Hay una buena razón para que los marplatenses odien a los porteños: porque hablan románticamente sobre Mar del Plata, cuando no son ellos los que la tienen que sufrir. “Si tanto te gusta, veníte vos”, te dice ese marplatense acobijado en el medio de una calle fría, en pleno julio o agosto, mirando arena marrón, el alicaído Hotel Provincial, calles despobladas y una mishiadura que se cuenta en cifras de desempleados. También nos dice: “ya no me salva ni la temporada”. La melodía del romanticismo siempre es más romántica cuando la compone otro.
La cosa es más o menos así: te gusta el Faro, pero el faro fue un centro clandestino de detención, te gustan los pulóveres y el marplatense te dice: “mirá que si la crisis sigue, a Juan B. Justo la matan”, te gusta apostar unas fichitas a la ruleta pero no sabés que los casineros están resistiendo el cierre de las salas. A Mar del Plata la hacemos entre todos, pero la soportan los marplatenses.
Porteños, bonaerenses de cualquier localidad no costera, federales de todos los puntos de ese mal llamado “interior”, nos conmovemos más fácil: porque no importa como esté Mar del Plata. Ellos, los marplatenses, cargan su cruz para que nosotros, desde cualquier punto, disfrutemos el sueño. La “ciudad peronista” jamás gobernada por el peronismo. La ciudad del policlasismo de afuera: el del “aluvión zoológico” tomando la costa que antes era de los ricos. La ciudad de La Bristol, donde el fantasma de Alfonsina Storni pasea como el Espíritu Santo al lado de familias de seis o siete pibes, mirando castillos de arena como poemas de una Argentina que resiste a morir.
Con su gente y con la de afuera, con los visitantes de temporada y con los habitantes de una cotidianeidad más gris, Mar del Plata sigue siendo un sueño. Un sueño que cada año convoca a miles de argentinos y argentinas a sus costas. Un sueño, como todo buen sueño, inacabado. ¿Quién sabe qué será Mardel mañana? Pero sabemos lo que fue ayer y lo que es hoy.
Hace muy poco, Elisa Pastoriza y Juan Carlos Torre publicaron un libro sobre ese sueño. Es, no se asusten, uno de esos libros gordos y firmes, que a uno le dan un poco de miedo porque, pasada la adolescencia, ya se tiene el hábito de leer salteado y breve. Sucede, estimados y estimadas, que los sueños no se pueden contar rapidito. Y es que este sueño del que hablan es —digamoslo así—, un sueño tan gordo que parece imposible de resumir. Mar del Plata: un sueño de los argentinos es algo más que un libro. Es la reconstrucción de la historia de un deseo compartido, es la demostración de una esperanza nacional que venía con mar y sociedad civil.
Mar del Plata: un sueño de los argentinos es, seamos sinceros, un libro para un público soñador y ávido de historias. ¿A quién no le interesa saber “algo más” sobre esa ciudad que todos reconocemos como la meca de las vacaciones? Ahí están las historias de Pedro Luro, del Bristol Hotel, de Patricio Peralta Ramos. Ahí están las historias del que comenzó siendo un balneario para los ricachones y aristócratas de la Ciudad de Buenos Aires. Pero allí están, también, las historias de una ciudad que progresivamente fue haciéndole frente a la propia aristocracia. Una ciudad balnearia que se hizo eco del necesario ascenso social, que fue modernizándose y habitándose de clases medias. Una ciudad que fue roja y gobernada por los socialistas. Una ciudad a la que el peronismo, indudablemente, también le imprimió (como lo demuestra el imaginario popular) su sello indeleble.
Pastoriza y Torre pertenecen a esa clase de intelectuales que, en un mismo trabajo, pueden divulgar con claridad y hacerse las preguntas más serias e incómodas. Y es que su libro discute la idea remañida de que aquel balneario que en su día fue llamado “la Biarritz argentina” (por ser una playa con acantilados y barrancas), haya sido popular por decisión del Estado en tiempos del peronismo. Mar del Plata es, antes que nada, una playa de la sociedad civil: una costa en apropiación permanente. El peronismo organiza e imprime características de un proceso. Se hace cargo de ideas y proyectos, los dinamiza y los explota a su modo. Pone en marcha parte de ese sueño. Y, ciertamente, lo amplía.
