La directora del Museo del Libro y de la Lengua, la escritora y periodista María Moreno, aseguró que el objetivo de su gestión será “recuperar” la institución en “toda su potencia”, abrir la puerta a las inclusiones y explorar “una lengua plurinacional, sin aduana ni peaje, la de los pueblos originarios, los inmigrantes, los jóvenes, las lenguas locales” para dar cuenta de “su índole preeminente y política”.
Cronista, escritora, periodista, referente de la contracultura, María Cristina Forero -María Moreno, como se la conoce- estrena un cargo de gestión de primera línea con el traje de funcionaria, una etiqueta que tiene “mala prensa” porque “se la interpreta como cese de una libertad por una obediencia partidaria: en realidad se trata de poner en acción esa libertad en el interior de un proyecto político”, dijo.
Como cuando estuvo al frente del suplemento La Mujer de Tiempo Argentino o escribió un libro sobre Rodolfo Walsh, la autora de Black Out aseguró que también es un “desafío” su rol como directora del museo creado en 2011 por el entonces director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, y cuya primera titular fue la ensayista María Pía López hasta 2015; luego el espacio sufrió una crisis de desfinanciamiento, a punto tal que el nuevo titular de la institución, Juan Sasturain, colocó entre sus prioridades la reconstrucción del museo.
La convocatoria para hacerse cargo del espacio dependiente de la BN llegó del ministro de Cultura, Tristán Bauer, con quien estuvieron de acuerdo en “explorar una lengua plurinacional”, que la ensayista denomina “tuti fruti, sin aduana ni peaje, la de los pueblos originarios, las de los inmigrantes, las de los jóvenes, las locales , para no sólo dar cuenta de su existencia sino de su índole preeminente y política. Y me sorprendió que me propusiera como eje la poesía”, cuenta.
Bajo la gestión Moreno, una de las primeras actividades será “La kermés del día después”, el 10 de marzo y en alusión al 8M que este año será paro de mujeres el día 9 porque cae domingo: “Va a ser una mezcla de resaca con asamblea, de mostrar las destrezas y habilidades sin la rivalidad ni la saña, con la regresión a la infancia, aunque todos los jueguitos tienen una pedagogía política: si tirás una lata seguro que va a decir ‘patriarcado’, ‘travestofobia’ o ‘racismo’”.
“Bienvenidos al Museo los feminismos populares -arenga la nueva directora- porque fue un honor para mi ser recibida en el espacio fundado por Horacio (González) y María Pía (López) y como feminista me interesa, en lugar de sostener un imaginario de ruptura y corte en aras de la originalidad , la parentalidad, una noción de Rita Segato mediante la que se recogen legados y nombres propios con una voluntad de acción política”.
-¿Cuál cree es la función de un Museo del Libro y de la Lengua?
- Me dan repelús esas palabras engomadas como “función”, “institución pública”. Por ahora la intención es recuperar el Museo del Libro y de la Lengua en toda su potencia. Comparto con Juan Sasturain la pasión por los papeles nacionales, no solo por su conservación sino por su construcción crítica siempre renovada, sin establecer jerarquías entre la cultura tradicional y la cultura popular, ni entre los lectores laicos y los profesionales académicos. Siempre se me ocurre el mismo chiste: somos populistas ya desde el nombre, nos llamamos Juan y María.
-El estado nación se construyó sobre una narrativa centrada en dicotomías, mediadas por jurados que establecen la línea divisoria. ¿Cómo se piensa una gestión cultural sin ser reduccionista ni homogeneizante?
-Tratando de romper la bipolaridad en las narraciones y estando atentos a una tensión: ¿cómo evitar que el Museo del Libro y de la Lengua se convierta en un muestrario progresista totalizador, una suerte de look, sin compromiso con los reclamos políticos de los incluidos y sus proyectos emancipatorios? Porque, por ejemplo, alguien -una persona, una institución-puede hablar de corrido el inclusivo y ser absolutamente excluyente en sus prácticas.
-¿Y cómo leer las marcas de la lengua, cuando la lengua es un territorio en disputa, como se ve en su diversidad lingüística o en los tan álgidos debates sobre el lenguaje inclusivo?
-Insistiremos con el debate sobre el lenguaje inclusivo pero como una puerta para otras inclusiones. Aunque no me gusta la expresión “lenguaje inclusivo” porque ¿a quién incluye? ¿desde que autoridad alguien levanta o baja barreras, firma o no un pasaporte? Me gusta más hablar de una lengua plurinacional. Habrá un lugar para el Observatorio latinoamericano de Glotopolítica y, al mismo tiempo, espero las propuestas de los hablantes. Tengo una cierta utopía: hacer circular el grabador entre pares, poner en jaque a los mediadores que suelen capturar al otro como objeto de estudio antropológico, diagnóstico psi o para el pintoresquismo literario, lo que llamo “cafiolos de otredad”.
-Las discusiones como la del lenguaje ponen en evidencia que la lengua no le pertenece a nadie, pese a instituciones que pretenden su monopolio y otras que incorporan su uso. ¿Qué puede aportar el museo a esos debates?
-Escribí bastante sobre eso. Por ejemplo sobre cómo algunos cruzados de la "o" en plural argumentan que los cambios en la lengua se producen “inconscientemente”. Pero, por ejemplo, fue la voluntad de los disidentes sexuales cuando, a través de sus debates orales y o escritos sustituyeron la palabra “homosexual” por considerarla perteneciente a la psicopatología médica sustituyéndola por “gay”, “loca”, “puto”, con la estrategia de convertir la injuria en orgullo. Más que mediador, diría animador para que no cesen, sobre todo las preguntas. Concluir es intentar vencer.
-En su primera etapa, el museo supo ser una usina para el debate intelectual, de estudios literarios y de acción política, incluso en disidencia, ¿qué reflexiones pueden promoverse desde el museo?
-Eso no se puede saber sin escuchar antes a todas las lenguas desatadas posibles. Me gusta más “sobre todo en disidencia” pero insisto: nada más patético que la transgresión, o la disidencia, como voluntad porque se puede llegar a descubrir, detrás de esa voluntad, nuestro límite conservador.
Fuente: Télam
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