Las tragedias desarman a las familias, excepto a las que ya están deshechas desde antes y solo necesitan de un aleteo para consumar la destrucción total: en Catedrales, la nueva novela de Claudia Piñeiro que está a punto de llegar a las librerías, todo se termina de astillar con la aparición del cuerpo descuartizado y carbonizado de la menor de las hermanas Sardá, un enigma que quedará pendiente durante treinta años en esta suerte de policial díscolo que remite a la genealogía de crímenes irresueltos de la historia argentina.
“Somos una cicatriz. La cicatriz que dejó un asesinato”, dice uno de los protagonistas de esta trama de distanciamientos -geográficos y sentimentales- que la autora descorre con paciencia a través de siete narradores que desandan la escena homicida para iluminar “el crimen detrás del crimen” y plantear una crítica a los dogmas religiosos, pero también a la naturaleza arbitraria de los vínculos trazados por la genética porque, como aúlla uno de los personajes, “la familia es esa extraña institución compuesta por miembros que uno no elige y a la que se nos condena de nacimiento”.
El living de la casa de Piñeiro balconea en las alturas sobre las copas reverdecidas del Jardín Botánico, casi una prolongación del interior repleto de detalles cromáticos que remiten a la marea verde, el pujante movimiento feminista que tiene a la autora de Las viudas de los jueves como una de sus principales portavoces: un sombrero, banderas, una flor de tela y el impactante cuadro en relieve de la artista Guillermina Grinbaum que exhibe a una mujer de pañuelo verde con su puño derecho en alto, son parte de la escenografía que recalca su militancia por la legalización del aborto.
Como un juego de espejos, ese tema que transita en ardorosos intercambios por las redes sociales es también uno de los tópicos que roza la mayoría de sus ficciones y que muerde de lleno la trama de Catedrales, la novela que publicará en los primeros días de marzo y que define en la entrevista como “un policial al estilo de lo que me gusta a mí”.
- Como muchas de tus novelas anteriores, “Catedrales” arranca con una iconografía típica del policial que después se diluye para dar paso a otras formas...
- La novela no tiene tanto que ver con lo policial sino con las relaciones que se dan a partir de un crimen, asesinato o muerte. En este caso arranca con una persona descuartizada y quemada, presuntamente asesinada. Treinta años después no se sabe lo que pasó, algo que por otra parte es muy sintomático de la Argentina, donde hay un montón de mujeres que han aparecido asesinadas y el culpable no se conoció nunca.
En el caso del policial actual y también de esta novela lo que se termina descubriendo no es el crimen en sí mismo sino lo que se esconde detrás: el crimen detrás del crimen. Quien la lea va a encontrar otra cosa mucho peor detrás de ese cuerpo despedazado que da comienzo a la historia.
- Uno de los nudos de la trama tiene que ver con las consecuencias de un aborto cuando esta práctica está penalizada ¿La idea es mostrar cómo en sociedades con tabúes fuertes las decisiones individuales involucran distintos niveles de responsabilidad social?
- Las sociedades son muy hábiles para sacarse responsabilidades de encima. Se cae un árbol en la calle y mata a una persona y no se sabe si la culpa es de la Municipalidad, del dueño de la casa, del que plantó el árbol o de la persona que pasaba caminando por ahí. Cuando no está puesta la responsabilidad en alguien es un problema porque nadie se hace cargo. Pero también es un problema cuando no nos hacemos cargo de nuestras propias responsabilidades.
En la novela hay un padre que piensa respecto a este tema cuál fue su responsabilidad para que su hija no pudiera contar nada. Esas responsabilidades familiares, que no son punibles, también son cosas de las que tenemos que hacernos cargo ¿Qué clase de amigos, padres o parejas somos que no podemos acoger a alguien que pasó por una cosa así, abrazarlo y rescatarlo de la condena social o el silencio, que son tan dolorosos?
- Además de la incidencia del aborto, en “Catedrales” hay como un signo de los tiempos reflejado en los guiños al lenguaje inclusivo y la crítica al amor romántico ¿La literatura es ese territorio que te permite darle densidad a los temas y habilitar otras lecturas distintas a la dimensión que adquieren estas cuestiones en las redes?
- Excepto Un comunista en calzoncillos, mis personajes siempre están atravesados por lo que sucede en el aquí y ahora. El tema del aborto está presente desde el primer libro que escribí, Tuya, donde una adolescente planea hacerse uno pero al final decide no hacerlo, porque que exista el aborto no quiere decir que todas las personas terminen optando por él. En Elena sabe también está presente la cuestión, así como en los cuentos de Quién no. No es un tema novedoso en mi obra, aunque es cierto que ahora coincide con la agenda social y se resignifica de otra forma.
- Hay también una crítica velada al amor romántico, mientras que en las redes en los últimos días polemizaste con algunas feministas tratando de matizar esta cuestión bajo el argumento de que no es la antesala de la violencia machista ¿Cómo conviven estas dos visiones?
