaba... y él me dijo: abandoná el Prozac porque vas a estar mejor, lo vas a poder afrontar. Bueno, todas esas cosas.

— Hay autores que dicen: si yo no tengo todo resuelto en mi casa, por ejemplo, un marco familiar en donde de pronto haya una compañera o un compañero que se ocupe de determinadas cuestiones, yo no puedo escribir. Hay otros que dicen “no, yo necesito estar completamente solo y a mí sí tengo una familia o una pareja eso me quita energía, me quita tiempo”. ¿Vos sentís que en tu obra los distintos momentos de tu vida tuvieron que ver con eso? Porque ahora estamos hablando puntualmente de un momento que terminó en literatura.

— Sí, la verdad que no sé exactamente. Yo no escribo mucho… Sí leo; nunca he dejado de leer muchos libros por día. O sea, no es que los termino en el día, pero no leo un solo libro sino que estoy leyendo, me imagino como harás vos, muchos libros de diferentes géneros. Eso todo el tiempo, y eso no lo abandoné nunca desde que aprendí a leer viste, desde Upa y El principito en adelante, leí todo lo que pude. Pero escribir, escribo esporádicamente. Y hay momentos en que estaba muy bien, o momentos en que estaba muy mal, en que no escribía, ¿no? Como que no me interesaba la literatura tampoco, la dejaba como algo secundario. O quizás sí escribir, pero no construirme como escritor. Cuando estás con mucha angustia, con depresión, te pasan otras cosas. Yo asocio, por ejemplo, que en el último tramo los poemas volví a escribir a partir que empecé a sentir cierto deseo de afirmación por sentirme mejor y me puse a escribir. Ahora estoy escribiendo obras de teatro.

— Hablaste del lugar del escritor, o algo así mencionaste recién. ¿Cuándo sentiste que eras un escritor Fabián?

— Yo pienso que lo empecé a sentir cuando se me empezó a acercar gente que leía los libros míos, viste. Así, a grandes rasgos. Porque hasta ese momento vos publicás, escribís, tenía un editor que me publicaba los libros de poesía, que era un lujo. Era José Luis Mangieri, le había llevado mis libros míos a Gelman. O sea que todo era como medio soñado en ese momento. El mundo de la poesía es muy chiquito, el de la literatura también. Pero en un momento empecé a tener recepción de gente que o me escribía o me paraba por la calle.

— O sea que la aparición del lector te convierte en escritor en definitiva, ¿no?

— Sí, ahí me di cuenta de que había alguien para quien escribía y que eso se concretaba.

— ¿Y cuál es la diferencia con el periodismo? ¿Cómo sentís esa diferencia en la relación con el otro al que te dirigís?

— Con el periodismo bueno, por un lado era como…

— Era, decís era, ya das esa etapa por terminada.

— Es que yo no me puedo considerar periodista. Hay periodistas muy buenos, y yo la realidad es que era un periodista que...,yo, por ejemplo, trabajé mucho tiempo con Gustavo Grabia, los dos éramos editores, y él era realmente muy bueno. Entonces yo era como un periodista medio, cómo diría, outlet, y tenía como la habilidad para escribir y después, mientras estás en el diario, aprendés una forma…

— El oficio, claro.

— Alejandro Caravario me tocó, también, soy un afortunado, me tocó entrar a la sección del diario que yo leía, que era la Segunda Sección de Clarín. Ahí estuve con Alejandro Caravario, Matilde Sánchez, Jorge Aulicino, todos cracks y maestros. Entonces yo aprendí mucho de ellos. Aparte era una sección donde podías escribir mucho, ¿te acordás?

— Sí claro, yo también escribía ahí.

—Ahí aprendés oficio. Y después también aprendés, de alguna manera, aunque manejes el oficio, a tratar de generarle trampas a la matrix, que es poner cosas que quizás ni el medio las requiere ni la situación las requiere, pero vos le transmitís al lector algo que yo trato de identificar cuando leo periodismo. Ah, mira, acá esto si el tipo no lo hacía… Por ejemplo, para no hablarte en abstracto, hace poco leí una nota, que debe haber sido escrita muy rápido porque le habían dado el premio Nobel a Peter Handke, y el escritor que la escribió era Matías Serra Bradford, y la nota era una página y era genial. Una nota genial, con ideas, casi un ensayo. Eso no se lo pide el diario… Ahí te das cuenta de que es posible hacerle trampas a la matrix e interpelar a un lector que no es solamente el lector común.

— María Moreno comentaba la vez pasada que cuando ella empezó a formarse también estaba en una redacción en la que había muchos escritores. Hablaba del estilo y de la formación del estilo, y de un periodismo que tenía estilo. Esto que vos estás mencionando es un periodismo con estilo.

