El bebé tenía apenas unas semanas de vida cuando fue abandonado en la Casa de Niños Expósitos, hoy Casa Cuna. Fue el 21 de marzo de 1890. “Este niño ha sido bautizado y se llama Benito Juan Martín” estaba escrito en lápiz sobre un pañuelo de seda, que tenía además bordada una flor cortada en diagonal por la mitad, método que solía utilizarse para que en un futuro alguien se acercara con la parte faltante y pudiera reclamar con pruebas a su hijo. Nunca sucedió.
Se estipuló entonces que había nacido el 1° de marzo, por lo que hoy aquel bebé, que se convertiría en uno de los pintores argentinos más importantes, cumpliría 130 años. Nacía el mito de Benito Chinchella o Quinquela Martín, un artista que desde su infancia buscó fortalecer una identidad, que -paradójicamente- se consolidó a través de una obra con una fuerte despersonalización y que dejaba lugar a lo grupal.
Por supuesto, esa posición con respecto al sujeto en su obra no fue una coincidencia, sino el fruto de un cúmulo de experiencias en su barrio, La Boca, que lo llevaron a comprender que lo suyo era parte de un todo y que solo a partir de la vida en común podría ser él mismo.
El Carbonera toma el bastidor
A los 7 años, Benito Juan Martín fue adoptado por Manuel, un genovés que poseía una modestísima carbonería, y Justina Molina, entrerriana, de Gualeguaychú y de ascendencia indígena.
Trabajó junto a su padre en el reparto de carbón y con las piezas que escapaban de las bolsas realizó sus primeros dibujos y durante la adolescencia se desempeñó como estibador en el puerto. Quinquela Martín se nutrió desde siempre de la atmósfera de la época, su mundo es de los conventillos y los trabajadores, el de la solidaridad entre vecinos y el del esfuerzo. Estas enseñanzas no sólo marcaron su obra, sino también su carácter y moral a lo largo de toda su vida, en la que desarrolló una vocación por la filantropía como no lo había hecho (ni haría) nadie en el arte argentino.
A lo largo de sus pinturas las tradiciones y valores de un barrio proletario, una suerte de babel en la que los idiomas y culturas unían a italianos, con japoneses, chinos, uruguayos, yugoslavos, griegos y turcos, entre otros, surgen como testimonio de época y de espíritu. Lo de Quinquela no es solo documental, sino que expresa en sus pinturas esa despersonalización surgida a partir del espíritu asociativo, el único camino posible para la superación en una sociedad profundamente injusta.
Su primer trabajo conocido es de 1904, cuando a cambio de unos pocos pesos participó en la campaña que llevó a Alfredo Palacios a ser el primer diputado socialista de América Latina. Tres años después, comenzó a tomar clases en la Academia Pezzini-Stiatessi de la Sociedad Unión de La Boca, bajo el ala de Alfredo Lázzari, el insegnante italiano que también tuvo como alumnos a Fortunato Lacámera y Arturo Maresca, entre otros.
Quinquela Martín tuvo una carrera atípica en muchos sentidos. Necesitó apenas unos años para ganarse un nombre en el ambiente, aunque eso no significara que ya tuviese una identidad marcada. En 1914 participó del Salón de Recusados, del que participaban los artistas rechazados por el Salón Nacional, y para 1916 la revista Fray Mocho publicó un artículo bajo el título El Carbonero que le permitió realizar su primera venta.
“Ya no era solamente el carbonero a secas. Ahora era ‘El Carbonero’ entre comillas, como se había publicado en Fray Mocho. Y aquellas comillas me daban otra personalidad. Querían decir que yo era un carbonero distinto de los demás”, dijo el artista en Vida de Quinquela Martín (1961).
Cuenta una leyenda del arte autóctono, que un día se encontraba dibujando en el puerto cuando en su camino se cruzó Pío Collivadino, el primer paisajista urbano, que ya entonces era director de la Academia Nacional de Bellas Artes (ANBA). Dicen que Don Pío detuvo su marcha camino hacia algún lugar, se acercó y luego de mirar sus cuadros, le dijo: “Usted puede llegar a ser el pintor de La Boca”.
La documentación, en cambio, cuenta una historia con menos sesgos románticos. Quinquela conoció a Collivadino a través del pintor, grabador y litógrafo uruguayo Facio Hebequer. Collivadino había realizado ya obras con La Boca como tema, por lo que el interés en su producción resulta instantáneo y genuino. Gracias a esta relación se producen entonces dos muestras muy exitosas que avalan su trabajo, una en la histórica galería Witcomb y otra en los salones del Jockey Club, espacios inaccesibles para muchísimos artistas de entonces (De hecho, su maestro Lázzari recién tuvo su muestra en Witcomb en 1935, promovida por Quinquela y Lacámera).
Nuevo nombre, Europa y el no a Mussolini
En ese proceso de transformación, de búsqueda de identidad, el pintor realiza un cambio drástico tras la aceptación de sus muestras, aunque cierta parte la crítica comienza un proceso de ensañamiento que perduraría en el tiempo.
