“¿Viste?
con florcitas
no es tan triste.”
María Elena Walsh cumpliría este 1º de febrero 90 años. Durante su vida, sembró flores por doquier. Fue pionera y adelantada, sensible, inteligente y con un humor que la hace única. Poeta, escritora, cantautora. Con solo 15 años publicó su primer poema en la revista El Hogar. Creó obras de teatro, guiones para TV… Su arte fue lúcido y lúdico. Fue una artista completa, que produjo un punto de inflexión en la literatura para niños y niñas. Rompió moldes, una y otra vez, para que naciera otra forma de hacer literatura, alejada de lo moralizante y lo pedagógico cuando casi no había otra cosa. Sus escritos se centraron en el trabajo expresivo con la lengua, basada en la invención, el absurdo, el nonsense y la magia. Como procedimiento, puso en juego desintegrar el sentido de la palabra persiguiendo solo el disfrute y el gusto por la lectura. En su modo de crear, habilitó también otro modo de mirar la infancia: “Se supone (que el niño) no solo aprendió a hablar para expresar sentimientos y sobre todo necesidades, sino que también aprendió a hablar por hablar, por enamorarse muy temprano del simple sonido de las palabras y de sus posibilidades de juego.” María Elena pensaba que el elitismo no era la única salida para disfrutar un arte no comercial. Y lo hizo con su obra proponiendo el disfrute, la reflexión y el pensamiento crítico. Creó mundos en los que todos, niños, niñas, jóvenes y adultos podemos habitar y atravesar experiencias artísticas.
Decir María Elena es decir pasión, curiosidad, descubrimiento, trabajo con las palabras, humor, inteligencia, música, cuentos, amor. Manuelita, Osías, la vaca de Humahuaca, el doctor en el cuatrimotor y la infancia toda, no importa la edad que se tenga, cantándonos en un rincón.
Un coro de voces para nombrarla
Dice Gabriela Massuh en Nací para ser breve, su libro de entrevistas con María Elena Walsh: “Toda conversación sobre libros tenía para ella una enseñanza vital”.
Es por eso que un buen modo de celebrarla y pensar el lugar que ocupa en la literatura infantil argentina es hacerlo en una suerte de conversación en collage a partir de sus ideas y sus libros (del que por supuesto, no están ausentes sus canciones y sus obras de teatro).
Sus palabras y la de los de algunos autores, autoras y especialistas que la leyeron, la compartieron y siguen haciéndolo, para celebrarla, hacer memoria y homenajearla.
María Elena fue una gran creadora de personajes que parecen existir desde siempre y que habitan los espacios de encuentro entre libros y chicos. Aporta María Teresa Andruetto: “Es increíble, cuando uno va por el país, la cantidad de guarderías, jardines de infantes, salas de lecturas, y demás espacios lúdicos o educativos que se llaman o con su nombre algunos, pero sobre todo con los nombres de sus personajes: La mona Jacinta, Osías, o Manuelita o tantos otros.”
María Elena se mete en la escuela y desde allí hace la maravilla. Donde había casi solamente un uso instrumental de la palabra, aparecen la poesía, los cuentos y las canciones que proponían otro vínculos de la infancia con el arte: “Lo que me parece muy interesante es que esa influencia tremenda que hoy tiene en la escuela, en la educación, la presencia en los espacios donde están los niños o se trabaja con ellos, vino desde fuera, de un modo sesgado. Como ella, que entró por la ventana al mundo de la literatura infantil y por eso pudo entrar de este modo tan desacartonado y romper algo de lo que venía fuertemente escolarizado como los textos para los niños antes.”, sigue Andruetto.
Los libros de Walsh irrumpieron y la relación entre literatura y escuela se transformó para siempre. Susana Aime (docente de docentes, editora) cuenta una experiencia: “Estaba en 6° grado (actual 7°) y mi maestra Clotilde Guemberena, la mejor de todas, nos propuso hacer un espectáculo que llamó “Teatro para niños”, el eje eran los poemas de Tutú Marambá. Me compré el libro (me lo trajeron de Buenos Aires, yo vivía en Villa María, Córdoba). El espectáculo incluía recitados, lecturas (esto permitía que todas actuáramos), teatro de sombras y una puesta muy sintética (de teatro moderno) de Hansel y Gretel, con una casita del tamaño de un televisor grande hecha de caramelos, cubanitos, grageas, todo lo dulce del mundo villamariense.
