Juana Bignozzi estuvo varios días internada en el Hospital de Clínicas hasta que murió. Fue el 5 de agosto de 2015, tenía 77 años. Sus amigos y familiares encontraron una carta en la que les pedía dos cosas: la primera, ser enterrada junto a su esposo, Hugo Mariani, que había fallecido dos años antes; la segunda, que no hubiera velorio. No quería despedirse. A veces es mejor dejar que la ausencia empieza a invadirnos de a poco y sin ceremonia. O quizás sentía que ya lo había hecho durante los últimos años. En el libro que dejó “casi listo” y que se publicó ahora de forma póstuma hay una especie de despedida. Una poesía llena de energía que se apoya en la fuerza del epitafio: cada verso está escrito como si fuera el último.
“Los poetas al morir si no se defienden / quedan en las manos que siempre despreciaron”, se lee en el primer poema de Novísimas: poemas inéditos, un libro que editó recientemente Adriana Hidalgo Editora bajoel cuidado de Mercedes Halfon. En el prólogo, Halfon cuenta que en los últimos años Juana Bignozzi vio un camino bifurcado. O reunía todos sus libros y los publicaba en uno solo, ambicioso, como suele hacerse, titulado Obras completas, o seguía escribiendo nuevos poemas. “Para ella siempre se trata de un nuevo combate, de una apuesta mayor”, sostiene. Efectivamente, a Juana Bignozzi lo único que le interesaba era escribir poemas.
Todos sabían del libro que estaba escribiendo y que siempre postergaba por problemas de salud. Tras su muerte, en su computadora encontraron dos archivos de Word prácticamente idénticos con apenas mínimas diferencias. Llevaban por título “Novísimos”. No era un libro terminado, desde luego —¿qué retoques y correcciones le habría hecho antes de entregarlo a la editorial?—, pero su lectura daba cuenta de una idea concreta y muy bien cerrada. Con la ayuda de dos poetas y amigos de Bignozzi, Martín Gambarotta y Martín Rodríguez, Halfon preparó el libro con paciencia y cuidado. Ellas eran amigas; su relación comenzó a partir de una entrevista que le hizo para Página/12. Se tituló “Juana de cerca”.
“¿Qué tiene la poesía de Juana Bignozzi que la hace única?”, dice Mercedes Halfon del otro lado del teléfono, repitiendo la pregunta que le hace Infobae Cultura; luego hace silencio. “Es una pregunta que se puede contestar de muchas maneras”, resume. Está en el Tigre; se oye, de fondo, el sonido del río dejándose llevar por la corriente del mundo: “En este momento pienso que la poesía de Juana está vigente y va a seguir estándolo porque es una poesía muy poderosa y al mismo tiempo muy cercana, tanto por su forma como por sus asuntos”.
“Desde el comienzo de su obra, desde los años sesenta —continúa—, mantiene una voz que podríamos llamar inalterable. Uno lee Mujer de cierto orden, que aunque tiene libros anteriores, con ése sale al mundo, y se encuentra con una poesía que sigue hablándole al presente, que puede ser leída hoy perfectamente. Una poesía que parece muy sencilla, muy transparente, que no impone dificultades en la lectura y sin embargo dice cosas muy contundentes. Es muy de sentencias, pero esas sentencias tienen algo genial: están carentes de solemnidad. Me parece que esa mezcla de una poesía que dice cosas y al mismo tiempo lo hace de ese modo, un poco desfachatado, la hace única”.
Juana Bignozzi nació en 1937. Su familia era anarquista e hizo todo lo posible para que ella tuviera una formación intelectual y artística. En los años cincuenta comenzó a militar en el Partido Comunista y participó del círculo de poetas El Pan Duro, donde conoció a Juan Gelman, Juan Carlos Portantiero y José Luis Mangieri. Estudió Letras y Derecho en la Universidad de Buenos Aires y trabajó como profesora de contabilidad y administrativa. A la par, escribió Los límites (1960), Tierra de nadie (1962) y Mujer de cierto orden (1967). En 1974 casó con Hugo Mariani y se mudó a Barcelona, antes de que irrumpiera el Golpe de Estado y la dictadura comenzara a arrasarlo todo. Se quedó en España, donde vivió treinta años.
