“Olga/Masha/Irina”: ironía, nostalgia y melancolía en una puesta que renueva el amor del teatro porteño por Chéjov

El reciente estreno de la obra del español José Sanchis Sinisterra es una muy ingeniosa condensación de “Tres hermanas”, al tiempo que rescata y acentúa el sentido del humor del gran dramaturgo ruso. Infobae entrevistó a las actrices que protagonizan la pieza. #TeatroEnInfobae

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¿Por qué queremos tanto a Chéjov en nuestro país, particularmente en Buenos Aires? No hay temporada en la que no tengamos en cartel uno, dos, tres chéjovs en versiones escénicas más o menos fieles, más o menos reinventadas. Y si hablamos concretamente de Tres hermanas, su penúltima obra, nos encontramos en este siglo 21 con incontables lecturas, reescrituras en torno de Olga, Masha e Irina que pueden ir –por citar algunas- de Un hombre que se ahoga a Desde Irina o Mis tres hermanas; de Desconstrucción de Chéjov a Tresh o Moscú… Incluso, en 2018 se presentó en el Colón con elogiada régie de Rubén Szuchmacher, a 20 años de su estreno mundial, la hermosa ópera Tres hermanas, del húngaro Peter Eötvös. Entretanto, en el mundo, esta pieza sigue dando de comer a cineastas y sobre todo a teatristas como el joven director ruso Timofeï Kouliabine, que estrenó en 2018, en países europeos, una puesta ultracontemporánea en lenguaje de señas, casi muda, no apta para chejovistas integristas...

¿Habrá algo de la famosa mezcla tan porteña de ironía y melancolía con trasfondo nostálgico de tiempos mejores en el pasado o en la constante aspiración a un futuro superador que favorece esa sintonía con los personajes soñadores, quedados, frustrados del genial cuentista y dramaturgo ruso? Es decir, las añoranzas de haber sido “el granero del mundo”, “una potencia mundial”, repitiendo que actualmente podríamos dar de comer a millones en el mundo mientras que no cesa de crecer la pobreza local. El reciente estreno de Olga/Masha/Irina, del español José Sanchis Sinisterra (El cerco de Leningrado, Ay, Carmela), una muy ingeniosa condensación de Tres hermanas que pone en abismo el texto chejoviano, al tiempo que rescata y acentúa su sentido del humor, genera nuevas resonancias en estos tiempos de inquietud planetaria, de desigualdad creciente, de catástrofe climática, de amenazas cíclicas de guerra mundial.

Afiche del estreno de "Tres hermanas", de Chéjov
Afiche del estreno de "Tres hermanas", de Chéjov

La puesta en escena de Alejandro Giles (un conocedor de mundo Chéjov, también actor y docente) potencia la gravedad y la gracia de esta tragicomedia contada por tres actrices que hicieron o querrían hacer esta pieza irresistible, y que oscilan entre el relato con didascalias incorporadas, y el hacerse cargo de los roles de las hermanas y de otros personajes secundarios. Ese permanente juego de la obra que se refleja en la obra sin darle ni certezas ni respiro al público, lo juegan con gran desenfado tres intérpretes de 75 años en adelante, en la plenitud de sus recursos: Emma Rivera, Livia Fernán y Ana María Castel. Los guiños de Sinisterra, su espíritu travieso llegan al extremo de que dos de las hermanas, cuando quieren dar alguna precisión sobre fechas o situaciones, subrayan: “En su Diccionario de Teatro, Patrice Pavis dice que…” (refiriéndose al ya clásico trabajo del descollante profesor universitario y ensayista, editado en castellano por Paidós).

Esa dificultad de vivir, ese malestar existencial tantas veces analizado de estas tres jóvenes hermanas que se han quedado huérfanas de toda orfandad (de chicas perdieron a la madre en Moscú; al comenzar la obra, hace un año que murió el padre militar, trasladado a un pueblo del interior) se acrecienta con el fracaso de Andrei, el hermano para el que imaginaban un brillante porvenir universitario. Además de no estudiar, de ser un adicto al juego, Andrei introduce en la casa familiar a una advenediza vulgar y arrolladora que va tomando territorio, poder. Pero Olga, Masha e Irina –por distintas razones- se siguen dando manija con la zanahoria inalcanzable de Moscú, esa utopía retroactiva, como define el filósofo francés Georges Banis: un espacio utópico que está detrás, en el pasado, en tanto que ellas vegetan en un mundo crepuscular que se desvanece. Perdidas en el tiempo, caídas del mapa por inercia, procrastinan, procrastinan fantaseando sin abandonar ciertas ínfulas de una clase social que se quiere aristocrática, perteneciente al clan de los militares rusos de finales del zarismo.