Yo interpreté “La mona Jacinta” y en dúo con una compañera “El gato Confite”. Leerla fue un descubrimiento. Hasta ese momento lo que circulaba en la escuela era Tallón para chiquitos, Platero y yo, Álvaro Yunque, Berdiales, etc…”
María Elena Walsh recibió numerosísimos premios. Cuenta Sara Facio, su pareja -con quien vivió desde comienzos de los años 80 y hasta su muerte, en 2011- que el único que tenía colgado en su casa era el primero, el Premio Municipal de Poesía de la Ciudad de Buenos Aires, que recibió en 1947, por Otoño imperdonable, su primer libro, que escribió en su adolescencia. De la mano de este premio entra en el mundillo literario. Conoce a Mario Trejo, de quien se hace muy amiga, así como también a Hugo Lezama, Horacio Armani y Roberto Juarroz.
Este libro lo publica con sus ahorros personales, rompe el chanchito, aunque en verdad dicen que era una alcancía con forma de libro. Mario Trejo la ayuda con la distribución hecha por ambos a pulmón. Un librero de su barrio, Ramos Mejía, contaba María Elena, tuvo que ver con el éxito del libro, ya que puso una foto suya tomada por la genial Grete Stern que también era de la zona. Todo el vecindario, dicen, compró su libro.
Susana Aime sigue contando: “En la LIJ: el primer lugar, la revolución, la inspiración; sobre todo en la poesía… en la que ella trata a la palabra con reverencia e irreverencia (disparate le dicen pero es mucho más). Su intervención (fundacional a su pesar) en el campo de la LIJ se come a su estatus de poeta a secas. Cuando leí Otoño imperdonable, en ese mismo año 1963, me identifiqué con esa adolescente”.
Leer, leer, leer como destino
Era una gran lectora. Desde que empezó, nunca dejó de leer, de todo, en castellano, inglés y francés, y en cualquier momento del día y de la noche. “Yo leía mucho de chica, pero los libros que recuerdo ahora pertenecen a una edad que no puede ser previa a los ocho años: Julio Verne, Charles Dickens y los famosos libros de Calleja, que leídos ahora, son la muerte. (Era una colección de cuentos de hadas.) También leía revistas como el Billiken”, contaba. Fue una lectora voraz y sui generis. Leía desordenadamente. En la casa paterna no había libros de poesía. Creía que su afán por ingresar a Bellas Artes tuvo que ver con querer entrar a un mundo donde lo artístico fuera central, y de su necesidad de salir corriendo de todo lo que fuera estudios académicos. Amaba a Alfonsina Storni y a Delmira Agustini.
Fue clave para Maria Elena conocer a Juan Ramón Jiménez, fue el único escritor reconocido que le contestó el envío de su libro Otoño imperdonable. Viajó a Estados Unidos con él y su esposa. Fue un viaje iniciático en lo cultural. Empieza a valorar a Atahualpa Yupanqui, prohibido en la Argentina en ese entonces.
Cuenta Facio que a María Elena el cine nunca le gustó, que la aburría. Que lo intentaba, y que, cuando no aguantaba más, salía y cruzaba a la librería, se compraba un libro y la esperaba en un bar, leyendo.
En 1952, cuando viaja a París, queda deslumbrada por la libertad que se percibía en la gente sin estar sujeta a presiones sociales y familiares, sin estar pendientes de lo que decían los otros. Todo era poesía, estética, política, literatura, arte. Con Leda Valladares arma el dúo Leda y María. El viaje la atraviesa. Embebida de todas estas sensaciones e inspirada por ese entorno empieza a escribir para chicos. “Allí escribí todos los poemas que integran Tutú Marambá.”
Sobre este libro, uno de sus tantos emblemáticos, cuenta Laura Leibiker (editora): “tenía esa versión vieja de tapas blancas, ilustrada por Vilar, que era claramente mi ilustrador favorito, con lo cual tenía una fuerza ese libro, recuerdo las tapas rotas, el lomo roto, de tanto abrirlo y cerrarlo, de tanto reírme.”
En París María Elena redescubre su propia infancia y eso es clave para el otros de los giros que da su obra. “Posiblemente quise alegrar mi propia infancia al reconstruirla, pero nunca quise volver a ella con nostalgia. Siempre me opuse a la absurda mitología de la infancia feliz. No creo que ningún chico sea feliz tal como lo entendemos los adultos.”
