Abrasha Rotenberg: “Nací en una época de esperanza y voy a morir con esos sueños destrozados”

El escritor, quien participó junto a Jacobo Timerman en experiencias que transformaron el periodismo argentino, publicó su primera novela “La amenaza” (editado por Obloshka) a los 93 años. Nazis vernáculos, la vida social judía y una intriga política, inspirados en una vida apasionante. “Conté el huevo de la serpiente que parió a la dictadura”, le dijo a Infobae Cultura “el único superviviente de una generación súper talentosa”

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(Gustavo Gavotti)
(Gustavo Gavotti)

“Abrasha” le decían de niño a Abraham Rotenberg, nacido en Ucrania en 1926 y llegado a la Argentina a los ocho años. “Yo vivía en La Paternal, frente a la vieja fábrica Pirelli, y una vez fueron a casa unos compañeritos y al ver que mi madre me llamaba ‘Abrasha’, comenzó el asedio: me cargaban por ese nombre todos los días. Con el tiempo, se convirtió en reivindicación, y me llamé Abrasha por siempre”. Y así lo conoció Jacobo Timerman, a quien conoció a los 14 años en un centro sionista de izquierda al que había ido casi por casualidad y con quien se embarcó luego en las aventuras de Primera Plana y el mítico diario La Opinión; “Abrasha” le dijo la cantante Dina Roth cuando se enamoraron hace varias décadas y así vieron sus hijos, la actriz Cecilia Roth y el músico Ariel Roth, que llamaban a su padre.

Abrasha Rotenberg acaba de publicar La amenaza, su primera novela, a los 93 años, que lleva con lucidez y juventud. Infobae Cultura conversó con él sobre su vida: una trayectoria fundamental para entender el periodismo y sus más resonantes manifestaciones en el país, y que es uno de los materiales con los que está construida su ficción, que transcurre en los primeros años de la década del cuarenta y también durante la última dictadura. La amenaza se constituye así como una novela de iniciación a la vez que thriller político, escrito con destreza narrativa y consciencia de la Historia. Sin embargo, vayamos primero a la vida. La vida de Abrasha.

“De chico aprendí a hablar español con la radio y en especial con los radioteatros sobre el campo. Entonces iba a la escuela y decía: ‘¡Canejo!’, ‘¡Ahijuna!’ y, claro, se reían de mí”.

–Usted llegó a la Argentina a los ocho años, tenía entonces incorporada su lengua original.

–Yo hablaba en ruso y en ucraniano. Mi lengua natal es el ucraniano. Pero yo soy un exiliado de nacimiento. Mi padre se escapó cuando yo era muy chico de la Unión Soviética. Era lo que se conocía como un “parásito”: no era obrero, ni campesino, ni intelectual, ni ingeniero. Todos los demás eran parásitos. Era el momento del ascenso de Stalin y del comienzo de la represión a quienes habían hecho la revolución. No hay que olvidar que la revolución la hicieron idealistas: Lenin y Trotsky, pero la que se la apropió fue la burocracia, Stalin. Pasa con todas las revoluciones, esos burócratas terminan desvirtuando las revoluciones. Yo viví el año ‘31, el hambre en Ucrania. Cuando tenías suerte comías papas, y cuando no tenías suerte comías cáscara de papas.

"La amenaza" (Obloshka) de Abrasha Rotenberg (Obloshka)
"La amenaza" (Obloshka) de Abrasha Rotenberg (Obloshka)

–Entonces su padre había huído y llegado a la Argentina, pero ustedes permanecieron allá.

–Claro. Yo vivía con mi madre, con mis tíos maternos y el padre de mi madre. Era una especie de huérfano, mimado y consentido por todos. Uno de los tíos era un dirigente comunista de la región. Estaba casado y un día desapareció, lo llevaron a Siberia. Luego descubrimos que su mujer había comenzado a verse con alguien y para sacárselo de encima dijo que era trotskista. Y se lo llevaron.