Con leves cambios -Olga asciende en un profesorado que no la satisface, Masha se permite un romance extramatrimonial sin futuro, Irina empieza a trabajar en el telégrafo y opta por casarse con un hombre al que no ama- las hermanas siguen unidas en una suerte de simbiosis de la que no pueden zafar. Y que no cabe llamar sororidad porque no hay intercambio solidario entre ellas, menos con el hermano. Acaso exagerando un poco, valdría recurrir a la imagen del “nudo de serpientes” de los lazos de sangre que Paul Éluard cita en su poema Oser et l’espoir, a propósito de Violette Nozière, parricida y matricida los años ’30 del siglo pasado. Éluard se inspira en Las Coéforas, de Esquilo, donde Clitemnestra sueña que da a luz una serpiente que chupa sangre de sus pechos (su hijo Orestes , que la liquidará). El poeta termina diciendo que Violette “ha soñado deshacer, ha deshecho ese horrible nudo…”. Obviamente, se trata de la visión transgresora de un surrealista (vale agregar que esta asesina había sido abusada por su padre de niña). Sin duda, hay una cierta concepción conservadora de la familia que teje un intrincado nudo del que puede ser casi imposible salirse.

Y en tren de encontrar paralelos con otras expresiones artísticas, se podría relacionar la situación sin escapatoria de las tres hermanas con lo que sucede –salvando las diferencias- en la obra de otro surrealista, Luis Buñuel: El ángel exterminador, donde un grupo de la alta burguesía invitado a una cena mundana en una mansión, misteriosamente no puede dejar el lugar. Pasan los días, las relaciones entre estas personas se degradan hasta que lograr salir, van a la iglesia y el ciclo recomienza. Las tres hermanas, replegadas sobre ellas mismas, cercadas por esta especie de fatalidad paralizante, no pueden romper su burbuja e irse del pueblo que detestan.

Curiosamente, en esta reescritura de Sinisterra, Olga, Masha e Irina–como los burgueses de Buñuel, pero ellas sin perder los buenos modales- repiten algunas frases, como poniendo de manifiesto su enajenación y, al mismo tiempo, dándole un toque musical a la obra, una melodía que se repite con variaciones.

Anton Chéjov
Anton Chéjov

Anton Pavlovich Chéjov, pese a su dura infancia complicada por un padre autoritario e incapaz de mantener a su familia, estuvo a años luz de ser un procrastinador: su breve vida (1860-1904) fue de una intensidad fulgurante. Fructífera no solo en el campo literario (notas periodísticas –desde muy temprano, para aportar al sostenimiento familiar-, nouvelles, obras teatrales, miles de cartas). Ya en Moscú cursa medicina gracias a una beca y se gradúa en cinco años, en 1884, fecha en que sufre la primera crisis de la tisis que lo llevaría a la muerte a los 44. Sigue sosteniendo a su familia, escribiendo, atendiendo generosamente a sus pacientes, contribuyendo a la fundación de dispensarios y hospitales. Entre otros emprendimientos, encuentra tiempo para viajar a la lejana y helada isla de Sajalí para hacer un relevo sobre la vida en las penitenciarías, donde descubre condiciones inhumanas en el trato a los convictos, corrupción, prostitución forzada. Asimismo, viaja con su editor a Viena, Venecia, Florencia, París. En 1887, asiste al estreno de su primera gran obra, Ivanov; en 1888 presenta, entre otras piezas, El hombre de los bosques, luego desarrollada en Tío Vania (1896), cuya adaptación a paisajes patagónicos, El amor es un bien, comienza su sexta temporada en el Camarín. Después de La gaviota y Tres hermanas, ofrece su última obra en 1904, El jardín de los cerezos.