Un poquito de su infancia
En Nací para ser breve cuenta que su recuerdo más antiguo es un frustrado viaje a Necochea cuando tenía tres años. Una broma de un viejo amigo de sus padres, ¿una historia? que ella creyó y en la que su madre y su padre le siguieron la corriente, es el recuerdo más vívido de su primera infancia.
Creía que la infancia era una época cargada de miedos, dudas e incertidumbres, y que la felicidad se reconstruía después en los recuerdos. Contó que durante sus primeros años su casa era juego y diversión. Y que sus recuerdos más felices eran los veranos en Ramos Mejía. A su mamá la recordaba como una amante desmesurada de las flores y las plantas, siempre velando por ellas. Y que si bien habla mucho de su padre como el símbolo de la cultura, la que se hacía cargo de ella y su hermana, de que asistieran a la escuela, de las tareas, fue siempre su madre. Hubo también una vecina que le enseñó a leer y a escribir. Su padre pertenecía a una clase media ilustrada. Jugaba mucho con ella, especialmente a las rimas, a los versos, a las nursery rhymes. Y ese juego de infancia, aparentemente inocente, fue decisivo en su ser escritora de literatura para chicos.
Descubrir algo nuevo
“Mientras escribía mis primeros versos infantiles me embriagaba la sensación feliz de descubrir algo nuevo” cuenta en una entrevista que le hicieron en Canal Encuentro. Pareciera ser que María Elena tuvo claro desde siempre su lugar pionero.
Las traducciones de las nursery rhymes, la poesía popular inglesa para chicos y el folklore, por el otro, son las formas con las que construye su modo de escribir literatura para niños y niñas. Eso es muy rico, esa seguridad de la forma, habilitaba una libertad total para la invención.
Le encantaban los juegos verbales de la poética inglesa, tan unidos al doble sentido. “La presencia de la realidad histórica permanece como remanente detrás de los versos y es tal vez esa resonancia la que los hace tan atractivos para mí”, expresaba María Elena, que luego dejaba ver en sus escritos los reflejos de las realidades que ella fue viviendo.
Cuando le preguntaban si escribía para niños, ella decía: “Siempre escribí entre los chicos y nunca para ellos. Era muy raro porque el producto careció siempre de autocompasión o nostalgia por la infancia perdida… Yo escribía entre los chicos en tiempo presente, cosa bastante extraña porque de grande casi no tuve contacto con chicos.” Tal vez eso sea lo que hace eterna su obra, el tiempo presente. Mirar a niños y niñas como seres libres capaces de ejercer el pensamiento crítico.
Coincidimos con Adrián Cabral (docente, especialista en Promoción de la lectura) cuando dice que “María Elena Walsh, sobre todo, nos enseñó (y su obra lo sigue haciendo) a imaginar desde el sinsentido del juego con la palabra. Desde allí nos habilitó puertas y ventanas para que nuestra imaginación se dispare hacia zonas hacia las que siempre queremos volver, esos mundos posibles que la lectura literaria nos permite construir. María Elena fortaleció el derecho a la lectura en nuestra infancia y en nuestra niñez.”
Nunca creyó que por allí vendría su profesión. Empezó jugando, disfrutando la felicidad que le provocaba ese juego.
Sobre su obra, dijo María Teresa Andruetto: “Es una obra inmensa. En el trabajo con la sonoridad y la unión con la tradición popular folclórica argentina del noroeste con las nursery rhymes y los limericks, con esa síntesis que hizo de su cultura inglesa y su cultura criolla, hay algo que es nuevo en nuestra literatura, que abrocha las tradiciones anteriores y saca algo diferente. Es lo que hace un gran escritor. Porque (cuando una historiza) hay obras que están bien, las obras que son muy buenas, las que son excelentes y luego están esos escritores que agregan algo que hace pegar un salto en la tradición literaria de una sociedad. Con sus poesías ella hace eso. Hay un antes y un después de ella en la literatura infantil y juvenil en el campo. Si bien hay una tradición anterior, escritores muy interesantes, ella marca un piso y el campo como tal se conforma a partir de ella. Eso me parece sumamente interesante.”
Dejarse seducir por la travesura
“La poesía infantil requiere de una enorme elaboración, pero hay también un elemento de juego, de diversión, que la hace completamente diferente. En mi caso particular yo me dejaba seducir por el gran desafío de la travesura”, dijo.