— Sí claro, absolutamente.

— Ahora seguimos.

— ¿Te gusta que te identifiquen con Los Lemmings?

— Mira, es el librito que de alguna manera con el que me empezó a identificar un montón de gente que no formaba parte del núcleo de la poesía, a partir de esos relatos. Viste, como chicos más chicos.

— Porque, con todas las diferencias, pese a habar tenido una infancia en los 70 hay cuestiones de los vínculos que se mantienen hasta hoy, ¿no?

— Sí, sí, claro. Bueno, si leés - no quiero comparar Los Lemmings con este libro, pero si leés el Retrato del artista adolescente de Joyce, que es literatura barrial, sobre un barrio y todo eso. Y después los cuentos de Dublineses también. Son cosas que han pasado hace ya un montón de tiempo y, sin embargo, cuando los lees, viste, te sentís… Hay cosas que se van modificando con el tiempo, sobre todo ahora hay una gran aceleración, pero igual, no sé, lees Madame Bovary, o yo leo Ana Karenina, y los grandes temas centrales del libro todavía siguen siendo centrales para nuestra vida ,¿no? ¿Vale la pena vivir la vida si nos entregamos a los instintos, o nos entregamos a la razón? Y son preguntas que nos hacemos todo el tiempo, que están en Ana Karenina, ¿no? El amor cuál es, ¿es el primer amor, el que te vuelve loco? ¿O hay una segunda oportunidad de un amor potente, a pesar que te haya sido negado el amor al principio?

— Las preguntas por ahí son las mismas.

— Sí, son las mismas. Son preguntas, para decirlo de alguna manera, existenciales y metafísicas.

La revolución de las mujeres

— ¿Cómo te llevas con la revolución de las mujeres?

— En qué sentido.

— Como persona, como hombre.

— Mira, me parece fundamental lo que pasó. En todo sentido. Y después, también, creo que hay una cosa que vas aprendiendo ahí. Vas aprendiendo vos en tu lugar como hombre. Yo crecí en una estructura machista. Tanto por responsabilidad de mi papá como de mi mamá, la cultura en la que vivían, mi mamá tenía una estructura muy machista. Que ni siquiera sin llegar a tener que estar pensando el tema del feminismo había algo que a mí me hacía ruido con respecto a que nunca me interesó tener una relación de pareja con una persona que, de alguna manera, ocupara el mismo lugar que mi mamá. No me seducía eso. Que la mujer se quedaba en la casa mientras el marido era el cazador, traía la plata. En ese sentido me parece espectacular.

— ¿Y ser padre de una hija también te pone en otro lugar?

— Sí, sí. Me encantó, me encanta ser papá, cuando supe que iba a tener una nena me pareció, yo tenía hermanos varones, éramos una familia muy de varones a grandes rasgos, y tener una hija sí, te cambia, tenés otra visión del mundo, viste. En ese sentido me parece genial.

— En tus ensayos, en el discurso incluso inaugural del FILBA, vos hacés una cosa muy interesante que es una fusión de géneros, digamos, y de autores más populares y más sofisticados, en donde armás una serie nueva. Me gustaría saber qué le dirías a un lector que te plantea estos problemas.

— Mira, por ejemplo en los talleres hay como una especie de prejuicio con respecto a la poesía. La poesía es algo que no se entiende, a veces piensan los narradores que vienen y narran, y que es algo oscuro, y que aunque quisieran hacerlo no están, bueno, y muchos de ellos terminan escribiendo poemas. Pero no porque se los inculque sino porque empiezan a escuchar a otros poetas, empiezan a ver cómo funciona la respiración de un poema. Yo desarmo poemas en los cursos. Entonces me parece que lo que le diría es que siempre hay que buscar lo que te interpela por el lado de lo que no es natural o culturalmente que está dentro de lo que vos hacés. Para mí tenés que buscar lo otro.

— ¿Uno puede pensar también que cuando lee poesía, o cuando lee incluso cierta clase de literatura, tiene que correrse de la pretensión de entender?

— Sí, para mí sí. Para mí el mejor lector, siempre les digo a los que vienen al grupo, el mejor lector es el que prescinde de la idea de entender. Viste, hay que comprender. Pero eso también lo podés llevar a la vida también, por ejemplo con respecto a las mujeres, ¿no? Bueno, tenés que ponerte en un lugar en donde vos tenés que experimentar y tratar de entender y generar empatía con algo que en principio a mucha gente le puede resultar totalmente hostil. Como también pasó con las personas, recién en otra sección vos hablabas de Orlando, bueno, Orlando es un libro realista hoy.