–Y ustedes vinieron a la Argentina, donde ya se había instalado su padre.

–Mi padre era buhonero, un cuentenik, que vendía ropa en pagos yendo a ver a cada cliente a su domicilio o su negocio. Después puso una pequeña casa de impermeables. Sin embargo, yo lo conocí al llegar, a los ocho años: era un señor que decían que era mi papá. Yo tenía el amor de mis tíos, y mi papá no me conocía ni yo a él. Durante treinta y tantos años tuve una relación muy distante, hasta que se enfermó. Tenía un cáncer terminal. Me empecé a quedar con él a la noche, y comenzamos a conversar. Y descubrí un héroe, lo que había pasado para reunirse con nosotros. Lo que me dolió su muerte, y me duele todavía.

(Gustavo Gavotti)
(Gustavo Gavotti)

–Para esa época usted ya conocía a Timerman.

-A los 14 años, por azar, mi primo me llevó a un movimiento sionista de izquierda que se llamaba “El joven guardián”. Yo en esa época no entendía demasiado. Me sabía de memoria veinte poemas dedicados a Stalin. Era un mundo convulsivo. Yo nací en 1926, nueve años después de la revolución rusa. Unos años después, Hitler tomaba el poder en Alemania. En 1936, la guerra civil en España. En 1939, estalla la Segunda Guerra Mundial. Mucha gente pensaba que se podía cambiar el mundo. Seguramente nací en una época de esperanza, y voy a morir con esos sueños destrozados. Entonces te decía que conocí a Timerman cuando yo tenía 14 años y él 17, éramos unos pibes.

–Primero formaron con Timerman Primera Plana, un semanario que cambió el lenguaje periodístico de las revistas.

–Era una gran revista. Era una seña axilar. Si llevabas bajo la axila doblado un ejemplar de Primera Plana, seguro eras considerado una persona de gran nivel intelectual. Escribían Tomás Eloy Martínez, Ramiro de Casasbellas, todo un gran equipo.

–También se los acusaba por haber liderado una campaña de desprestigio del presidente Arturo Illia.

–(Rotenberg mira al techo y tarda en responder) Timerman se arrepintió mucho de ese hecho. Para compensar, Primera Plana descubrió a Gabriel García Márquez.

(Gustavo Gavotti)
(Gustavo Gavotti)

Rotenberg vivió una época, los 60, en la que las redacciones continuaban en los bares, que se convertían en cuarteles generales de las ideas. No era la bohemia artística, ni la intelectualidad académica. El periodismo se construía entre cafés y tragos.

–¿Se reunían en algún bar?

–Nosotros íbamos a El Comercio, un bar judío en Corrientes al 2000. Cuando nos animamos a más, nos mudamos al café Royalty, enfrente de La Ópera. Nos reuníamos Timerman, Víctor Chaab, Martín Muller y muchos más. Era una generación muy talentosa, y creo que debo ser el único superviviente. Si me quiero comunicar con ellos, como no me contestan el teléfono, no me queda otra que ir al cementerio. He conocido a mucha gente inteligente en mi vida. Pero la brillantez intelectual y la capacidad de pensar de Timerman quizás hayan sido únicas. Al mismo tiempo, era una de las personas más conspirativas contra su talento. No se permitía el éxito, todas las cosas que hacía las fue abandonando. Cuando Primera Plana estaba en la cúspide, decidió salir. La Opinión también.

Abrasha, Cecilia y Dina Roth
Abrasha, Cecilia y Dina Roth

–Pero no sólo conoció gente talentosa, sino que la integró a su núcleo familiar íntimo. Como su esposa Dina Roth.

–Sí, la conozco algo. Hace 69 años que estamos juntos. Es una gran cantante. Versionó los poemas de Nazim Hikmet que, me contó Matilde Urrutia, la mujer de Neruda, les prestaba el departamento en París para que se encontraran. A mí los poemas de Neruda me encantaban y me ayudaron a conquistar a varias mujeres cuando yo era muy joven.