Fue la primera en decir que la poesía para niños tenía que ser un hecho artístico en sí y no ser útil para algo práctico o pedagógico: “Osé decir que la poesía era recreo, que era gratuita como el juego, que la poesía solo servía para ser poesía y no para aplicarla a San Martín, ni a la patria, ni a la geografía, ni al guardapolvos ni a la batalla de nada.” La caracterizaba la brevedad, contaba que a veces anotaba una palabra y de ahí surgía la idea para un poema. “La función primordial de la poesía es proporcionar placer, ser en definitiva una modesta forma de la felicidad. Quizás los elementos humorísticos nos permitan competir con los grandes atractivos que ofrecen los medios masivos de difusión.” La literatura infantil antes de que ella apareciera era, casi en su totalidad, moralista y didáctica.
Jugar con el lenguaje, siempre
No existía la poesía popular recopilada para los chicos. En Versos tradicionales para cebollitas reúne poesía anónima, coplas, versos de grandes poetas. En una charla para docentes de inicial dijo una vez: hay que rescatar de lo popular y de la gran poesía española aquellos elementos que pueden hacer jugar a los chicos con el lenguaje.
Afirmaba que los niños son implacables, piden coherencia en todo: “Inventé un gato-pato, lo que no es incoherente, sino una fantasía total que los chicos aceptan encantados. El animal fantástico es un juego permitido que siempre existió en la literatura infantil.” Y sus animales, por ejemplo los de Zooloco son memorables, además de ser salvadores de una escuela en donde reinaban cuentos como El patito coletón.
Itsvansch (ilustrador) aporta: “El lugar de María Elena en la LIJ argentina es completamente central. Un punto de quiebre en la manera de expresarse, en la manera de escribir, de pensar la relación de la escritura con los chicos y de los adultos con los chicos.” Y en esas relaciones, es revolucionario el lugar que María Elena le da a esos niños y niñas: el lugar de lectores activos, con capacidad de jugar, de pensar, de criticar.
Laura Leibiker arriesga: “María Elena Walsh se caracterizó por ser una artista completa. Yo recuerdo las canciones para adultos que cantaba el Cuarteto Zupay y se me parte el corazón con algunas de ellas. Unos poemas extraordinarios también para adultos, el programa La Cigarra con Susana Rinaldi y María Herminia Avellaneda. Otras mujeres de la LIJ también hicieron un recorrido parecido, como Laura Devetach y Canela. Esa idea de la literatura infantil como parte del arte en general sin segmentar tanto, haciendo radio, tele, teatro, infantil, juvenil, adultos, todo en uno."
Un galope de libros, música, palabras
Entre 1956 y 1967 compuso la mayor parte de su producción de libros para chicos. Cecilia Bettoli (especialista del CEDILIJ, Centro de Difusión de Literatura Infantil y Juvenil, Córdoba) recuerda: “La verdad es que si me decís MEW no es que se me venga un libro a la cabeza, se me viene un galope de libros: El reino del revés, Cuentopos de Gulubú, Zooloco, El diablo inglés, La sirena y el capitán, El país de la geometría…”
Muchísimos libros, tres programas de televisión, obras de teatro, varios discos. Dailan Kifki, sin ir más lejos, nació como un guión en los programas de Pinky. Eran micros de cuatro minutos sobre las aventuras y desventuras de un elefante, hasta que después María Elena decide juntarlo y así nace la novela. Laura Leibiker cuenta: “Cuando llegué a Dailan Kifki era un poco más grande. Lo recuerdo por haberlo compartido con mis hijas y porque “estamos fritos” es una frase que siempre viene a cuento y se repite familiarmente.”
Walsh rompió (una y otra vez), diversificó y dignificó el campo de la literatura y el arte para la infancia.
Cecilia Bettoli sigue aportando: “Al decir MEW, y antes que los libros, lo que se me viene a la cabeza y al corazón son sus canciones, son las tardes enteras que me pasaba con mi hermana Susana jugando. Poníamos sus long plays en el winco en el hall de la casa y ahí podíamos pasarnos realmente toda la tarde, era algo así como jugar con nuestros cuerpos y sus canciones. Brincar, saltar, representar, sentir, emocionarnos, reírnos. Mucho juego, mucha poesía, mucho humor. Nos atravesaba el cuerpo y nos movíamos incansables cantándola. Por eso será que cuando nacieron mis nietas me fueron saliendo de adentro cada canción de pe a pa. Con todas sus estrofas y sus letras. Supongo que quedaron atesoradas a fuego en mi memoria y en el corazón.”
