A fines del siglo XIX comenzó en Europa un largo debate acerca de cuál sería la mejor estrategia de organización de la nación judía para desarrollar su vida política, social y cultural en el mundo moderno. En el contexto de la formación y ascenso de los nacionalismos europeos, los intelectuales y políticos judíos de Europa central y oriental comenzarían a imaginar diferentes estrategias con vistas transformar un pueblo hasta entonces fragmentado y disperso en una nación moderna. El debate terminaría de saldarse por la fuerza: sería el exterminio masivo de los judíos europeos durante el Holocausto el que inclinaría la balanza a favor de quienes defendían la idea de fundar un Estado judío en Palestina.
El establecimiento del Estado de Israel en 1948 no borraría la marca de otros experimentos llevados adelante por la la comunidad judía en busca de una solución a su largo desarraigo: entre ellos, la fundación en los años ’20 de un distrito autónomo judío en la Unión Soviética, con base en el pueblo de Birobidzhan, en la frontera rusa con China.
Entre los judíos ashekanazis, es decir aquellos instalados desde la baja Edad Media en Europa central y oriental, el debate sobre qué estrategia convenía a la nación judía para desarrollar su identidad en el mundo moderno había cobrado una modulación especial durante el siglo XIX. Es que allí, entre las tierras que mediaban entre el imperio de los Habsburgo y el imperio de los Romanov, una enorme comunidad judía había desarrollado una cultura propia y una lengua singular, el yiddish, que fusionaba elementos hebraicos, germanos y eslavos de manera original.
Aunque desde fines del siglo XVIII, los intelectuales judíos europeos habían emprendido una larga tarea de exaltación del hebreo, la lengua de la religión y la alta cultura, el espíritu romántico y nacionalista del siglo XIX tendría el efecto opuesto, favoreciendo a numerosos intelectuales, artistas y políticos que veían en el yiddish el vehículo perfecto para movilizar políticamente a las masas de judíos pobres que apenas conocían la lengua del Talmud.
En el del Imperio Ruso, donde los judíos se contaban en millones y eran víctimas de la persecución y la violencia colectiva, intelectuales y políticos discutirían desde el siglo XIX sobre estrategias tan diversas como la asimilación, la colonización de tierras en Palestina o la búsqueda de autonomía cultural y territorial en el seno del imperio. La revolución de octubre de 1917 sería un parteaguas en estos debates.
Según las elaboraciones teóricas de los clásicos del pensamiento marxista, el socialismo implicaba no sólo terminar con la explotación del hombre por el hombre, sino también poner un fin a la opresión de las pequeñas naciones por parte de las grandes. Así las cosas, la caída de los zares permitiría a muchos pensar que la construcción del socialismo en la Unión Soviética no sólo era compatible con la emancipación nacional de los judíos, sino que constituía de hecho su condición necesaria.
Entre quienes creían que bajo el socialismo los judíos podrían alcanzar su tan deseada emancipación nacional, desarrollando su vida cultural con libertad y autonomía, estaba el escritor David Bergelson. Nacido en 1884 en un shtetl (pequeño asentamiento judío) de Ucrania, Bergelson pasó sus años de juventud en Kiev y Odessa, formando parte de una intelligentsia judía que muchas veces dominaba el ruso como segunda lengua, pero conducía toda su vida y sus actividades culturales, incluida la escritura, en yiddish. Ante la aparición de los pogroms durante la guerra civil que siguió a la revolución de 1917, Bergelson escapó a Berlín, para luego regresar a Moscú donde se convirtió en funcionario del Estado soviético.
La relación de Bergelson con el régimen soviético sería oscilante, e incluiría incluso un breve exilio en los Estados Unidos. Sin embargo, desde los tardíos años ’20 se instalaría nuevamente en Moscú y más tarde se haría cargo de impulsar el proyecto al que dedicaría su vida entera: la fundación de un distrito autónomo judío en el lejano Este de la Unión Soviética, con centro en el poblado de Birobidzhan.
La idea de crear un distrito autónomo judío en el Este de Rusia, se encontraría con muchos problemas. En principio, de orden físico y material. La región estaba casi en la frontera con China, completamente desconectada de los territorios del viejo imperio ruso donde los judíos habían vivido durante siglos, de modo que no había allí rastros de vida judía anterior. En pocas palabras, la cultura yiddish tenía que construirse desde cero. A la vez, el duro clima de la región oponía numerosos obstáculos al desarrollo de la agricultura, con tierras difíciles de trabajar e inundaciones frecuentes.