— El libro de Virginia Woolf.

— Claro, que era un libro, digamos, sofisticado, sobrenatural.

— Súper vanguardista.

— Hoy es un libro realista. Hoy un montón de hombres y mujeres que son todo, que pueden experimentar ser todo.

— El no binario.

— Claro. Y me parece que eso también es un poco que las técnicas que te sirven para leer y escribir te tienen que servir también para vivir. Porque, por ejemplo, poder escuchar otro género, poder entender a otro tipo de lectura que no te interesa es también poder entender a las mujeres, poder entender a los hombres, poder entender a personas que tienen otro tipo de cultura, de costumbres, ¿no? Y a mí me parece que el escritor y el lector que crece es el que, precisamente, busca otra paleta de colores. O sea, si a mí me gusta, para ponerte un ejemplo, si viene el turco Asís y me dice: qué puedo leer Fabián. Yo le digo: leé a Flaubert. Y si viene Flaubert le digo: leé al turco Asís.

— ¿Y qué libro de Asís le recomendarías a Flaubert?

— Y, yo le recomendaría Diario argentino y los cuentos. Me gustan mucho los cuentos del turco Asís. Los cuentos de Fe de ratas creo que son, La manifestación.

— Y a Asís qué le recomendarías de Flaubert.

— Le recomendaría Madame Bovary, de una, le recomendaría la correspondencia, me parece que es extraordinaria, y le recomendaría mucho La educación sentimental.

— Ay, yo amo La educación sentimental.

— Me parece una obra maestra. Y le diría sobre todo “prestale atención al comienzo”… Esa falta de tensión tan moderna que hay en el libro, como erosionando las tensiones de hacia dónde tendría que ir una novela, eso me parece que debe haber sido un libro muy liberador en el momento que salió.

—Volvamos a la poesía y el no entender, como pasa de pronto con cierto arte contemporáneo.

— En poesía lo que cambia es la respiración. Hay una cosa y es que para mí hay que leer todo, a mí me gusta que la gente lea todo, no soy irrespetuoso con ningún autor. Nunca recomiendo no leer algo. Estoy en contra de la gente que dice no leas esto, es una mierda. Con la mierda se hace combustible. O sea, lo que por ahí para mí es una mierda para otro es combustible. Hay un montón de autores que a mí me gustan y que han leído a autores que aparentemente son menores y con esos autores menores construyeron una obra.

— De eso hablabas también en el discurso cuando decías que llegaste a Gelman por Benedetti, por ejemplo.

— Sí, la verdad es que Benedetti no es un autor de mi preferencia, pero me parece que es genial que lo lea todo el mundo y si alguien viene y me dice para mí Benedetti es extraordinario y dice por qué yo te digo perfecto.

— O sea, no sos irrespetuoso con ningún autor o autora.

— Para nada. Para nada, para nada. Me parece que no podés tampoco pretender que tu gusto sea una regla universal. Te convertís en un estúpido me parece y te perdés un montón de cosas. Yo era una persona bastante prejuiciosa y eso me produjo perderme un montón de cosas. Entonces estoy un poco en contra de eso, viste, de tratar de eliminar. Hay gente que te dice no veo películas donde, tal cosa. Mis alumnos a veces me dicen no, yo no voy a ver esta película. No, no, no, para, pará, andá a ver esa película, sacate ese prejuicio. No vas a poder avanzar espiritualmente y menos técnicamente si seguís con estos prejuicios.

— No, hay quien de pronto tiene ese tipo de prejuicio más por cuestiones ideológicas con los autores o con algunas presencias.

— La derecha escribe muy bien, yo puedo hacer una lista de derecha descomunal. La izquierda por lo general a veces lo que tiene... después del discurso de FILBA intentaron polemizar algo que para mí no tenía la intención de polemizar… El título de Página 12 era como intentando polemizar. Después la nota que escribió Silvina Friera era otra cosa, eso debe haber sido una interacción con el editor me imagino yo.

— Perdón, aclaremos que ese título lo que decía era que la derecha escribe mejor que la izquierda o que los autores de derecha escriben mejor que los de izquierda.

— Yo lo que quería decir en ese caso muy puntual es que muchas veces, yo soy de izquierda, entonces me considero una persona de izquierda. ¿Qué es la izquierda? Hay que definir la izquierda, porque si no te la defino la izquierda qué es. Para mí la izquierda es determinada ideología que intenta hacer para las personas a las que no les funciona el mundo un lugar para que se queden. Y la derecha es la naturaleza y cree que el animal que está mal dotado tiene que morir. Eso para mí es derecha e izquierda, y sigue existiendo eso. Y yo lo que pienso es que muchas veces la izquierda, por intentar llegar a determinados lugares, se vuelve muy pedagógica y muy previsible. Eso no quita que también lo previsible y lo pedagógico esté en la derecha porque para mí las películas de Campanella, que es un hombre de derecha, son pedagógicas y previsibles.