Andruetto sigue pensando y dice: “De sus textos, me vienen sobre todo los poemas, las letras de canciones, la serie de los ejecutivos, las canciones infantiles, las letras, todas las muy conocidas y también otras un poco menos trajinadas como La chacarera de los gatos, o la Canción del jardinero. Todas las del cancionero para adultos como Barco quieto, como ese poema que dice: “Tápenme cuando me muera/con una manta tejida por mis paisanas./No se acaben todavía,/angelitas de las guardas,/ay, madres mías". Es sobre todo pienso en ella como poeta y como letrista de canciones, eso es lo la que la vuelve más perdurable para mí. Está toda su escritura, también sus reflexiones, sus ensayos del país jardín de infantes y la narrativa para chicos y adultos.
María Elena decía sobre sus creaciones de poemas y canciones: “Yo no estaba inventando nada, solo recuperándolo”
La mirada sobre la infancia
María Elena propone otro modelo de lector, lo mira, lo interpela, lo tiene en cuenta como interlocutor válido y valioso. Se dirige a ellos en varias oportunidades:
Por ejemplo en el libro Chaucha y Palito, un fragmento de El cuento de la autora:
“Recuerden lo que quieran, olviden lo que puedan, e inventen lo que falta. Porque la vida de un escritor es siempre incompleta: la completan sus lectores, si tiene la suerte de conquistarlos.” (1977)
Y en Tutú Marambá también les habla directo a los lectores:
“Distinguidísimos señores niños:
Tutú Marambá es un duende brasileño feo y malo, según cuenta la leyenda. Se parece a nuestro “cuco”, al que por suerte ningún chico ha visto.
A pesar de estos pésimos antecedentes del Sr. Marambá, decidí, con el permiso de ustedes, robarle el nombre para ponérselo a este libro. ¿Por qué? Porque suena lindo. ¿Por qué más? Porque quizá la amistad del Gato Confite, de la Vaca Estudiosa y de todas las buenísimas persona que viven en esta casa de papel, acabe por convertirlo en un duende inofensivo y juguetón con sonrisa de chocho.”
Si bien toda su obra da cuenta de la mirada sobre niños y niñas, revolucionaria para la época, a partir de las propuestas de sus libros lo pone totalmente en juego. Ella decía que las palabras fueron los juguetes de su infancia y eso es lo que comparte.
Y con la ilustración también
Este tremendo boom en el que se convirtió María Elena con su obra, también incluyó a la ilustración. Con Vilar, Fortín y Caballero aparece un nuevo modo de pensar la ilustración para la infancia. Aparece la poesía en las imágenes, hasta ese entonces confinadas a acompañar tímidamente al texto, o tan atadas al manual escolar. Hay otra apuesta estética, las tintas y los detalles maravillosos de Vilar, el universo pictórico de Fortín, inolvidable su trabajo en El Diablo inglés, por ejemplo.
Allí hay una innovación. La experta Marcela Carranza aporta: “Vilar viene del humor gráfico, de Tía Vicenta, y parece que es María Elena quien lo convoca”.
Istvansch escribe en su trabajo sobre la ilustración en la Argentina (2013) que el boom coincide con el hito clave de María Elena Walsh, que cambia para siempre la escritura para niños que, con voces nuevas, como las de Javier Villafañe y Laura Devetach, se lanza a hablarle al niño como par y sin didactismos, lo que se ve reflejado también en la ilustración con Pedro Vilar, Raúl Fortín, Kitty Loréfici, Juan Carlos Caballero y Víctor Viano. Mientras tanto en la Universidad de Córdoba, en los Seminarios-Taller de los años 69, 70, 71 instalan un espacio para la reflexión sobre el campo en la academia, con la presencia descollante de una joven Laura Devetach y sus trabajos sobre la imaginación y la infancia, que luego fueron reunidos en su libro Oficio de palabrera. En esos debates, pensar la imagen se esboza tímidamente, pero este boom contribuyó a que comenzará a cambiar su carácter en la literatura para la infancia.
María Elena es brújula.
