Corría el año 2016, y allí estaba yo, sentada en un luminoso y moderno escritorio aunque poco desafiante en el que me aburría como un hongo. Mis días de multinacional habían quedado atrás, sabía que no quería eso, sabía que quería escribir, así que abrí un documento en la nube, luego lo bajaría al escritorio porque todavía no confío -tanto- en esas cosas.
Á(r)mame no tenía aquel título, de hecho tuvo decenas de otros antes de terminar bautizada así. Creo que, en parte esto sucedió porque no era propiamente dicho: Á(r)mame sino que se trataba de una novela completamente distinta, el único hecho concreto que sabía que quería que sucediera era que la protagonista se hiciera pasar por otra persona, y que esta “otra” persona debería resolver un crimen.
Así que con el correr de los años dejé que el escrito fluyera -cuando fluía-, y por mucho tiempo también lo dejé en pausa, comencé otros que en algún momento podrían llegar a publicarse.
Pero de cualquier manera siempre volvía a este primer amor. Así que una vez que fui madre primeriza, y me encontré con un relativo y subjetivo tiempo libre que constaba de algunas horas de madrugada donde me sentía libre, retomé. A veces incluso en pleno momento de lactancia, retomé y me ligué unas cuantas tendinitis, producto de escribir partes incluso en el celular. Esto en pocos meses se convirtió en el primer manuscrito en borrador que le envié a la editorial.
Fue un proceso intenso, de puro autoconocimiento porque me construí y deconstruí mil veces como escritora. Evolucioné a pesar y a causa de toparme con algunas de mis peores sombras. Miré a la cara a la frustración y supe maquillarla, embellecerla para que poco a poco se fuera transformando en otra cosa.
Escribo porque a veces la vida quema, y en las palabras encuentro la misma fluidez que el agua de río. Creo que si no escribiría, me incineraría.
Hoy puedo decir que Á(r)mame es la mejor metáfora de la primera parte de mi vida. Y el corte se hace acá, a mis treinta y cuatro años en marzo. Porque de alguna manera se escurrieron acontecimientos de mi propia historia que en otro formato y bajo la excusa ficcional, me representan. El ying y el yang de Audrey Jordan y Juliet Atwood. Esa bipolaridad que seguramente la mayoría de nosotros hemos vivido en diferentes momentos de nuestra vida. Las consecuencias del accionar de nuestros antepasados. También incluye al acoso, la violencia con cara de femicidio, lamentable aunque tan cotidiano. El hecho de que una mujer considerada común y corriente como cualquiera de nosotras, no logre darse cuenta o de hecho, logre escapar a tiempo. Varios son los temas de actualidad que acontecen al mundo, y, en gran medida a los argentinos, que se ven proyectados en esta novela que con tanto placer escribí y ahora tengo la dicha de mostrarles.
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