- Cuando se critica al amor romántico se hace un sesgo y se lo subsume al amor que deviene una relación machista y violenta. Las feministas se equivocaron tal vez en plantear un tema tan complejo en un lenguaje popular donde la gente puede confundir de qué se está hablando. Parece que en todos los casos el amor romántico es la antesala de la violencia machista. Y no es así. Hay que deconstruir la educación sentimental de las mujeres que está basada en personajes que sufren, que toleran maltrato y sometimiento por parte de los hombres.
Por supuesto que tenemos que luchar para que cada vez haya menos mujeres víctimas de sometimiento pero al mismo tiempo las próximas generaciones tienen que conocer el amor, el amor que hace bien. Si hace mal, no es amor. Ser tan precavidos respecto a la posibilidad de que algo te haga mal, después genera un rechazo a la posibilidad de que te haga bien.
-¿Tu idea era hacer una novela contra los mandatos?
- La idea subyacente no estaba tan clara en el momento de la escritura pero ahora que la terminé veo que esta novela tiene que ver con los mandatos: con el mandato de la religión, de cómo tiene que ser la familia, de cómo tienen que ser las mujeres. Hay muchos mandatos que hoy están siendo cuestionados, están tambaleando para ver cuál cae y cuál queda.
Al mismo tiempo, en torno a lo que se quiere cambiar aparece también como una normatividad que no debemos permitir. Es un poco peligrosa, sobre todo en las relaciones. Por un lado, no quiero que haya más violencia ni sufrimiento, pero al mismo tiempo quiero que la gente se siga enamorando, que siga teniendo sexo a secas o amor sin sexo si lo desea. Son decisiones de cada persona. No hay que confundir amor con sometimiento pero eso no nos tiene que llevar eliminar el amor.
- Hay un cuestionamiento fuerte no a las religiones pero sí a la narrativa que despliegan. ¿No creer demanda una fortaleza superior a la de aquellos que sí creen?
- Yo no creo que sea más valiente pero sí es más desolador no creer. Creer que después de la vida hay otra cosa te protege contra la desolación que provoca la muerte. Pero en pos de no sentir esa desolación, las religiones nos exigen demasiado. Si el precio que tengo que pagar para no pensar que si me muero todo se terminó es aceptar las normas que fueron imponiendo las distintas personas que pasaron con poder y autoridad por la religión, prefiero no aceptarlo.
Porque además, muchas de esas reglas se imponen no sólo para los que creen sino también para los que no creen y son afectados por ellas en países en donde la religión está tan pegada al Estado. Uruguay, que hace muchos años hizo la separación de la Iglesia y el Estado, logró derechos sociales mucho más rápido que nosotros porque la base estaba en esa separación. Por supuesto que no estoy cuestionando que las iglesias deban seguir. El problema es que cuando tienen tanto peso las cosas se empiezan a confundir porque el Estado termina siendo un ejecutor de las normas de la Iglesia.
Una vez que pasás por la decisión de no creer, también te liberás de muchas cosas. Yo fui a un colegio de monjas y hasta los 26 años iba a misa todos los domingos. Hoy me siento liberada de no tener que hacer eso, pero no quiere decir que a todas las personas les pase lo mismo. El problema es que ser ateo tiene mala prensa: parecería que sos mala persona porque si no creés en nada, entonces no tenés reglas morales o éticas.
- Decís en el libro que muchos relatos de la Iglesia “no resisten la prueba de verosimillitud que le hacemos a cualquier ficción menor” ¿La verdad entonces no es un cuestión de argumentos sino de quienes la enuncian?
- Hay como una aceptación de la autoridad en ese sentido que es diferente de la fe. Respeto la fe religiosa pero una cuestión es lo que los Papas, obispos y demás fueron metiendo por encima de la fe. Una cosa es Dios, o Jesús, algo que puedo entender perfectamente porque yo vengo de una familia católica. Si un Papa en un concilio dice una cosa y después otro Papa dice otra y me quieren hacer creer que eso es la fe, no lo acepto. Esas cosas no tienen que ver con la fe sino con las decisiones que toman los hombres que representan a la fe en función de intereses. La crítica en el libro, si es que la hay, va orientada a la hipocresía que va por detrás de la fe. Es una crítica a la hipocresía de los hombres haciendo uso de su lugar de poder en nombre de la fe.
- Por estos días estás frente a otro reto: escribiste con Marcelo Piñeyro el guión de la serie “El Reino” ¿Cómo resultó esa experiencia?
- Es un proyecto que iniciamos con Marcelo porque teníamos ganas de trabajar juntos. Y salió esta historia de ocho capítulos que tiene que ver con lo político, con lo que sucede en las sociedades en este momento, con las manipulaciones políticas...Me encantó el proceso de trabajar con él porque tiene una cabeza mucho más abarcativa respecto a lo que es el hecho de escribir. Marcelo tiene un control de lo que va a pasar con ese texto mucho mayor que si yo escribiera sola.
Fuente: Télam
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