“Yo no soy un gran señor,
Pero en mi cielo de tierra
Cuido el tesoro mejor
Mucho, mucho, mucho amor”
Cuando parecía que un género le quedaba cómodo, hacía un giro y la revolución que comandaba viraba para otro lado: poesía, folclore a dúo con la gran Leda Valladares, literatura para chicos, música y espectáculos para niños, guiones de cine, guiones y participaciones en tv, novelas para adultos...
Vivió su vida con pasión, disfrutando de que el trabajo siempre fuera gozoso, tal como lo había aprendido de Juan Ramón Jiménez. Era pacifista, pero no se quedaba callada cuando sentía que, si lo hacía, traicionaba sus principios. Sus artículos periodísticos fueron el lugar que eligió para dar su opinión, muchas veces controversial. Vivió en libertad en una época compleja para que una mujer tomara con determinación sus decisiones. El feminismo, la libertad para elegir y decidir sobre su vida y sus afectos, la creación, el no aceptar las cosas como dadas, animarse a lo nuevo, a lo contemporáneo, siempre en presente.
El diccionario dice que el folclor también llamado folklore o folclore, es la expresión de la cultura de un pueblo determinado y que por tanto lo distinguirá del resto; su música, su baile, sus cuentos, sus leyendas, su historia oral, su arte, y todo aquello producto de los grupos sociales que conviven en el pueblo. Todo eso es María Elena. Toda ella se convirtió en el folclore nuestro que une y reúne generaciones y generaciones.
Ahora parece simple encontrar un abanico de propuestas de literatura para niños, niñas y jóvenes. Pero no fue siempre así. No había tanto territorio recorrido y ganado. Muchísimo de ese territorio vino de su mano. Nos invitó a leer, a escuchar, a cantar y a jugar. A ser parte de una apuesta estética que atraviesa el tiempo.
Hoy podemos decir a coro: “No estamos fritos”. Por suerte María Elena pasó por aquí.
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Bonus tracks
Si quieren saber más sobre María Elena Walsh, algunas puntas:
Nací para ser breve, de Gabriela Massuh. Buenos Aires: Sudamericana, 2017.
Fantasmas en el parque, de María Elena Walsh, Buenos Aires: Alfaguara, 2008.
Textura del disparate, Estudio crítico de la obra infantil de María Elena Walsh, de Alicia Origgi. Buenos Aires: Lugar Editorial, 2004. (Colección Relecturas)
Desventuras en el País-Jardín-de-infantes, de María Elena Walsh. Buenos Aires: Sudamericana,1993.
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Para disfrutar y compartir:
Zooloco, escrito por María Elena Walsh, ilustrado por Pedro Vilar. Buenos Aires: Sudamericana, 2015 (ediciones facsimilar)
ZooLoco deslumbra con sus cuarenta y dos limericks, en los que fiel a su forma el disparate es protagonista. Tres tintas entran en juego para llevarnos a ese mundo de animales locos, o a ese loco mundo de animales cuerdos. En Zoo loco tienen cita vacas que jamás saludan, focas que juntan margaritas con la boca e hipopótamos tan chiquitos que parecen mosquitos entre muchos otros locos. Este libro es una edición facsimilar de la publicada en 1983, sólo se trabajaron algunos detalles tipográficos y se eligió que esta nueva publicación cuente con tapa dura, cuentan con las ilustraciones que Pedro Vilar hiciera en la década del 60 y que a más de uno le traerán recuerdos y nostalgias del territorio de la infancia. ZooLoco se publicó junto a Dailan Kifki, El Reino del Revés y Tutú Marambá. Títulos que, a más de uno, le habrán traído hermosos recuerdos y añoranzas de la infancia. Todos igualitos a su edición original.
*Al momento de escribir esta nota, trabajé en un bar de la calle Llerena en Parque Chás. De hecho, mientras escribía este comentario, Mary, una de sus dueñas, se acercó y me dijo: Ay, me llevaste a mi infancia con este libro (por Tutú Marambá) mientras mi vecina de mesa (profesora de letras de 34 años) se dio vuelta para decirme: “La amo a María Elena, me contagió las palabras y la libertad para vivir la literatura, la música y la sexualidad como quiera”, y una mujer con su hijito, que miraba el libro desde otra mesa cercana, exclamó: “¡Ése lo tenemos! Cuando lleguemos a casa te lo leo”.
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