Novísimos, su libro número diez, tiene un tono confesional que oscila entre una nostalgia alegre y una vitalidad voluntariosa. Los temas son la juventud propia y la de los lectores (“sin darme cuenta / soy una referencia”), la militancia, la poesía, el desastre (“ahí está la tragedia esperándonos”), el amor, los amigos, los “alcoholes de la felicidad”, “el retrato de la felicidad”, lo inevitable. Va y viene como una bailarina pero cada tanto y cuando el lector menos se lo espera es una francotiradora. Escribe, por ejemplo, “ganaron otros / pero con todo respeto / seguimos y seguiremos aquí” o “la poesía limpia y sólo deja dureza lucidez / y la sombra del dolor” y “tal vez sólo fui eso / una mujer que sólo tomó en serio su compromiso con unas ideas / un hombre / y las palabras”.
El final, su final, siempre está rondando. La muerte es un fantasma definitivo. Y está cerca. Y ella lo sabe. Escribe: “¿el recuerdo de nuestra presencia borrará los patéticos detalles?”; “¿la lucidez termina en un testamento para extraños?”: ”la felicidad es siempre un recuerdo / nunca una realidad”; “no tiemblen cuando escuchen lo que voy a decir / la poesía es la palabra de la muerte (...) la poesía hace eterno lo que no está lo que fue / créanme hace eterna la muerte”. También desliza versos que funcionan casi como consejos, frases potentes y verdaderas que intentan construir una nueva moral: “conocé distinguí / mirá otro dolor y otro triunfo / mirá tu dolor / mirá tu realidad”. No hay signos de puntuación, no hay mayúsculas, sólo palabras. Con eso basta.
30 años vivió en España. Un día se fue y lo que parecía ser temporal se volvió un elástico. Pero un día volvió, “y volvió en muchos sentidos”, dice Mercedes Halfon. “Ella tuvo una política de dinamitar vínculos, era una persona muy intensa y muy fuerte y estaba más interesada en conocer y hacerse amigos de poetas jóvenes. La nuestra fue una amistad que recuerdo con mucho cariño y gratitud, de esas amistades que se dan a veces en personas de distintas edades que por alguna razón cada una de las dos la quiso cultivar. Juana era una persona a la que le gustaba mucho hablar por teléfono, charlas de horas sobre poesía y sobre la vida íntima de cada una; se metía y opinaba fuerte y eran buenos sus consejos y sus ideas. La recuerdo mucho y la extraño también", dice y su voz se entrecorta.
Sobre el final de esta breve charla delineada sobre audios de WhatsApp, Mercedes Halfon recibe la última pregunta y prefiere sentarse, cortar un poco su descanso y escribir la respuesta. Es autora —su último libro es El trabajo de los ojos—, por lo que confía más en la escritura que en la oratoria. Camina hacia la orilla del río, se sienta en una reposera y se concentra en la pantalla. Lee: “¿Qué lugar ocupa en la poesía argentina?” Mira el cielo celeste, piensa unos segundos y vuelve al teléfono donde sus dedos pulgares dibujan las ideas.
“Juana es una poeta central —escribe— para los que empezaron a leer poesía y a publicar a partir de los años noventa. Creo que el redescubrimiento puede haber comenzado un poco antes, en el 89, cuando Tierra firme publica Regreso a la patria. Pero eso se intensifica con la publicación de su obra reunida en el 2001, y su retorno definitivo al país en el 2004, que coincidieron con un momento de mucha efervescencia en la escena poética, lecturas, publicaciones, festivales, donde ella fue una de las estrellas más brillantes”.
“A partir de ese momento —continúa— se la empieza a leer de un modo casi ineludible, se convierte en una lectura clave. Si bien antes también se la conocía y era una de las voces más particulares de los poetas del sesenta. El hecho de ser la única mujer en un entorno de poetas como los del Pan duro, también nimbó su figura de un aura especial. Su poesía además está modulada en un fraseo que parece muy sencillo, transparente, no impone dificultades, pero lograr eso es un trabajo complejísimo, que muy pocos poetas alcanzan, y creo que en los clásicos siempre se respira algo así”.
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