A pesar de todo, con la llegada de inmigrantes judíos de otras latitudes, motivados por el deseo de escapar a la persecución y de progresar económicamente, y animados por programas de ayuda del Estado soviético que ni de lejos alcanzaban para cubrir los gastos necesarios, una tierra yiddish comenzaría lentamente a levantarse en Birobidzhan a fines de los años ’20 y sería creada oficialmente en 1934, con Bergelson como uno de sus principales impulsores y su poeta nacional.
Pero si las dificultades materiales pusieron obstáculos al proyecto de levantar un distrito judío en Birobidzhan, los responsables directos de su fracaso serían la represión política y el endurecimiento del antisemitismo en la Unión Soviética. Los intentos de armonizar la emancipación nacional de los judíos con el encuadramiento ideológico en el régimen comunista resultarían en el fracaso: recelosos de todo lo que oliera a nacionalismo, los altos oficiales del Estado soviético pondrían trabas permanentes al desarrollo de la cultura judía en Birobidzhan y someterían al liderazgo judío de la región al control y la censura sistemática.
Las cosas se podrían peor luego de la Segunda Guerra Mundial, en la que aproximadamente la mitad de los cinco millones de judíos soviéticos perdieron la vida. Si la experiencia de persecución durante la guerra impulsó a muchos de los judíos sobrevivientes de Ucrania y Crimea a desplazarse e instalarse en Birobidzhan, sin embargo, a fines de los años ’50 las cosas tomarían un giro distinto y definitivo. Como resultado de un patriotismo ruso exacerbado por la defensa ante los alemanes y de la fundación del Estado de Israel en 1948, los servicios secretos soviéticos comenzarían a partir de entonces a sospechar de la lealtad de los judíos, ahora identificados como potenciales espías y quintacolumnistas. Además, el proyecto de investigar y documentar las atrocidades cometidas contra los judíos durante el Holocausto encontraría resistencias por parte de las autoridades soviéticas, que insistían con una lectura oficial que interpretaba la violencia de la guerra como un crimen cometido contra todo el pueblo ruso, sin distinciones de ningún tipo.
El antisemitismo entraría en una fase ascendente a partir de entonces. Rápidamente el Comité Central del Partido Comunista ordenaría la clausura del Comité Antifascista Judío, órgano de resistencia ahora acusado de convertirse en un centro de propaganda antisoviética. El propio Bergelson sería arrestado y sufriría todo tipo de torturas durante los dos años siguientes. Una política de rusificación sería aplicada en toda el distrito autónomo: la prensa en yiddish de Birobidzhan sería clausurada y en 1950 la biblioteca de la región, llamada Sholem Aleijem en honor al célebre autor, organizaría una quema de libros donde serían destruidos todos los ejemplares en yiddish. En lo que pasó a la historia como La noche de los poetas asesinados, el 12-13 de agosto de 1952, Bergelson sería ejecutado junto con otros doce cuadros comunistas judíos acusados de traición.
Con los años, la población judía de Birobidzhan descendería sistemáticamente: de 18 mil judíos en 1937 pasaría a tener poco más de 14 mil en 1959, menos de 12 mil en 1970 y menos de 8 mil en vísperas de la desintegración de la Unión Soviética. Con unos 1.600 judíos de acuerdo el censo de 2010, Birobidzhan es hoy un monumento a la represión estalinista y poco más que una maqueta de lo que quiso ser. Una tierra judía sin judíos.
Según el testimonio de la periodista ruso-americana Masha Gessen, autora de un libro reciente, Where the jews aren’t (Donde los judíos no están), sobre el distrito autónomo, en 2009 sólo quedaba un hablante de yiddish entre toda la población: el anciano de noventa años Iosif Bekerman, nacido en un shtetl de Ucrania e instalado voluntariamente en Birobidzhan en 1948. A ocho años de la visita de Gessen a la región, no hace falta especular con la desaparición física de Bekerman para saber qué ocurrió con la lengua de los judíos ashkenazis. El yiddish fue condenado a morir en Birobidzhan desde el momento en que hablarlo pasó a ser un crimen contra el Estado.
*Este artículo fue publicado originalmente en Lavanguardiadigital.
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