Del mismo modo en el que la fotógrafa ucraniana Rineke Dijkstra congela el instante irreversible en el que unas niñas bañistas adolecen; dejando atrás un cuerpo y una memoria sensorial que las empuja sin retorno a un mundo nuevo y desconocido; Lorrie Moore se detiene con precisión quirúrgica en ese incómodo y revelador pasaje en el que Barie, la protagonista de su historia, se convierte en mujer.
Barie Carr, adulta, recuerda. Está cenando junto a su marido Daniel en un refinado restaurante parisino, y mientras experimenta la airosa textura del seso, imantada por una suerte de reflejo proustiano, emprende un sensible retorno a su infancia en un pueblo del noreste de los Estados Unidos, junto a su inseparable amiga Sils, espejo y referente desde donde esa suerte de niña anfibia se reconoce y se repele. Atrapada en el desencanto de quien conoció la magia y su artificio; Barie evoca los sucesos de aquel instante inasible, paladeando ese sabor agridulce que tiene el recuerdo de todo aquello que horadó el cuerpo. La mirada de Moore sobre aquel verano, es una suerte de caleidoscopio que descompone el recuerdo, lo divide, lo disecciona al punto de dar con la fibra que lo expande en el tiempo.
La autora nos arrastra como tirabuzón al pasado, con el revés de un cuento de hadas y el vértigo de una montaña rusa, siendo el principal escenario el parque de diversiones en donde Berie y Sils trabajan, casi como entrenando en la fantasía lo que luego se les demandará en la vida. En un mundo en donde hay más sapos que príncipes, Moore nos invita a reflexionar sobre la manera en la que ese tiempo en el que somos forzados a abandonar la infancia, sigue haciendo mella en nuestra vida adulta.
*Franco Verdoia es director de cine y teatro. Autor y director de “Late el corazón de un perro”, que se presenta los domingos a las 20:30, en Espacio Callejón
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