Sanador de los cuerpos, conocedor de las almas a través de confidencias o confesiones de sus pacientes, Chéjov –que decía que la medicina era su esposa legítima y el teatro su amante-, enfermo desde los 24, hizo de su vida una obra de arte, una fuente de humanismo en sus iniciativas como médico y de literatura inmortal como escritor.

¿Las hermanas sean unidas?

Tres actrices para las cuales para las cuales actuar resulta siempre un regreso al hogar, al lugar donde quieren estar ejerciendo el oficio que aman; tres actrices largamente fogueadas protagonizan con evidente felicidad personal –que transmiten al público- Olga/Masha/Irina, la obra de José Sanchís Sinisterra escrita a partir de Tres hermanas.

Emma Rivera estuvo en Fractal y Acasusso, de Rafael Spregelburd; en Nosotros, los héroes, de Jean Luc-Lagarce; más cerca en el tiempo, en Todo lo cercano se aleja, de Laura Paredes y en El casamiento de Witold Gombrowicz. Livia Fernán perteneció al elenco del San Martín (El círculo de tiza caucasiano, de Bertold Brecht; Tres hermanas; La casa de Bernarda Alba, de García Lorca…), recientemente interpretó a dos personajes masculinos en Mucho ruido y pocas nueces, de Shakespeare, y continúa actuando en Golpes a mi puerta, de Juan Carlos Gené, estrenada en 2019. Ana María Castel, aparte de obras del nivel de La mujer del auto, de Félix Mitterer o La tormenta, de Alexander Ostrovsky, hizo La crueldad de los animales, de Juan Ignacio Fernández; Vivan las feas, de Mariela Asensio; El padre, de August Strindberg (demás de participar el año pasado en la tira Pequeña Victoria).

Este trío de grandes damas de la escena se presta con excelente onda a ser entrevistadas.

-¿Qué las llevó a aceptar esta propuesta tan atípica y a la vez tan chejoviana?

Emma Rivera –Siempre me interesó el teatro de búsqueda, no me caso con cualquier obra. Hice a muchos autores locales pero es la primera vez que puedo elegir un clásico como Chéjov. Por supuesto que lo tenía muy visto en las clases de Augusto Fernandes. Lo que me interesó de este texto cuando me lo alcanzó Alejandro Giles, más allá de su novedoso tratamiento, fue que estuviese respetado el espíritu original. También me gustó la idea de que cada una de las hermanas tuviera que hacer circunstancialmente otros roles de la pieza. Me atrajo que fuera una versión de cámara que acerca a Chéjov a un tiempo actual.

Livia Fernán –Cuando me convocó el director, lo primero que me sedujo fue que se tratara de Sinisterra, el autor de Ay, Carmela: como me siento tan española, tan republicana, esa obra me marcó. Y cuando leí este nuevo texto, aprecié su estructura, que exigiera un trabajo actoral inhabitual, tanto por lo ambivalente de los roles de las tres hermanas como por los otros personajes que había que encarnar. Por otra parte, conozco a Chéjov, toda su obra, incluidos muchos de sus cuentos, y me pareció que la forma de deconstruirlo del autor español era innovadora, sin alejarse nunca del original, cuya poesía siempre está rondando.

Ana María Castel –Me encantó la recreación tan inteligente que hace Sinisterra, ese humor que propone y que no es para nada ajeno a Chéjov. Me pareció encantadora la posibilidad de hacer a Irina, la más joven, a esta edad que tengo. Y de movida, fue un placer tratar con Alejandro Giles, con quien se dio una relación muy fluida, de gran entendimiento. El texto me resultó muy incitante para actuarlo, con ese ritmo incesante, esa posibilidad de desdoblarnos en otros roles. Admirable la síntesis que hizo este dramaturgo y ese misterio en suspenso: ¿quiénes son realmente estas tres mujeres? Livia dice que en cada función se plantea desde dónde hacer su rol…

Manuscrito de "Tres hermanas", de Chéjov
Manuscrito de "Tres hermanas", de Chéjov

-¿Cómo logran dejarse habitar por estos personajes inasibles, siempre en la cuerda floja respecto de su identidad?