— Entiendo.

— Lo que quería decir es que si hago un ranking de mis autores, Cortázar cuando era chico, derecha, Elliot en mi formación, derecha, Ezra Pound, derecha, Virginia Woolf, derecha, Sylvia Plath, para mí de derecha, William Burroughs, derecha psicodélica, un tipo que está encerrado en un sótano y odia a las mujeres, y quiere formar comunidades solamente donde estén los hombres y les roben a las mujeres para mí es de derecha. Con una gran inteligencia, con todo, pero es de derecha. Y tenía una especie de derecha psicodélica. Mató a la mujer de un tiro haciendo un juego. Consiguió, porque era un tipo de plata, que lo sacaran, porque si mato yo a mi mujer de un tiro voy preso para siempre. En México él consiguió que lo sacaran libre enseguida. Un desastre Burroughs. Un gran escritor.

— Claro.

— Un gran escritor de derecha. Todo esto que te cuento está en un texto hermoso de él, porque esto también está bueno, poder captar un texto sin necesidad de que diga lo que vos querés. Eso es muy liberador. Hay un gran poema, un gran poema de un gran poeta que se llama Martín Rodríguez. Yo lo llevé a mis talleres precisamente por eso, porque es un poema que me parece hermoso, que enuncia una cosa con la que estoy en desacuerdo, que es, él está, en ese poema por lo menos, está en contra del aborto. Viste, es un poema antiabortista, quiere la profusión de hijos, de todo. Bueno, es un gran poema viste. No dice lo que vos querés escuchar, no está de acuerdo con tu ideología, pero hay que hacer esa diferencia también.

— Me gusta mucho esta idea de no perderse cosas y esto va tanto en la literatura como en la vida en general. Porque si uno se rodea solo de aquellos que piensan como uno, se está perdiendo cierto crecimiento. Se está perdiendo a veces, incluso, de mantenerse en las convicciones y poder ponerlas a prueba, ¿no?

— Sí, total, total. Y yo creo que las redes sociales, que son cosas evidentemente muy positivas, en general uno no está en contra de las redes sociales porque sos un conservador, estás en contra de lo que a veces producen las redes sociales que es una especie de resentimiento y de odio. En vez de utilizarlas para algo que es mucho más potente.

— En el texto con el que abriste el festival aparecía fuertemente Alejandra Pizarnik, que es una poeta que sigue siendo muy leída, que fue muy leída, que fue muy leída y que sigue siendo muy leída y que tiene un fuerte impacto en los más chicos. ¿Por qué?

— Porque me parece que Alejandra le habla, tiene esa cosa existencial, logró como lograr. Perdón, “Logró como lograr”, no sé, es un verso de Gelman.... Logró construir una especie de imaginario que es bastante adolescente sin que sus poemas sean adolescentes. ¿Entendés la diferencia?

— Sí claro.

— Yo me acuerdo que cuando la leí decía: esto es lo que me está pasando, aunque no la entiendo. Para un adolescente en esas etapas de incertidumbre…

Fabián Casas (Valeria Tentoni/ Eterna
Fabián Casas (Valeria Tentoni/ Eterna Cadencia)

— Sí, se siente interpelado.

— Sí, porque querés crecer y no querés crecer. Lloras porque no sabés por qué, como cuando las mujeres quedan embarazadas, que lloran también por cosas biológicas, cuando sos adolescente llorás por algo existencial y decís “explicar con palabras de este mundo que partió de mí un barco llevándome”, y era muy potente en ese momento. Y es un hermoso poema. Y yo creo que también Alejandra en los diarios, que son terribles, tenés que leerlos tomando Rivotril, tiene momentos donde ella inclusive te puede dejar ver que escribía todavía mejor de lo que quería escribir, viste. Porque a veces cuando escribe poemas ella construye una especie de máscara, muy buenos, pero que están metidos dentro de un esquema yo diría de corrección de escritura a veces.

— Sí, sí.

— Y en lo que se deja llevar es increíble. Cuando ve las casas de la gente pobre al costado de una ruta y la forma en que ella las describe. Son brillantes. Tiene momentos de la prosa que se salen de la estructura de escribir literariamente y sin embargo tienen la potencia de sus poemas, pero de una manera mucho más cruda.

— Es otra literatura.

— Yo creo que sí, pero es Alejandra, siempre.

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