Pocos libros sobre la historia de una ciudad son tan ágiles y fraternales como éste. Porque es, y se nota, el resultado de una obsesión compartida. Los autores son, también, partidarios de ese sueño escurridizo como el propio mar que cuentan. Les gusta Mar del Plata y se nota. Les gusta la vieja: la del Bristol Hotel, el balneario del Negro Pescador, la del Cine Lapage, el Instituto Unzé y las caminatas por la Rambla. Les gusta la socialista, la de los trabajadores que se muestran a cara descubierta y empiezan a popularizar un territorio que antes era solo para ricachones. Les gusta la de la Colonia de Vacaciones de Chapadmalal, la de un peronismo que decía “turismo para el pueblo” como si se tratara de algo evidente, obvio, casi indiscutible. Les gusta Mar del Plata: la de los 50 y los 60, la del consumo popular y el ascenso social, la que tenía a un señor llamado “El Gran Monarca” vendiendo sándwiches en Playa Grande y la que tiene, cada verano, a algún político paseando por sus costas. Quizás por eso el libro puede leerse también a través de sus fotos y sus imágenes. Porque eso también es Mar del Plata: un sueño de los argentinos: una recopilación de imágenes de archivo, de publicidades de la playa que amamos, de poemas y de tangos dedicados a esa Biarritz de la que hoy todos decimos: “es nuestra”.
Si como decía André Malraux, “Buenos Aires es la capital del imperio que nunca existió”, Mar del Plata es la capital del imperio que existe pero que solo reconocemos los argentinos. El imperio acovachado que recibe turistas en Punta Mogotes y La Perla, en La Bristol y Playa Grande. Ese imperio que vive, hoy, como la Argentina misma: con un centro popular y dinámico, lleno de baratijas y recuerdos bizarros con la inscripción “Yo estuve en Mar del Plata”, con una periferia triste, de trabajadores que no tienen lo que su propia palabra define: laburo, con una Universidad pujante —de las mejores del país— que lucha cada vez más por su reconocimiento público, con sus librerías, sus heladerías, sus clases medias.
Es difícil escribir sobre Mar del Plata sin pensar en su gente. Es, como dice mi amigo Fernando Suárez —un típico marplatense que odia Mar del Plata porque la ama demasiado—, olvidarse de la parte central de la historia de esa ciudad a la que romantizamos mucho porque la vemos poco. Uno de los méritos del libro de Pastoriza y Torre es, también, ese: es un libro donde los locales no se quedan afuera. Ellos son constructores de la costa cosmopolita que es solo nuestra. Los que alguna vez fueron de vacaciones y no se volvieron nunca más. Los que siempre estuvieron ahí y esperan la temporada para ver si salvan, más o menos, el año. Los que están cerca del mar, pero nunca lo vieron.
Mar del plata: un sueño de los argentinos es un libro que usted puede leer en donde quiera. Puede, por ejemplo, sentarse en el balcón, estirar las patas sobre un banquito y saber algo más sobre los tiempos en los que por Mar del Plata se paseaba un señor llamado Carlos Pellegrini. Desde el balcón, con un sol rajante dándole en la cara, puede también soñar que se mete en el agua y que, ya seco, se va a tomar un cafecito al Torreón. Puede, también, leerse en un Comité Político, en un momento de detenimiento de las tareas militantes. Vamos, haga un respiro en su ajetreada militancia política, y siga siendo un rojo leyendo las historias de la Mar del Plata socialista de los años 20, gobernada por Teodoro Bronzini (el hombre que le daba vergüenza a los bacanes porque gobernaba la gran ciudad siendo hijo de un pescador). Mar del Plata: un sueño de los argentinos es un libro para leer, incluso, metiendo las patas en la fuente como los obreros peronistas allá por el 45, soñando con el viejo turismo social, con la Chapadmalal de los niños, con el ansiado ascenso social que significaba ocupar esa costa.
Pastoriza y Torre son dos de los mejores exponentes del mundo académico nacional. Un ámbito, supongo que lo sabrán, reconocido por ser no solo muy serio, sino también muy excluyente para aquellos que tienen poco que ver con él. Pastoriza y Torre escriben, sin embargo, para todos. Ella es una experta en la historia de Mar del Plata (ciudad en la que nació y en la que vive): suyas son obras como La conquista de las vacaciones y artículos magistrales como Memoria obrera y turismo. Él es uno de los principales referentes en los estudios sobre el peronismo y el movimiento obrero, autor de trabajos como La vieja guardia sindical y Perón y Ensayos sobre Movimiento Obrero y Peronismo. Juntos, construyeron este libro, tan diferente a otros que nacen del abigarrado mundo académico. En un mundillo que suele refugiarse en el cenáculo, en el uso de frases pomposas —y, a veces, francamente incomprensibles—, no es usual encontrar libros así: rigurosos y literarios, claros en el lenguaje y sensibles a la historia.
Mar del Plata, sin dudas, es un sueño de los argentinos. Afortunadamente, el libro que mejor la cuenta, contiene el sueño, pero es una realidad.
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