E.R. –Podemos ser las hermanas, pero también tres actrices que quieren hacer la pieza, o que la hicieron en otro momento, que ya son grandes y tiene la ilusión de volver a representar esta obra tan emblemática de Chejov. Creo que el director acertó cuando distribuyó los roles. Yo tengo algunas cosas de Olga, aunque soy hija única y desconozco la experiencia de las relaciones fraternas. Olga es la mayor y mis compañeras se ríen porque ya en los ensayos empecé a darles consejos, a tratar de protegerlas: hasta ese punto el personaje me fue invadiendo. Me gusta de Olga esa actitud incondicional hacia sus hermanas y su hermano, aun cuando Andrei las decepciona tanto y Masha e Irina despotrican contra él. Olga, aunque joven todavía, sería la que se está quedando sola, con ese destino sellado en el liceo donde termina siendo directora a disgusto. Igualmente, para la época es una mujer de avanzada: trabaja, escala posiciones.

L.F. –Es estimulante esta incertidumbre que nos plantea Sinisterra: ¿mi rol es el de una actriz que hizo hace mucho la obra Tres hermanas y la quiere repasar, o es alguien que nunca la llegó a interpretar y a cierta altura se imagina haciéndola? La verdad, no importa mucho despejar estos interrogantes. Creo que Masha, lo mismo que Olga e Irina, nos permiten a las actrices ser nosotras mismas e irnos adueñando de la vida de estos personajes. Masha pasa por distintos estados: se aburre con ese marido profesor que a los 18, cuando se casó, admiraba; se atreve al acercamiento amoroso con Vershinin. Pero yo, Livia, me pregunto: si este hombre se hubiese separado de su fastidiosa esposa, ¿Masha habría sido capaz de dejar a su marido? No lo sabemos. Al principio, ella silba, luego canta. Creo que son maneras de no conectarse con Irina y Olga. A pesar de estar unidas por la convivencia familiar, los lazos de sangre y un deseo común de salir de ese lugar, no dialogan realmente, no siempre se escuchan… Pero es una maravilla para Masha descubrir que todavía puede tener esa llamita encendida adentro. Me conmueve mi Masha cuando dice: “Hay que tener fe, y si no se la tiene, hay que buscarla”. Ella habla de una fe que le dé sentido a la vida. Y pregunta más de una vez: “¿Hay que vivir?, ¿Para qué vivimos?”. Cuestiones que los seres humanos nos venimos planteando desde siempre.

A.M.C. –En Irina, me moviliza su visión de que el mundo puede cambiar, progresar. Su deseo sincero de hacer algo en esa dirección, su intención –que ya sabemos que se frustra- de zafar de ese oscuro lugar provinciano. Pero lo suyo es puramente ilusorio, lo mismo que su sueño romántico de enamorarse que no encuentra destino. Deseos e imposibilidad de cumplirlos, constantemente.

-¿Qué representa Moscú para ellas?, ¿por qué ninguna hace las valijas, se toma el tren y ya?

E.R. –Moscú, Moscú… Esa idea está siempre en el horizonte; es la quimera, lo que no se alcanza: la posibilidad de una vida mejor de acuerdo con sus pretensiones. Porque ellas han perdido estatus en ese pueblo donde después de la muerte del padre, las visita cada vez menos gente. Todo se va desmoronando: Natasha –la esposa del hermano, esa pequeñoburguesa trepadora que tiene la energía que les falta a las tres hermanas- es una topadora que se apodera del manejo de la casa, que luego será hipotecada por el jugador Andrei. Creo que Olga no se permite abandonar a su familia. La historia transcurre en una época que se termina, está por llegar la Revolución Rusa, que Chejov no llegó a ver al morir tan joven, en 1904.