Deja de formar como Benito Chinchella y pasa a ser Benito Quinquela Martín. Y comienza un 1920 un viaje de una década, con intervalos en los que regresa, por los centros artísticos más importantes del mundo: Brasil, España, Italia, Francia, Inglaterra y EE.UU. A diferencia de otros artistas, Quinquela Martín no viaja a Europa a continuar su formación o beber de los clásico y/o las vanguardias modernistas, sino para mostrar su mundo, ese que giraba en torno a La Boca.
En estos viajes las reseñas son muy positivas e incluso tras una muestra en Roma Il Duce Benito Mussolini le ofreció un cheque en blanco por Crepúsculo, oferta que rechazó “por razones patrióticas”. En uno de esos tantos regresos, en el que sus amigos iban a recibirlo en multitud, el entonces presidente Marcelo T. de Alvear y su esposa Regina Pacini asisten a una de esas reuniones y en 1925 elige Puente en La Boca (1924) como regalo para el Príncipe de Gales Eduardo VIII, quien pasó a la historia por abdicar a la corona británica en 1936 para casarse con la socialité Wallis Simpson. La obra pasa por varias manos hasta que en 2013 Christie’s lo subasta en USD 339,750 a un coleccionista privado, siendo la segunda obra más cara del artista luego de El Puerto de Buenos Aires (1920), que salió a la venta por USD 421.000 en 2008.
“Mi obra tiene un sentido argentino. Pintar cosas nuestras. Yo tengo un punto de vista completamente argentino. Y, no el orgullo, sino el placer de que mis cuadros en todas partes del mundo son argentinos”, dijo para la revista Vosotras en 1962, en lo que era también una declaración indirecta hacia sus detractores, que no le perdonaban al artista no salir de la temática boquense, que no se animara a pintar más allá de “su aldea”.
“La Boca es un invento mío”: el filántropo de los colores
Después de sus exitosas exposiciones, Quinquela comenzó una serie de donaciones al barrio que hoy continúan siendo parte esenciales. En 1968 declara a la revista Esquiú: “La Boca es un invento mío”. Y algo de razón tenía.
Fueron siete terrenos a partir de los cuales se conformó un complejo educativo y artístico que mantienen su estética colorida y son fácilmente reconocibles e, incluso, icónicos: la escuela N°9, el Museo de Bellas Artes de Artistas Argentinos de La Boca, el Lactarium -hoy Jardín Maternal Quinquela Martín-, la Escuela de Artes Gráficas, el Jardín N°6, el Instituto Odontológico Infantil y el Teatro Municipal de la Ribera. Incluso donó 50 grabados y 27 óleos para integrar el museo que hoy lleva su nombre.
Aunque, sin dudas, su aporte más famoso a la estética boquense es su intervención en las fachadas de la Vuelta de Rocha hasta la inauguración de Caminito en 1959. Hoy, este paseo, que nació a la vera de una vía de ferrocarril abandonada como museo al aire libre para favorecer a los artistas y artesanos del barrio atrae a visitantes de todo el mundo.
“Yo dono el instituto para que me dejen pintarlo”, comentó en 1940 a Aquí está. “No sólo utilicé los colores en mis cuadros, sino que traté de incorporarlos a la realidad edilicia de La Boca. Los impuse en los edificios levantados en terrenos que doné para obras de beneficio colectivo o social y que yo mismo decoré; y logré que no pocos vecinos pintaran sus casas de colores, casi siempre eligiendo mi distribución de esos colores”, puede leerse en archivo del museo “Benito Quinquela Martín”.
Su sueño era que el colorido proyecto Caminito se extendiera no solo por el barrio -quería pintar de colores las calles también-, sino a todo el país. “El pueblo argentino es triste porque rinde un opresivo tributo a la falta de colores. Lo que hice en esta calle que se llama Caminito quisiera extenderlo a la barriada entera y, si fuera posible, a la ciudad y al país”. comentó a la revista Así en 1962.
Ese costado filantrópico es continuado en la actualidad por la Fundación Quinquela Martín. Sivina Gregórovich, sobrina del artista y representante legal del espacio, explicó a Infobae Cultura: “Con la Fundación nos dedicamos a difundir la vida y obra de Benito, tal vez, nos importa más su costado altruista y la ayuda social que la difusión de la parte pictórica, por eso recorremos las escuelas realizando todo tipo de intervenciones artísticas, talleres y charlas para que se conozca tanto su obra como su vida”.
“También realizamos talleres de arte en escuelas y con lo que se cobra en las escuelas que tienen recursos para pagar una contribución, se lleva la actividad a escuelas que no pueden costearlo. De ese modo, nos aseguramos que todos los niños conozcan la identidad cultural de nuestro país a nivel pictórico y que aprendan sobre los valores que nos dejó Benito para la vida”.
Entre los proyectos de este año se encuentran “tener un centro cultural para tener una ‘casa’ donde podamos recibir gente y hacer actividades culturales allí también. Este proyecto está un poco en pañales aún, por eso no podemos publicitarlo demasiado. También hemos realizado algunos eventos de tipo teatral (hace poco en el Teatro San Martín), en breve algunos audiovisuales y tal vez, si se dan las condiciones económicas, logremos la película biográfica y la edición de su autobiografía en papel”, agregó.
Benito Quinquela Martín falleció el 28 de enero de 1977, no tuvo hijos. Pero dejo un legado que aún vive en los corazones y los ojos de los visitantes de La Boca.
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