–Travin, el protagonista de La amenaza, recita a Neruda.

–Claro, está basado en mi propia experiencia. Es un libro que venía doliéndome desde hacía muchos años. Yo fingí ser quien no era, me mentí y mentí. Y caí en un grupúsculo fascista convencido de que Alemania ganaba la guerra, y con un profundo odio a los judíos. Esa vivencia de ser distinto, de fingir quien no era y de estar en un grupo de gente que odiaba a gente como yo, me quedó como una llaga. Quería contarlo, pero recién a los noventa años pude hacerlo. Sucede en dos semanas del año de 1942 y culmina en una noche de la dictadura militar. Creo que conté lo que pasó en la dictadura bajo otras formas, porque el huevo de la serpiente de 1942 parió a la serpiente en 1976.

(Gustavo Gavotti)
(Gustavo Gavotti)

“Me llaman Travin”, se presenta el protagonista de la novela para evadir el Moishele con que lo llaman su madre y su hermana, con quienes va a las sierras cordobesas a respirar el aire de montaña para prevenir la enfermedad que diagnostica como posible el médico a su hermana. Miembros de una familia con un pequeño taller textil y un pequeño comercio instalado en Villa Crespo, el padre se queda en Buenos Aires para solventar el viaje, que excede las posibilidades reales de su presupuesto. En Río Ceballos van a parar a una pensión con otros vacacionantes, varios de origen también judío. Y a un kilómetro se encuentra el hotel para las clases superiores cordobesa, a la vez que la misteriosa casa del General, un personaje que no se hace presente en el relato, pero cuya estela política atraviesa al grupo de jóvenes de la oligarquía cordobesa unidos por sus inclinaciones a favor de Hitler quien, de vencer, según dicen, transformaría a la Argentina en una nación líder en el continente, a la vez que impondría un régimen de orden y disciplina.

–Travin es un seductor, un adolescente muy leído e inteligente. Y pareciera también tener una militancia poco intensa, aunque una confianza en Stalin y el futuro redentor de la Unión Soviética.

–En un momento Travin dice que la Unión Soviética no tiene ambiciones territoriales y luego lo atraviesa la idea de que, si gana la guerra, luego será la hora del socialismo en todo el mundo. Un ingenuo total.

(Gustavo Gavotti)
(Gustavo Gavotti)

–Además de la intriga de la novela, que es acompañada por la intriga política de una época, también se muestra la vida social judía de esos tiempos.

–Claro, está la familia trabajadora inmigrante de Travin, los de mayor posición, pero que tampoco se puede afirmar que sean ricos. Travin se dice: “Si son tan ricos, ¿por qué están en esta pensión?”. Hay mucho de fingimiento en la novela.

–Pero también está el hombre judío que es un hacendado.

–No aparece más en la novela. Pero tal vez sea un mentiroso. Quizás la estancia que recorren no sea de él. Hay mucha ambigüedad en los personajes. La pareja de alemanes, que son muy atractivos, ¿mienten, dicen la verdad? ¿Son nazis? La parte en el encuentro con los borrachos me ocurrió verdaderamente durante el ascenso a una sierra. Y regresé en un auto lleno de soldados del Graf Spee. Es como dice la novela: nos pasábamos escuchando en la radio los acontecimientos de la batalla del Graf Spee, y el único que se suicidó fue el comandante, al hundir la nave. El resto de la tripulación se quedó a vivir en la Argentina. Por eso digo que hay vasos comunicantes entre esa época y la dictadura. Por eso dedico el libro a todos los muertos sin juicio, que son de los dos lados, eh. Hubo también injusticias del otro lado. Nunca voy a olvidar cuando mataron a Mor Roig. Transformarse en juez y matar, es lo que ocurrió con mi tío que desapareció en Siberia. Claro que condeno la dictadura, y no digo que deban ser juzgados como los crímenes de la dictadura, pero sí necesitamos sacar un aprendizaje, una lección. Por eso creo que escribí sobre un tema histórico, porque no hay que olvidar.

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