L.F. –Mi Olga se quiere ir a Moscú para sacarse de encima a su rutinario marido, esa es su principal motivación. Pero todas están atrapadas en esa ensoñación que las paraliza, ninguno de los personajes toma el toro por las astas, salvo Tusenbach. Y le va mal, muy mal. Pero antes, deja la carrera militar, se pone a trabajar, le declara con firmeza su amor a Irina. Yo también creo que esta indecisión de las hermanas corresponde a una época: la Revolución se está gestando. Y si bien estas mujeres están adelantadas a su tiempo porque el padre les dio una muy buena educación, les falta arrojo, audacia. Han puesto sus expectativas en esa utopía representada por Moscú. Sus conductas tienen que ver en parte con los modos de una clase social indolente.

A.M.C. –Primeramente, la excusa es que están atadas al hermano, a la casa, como si tuvieran que irse en tribu. Pero pasa el tiempo y no accionan. Incluso cuando Irina trabaja y el hermano ya les falló, ella no se atreve a despegar. Vive soñando, fantaseando, Escucha los discursos acerca de un mundo futuro mejor que dan los hombres –Vershinin, Tusenbach-. Irina vive en potencial: si me fuese a Moscú, pasaría esto o esto otro, encontraría un gran amor… Para ella, Moscú es el anhelo insatisfecho. Todo lo que le falta en ese pueblo se lo adjudica a la gran ciudad: romance, libertad, vida social interesante. Y desde luego, está esa meta de regresar al lugar natal donde vivió con su madre, que está enterrada allí, donde fue dichosa de niña. Irina es muy utopista, está colmada de intenciones. Idealiza el trabajo de un obrero que pica piedras y después no se banca laburar en una oficina de telégrafo. Pero al menos es capaz de reconocer: venimos de familias que siempre han despreciado el trabajo.

-Las tres hermanas no logran nunca esa dicha a la que aspiran, pero a ustedes se las ve muy felices juntas…

E.R. –Augusto Fernandes nos decía que Chéjov no escribía dramas sino comedias. A mí me costaba aceptarlo, pero cuando vi Un hombre que se ahoga, la versión de Tres hermanas de Veronese, empecé a pescar esa lectura. Y en el texto de Sinisterra pude percibir de entrada ese humor que brota indirecto, tierno, con esas pobres criaturas afanándose por ir a Moscú. Unas criaturas delicadas, frágiles, cultivadas. Y nosotras las actrices nos divertimos mucho, cada vez más afiatadas. Seguimos descubriendo cosas, probando porque el texto es muy rico. Algo se ha ido liberando desde el estreno el año pasado y actualmente estamos muy cómodas entre nosotras, con los personajes, con el director. Enganchamos muy bien las tres actrices gracias a que Alejandro Giles ha sabido dirigirnos, contenernos, darnos confianza para hacer esta obra que tiene su complejidad tras su aparente ligereza. Y las tres nos reunimos todas las semanas para pasar letra porque no nos alcanza con una sola función semanal.

L.F. – En general, cuando se hace a Chéjov no se rescata su humor implícito, que sí hace resurgir el texto de Sinisterra. A mí con esta obra me pasa algo especial, es como si tuviese necesidad de hacerla, me pone muy feliz este trabajo. Mirá que he hecho cantidad de personajes hermosos, entrañables, que adoré, pero no me alcanzan las palabras para expresar la alegría que me procura esta obra, mi Masha… La amo, querría hacerla siempre. Y fue muy bueno el proceso que se dio con el director. Ahora estamos disfrutando, más que contentas.

A.M.C. –Me fascina el humor de esta obra que recupera el sentido de la ironía de Chéjov. Ese humor que tiene el poder de dejar como indefenso al público para hacerle ver lo patético de la situación. Porque después de la risa llega la reflexión. Nos sentimos muy afortunadas por esta conjunción entre nosotras, con el director, Chéjov, Sinisterra. Con Livia y Emma la pasamos cada vez mejor, aceptándonos entre nosotras tal como somos, saboreando la buena marcha de las funciones, jugando. En este reestreno, percibo que la obra reverdece y se afianza. En ningún momento intentamos hacernos las jóvenes, solo se trata de dejarnos llevar por el texto: así van surgiendo y creciendo Olga, Macha, Irina, Andrei, Natacha, los militares en tránsito.

*Olga/Masha/Irina, los domingos a las 20 en el Camarín de las Musas, Mario Bravo 960, entrada general a $ 400, jubilados a $ 300, menos de 30 a $ 200.

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